Marulanda hizo la guerra, pero también buscó la paz

Carlos A. Lozano Guillén*

  El 16 de diciembre de 2002, la entonces zona de distensión en el Caguán, estaba desolada, había bastante quietud y apenas asomos de que comenzaba la Navidad. El ambiente en la población de San Vicente era de zozobra. El nerviosismo aparecía visible. Desde noviembre los diálogos estaban paralizados, después del asesinato en las montañas de Cesar de la ex ministra Consuelo Araújo Molina, la célebre “Cacica” y de las dificultades en la mesa debido a que los voceros gubernamentales se negaban a iniciar la discusión de los temas de fondo, contenidos en la “Agenda Común por la Nueva Colombia”, adoptada por las dos partes.

En Los Pozos, sede de los diálogos de paz, a 60 kilómetros de San Vicente del Caguán por carretera destapada, aunque conservada por el mantenimiento que le hacía la guerrilla, asustaban, no había nadie. “Hace días que por aquí no vienen”, me dijo uno de los vigilantes de la guardia civil. La misión, encomendada por James Lemoyne, asesor de paz de las Naciones Unidas y Camilo Gómez, alto Comisionado de Paz, era buscar un contacto que permitiera acercamientos entre las dos partes, para reanudar los diálogos. “Hay que darle oxígeno a la mesa sino se acaba el proceso”, me había dicho mi buen amigo Lemoyne, en una reunión a puerta cerrada en la residencia del embajador de Suecia.

Me aventuré a buscar el contacto en dirección a los llanos del Yarí. Entrada la tarde estaba en “La Y”, cerca de la Casa Roja donde en varias ocasiones entrevisté al jefe de las FARC. Por casualidad encontré a Iván Ríos, coordinador de las mesas temáticas, luego asesinado por un escolta guerrillero y cuya mano, cortada y entregada al Gobierno como prueba de la “hazaña”, fue exhibida como trofeo de guerra por el entonces ministro de Defensa y ahora candidato presidencial del uribismo, Juan Manuel Santos.

“El camarada no está recibiendo a nadie”

Ríos me advirtió que iba a ser difícil que el “camarada” (‘Manuel Marulanda’) me atendiera, porque estaba lejos, fuera de la zona de distensión. “No está recibiendo a nadie”. Le insistí y le recordé que más o menos lo mismo él me había dicho en noviembre, cuando fui a persuadir al legendario comandante de que las FARC se reunieran con la delegación de la Iglesia Católica. “Es imposible”, me respondió en aquella ocasión Iván Ríos, casi que cerrando toda opción. Ante la insistencia, no sólo ‘Manuel Marulanda’ aceptó recibirme, sino que estuvo de acuerdo en la reunión con los delegados de la Iglesia Católica, el Nuncio Apostólico, monseñor Alberto Giraldo y el padre Darío Echeverry, a la que asistieron Raúl Reyes y Joaquín Gómez días después. “Usted siempre lo convence” me diría Iván Ríos cuando me llevaba en su campero hasta San Vicente del Caguán, de regreso para Bogotá con el “parte de victoria”.
Así se abrió la posibilidad, para la última reunión, durante los diálogos del Caguán, que sostuve con el comandante en Jefe de las FARC-EP, ‘Manuel Marulanda Vélez’, dos meses antes de la ruptura del proceso de diálogo por decisión unilateral del presidente Andrés Pastrana.

Por fin reunidos

El 17 de diciembre de 2002, casi al mediodía, estaba sentado en el pequeño tronco de un árbol y frente a un improvisado comedor, almorzando un exquisito sancocho de gallina con el comandante ‘Manuel Marulanda’. Fue en un campamento por fuera de la zona de distensión, casi que estoy seguro, y si mi orientación no me hace quedar mal, en dirección al departamento de Meta. Estaba muy serio, preocupado por la suerte del proceso de paz, que había arrancado más de tres años atrás, aún con el famoso incidente de la silla vacía. “Creo que poco podemos hacer por salvar este proceso; a Pastrana la oligarquía lo dejó solo y no está en condiciones de pactar una paz con la guerrilla”, fue su opinión. “Los militares y la embajada yanqui tienen la iniciativa”, sentenció. Aunque reconoció, que “el asesinato de Consuelo Araújo fue una cagada”. Sin embargo, “de no haberse presentado, estarían buscando otros pretextos, porque Pastrana no tiene la gobernabilidad ni el apoyo suficiente, tampoco el arrojo, para llegar a acuerdo de paz”. Fue el análisis que hizo sin ninguna calentura. “Todo cambió desde septiembre 11 con el ataque a las Torres Gemelas, porque Bush no le va a permitir nada a Pastrana, para ellos seremos tan ‘terroristas’ como Al-Qaeda”, dijo, adelantándose a los hechos posteriores. “Bush dio un golpe de estado contra el mundo, como lo definió Fidel y eso tendrá consecuencias fatales para la lucha revolucionaria”, explicó desde su perspectiva, sorprendiéndome con una larga elucubración de lo que significaba la invasión de Afganistán y las amenazas contra Irak que devinieron en otra invasión más feroz. Era la lectura, casi fatal, que hacía de los acontecimientos nacionales e internacionales.

