Los herederos de Sandokán

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Diego Ghersi *

La excusa de evitar los secuestros de buques mercantes en aguas de Somalia serviría para justificar una intervención multinacional del país y el acceso a sus recursos naturales.

Hace casi dos semanas, el mundo se sacudió ante la noticia del secuestro del buque petrolero saudita Sirius Star perpetrado por piratas somalíes que exigían dinero por su rescate.
 
La magnificación de dicho evento estuvo centrada en la curiosidad, de que en pleno siglo XXI, aún exista espacio para que los descendientes de Sandokán puedan continuar con comodidad el negocio familiar y de que ese trabajo siga siendo altamente rentable.
 
Según la Oficina Marítima Internacional (IBM), que monitorea desde hace años el tráfico marítimo, la zona del mayor peligro pirata parece concentrarse en el Golfo de Adén, las costas de Somalia y la zona de Indonesia.
 
Hay dos problemas relacionados con los actos de piratería.
 
En primer lugar, se producen en un área sensible al comercio occidental: el Golfo de Adén conduce al Mar Rojo, a Suez y al Mediterráneo. Un cambio de ruta que bordeara el Cabo de Buena Esperanza elevaría el costo de los fletes.
 
En segundo lugar, los piratas están sindicados de ser musulmanes, y esto los coloca en la categoría de sospechosos de pertenecer a la Red Al Qaeda y capaces de efectuar atentados a superpetroleros que naveguen por la zona.
 
Las estadísticas, que ayudan a dimensionar el problema, indican que uno de cada mil buques que navegan en cercanías del “Cuerno de África” es secuestrado y que, en 2008, se han contabilizado 94 ataques.
 
Frente a esos hechos delictivos los países han adoptado estrategias divergentes.
 
El presidente de Francia Nicolás Sarkozy ha optado por la vía militar en dos ocasiones, para liberar a sangre y fuego buques de su bandera secuestrados en la zona.
 
En oposición el presidente de España Rodríguez Zapatero optó por pagar los rescates exigidos para recuperar pesqueros españoles secuestrados que “depredan” el área.
 
Sin embargo, el caso del Sirius Star parece haber disparado la idea de que para enfrentar eficazmente el problema es necesario consensuar acciones a nivel internacional.
 
Como en cualquier caso delictual, las primeras opciones barajadas tienen que ver con el uso de la fuerza para la represión del hecho y no con atacar sus causas.
 
Así, se ha especulado con la formación de una fuerza naval multinacional que aniquile el accionar pirata capturando sus buques y privándolos de bases de apoyo.
 
Daría la impresión de que una conjunción de satélites, portaaviones, submarinos e infantes de marina resultaría de un peso abrumador, frente al accionar de delincuentes por mejor pertrechados que estos se encuentren.
 
Sin embargo, el portavoz del Pentágono, Geoff Morrell ha manifestado que "se podría tener a todas las armadas del mundo con todos sus navíos desplegados en la zona y eso jamás resolvería el problema”.
 
Para completar esa visión, analistas internacionales sostienen que acabar con la piratería implicaría tomar el control de Somalia, o, en otras palabras, “invadir” una vez más un país con el fin de normalizarlo.
 
Esta manera de pensar trae a la memoria los casos de Haití y de Irak, países en los que la intervención no ha ayudado a mejorar absolutamente nada, pero dónde la misma puede explicarse en función de las ventajas económicas y/o estratégicas que para los invasores “normalizadores” significaron dichas intervenciones.
 
Llegados a este punto, cabe preguntarse acerca de las ventajas que supondría una invasión de Somalia y quienes se beneficiarían.
 
Las respuestas empiezan a llegar con tan sólo hurgar en la realidad geoestratégica, política y económica del área.
 
Somalia cuenta con la mayor zona costera del continente y desde ella domina y controla toda la comunicación marítima entre Asia, África y el sur de Europa. Es decir, la ruta del petróleo que, extraído de Medio Oriente, hace funcionar la economía de Occidente.
 
Somalia es una zona rica en recursos naturales mineros: uranio, estaño, hierro, cobre y, además, una enorme cantidad de petróleo yace en su subsuelo cuya explotación, obviamente, es soñada por las multinacionales europeas y estadounidenses.
 
