Maradona y el Olimpo

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Escribo para Diego Maradona: por hacernos felices. Por ser él quien -desde la danza cósmica- es émulo de Prometeo. Por ser del estuario del Río de la Plata.

A veces no lo creo… Aún dormita en mi esa imagen de Diego. Era apenas unos años menor que yo, y parecía que su potencia física lo distanciaba del deseo cien mil años. Lo sentía lejos de las especulaciones, de las envidias que codiciaban las habilidades de sus piernas, sus brazos; de «la mano de dios». Lo sentía lejos, como se siente a los dioses. Lejos como se siente a dios. Lejos, como la lejanía.

fotoEl desastre, lo pedestre, lo brutal de la envidia.

Había sido lanzado al cielo, como un astro, como la luz de Venus en la madrugada, como el afán de un pueblo sin destino que ilumina con una voluntad algún futuro incierto e inestable.

Le tocó cumplir esas promesas y lo hizo. No sé por cuanto tiempo, pero fue el suyo, que fue también el nuestro. Quizás, el único intocable.

No quiero hacer descargos, sólo quiero dar el testimonio de mi amor.

Somos, los argentinos, un pueblo que construyó mitos a lo largo del siglo XX. Gardel, Evita, El Che, Maradona. Somos generadores de culto, con una salvedad: nuestros mitos populares se han convertido en universales. Óperas, poleras y las mil macanas que eligen para embestirnos. La calidad de las distancias, el adiós a los olvidos y la incapacidad de sentirnos derrotados es lo que nos mantiene todavía.

Cuando veo a Maradona absorbiéndolo todo con color de jazmines, en eso hay algo de nostalgia. Entonces me detengo y me digo: es hijo del Olimpo, bebe del néctar y la ambrosía que los dioses le obsequiaron.

fotoIgual que Prometeo, él pagará sus cargos. Nada de esa dote, se regala a los hombres. Son sitiales tremendos que obtienen los demiurgos.

Costos siempre se pagan, él paga uno muy alto; aún lo está pagando. Quizás el precio que pide el populacho, hoy convertido en las sórdidas huestes mediáticas del orbe. Pero yo me permito y pido desafiar hasta a Homero y Sófocles. Tan sólo le pregunto al mito. ¿O es que acaso necesito citarlo?

Mirándolo desnudo en una orgía, creo que es un fauno del bosque, grotesco en su hermosura, batiéndose en el brutal erotismo de la obscenidad.

Sí, siento la derrota de quien alcanzó el cielo, como el bailarín de Niezstche; y lo deseo eterno como un solo de violín del sordo Beethoven, dueño del sueño de una noche de verano.

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* Antropóloga argentina.

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