La reunión en la Casa Blanca entre el presidente Donald Trump y el alcalde electo de Nueva York, Zohran Mamdani, se convirtió en un hecho político que con interpretaciones muy diversas.
Durante la campaña electoral, Trump había dicho que Mamdani era un “lunático comunista al 100 por cien”, amenazó con recortarle los fondos federales, con arrestarlo si desobedecía a las operaciones de inmigración federal e insinuó que podría estar ilegalmente en el país dado que nació en Uganda, aunque es ciudadano estadounidense.
Mamdani siempre atacó a Trump por cuestiones políticas evitando las descalificaciones de índole personal, incluso cuando le dijo fascista. Lo que causó más revuelo fue cuando dijo que los impuestos de los ciudadanos financiaban el genocidio en Gaza apoyado por el gobierno de los Estados Unidos.
Ya sabemos que Trump es impredecible: puede alternar una retórica dura y amenazante con elogios. Así fue con el presidente chino Xi Jinping, con el ucraniano Volodimir Zelenski o con Lula da Silva. Por eso no sorprende el trato cordial hacia Mamdani en la reunión del 21 de noviembre.
Es evidente que ambos tienen diferencias ideológicas que los sitúan en las antípodas, pero también saben del importante lugar que ocupa el otro y no pueden ignorarlo. Trump juega a nivel global y Mamdani lo hace a nivel local, al frente de Nueva York, la vidriera social de los Estados Unidos.
A pesar de las diferencias y la retórica de semanas atrás, el encuentro y la posterior conferencia de prensa fueron cordiales, incluso amistosos. Hicieron hincapié en las coincidencias, pese a que los dos saben que éstas prácticamente no existen. Trump incluso dijo que no lo quería dañar, sino que estaba dispuesto a ayudarlo.
Mamdani es joven, aunque está lejos de ser ingenuo.
La invitación a la Casa Blanca irritó a muchos de los seguidores de Trump, que quedaron descolocados por el tono amigable que le dispensó a quien venía atacando. En las redes sociales, los más extremistas no ocultaron el enojo de ver a su líder sonriendo al lado del “yihadista-comunista”, como suelen llamarlo.

En toda reunión entre colosos enfrentados se intenta saber qué ganó cada uno. Los sectores más conservadores y el lobby proisraelí manifestaron su disgusto de ver cómo en la Casa Blanca se habló del genocidio del Estado de Israel en Gaza, cuando justamente persiguen e intentan silenciar todas las voces críticas a Israel.
El que trató de calmar las aguas en las filas extremistas fue Steve Bannon, el histórico estratega de Trump, al afirmar que “lo dejará colapsar porque es un yihadista marxista” y que lo que parecía una sonrisa era en realidad “una mueca”; una forma sutil de decir que se estaba burlando del joven alcalde y que trataría de hundirlo.
La victoria de Mamdani alteró el equilibrio político bipartidista en el país. Por eso no es casual que Trump lo invitara a la Casa Blanca, ya que es consciente de que este joven socialista puede generar un movimiento mucho más amplio que el partido “Socialistas Democráticos de América” de (DSA por su sigla en inglés) de donde proviene Mamdani.
El DSA, todavía poco conocido por la mayoría de la sociedad, nació en 1982 a partir de la fusión de pequeños grupos que habían sido muy activos contra la guerra de Vietnam, vinculados a los derechos civiles, al movimiento feminista, a la lucha por el derecho a viviendas accesibles y contra las guerras impulsadas por Estados Unidos. 
El ascenso del senador Bernie Sanders en las elecciones presidenciales de 2016 le dio un fuerte impulso porque el DSA funciona a modo de un partido independiente, pero apoya a candidaturas progresistas dentro del Partido Demócrata. Para 2017, el DSA ya se consideraba la organización socialista más grande del país desde principios del siglo XX. En ese contexto apareció Mamdani, que representa una nueva generación que combina activismo de base, identidades diversas, y una agenda progresista amplia que va desde mejorar los servicios públicos hasta la justicia social.
Al conocerse el triunfo de Mamdani la dirección del DSA se expresó de manera muy clara: “el pueblo derrotó a la oligarquía; la clase trabajadora derrotó a las grandes corporaciones; el Socialismo Democrático derrotó al status quo del Partido Demócrata. Esta elección demuestra que las ideas socialistas democráticas son populares y que la gente organizada puede derrotar el poder del gran dinero. Zohran no tuvo miedo de decir con valentía lo que sus votantes y la mayoría de los estadounidenses creen: que Palestina debe ser libre y que Estados Unidos no debe ser cómplice del genocidio de Israel”.
La campaña electoral de Mamdani movilizó a más de 100.000 voluntarios por fuera del establishment del Partido Demócrata que observaba de qué manera el demonizado joven musulmán e hijo de inmigrantes iba consolidando su propia estructura y un movimiento que tiene toda la intención de expandirse a todo el país.
Trump no es ingenuo. Puede despreciar a cualquiera que tenga un atisbo de progresista, pero ha demostrado tener un gran olfato político. Y su olfato seguro le dice que el movimiento que impulsa Mamdani puede ser una amenaza para los negocios de los multimillonarios que representa.
Por eso lo recibió en la Casa Blanca.
* Sociólogo y periodista argentino
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