Los movimientos sociales y la izquierda institucionalizada

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Gilberto López y Rivas.*

Recientemente, el sociólogo brasileño Antonio Julio de Menezes Neto publicó en Rebelión (15/04/2011) un condensado artículo en torno al Movimiento de los Sin Tierra. Sostiene que el MST —no obstante que continúa siendo el principal movimiento social en Brasil— ha perdido autonomía en la lucha de clases y pasa a ser visto apenas como un apoyo más del gobierno, ello a partir del cambio en su política con la llegada del Partido de los Trabajadores (PT) a la presidencia del país en la persona de Lula y ahora de Dilma Rousseff.

“No presentando más conflictos con el ‘gerente del capitalismo’, o sea, el gobierno federal, y subestimando el papel del nuevo gobierno en la lucha de clases favorable al agronegocio y a la derecha, el MST pierde visibilidad”. Menezes concluye “que la izquierda debe —o mejor, debería— dejar de lado la posición bipartidista del mal menor y reorganizarse con cara propia para la defensa del socialismo. Aunque sea minoritaria, y no llegue al gobierno por ahora, debe comenzar a delimitar su campo propio, marcando sus diferencias con los túcanos (se refiere a los miembros del Partido de la Social Democracia Brasileña) y petistas, y avanzar en la construcción de una sociedad que supere el capitalismo”.

Raúl Zibechi en su libro Autonomías y emancipaciones: América Latina en movimiento (México, Editoriales Bajo Tierra y Sísifo, 2007) analiza el tema de la relación de los movimientos sociales con gobiernos y partidos surgidos de la izquierda institucionalizada, el Partido de la Revolución Democrática mexicano, el Frente Amplio de Uruguay y el ya mencionado Partido de los Trabajadores de Brasil, entre otros:

Están naciendo nuevas formas de dominación, enmascaradas bajo un discurso progresista y hasta de izquierda. Siento que es necesario exponerlas a la luz para contribuir a neutralizarlas y, sobre todo, para evitar que consigan su objetivo mayor: la demolición de los movimientos sociales desde dentro, de un modo mucho más sutil que el represivo pero, por lo mismo, más profundo y duradero.

Zibechi sostiene que el cambio social emancipatorio va a contrapelo del tipo de articulación que se propone desde el Estado-academia-partidos; la articulación externa siempre busca vincular el movimiento con el Estado o con los partidos, y en ella el movimiento pierde autonomía. Destaca las preferencias de los mayas zapatistas por lo que él denomina política plebeya, la de los de abajo, por sobre la izquierda institucionalizada que asume parcelas del aparato estatal, y en ese proceso, vira hacia la derecha, dejando a los movimientos sin referencia.

De aquí se concluye que el divorcio entre la izquierda electoral y los movimientos no tiene solución; en suma, la construcción de una autonomía ligada a la emancipación sólo pueden hacerla los de abajo, con otros de abajo, en los espacios creados por los de abajo.

Frente a estas formas de dominación desde el progresismo estatista, Zibechi propone:

1) comprender las nuevas gobernabilidades en toda su complejidad como resultado de las luchas, pero además como un intento para destruirlas;
2) proteger los espacios y territorios propios:
3) no sumarse a la agenda del poder, crear o mantener la propia agenda;
4) limitar campos, llamar las cosas por su nombre, lo que significa asumir la soledad respecto a los de arriba, y por lo tanto, la hostilidad de la izquierda institucional;
5) potenciar la política plebeya, la unidad en los hechos insurreccionales, en los modos de rebelarse, en poner en común las horizontalidades.

El proyecto Autonomías indígenas en America Latina: condición indispensable del desarrollo sustentable (Latautonomy), llega a similares conclusiones que podrían sintetizarse en que a mayor presencia de Estado-mercado-partidos menor posibilidad para desarrollar sujetos autonómicos y movimientos sociales abocados a la defensa de los territorios, recursos naturales, identidades étnicas y resistencias antisistémicas.

También, desde estas páginas, he hecho críticas a los gobiernos y partidos de la izquierda institucionalizada en lo referente a su propensión por proyectos desarrollistas y extractivistas que sirven a una inserción internacional subordinada y funcional a la mundialización capitalista comercial-financiera y avanzan en la fragmentación territorial, con áreas relegadas y enclaves extractivos asociados a los mercados globales.

Estos partidos y gobiernos muestran una insensibilidad mayúscula frente a los movimientos sociales, la diversidad étnica y los reclamos de los pueblos indígenas para el ejercicio de las autonomías y la protección de sus territorios y recursos naturales.

De aquí que resulta difícil, si no imposible, aceptar la tesis dicotómica que plantea nuestro colega Guillermo Almeyra en su artículo El Morena y otro proyecto de país (La Jornada, 10/04/2011), en el sentido de que sólo existen dos opciones para el diverso y complejo movimiento anticapitalista mexicano, dentro del cual se encuentran los procesos autonómicos de los pueblos indígenas: apoyar al Movimiento Regeneración Nacional (Morena) o mantenerse estérilmente al margen del mismo, buscar desprestigiarlo y debilitarlo ayudando así a la derecha.

La aportación que están haciendo las resistencias autonómicas a la transformación revolucionaria del país pasa por fortalecer sus procesos desde la horizontalidad y radicalidad de sus luchas; desde la construcción de redes de comunidades, territorialidades y espacios urbanos y sectoriales en los que se impongan formas nuevas de hacer política; desde la autonomía en el mantenimiento de programas que no se plieguen a la lógica, tiempos y procedimientos de una democracia tutelada por los poderes fácticos.

(Artículo que se dedica a Salvador Gaytán Aguirre, combatiente guerrillero y revolucionario de toda la vida).

En www.jornada.unam.mx

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