Otro hecho fundamental que valoriza la región es que las fuentes del río Nilo se encuentran en las montañas de Etiopía. Si el Nilo es milenariamente vital para la existencia de Egipto, también lo es hoy ese país para Estados Unidos porque momentáneamente es uno de los principales aliados de Washington en los conflictos de Medio Oriente. El “control” del territorio somalí garantizaría la integridad del río Nilo y por ende de Egipto.
 
La ocupación de Irak y Afganistán otorgó posiciones privilegiadas para invadir o atacar a Irán desde dónde se conseguiría acceso al área de salida del petróleo del Mar Caspio y el control del oleoducto a Europa. Sin embargo, como la entrada a Irán parece hoy demorada, Somalia es estratégica para el cercamiento del Medio Oriente. Con una base militar importante en Djiboutí y la semiocupación de Somalia, estaría cubierto el propósito.
 
Para rematar la situación, a la disputa por el control del África, se ha sumado un nuevo pretendiente: China, y esa variable hace que los tiempos de Occidente se hayan acortado notablemente imponiendo el factor urgencia a la apropiación de la zona. En este caso, si bien el Cuerno de África apunta hacia el norte, es también la puerta de entrada al África Nororiental.
 
Por otra parte, Somalia es un país que no tiene defensa, porque como Estado no existe en los hechos por más banca en la ONU que ostente actualmente.
 
Si bien cuenta con un gobierno central, este no esta capacitado para recaudar impuestos, impartir justicia, entender en cuestiones sanitarias, ni en ningún área vital de desarrollo de cualquier país que se precie de tal. De hecho, Somalia es un estado medieval olvidado de Dios y bajo el arbitrio de señores de la guerra que, a modo feudal, dominan todo el territorio desde la periferia de la capital, Mogadiscio.
 
En este contexto, se explica que los somalíes hayan tenido que dedicarse a la piratería para sobrevivir. De hecho, la actividad de los piratas somalíes mueve la economía de las zonas dónde actúan proporcionando capital a los pobladores que los abastecen, que no pueden subsistir de otra manera y que no tienen la culpa de que sobre su sociedad se haya hincado el diente milenario de civilizaciones depredadoras.
 
Para citar un ejemplo contemporáneo, Estados Unidos ha operado en Somalia al menos dos veces en los últimos 20 años.
 
La primera, en 1993 fue la famosa operación cinematográfica que resultó en la “caída del Halcón Negro”, donde una docena de Rangers fueron arrastrados como trofeo por las calles de la capital y una huída humillante para las “mejores tropas del mundo” fue el telón del acto.
 
La segunda, en 2006, cuando -bajo la excusa de “lazos con Al Qaeda”- la CIA alentó la invasión de Somalia por parte del ejército de Etiopía, con el fin de provocar el derrocamiento de la Unión de Cortes Islámicas, que a base de fuerza y religión extrema había logrado obtener un control creciente del país.
 
Si la solución a la piratería pasa hoy por el “control internacional” de Somalia, entonces, el consenso de los Estados intervinientes sería necesario básicamente por tres razones.
 
En primer lugar Estados Unidos, en medio de la crisis financiera y empeñado en otras guerras, no puede desviar más capital para una nueva aventura.
 
En segundo lugar, tampoco es conveniente -por el costo político internacional- una reedición de la acción unilateral como la que significó la invasión de Irak.
 
En tercer lugar, aún permanece fresco en la sociedad estadounidense el fantasma de la caótica intervención de 1993 en ese país, cuestión que bajo ningún concepto quisieran reeditar.
 
Resulta evidente, que Somalia necesita ayuda porque es un país dónde la situación encuadra perfectamente en la definición de catástrofe humanitaria, pero los experimentos previos de la comunidad internacional en casos similares no sólo no han dado resultados, sino que siempre estuvieron teñidos de intereses económicos subyacentes.
 
Por lo menos, hasta que se encuentre una solución al problema, es necesario tratar de no caer en la complicidad de un entramado interesado que conduce a invadir Estados y jamás soluciona nada.
 
* Publicado en APM

 

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