Antònia Crespí Ferrer - publico.es
La negativa de los congresistas de Indiana a ceder a las presiones del presidente para redibujar los distritos electorales fue un nuevo síntoma de la pérdida de poder absoluto del magnate sobre el partido.
El desafío a las aspiraciones absolutistas de Donald Trump ha aparecido desde el último lugar imaginable: su propio partido. El presidente, que el año pasado se coronó en la Convención Republicana como el líder incontestable de la formación -la foto de familia, literalmente, era una foto del clan Trump-, ahora ve temblar su cetro. La negativa de la pasada semana de los representantes del estado republicano de Indiana a aprobar la reforma del mapa electoral que Trump ha intentado forzar primero con miel y después con palos, es otro síntoma de la pérdida del control total sobre las filas del partido.
Tanto dentro del Congreso, como dentro de todo el movimiento MAGA, las grietas se han ido dibujando una a una con los desacuerdos por los aranceles, los recortes a los programas de salud y el escándalo de los papeles de Epstein. El resultado de la votación de la semana pasada en Indiana, 19 a 31, con 21 republicanos optando por el “no” constata el fracaso de las presiones del presidente y de sus aliados para forzar el “sí”. También muestra como después de tiempo con el bozal puesto, cada vez más miembros del partido tienen menos miedo a disentir.
Las insubordinaciones han sido algo muy raro en el partido republicano desde que este se convirtió en el partido de Trump. Cuando han ocurrido, las represalias han llegado de uno u otro modo: con condenas y señalamientos públicos, frecuentemente con la amenaza de presentar otros candidatos en las primarias para arrebatarles el asiento, y también con el ostracismo político.

De hecho, esta es la dinámica que se aplicó a los republicanos díscolos de Indiana: el magnate publicó una lista de senadores que “necesitan estímulo para tomar la decisión correcta”, después escribió que si los legisladores “estúpidamente dicen que no, sáquenlos del cargo – No son dignos – ¡Y yo estaré allí para ayudar!” Además, la organización de campaña conservadora Turning Point Action -la que había fundado el difunto influencer trumpista Charlie Kirk- declaró que gastaría grandes sumas para destituir a cualquiera que votara “no”.
El rechazo al mapa electoral, que en principio tenía que facilitarle a Trump mantener su ajustada mayoría en el Congreso en las legislativas del 2026 se produjo después de meses de presión presidencial. Incluidas amenazas anónimas de bomba a algunos de los primeros senadores estatales que se opusieron abiertamente a la nueva reforma. La decisión por la que la veintena de republicanos de Indiana se atrevieron a ir en contra de los deseos de su dirigente es porque consideraban que era “inconstitucional” y que podía mermar la credibilidad del sistema democrático.
En verano, la administración Trump lanzó una campaña para reformar el mapa electoral -lo que se conoce como gerrymandering– de Texas, uno de los grandes bastiones republicanos del país, con la finalidad de ganar cinco escaños más en el Congreso federal. Como respuesta, los demócratas iniciaron el mismo proceso en California.

Mientras que el nuevo diseño de Texas ha quedado bloqueado de momento por un juez federal, el de California ya fue aprobado el pasado cinco de noviembre. A remolque de esta guerra, el republicano ya ha logrado avanzar nuevos mapas en otros estados republicanos como Missouri y Carolina del Norte. Muchos de estos rediseños han levantado cejas, pues suponen infrarepresentar determinadas comunidades o votantes. Algunos críticos han señalado cómo el rediseño en Texas viola la Ley de Derecho al voto, ya que resta representación a las comunidades latinas y negras, fragmentando sus distritos.
Que también los senadores de Indiana se sublevaran contra Trump marca un precedente para el resto de estados republicanos que afronten presiones similares. Además de que saca a flote la existencia de otras corrientes conservadoras que no han claudicado ante el dominio de Trump.
El desafío llega poco después de que una de las grandes lealistas de Trump, Marjorie Taylor Greene, protagonizara un choque frontal con el republicano por la publicación de los papeles de Epstein. El resultado de la escaramuza finalizó con lo impensable hace tan solo un año: Greene, anunció que dejaba su escaño en el Congreso federal tras ser acusada de “traidora” por Trump.
La renuncia de Greene, que aseguró que este cinco de enero abandonará su asiento, supuso un cisma para el movimiento MAGA en sí. La congresista de extrema derecha de Georgia condensaba toda la decepción que ha provocado en las bases trumpistas las revelaciones de la relación de amistad que Trump mantuvo con Epstein durante años. El desengaño fue notable también cuando, después de estar toda la campaña prometiendo que publicaría los papeles sobre el pederasta, la fiscal general Pam Bondidijo que no existía una supuesta “lista Epstein”.
Que Trump al final también cediera en la publicación de dichos documentos al aceptar y animar la votación para obligar al departamento de Justicia a revelarlos en un plazo de 30 días, era otra muestra de la incipiente debilidad de su mando.
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