Mario Monasterio* / Quilicura, de la quietud a la efervescencia

3.069

Al finalizar la década de los 40, la zona norte de Santiago era una región absolutamente agrícola. Entre Quilicura y Colina una antigua carretera veía noche a noche el transitar de carretones que se dirigían hacia la Vega Central, los campesinos estaban familiarizados con el fundo San Ignacio, El Molino, el conocido Puente Verde, desde allí venían los canales de regadío entre flores silvestres y sauces llorones. Hoy es parte de nuestro patrimonio social.| MARIO MONASTERIO CALDERÓN.*

 

La comuna de Quilicura, recibía el progreso y los avances tardíamente. No podía ser de otro modo. La carretera era la única ruta que conectaba a sus habitantes con la ciudad de Santiago; justamente a la salida del pueblo un letrero anunciaba esto: Santiago a 12 kilómetros.

 

No era fácil desplazarse, nadie podía vivir a otro ritmo que no fuera el que esta tierra tenía. No había espacio para la prisa y las urgencias ni siquiera estaban consideradas. A 12 kilómetros de Santiago, rodeada por cerros y con una única ruta central, nadie podía considerar en sus planes el ir o venir apresurado.

 

El progreso venía lentamente porque todo era lento. El único vehículo de transporte público iba y venía con una frecuencia de una hora o más; era un largo recorrido, dejando y tomando pasajeros, vecinos que traían sus canastos, sus frutas y sus enseres. Una vieja micro, de multiplicidad de olores unía la capital de Chile con el pueblo. Eran doce kilómetros que a veces significaban más de dos horas.

 

Hoy parece una novela, pero efectivamente el casco de los caballos era el único ruido que traía la noche y era el sonido monótono de la madrugada que despertaba a los lugareños.

 

Sin embargo el clima de amistad y de solidaridad era casi irreal. No había mucha posibilidad de adquirir  un periódico o una revista. Eso había que comprarlo «en Santiago”. El pueblo no necesitaba informaciones. Las noticias venían de boca en boca y de cuadra en cuadra y se estacionaban entre los más viejos.

 

Los gobiernos liberales o conservadores se sucedían uno tras otro y nuestros campesinos y vecinos, creían sin más trámite, lo que sus políticos le comentaban. No es de extrañar entonces, que los gobiernos locales, los alcaldes y regidores, turnaran sus aspiraciones y no es difícil suponer que los acuerdos se tomaban en encuentros familiares, en paseos por el fundo o en veladas sociales.

 

Con la efervescencia de los movimientos sociales, con los ecos de lo que sucedía en el mundo, Quilicura, fue sorprendida por aires nuevos y revolucionarios, el clamor que traía el movimiento de los trabajadores. Y lejos del mundo, en este extremo del planeta, hombres estudiantes y mujeres modificaron sus lenguaje. Los términos de igualdad, justicia, explotación, organización popular, unidad proletaria, expresiones que nunca se escucharon, empezaron a sonar en forma cotidiana.

 

En el año 1967, la lucha política se extendió hasta la apacible Quilicura. Un ajetreo de proclamaciones y encuentros no dio tregua.
La lucha por el Gobierno de Chile se daba a tres bandas y fuera de esto, no existía nada más: La izquierda, denominada como comunistas, la derecha, reconocida como momios y los desprestigiados demócratas cristianos.

 

En el pequeño pueblo los muros, que se pintaban cada año para esperar las fiestas de septiembre, se tapizaron ahora con los colores y nombres de los candidatos: Allende, Alessandri y Tomic. Todo tenía el perfume y el sello de la contienda política.

 

Y allí estaban nuestras familias.

 

Numerosas familias constituyeron la hegemonía de la comuna. Las familias, notoriamente antagónicas en cuanto a posición y estabilidad social, convivieron sin ningún conflicto por muchos años.

 

Las familias de gran estabilidad económica estaban concientes de su rol y de su condición. Respetaban a los pobres, porque su riqueza y opulencia dependía de ellos.

 

Las familias pobres y de escasa condición vivían diariamente sus limitaciones, estaban concientes de ello, había ricos y pobres, patrones y trabajadores. Ese era el escenario de la vida y cada niño que nacía comprendería este fenómeno. La vida cotidiana continuaría así y la convivencia no se alteraría.

 

Los apellidos que conservó la historia están vinculados a la casta de mayor opulencia y de grandes recursos económicos y financieros. El pueblo, desde siempre identificó a estas familias: Romo, Lira, Sarmiento, Gómez, Cooper, Escobar, Zegers, Barzelatto y otras.

 

En la otra vereda estaban las familias de trabajadores que el pueblo reconocía y que son ni más ni menos los constructores de la cultura de la comuna de Quilicura. Nombres que no aparecen en el registro de la historia. Sin embargo hasta hoy subsisten y han dejado huellas entre sus parientes cercanos o lejanos.

 

 

Las familias Briceño, Ordóñez, Trejos, Morales, Valladares, Ulloa, Olea, Monasterio, Garrido, Robles, Valenzuela, Contreras, Larenas, Palacios, Guajardo y muchísimas más.

 

Era el aspecto rural de la comuna lo que constituía su atractivo. Una carretera central unía el pueblo de Quilicura con la carretera a Santiago. Prácticamente desde su fundación, en agosto de 1901, la idiosincrasia de esta zona no tuvo alteraciones. Una tierra hermosa y fecunda entregaba cada año las cosechas a sus campesinos y agricultores. De gran aceptación eran sus melones, sandías y zapallos. Contaba con viñedos y huertas frutales que abastecían el comercio de la capital.

