Los dioses y sus manos
Wilson Tapia Villalobos.*
Hablar de la mano de Dios es casi un lugar común en el fútbol. Y con tanta cábala y persignarse de los jugadores, al entrar a la cancha, al salir, al hacer un gol, uno podría pensar que la religiosidad y la pelota están íntimamente unidas. Para los creyentes sería motivo de gozo. Una señal de elevación de la especie. ¡Por fin! el ser humano se acerca a la trascendencia. Pero no en vano se habla de realidad virtual. Lo que se ve, casi siempre no es lo que se cree.
Esta vez fue el delantero francés Thierry Henry. Utilizó su mano izquierda para acomodar el balón y hacer posible que su compañero William Gallas convirtiera el gol. Los irlandeses quedaron fuera del mundial. Y Francia, ufana, va a la competencia que el próximo año se realizará en Suráfrica. Más del 60% de galos vieron por la TV lo que ocurría con su selección gracias a esta “mano de Dios”.
Y alguno habrá recordado a Diego Maradona, el primer dios. El autor de los dos goles con que Argentina venció (2×1) a Inglaterra. Eran los cuartos de final del Mundial 1986, en el estadio Azteca, de México. Al terminar el partido, y ante la insistencia periodística, Maradona reconoció que su primer gol había sido “parte con la cabeza y parte con la mano de Dios”. En sus memorias asumió, años más tarde, que “la mano de Dios fue la mano de Diego. Fue como sacarle dinero de la billetera a los ingleses”.
Ahora, Henry no habló de la mano de Dios. Dijo simplemente que él no era el árbitro. Cierto. A él no le correspondía anular su mañoso gol, pero sí hacer ver el error al juez
Algunos esperaban que la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) obligara a repetir el partido. No ocurrió así. Y se reabrió una ya antigua discusión acerca de la necesidad de aplicar tecnología de punta al fútbol. Quienes se oponen, sostienen que le quitaría encanto al deporte con mayor cantidad de seguidores en el mundo. Y que, por lo mismo, lo hace un negocio multimillonario.
Creo que puede resultar hasta farragoso que ante este tipo de hechos se adopte una posición lejana de las sensibilidades futboleras. De eso que algunos llaman pasión de multitudes. Y otros, más cercanos a la metafísica ven en él la base para hacer filosofía. Soy menos pretencioso. Reconozco que este es no es más que un deporte, que en muchos provoca desbordes de pasión. Precisamente porque ya es un fenómeno social –barras bravas incluidas– hay que tratarlo con mesura. Porque tales manifestaciones se transforman en espejos en los que la gente se mira, especialmente aquella que comienza su proceso de maduración.
El deporte puede ser una poderosa herramienta sembradora de valores. Bien usada sirve para alejar de las drogas y el delito a jóvenes y niños, ayudando a ordenar vidas que provienen de hogares precariamente constituidos. Y colaborará en hacer de ellos personas valiosas para la sociedad. Pero esto no se alcanza con sólo ejercitar los músculos. Hay mensajes importantes que aprender: la confianza en el equipo, la lealtad frente al compañero, el respeto por el adversario, el esfuerzo personal para alcanzar las metas propuestas. De allí que la FIFA inicie sus competencias mundiales con niños llevando las banderas de los países. De allí que se declare amante fiel del fair play (juego limpio, juego honrado).
Todo lo cual queda en entredicho cuando la mano de Dios interviene. Porque siembra confusión. Especialmente hoy, que los medios de comunicación sí han pasado a ser los dioses. Y si de éstos salen mensajes reñidos con la ética, el fútbol no será una explanada de redención sino un recodo más de la selva.
Aquí, quienes manejan los medios deben poner atención. El fútbol ha dejado de ser un deporte a secas. La caja de resonancia mediática lo ha transformado en otro artículo de consumo masivo. Y de él surgirán mensajes sanos o dañinos. La diferencia tendrán que marcarla, primero, las líneas editoriales de los medios. Y luego, ser los periodistas deportivos los encargados de entregarlos con coherencia.
Es inconcebible que una persona a la que ven cientos de miles de telespectadores diga que Henry no es responsable de lo que ocurrió. Que para eso está el árbitro. Eso lo escuché en Televisión Nacional de Chile, el canal estatal. Tal predicamento, hace llegar a la conclusión que si no se sorprende al ladrón, el juez es culpable del delito.
Con ello se está diciendo que el fair play es una monserga. Que lo que vale es la viveza. El poder engañar y no ser detectado. En definitiva, que el fin justifica los medios. Así, el deporte no sirve para ayudar a formar seres humanos. Es un negocio más. Y cuando los negocios los manejan irresponsables, normalmente se transforman en delitos.
¿De qué sirven las campañas contra la delincuencia si se la fomenta desde la propia institucionalidad?
* Periodista.