LOS REFERENDOS INDEPENDISTAS

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El domingo pasado el pueblo de Crimea fue convocado a un referéndum para consultarlo si quería la independencia respecto de Ucrania. Estados Unidos y los países europeos se oponían al mismo. Como ya se dijo, nuestro país acompañó esa posición. Cristina, en su reciente gira por Europa, manifestó la “contradicción” en el voto de esos países que se oponen a ese referéndum mientras alientan su realización en Malvinas. Argentina, que se opuso al referéndum en Malvinas, mantuvo su coherencia diplomática.

Sin embargo también cabe otra reflexión sobre el tema. Los referéndums sobre independencia, de alguna manera se asemejan a las “reivindicaciones nacionalistas” y también tienen dos lecturas, según el lugar desde el cual se las mire. El nacionalismo de los países centrales (Estados Unidos y Europa) responde a los intereses de sus poderes dominantes –el gran empresariado de esos países-, que ven en ese “nacionalismo” una forma de mantener, consolidar y ampliar sus ganancias, poder y área de influencia. En cambio, el nacionalismo en los países sometidos es parte del sentimiento más profundo de sus sectores populares en la lucha por defender sus intereses y la independencia de su patria. Desde esta misma consideración los referéndums en los países centrales no son bien vistos por sus respectivos sistemas de dominación dado el riesgo que debiliten a esos Estados y reduzcan su peso e influencia económica, política y militar. Es por eso que estos países alientan el referéndum en nuestras tierras (Malvinas) pero lo niegan en las propias (Europa). A ellos no les preocupa la “contradicción diplomática”, en ambos casos defienden sus intereses, que es lo que sí les interesa. Sostienen la fuerza de la actual Unión Europea, procurando incluir a Ucrania en la misma y no permitir que se le disgreguen territorios.

Nosotros deberíamos prestar atención a esa forma de comportarse.

El caso de Crimea constituye un foco de perturbación -de la situación internacional- entre los occidentales europeos y los rusos, de alcances difíciles de predecir. Allí, ambos, ya guerrearon entre 1854 y 1856, por razones estratégicas no muy diferentes a las actuales. En aquella oportunidad, sobre centenares de miles de muertos se firmó la paz en París, con duras condiciones para los moscovitas. En todas esas situaciones, transitadas por Crimea, no se plantea su independencia real, sino de cómo va cambiando de manos, acerca de quiénes son sus padres, si los intereses occidentales o los de la renaciente Rusia.

Dicho lo anterior cabe otra reflexión sobre lo que está aconteciendo en varios sitios de Europa. En medio de la actual crisis, sufre la presión de otros referéndums independistas, con raíces en cuestiones ancestrales que –en estos tiempos de “vacas flacas”- son realimentados por razones económicas. Es por eso que en la mayor parte de los casos se trata de las regiones más ricas que parecen no estar dispuestas a pagar la crisis de sus antiguos connacionales más pobres. En Cataluña, la región industrial por excelencia de España, se preparan para votar el 9 de noviembre su independencia. Pero antes, el 18 de setiembre, se votará en la rica Escocia, para saber si esta región deja de pertenecer o no al Reino Unido, del que forma parte junto a la Gran Bretaña. Los separatistas flamencos, que controlan un tercio del territorio pero aportan el 60% del PBI de Bélgica, quieren abandonar el sur francófilo y proclamarse independientes. El norte rico de Italia, Milano y el Tirol profundizan sus presiones tras una independencia, cansados –dicen ellos- de financiar a los pobres del sur italiano.

Juan Guahán, Question

 

 

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