 

Zona fundamentalmente campesina, en que el tiempo se detuvo durante décadas. Las calles en su mayoría más bien eran callejas con muy poca iluminación, con un tráfico vehicular limitado y con gran presencia de carretones y caballos.

 

Hacia la década de los años cincuentas la población no superaba los 35.000 habitantes, gente que desarrollaba sus actividades campestres y que en alguna pequeña proporción se dedicaban al comercio y a la vida artesanal.

 

La comuna tenía algunos sectores bastante definidos que delimitaban una antropología propia. Es interesante este detalle pues los barrios que se formaron ayer , hoy no tienen vigencia debido a lo heterogénea de la población. Pero estos barrios antiguos están aún en el corazón y en el recuerdo de muchos vecinos:
La estación, Las parcelas, Lo Campino, San Francisco,  El pueblo,  San Luis, Santa Luisa, Lo Echevers, Fundo Marcoleta, Fundo lo Cruzat, Fundo el molino, Fundo lo Zañartu, San Ignacio, Bascuñan.

 

En torno a estos barrios, se genera toda una cultura, una forma de ser, una autenticidad y cada sector competía con los otros en muchos aspectos: en el deporte, en la participación religiosa, en las festividades comunales. El Quilicura de ayer, de los años cuarentas, cincuentas o sesentas, representaba en esencia nuestra historia. En todo caso, no eran muchas las instancias y espacios para la reunión de los vecinos, de tal manera que la población de Quilicura, era más bien pasiva y quieta.

 

Algunas de las personas laboraban fuera de la comuna y salían tempranamente «hacia Santiago», la ciudad que si tenía otras posibilidades de trabajo.

 

El deporte, más bien el fútbol, la Iglesia y muy a lo lejos las festividades nacionales, reunían a los vecinos en algunos de los sectores mencionados. La locomoción no favorecía la vida rápida o agitada, más bien retardaba todo. Uno que otro bus, durante el día hacía el trayecto hasta Mapocho.

 

Antes de eso hubo micros a las que los lugareños llamaban «góndolas».
Es muy anecdótico al observar la película El circo Chamorro como una de esas góndolas transportaban a los vecinos, comerciantes y gentes del pueblo.                    

 

Los vecinos de aquella época, contaban sólo con dos establecimientos educacionales. En el pueblo, la Escuela 165 y en la estación, la Escuela número 32. No había posibilidad de estudios secundarios, esos colegios se encontraban desde la Avenida Independencia hacia el centro.

 

Un viejo cine con capacidad para ciento cincuenta personas ofrecía películas mexicanas los días sábados por la noche y una matinée los domingos a media tarde.

 

El fútbol suscitaba el interés del pueblo. Cada antiguo barrio tenía un club representativo.

 

Los servicios para la comunidad eran escasísimos: la Municipalidad, la oficina de Correos y Telégrafos, el cementerio, una central telefónica, una compañía de bomberos, un retén de Carabineros, voluntariado de Cruz Roja y nada más. Recién en el año 1967, se fundó el primer policlínico en Quilicura. Todos los trámites se efectuaban en Conchalí, lo más cercano a nosotros.

 

El sistema vial no representaba ningún problema. Bastaba la calle Manuel Antonio Matta para satisfacer las demandas de los transeúntes, caballos, carruajes, bicicletas y automóviles. Muchos años hubo de pasar para que en Quilicura se instalara el primer semáforo.

 

De vez en cuando, como ocurría en la mayoría de los villorrios aparecían los vendedores ambulantes que ofrecían a los campesinos vestuario y utensilios con algunas facilidades de pago. Ellos utilizaban de preferencia triciclos y bicicletas.

 

Pero algo ocurrió para que todo se trastocara.

 

Al parecer, dos fueron las causales para que este panorama sufriera un cambio sustancial. Por una parte, los planes de descentralización del gobierno de Chile en relación a los programas de vivienda y la recuperación de la democracia y los nuevos conceptos para el diseño del plan regulador.

 

A partir del año 1990, la imagen de Quilicura, que estaba en la retina turística como una tierra de aspecto provinciano, casi rural, fue modificada en su esencia y consolidó un proceso que incipientemente se había iniciado unos años antes.

 

En efecto, la primera villa que rompió la monotonía de los antiguos barrios fue justamente la Villa S. Gildemeister, que se ubicó en el sector de las parcelas al término del año 1964. La antigua denominación se vio forzada a incluir un nuevo sector poblacional y los vecinos de la época le llamaron «la villa». Luego vendría la población María Ruiz Tagle de Frei, que pertenecía a los programas de operación sitio, tratados en este mismo libro[1]. Más tarde fue conocida como «el Mañío».

 

Uno a uno se fueron introduciendo nuevos barrios o sectores en conformidad a la expansión territorial: Villa Eugenia, Villa Arturo Prat, Villa Huelén, Villa Sodimac, Villa Recsa, Villa las tres Puntas. En la década de los noventas, llegaron masivamente nuevos vecindarios y nuevos quilicuranos. La población se multiplicó rápidamente y la cifra de habitantes se alzó a más de noventa mil.

 

Con asombro y con nostalgia los antiguos vecinos se dieron cuenta que el Quilicura de antaño, se desmoronaba y nada hacía posible evitar esa transformación. Una diversidad de familias no sólo cambiaría la fachada, sino el alma y el espíritu de lo que esta comuna había sido.
……
1] Quilicura, la tierra en que vivimos, obra del autor
——
* Escritor, gestor cultural y dirigente social.
Mayor información sobre la comuna, en el «blog» dedicado a Qulicura.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.