“Nunca segundas partes fueron buenas” es un proverbio ya inmortalizado, que Miguel de Cervantes puso en boca del bachiller Sansón Carrasco en el cuarto capítulo de la segunda parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Lejos de aludir a la continuación de series o películas -inexistentes por aquel tiempo en su formato actual- la mención del escritor español imputa de modo socarrón de plagio a la novela apócrifa escrita por un tal Alonso Fernández de Avellaneda, seudónimo del autor que publicó en 1614 un «Segundo tomo” de la obra en cuestión.
Más allá de las contiendas literarias o de las pantallas -que continúan siendo un escenario fundamental donde se dirime el intento de influir fuertemente a las pasiones humanas- una corte de aduladores trata hoy de emular discursos políticos irracionales y violentos para polarizar a las poblaciones y captar su descontento.
El “comeback” del millonario Trump a la presidencia estadounidense, en fila con el avance de fuerzas de la ultraderecha en distintos lugares del mundo, ha servido a personajes histriónicos para saltar a la primera plana de la palestra política. Su discurso estridente, supuestamente antiestablishment, ha permitido a estos émulos ganar adeptos y, sobre todo, ha logrado hacer parecer razonable una lógica hasta entonces marginal y detestable.
Pero, como dice el dicho, “nunca segundas partes fueron buenas”… sobre todo, si la primera es horrenda.
El derrumbe sistémico
Hay coincidencias significativas entre el otrora actor de películas B, Ronald Reagan, el comediante ucraniano Volodimir Zelensky y el comentarista televisivo de barricada Javier Milei, por solo citar algunos ejemplos. No solo los une su signo político de ultraderecha, sino también el haber llegado a una situación de conocimiento público mediante su exposición en pantalla.

La explotación del fenómeno de la antipatía hacia la “casta política”, como un coto cerrado alejado de las necesidades populares, también llevó a la primera magistratura a Nayib Bukele y al ex capitán de paracaidistas Bolsonaro. Sin embargo el perfil de “outsiders” de la política no encuentra asidero en la realidad. El salvadoreño fue alcalde de Nuevo Cuscatlán y de la capital San Salvador por el FMLN previo a ganar las elecciones de 2019 con un perfil de político “cool”.
El brasileño, por su parte, fue diputado federal por el Estado de Río de Janeiro durante veintisiete años, entre 1991 y 2018. Una trayectoria semejante a la del actual pretendiente de la ultraderecha al cargo presidencial en Chile, Antonio Kast, quien desde 1996 ocupa cargos públicos como concejal primero y luego como diputado, hasta la actualidad.
La abierta animosidad del actual presidente estadounidense contra los periodistas y gran parte del sistema mediático corporativo, reflejada en el dicho muy popular entre sus seguidores “No odiamos lo suficiente a los periodistas”, fue reproducida de manera idéntica por el presidente argentino en la red X el 30 de Abril, en una controversia con el periodista Nacho Girón.
La imitación no queda solo en el modo de actuar y decir o en la comunicación casi exclusiva a través de redes sociales afines, sino que se traslada a la acción. Basta comparar el intento de la turba que asaltó el Capitolio en Washington el 6 de Enero de 2021, un par de meses luego de la derrota electoral de Trump, con el intento casi calcado dos años después, cuando partidarios de Bolsonaro tomaron el edificio del gobierno federal en Brasilia en un claro intento golpista.
Las coincidencias entre estos representantes reaccionarios no terminan ahí, ni tampoco son casuales, sino estrategias surgidas de centros de “pensamiento” financiados por los intereses de corporaciones de negocios.
Más allá de estos paralelismos relativamente superficiales, la aparición de figurantes -extra, comparsa, según el diccionario realista de la lengua española- es históricamente habitual en tiempos de derrumbe sistémico.
El trasfondo está dictado, como en otros períodos históricos, por un cataclismo en la estabilidad de un sistema con evidentes signos de desgaste senil. Los pueblos perciben crecientemente la enorme distancia existente entre las promesas de la democracia maniatada por el capital y sus necesidades y expectativas.
Por eso es que, pese a su aparente radicalidad, la pose de las actuales derechas no tiene otro fin que mantener los esquemas existentes. Como en otros tiempos, uno de sus propósitos es desviar la atención de los actores centrales de la trama, que no son otros que los especuladores financieros ocultos tras las bambalinas del teatro del poder formal.
Pero si estos impostores llegan por descuido y justificada rabia popular a ocupar ciertos sitiales en el tablero político -ejecutivos, legislativos y hasta judiciales- entonces se acelera el saqueo y se desvanecen rápidamente las esperanzas de un cambio positivo para las mayorías. Junto a ello, comienzan a desaparecer derechos construidos en largas luchas.
Estos períodos, por fortuna cada vez más cortos, son básicamente retardatarios. Es decir, no logran impedir, sino apenas demorar por un tiempo el avance de la especie hacia una mayor equidad y ampliación universal de posibilidades.
Desde una mirada más extendida, la historia no se detiene. El capitalismo surgido de la rebelión de la pequeña burguesía artesana contra las monarquías y aristocracias cortesanas, ha mutado hacia un corporativismo financiero concentrado y globalizado, que por su propia lógica y a pesar de su poder, no puede acompañar el crecimiento de las aspiraciones humanas hacia una mayor igualdad de oportunidades y un nuevo estilo de colaboración planetaria.
Es por tanto previsible, más allá de las triquiñuelas que el mismo sistema ensaya para perpetuarse, entre las cuales se cuenta el momentáneo ascenso de la ultraderecha a posiciones de poder formal, que profundos cambios se produzcan en los próximos años.
Es el deseo de un mundo más justo y menos violento que anida en las mayorías, aunque hoy movido por una comprensible irritación, esté revestido de las muecas crueles y groseras de algunos referentes del odio, el que llevará las cosas a buen puerto.
Lo nuevo bajo el sol
Observando correctamente el panorama, ya afloran los nuevos brotes de un mundo diferente. En el terreno geopolítico, los pueblos, cada uno a su manera y desde sus raíces, van intentando despojarse de siglos de aplastamiento cultural. La rebelión antiimperialista todavía no se nutre de imágenes de futuro, sino de una memoria imaginada, es aún eminentemente reactiva y en la mayor parte de los casos, paradójicamente conservadora.
Las facetas autoritarias o represivas de los nuevos polos emergentes, son todavía la respuesta refleja al desequilibrio de un viejo sistema-mundo. Sistema que amenaza, por todos los medios posibles, con sepultar los esfuerzos de superación de la preeminencia de unas pocas naciones colonialistas, que no aceptan que su tiempo de dominación ha terminado.
No estamos en condiciones de decir si este paso de apertura civilizatoria podría ocurrir de otro modo, menos rígido y más amable. Pero estamos seguros que, en la medida en que el tiempo equilibre la balanza hacia un poder más distribuido entre las distintas culturas, serán las nuevas generaciones, protagonistas de ese gran cambio, las que pongan en entredicho la violencia misma surgida de antiguas dialécticas.
Estos jóvenes del mañana, ahora todavía infantes, no aceptarán ciegamente dictámenes, lemas o paradigmas acuñados en anteriores luchas y volverán la espalda, una vez más, a quienes defiendan caducos órdenes. Es posible entonces que el concepto de libertad, hoy tan manoseado por los malos impostores, recupere su verdadera esencia, convirtiéndose en liberación y asumiendo su real carácter de libertad colectiva, de evolución, inclusión y no violencia en el más amplio sentido.
* Investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas, organismo del Movimiento Humanista y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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