Luces que se apagan entre aquellos sin luces

1.120

Lagos Nilsson.

Hacia 1996 irrumpió en el panorama político internacional un libro que conforma una teoría: el choque de las civilizaciones; pero maese Huntington en rigor no produjo algo nuevo, la idea de nosotros razonables y ajustados a derecho y moral frente a otro peligroso, agresor, ignaro — cuya lengua resulta ininteligible y por tanto es  bárbaro— era vieja en la historia de los pueblos tres años antes, en 1993, cuando el historiador anticipa su teoría en la revista estadounidense Foreign Affairs.

Ni siquiera encontrar al enemigo en el Islam resulta novedoso: entre fines del siglo XI y fines del XIII lo que hoy es el oriente cercano —para Europa— fue territorio de masacres para el comercio, masacres disfrazadas de fe religiosa: Las Cruzadas, como hoy las masacres se visten de fe exportadora de democracia.

Las culturas engendran civilizaciones en tanto las naciones levanten ciudades y se basen en la explotación de la naturaleza y de sus semejantes; según la tecnología disponible será mayor el daño a lo silvestre (el ambiente natural), y menos directa —pero no menos brutal— la de las personas (el ambiente social). tarea que para algunos cierra el ciclo de la domesticación del ser humano; en adelante todo será conformismo o rebeldía.

En América, por ejemplo, recién en la segunda mitad del XIX terminó de abolirse por completo la esclavitud (Estados Unidos y Brasil) y recién a comienzos del XXI comienza a cobrarse conciencia de que no es —humanamente— mejor que la del esclavo la situación del asalariado allí donde ésta última se muestra globalmente desnuda.

Retrocediendo por las eras humanas es fácil ver que las diferencias entre los primeros Estados o entre éstos y aquellas culturas que conocían a medida de su expansión corregía fronteras o estallaban guerras por la supremacía de uno sobre el otro cuando no invasiones civilizadoras, en realidad anexiones territoriales por apoderarse de una u otra riqueza ya en explotación o por explotarse.

La expansión que devino en imperio de los reinos de Castilla y León no es torpeza pensar que inició la transición hacia el capitalismo global de nuestros días.

Resulta lógico pensar que el ejército ganador lo es porque refleja la superioridad de la sociedad organizada que lo alimenta. Y que la refleja. Refleja determinadas, y por tanto acotadas (no se piensa en acotadas), superioridades —generalmente tecnológicas orientadas hacia la conquista—. Tenochtitlán era, a la invasión española (¿cuan "española" fue la caída de los aztecas? ¿Acaso no comenzó en Tabasco, luego de la batalla de Centla, cuando Cortés recibió, entre las 19 mujeres que se le dieron como tributo a una joven que hablaba náhuatl, por otra parte su lengua materna?), era, decíamos, sin duda una ciudad mayor, más hermosa y mejor organizada que cualquier lodazal europeo de entonces.

Cuando se pasa a cuchillo a sus principales y se queman y arrasan viviendas y templos y se hace liviana para matar la mano conquistadora —como pasó con los pueblos africanos poco después y más o menos contemporáneamente en el incanato— tiende a creerse que eso de "somos superiores" y tenemos derechos naturales a mandar y hacer lo que nos de la gana es un apotegma histórico. Contra ese apotegma se levantan las naciones originarias de América mestiza.

Los mapuche son una nación originaria.

Mientras se escriben estas líneas un grupo de dirigentes mapuche cumplen 78 días sin comer. Pero no: respetables fueron los ayunos de Gandhi, incomprensibles y a lo sumo porfiados el de estos 34 guerreros —cuyo pueblo lleva más de 125 años intentando el diálogo desde que fue arteramente acorralado por dos ejércitos: el argentino allende Los Andes y el chileno en la vertiente occidental de la Cordillera.

Los parlamentos y acuerdos firmados fueron cumplidos por los Estados genocidas con bala, alcohol, tuberculosis, viruela, corrimiento de cercos, destrucción del ambiente y toda la parafernalia de la institucionalidad winka al servicio de su sojuzgamiento.

En setiembre de 2010 nada ha cambiado y el Estado de Chile —sus autoridades y representantes— sigue sin comprender con quién habla, sin saber verdaderamente qué se podría hablar y sin identificar a ese extraño que lo demanda.

Insiste en un concepto de gran torpeza, producto de la ignorancia que cultiva para beneficio de la opinión pública manipulada: que sentarse a una mesa del diálogo con "los mapuches" es como una discusión quizá con un sindicato: tres o cinco dirigentes que representan legítimamente una masa de afiliados. No funciona así la institucionalidad de un pueblo que no es —ni quiere convertirse— en esa lucubración europea de Estado-nación.

Una antigua ley moral referida al valor del guerrero sostiene que si es tonto luchar con un igual (a qué hacerlo, si tenemos la misma fuerza) resulta inmoral ir as la guerra contra un enemigo más débil (porque la victoria está asegurada), de tal manera que sólo se ha de pelear contra un poderoso que avasalle e ir a la batalla con respeto y previamente vencido el temor.

Hoy, 27 de setiembre, una asamblea de lonkos respetables en las proximidades de Temuco, en la llamada Araucanía profunda, declararon que acababan con el reconocimiento que habían otorgado al sistema de administración de justicia chileno (el lonko —varón o hembra— es el vocero, consejero, en fin, de una comunidad; grosso modo una comunidad puede asemejarse a un clan en tanto sus integrantes son libres para decidir lo que más convenga a sus intereses).

Por su parte los que en cinco cárceles continúan su huelga de hambre han manifestado que sí, que hablarán, pero con los representantes del Estado chileno. Con velocidad cunde la sorpresa en el gobierno: el Estado son poderes diversos, la Presidencia de la República es sólo uno de ellos, no puede llamarlos a compartir. Con estulticia y sin ninguna vergüenza se agregó: hemos hecho todo lo posible en la esfera del gobierno. Pero los planteamientos mapuche y el cómo lo expresan son un asunto de Estado, no meramente administrativo-policial, judicial, legislativo

Mientras y paralelamente un diputado de gobierno —cuyo nombre ni merece recordarse— esparció, sin entregar antecedente alguno, que los huelguistas reciben alimentación de modo subrepticio. Todos ellos han perdido peso en forma alarmante, informa el personal hospitalario que los examina y quienes los han visto, incluido el arzobispo católico de la ciudad de Concepción, que intentó facilitar el diálogo entre las comunidades y los enviados presidenciales.

Todos los ayunantes, cada cual de acuerdo a su constitución física y edad, han entrado en la fase final de la huelga de hambre; incluso si la dejaran hoy mismo arrastrarán secuelas de por vida. Son como ciudades cuyas luces se apagan una a una. Saben que se hundirán en la oscuridad, ojalá sepan también que esa oscuridad —que los llevará hacia el occidente, hacia sus ancestros— no se parece en nada a la que tienen en su alma aquellos que los obligan a morir —y se les paga por ello.
 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.