Madres, hermanas, mártires. – NUEVO ROL DE LAS MUJERES PALESTINAS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Esa grabación es el último mensaje de Fatma al-Najar, viuda, abuela, matriarca de una extensa familia. Poco después se convirtió en la mayor de las que se suicidaron al hacer estallar una bomba entre sus enemigos. «Soy Fatma al.Najar, una mártir viviente». había dicho, ensalzando al brazo armado de Hamás, su política y su lucha.

Tuvo palabras para su familia. A sus hijos «que vayan a la mezquita y oren», a sus hijas que «sobrevivan, no lloren, siempre brinden dulzura». La grabación se detiene; cuando vuelve a empezar ella mira a la cámara, detrás todavía vemos la bandera verde y las insignias de Hamás. Una voz «en off» la estimula a decir algo más. «No sé qué más decir». Sonríe nerviosa. La grabación se interrumpe.

Pocas horas después esta mujer de 70 años se encuentra en el campo de refugiados de Jabaliya, al norte de la franja de Gaza; son los últimos días de una fuerte incursión del ejército israelí. Camina hacia un grupo de soldados. Le dan la voz de alto. Uno de ellos piensa que tiene aspecto sospechoso y le arroja una granada de estruendo. Ella detona el cinturón con explosivos que le ciñe el cuerpo. Voló en pedazos y tres israelitas quedan con heridas leves.

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Se cuenta sólo un puñado de mujeres entre las 120 personas que actuaron como bombas humanas en Palestina en los últimos años; sus nombres están escritos en las cales de Gaza como parte de del folclor del martirologio. En las últimas semanas, sin embargo, se observa una notable inyección femenina en la lucha. Es una sociedad conservadora y patriarcal en la que la militancia armada ha sido tradicionalmente asunto de varones.

La cosas están cambiando.

Tres semanas antes del sacrificio de Fatma, cientos de mujeres –casi todas simpatizantes de Hamás– plantaron caras al ejército de Israel en la ciudad de Beit Hanoun para impedir la captura –y la muerte– de un grupo de hombres acorralados en una mezquita (información en Piel de Leopardo aquí). Dos resultaron muertas, pero los combatientes fueron liberados.

Pocos días después Mirvat Masoud, de 18 años, estudiante universitaria se voló a sí misma cerca de un grupo de soldados israelíes, también en Beit Hanoun. Y luego cientos de varones y mujeres se instalaron en las casas de combatientes por la liberación de su país en abierto desafío al Estado judío, que tenía previsto bombardearlas. No lo hizo.

Las acciones de las mujeres palestinas son entendidas como un desafío al poder israelí. Al velorio de Fatma al-Najar –en su domicilio– acudió el primer ministro del gobierno de Hamás, Ismael Hanijé y otros integrantes del gabinete. Hamás cubrió los gastos del funeral.

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La familia de Fatma –dejó 10 hijos: ocho varones y dos mujeres, todos a su vez con hijos y aún nietos– tiene una larga historia en los anales de la resistencia. Mucho de sus hijos conocen las cárceles israelitas a raíz de la Intifada de 1987; la casa familiar ha sido bombardeada y reconstruida. En la segunda Intifada, en 2002, uno de sus nietos murió en combate. Algunos militan en Hamás, otros en Al Fatá. Antes de partir al campo de refugiados la abuela hizo pan. No comentó su plan. Sus restos se enterraron en el arenoso cementerio local.

Fatma al-Najar había estado en la defensa de la mezquita de Nasr, en Beit Hanoun. Su hija Fatiya, que la acompañó, dijo que «fue algo normal. Teníamos que proteger a nuestros mujaidines». La situación de Gaza sitiada por Israel es de extrema pobreza e inseguridad.

Una de las dirigentes del movimiento es una mujer soltera de 50 años, Jamila Shanti. Integra el congreso palestino y es profesora de filosofía en la Universidad Islámica de Gaza. Milita en el ala más radical de Hamás. Ella organizó el rescate de los combatientes en la mezquita de Nasr. «Hicimos algo que nuestro gobierno no podía hacer: enviamos un mensaje al mundo», dijo. «Las mujeres palestinas nos sentimos lo suficientemente fuertes para hacer cualquier cosa, lo suficientemente fuertes para tener un rol importante en el conflicto».

Los cinco meses de operaciones en Gaza del ejército israelí no consiguieron el objetivo de liberar el cabo hecho prisionero por fuerzas palestinas en junio. Costaron la vida de al menos 375 palestinos y de cinco soldados. Entre los palestinos muertos figura la cuñada de Jamila Shanti, asesinada en las proximidades de su casa. La vivienda de Shanti, pocos días después, fue convertida en escombros por un tanque. Ella no estaba ahí.

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Lo cierto es que las mujeres palestinas tienen una larga tradición de lucha y liderazgo, que se remonta a tiempos anteriores a la fundación de Israel; la novedad sólo está en que asuman ahora el papel de bombas humanas. La extrema e ineficiente crueldad israelí en cierto modo estimula la participación militar femenina entre los palestinos –que, por otra parte y en términos mayoritarios, son partidarios de la paz–.

En el poblado de Beit Lahija el seis de noviembre de 2006, alrededor de la siete de la mañana, un obús israelí hirió de muerte a la maestra de 24 años Najwa Kalif, que se encontraba en el microbús de transporte escolar junto a sus dos hijos y otros chicos. El comando militar judío argumentó que había disparado contra guerrilleros. Los profesores afirmaron que en la escuela no los había. Sólo había maestros y alumnos de corta edad. El ejército judío de ocupación –dijo una maestra– no distingue entre niños y combatientes. Sólo Al Jazira registra hechos como aquel. Para occidente probablemente no pasen de lamentables errores.

Demasiados errores.

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Periodista del diario británico The Guardian.

Esta es una versión parcial e incompleta del informe sobre las mujeres en la guerra de Palestina por su liberación, que puede leerse, en inglés, aquí.

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