“La paz es revolucionaria”

Para Marulanda la principal dificultad estaba en que el Gobierno quería discutir única y exclusivamente sobre los temas de su particular interés, como los secuestros y los problemas en la zona de distensión, pero se negaba a abordar los asuntos de fondo como el Plan Colombia, el modelo neoliberal y las reformas políticas y sociales democráticas. “Es como la ley del embudo” comentó con su acento campesino. Para el comandante de las FARC si no se abordaba la “agenda común” el proceso sería inviable. 

“La campaña contra el proceso es muy fuerte. Pastrana está contra la pared. Vargas Lleras hizo el debate en el senado con los argumentos de los altos mandos militares. Por ejemplo, colocó como clandestinas las pistas comunales de Candilejas y Caquetania, construidas por la comunidad y a donde han aterrizado los aviones de Satena”, comentó. Esas mismas pistas serían bombardeadas, el 21 de febrero de 2002, por los aviones de la FAC.

En su argumentación, ‘Marulanda’ no le daba casi que ningún chance a la posibilidad de reanudar los diálogos de paz. No había en él ninguna señal de alegría, aunque tampoco de frustración. Asumía con realismo lo que parecía inevitable, pero no logró ocultar cierto dejo de tristeza: “Este ciclo está próximo a cerrarse. Se repite la historia. Esta oligarquía es mezquina y quiere la paz pero sin cambios ni transformaciones y a eso no le caminamos”. Tuve la certeza que de nuevo estaba preparado para la guerra, la misma que estaba librando desde antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948.

El último aliento

Sin embargo, le anoté que en varias entrevistas para el semanario VOZ me había dicho que “la paz es un objetivo revolucionario” y que era necesario hacer esfuerzos, hasta desesperados para salvarla y me atreví a sugerirle varios puntos o iniciativas, que habíamos analizado en Bogotá, con James Lemoyne y otros amigos de la paz. Le dije que era importante reunirse con el asesor de la ONU y el Grupo de Países Amigos, reunión que se precipitó el 14 de enero de 2002, antes de que se venciera el término de la zona de distensión, fue una reunión positiva de la que salió el último aliento para salvar el proceso, aunque insuficiente porque la decisión ya estaba tomada en Bogotá y llegó el 20 de febrero del mismo año so pretexto de otra “cagada”, tal vez así calificada por el legendario guerrillero que quiso salvar también un proceso del que fueron protagonistas con el Gobierno Nacional

Entre otras iniciativas discutidas en ese último encuentro con el comandante de las FARC, estuvieron la propuesta de cese de fuegos, que el Gobierno rechazaría en enero siguiente, y el cronograma de acciones concretas, adoptado en enero, pero sin ejecución porque vino lo que ya estaba cantado y decidido.

Estos recuerdos los refresqué con el hallazgo de una pequeña libreta de apuntes, que tenía extraviada en algún rincón de mi biblioteca, dos años después del fallecimiento de ‘Manuel Marulanda Vélez’ en las montañas de Colombia y nueve años transcurridos de esa reunión, para mi histórica. Pedro Antonio Marín, su nombre de pila, o ‘Manuel Marulanda Vélez’, su nombre de guerra, fue protagonista de la historia política del siglo XX y de la primera década del siglo XXI. Durante 60 años hizo la guerra revolucionaria y buscó la paz. Seguramente hubo errores militares y políticos, no me cabe la menor duda, pero tengo la certeza, como me lo dijo ‘Manuel Marulanda’ en aquella reunión histórica, que el principal factor para que no se logre la paz en Colombia es la mezquindad de la oligarquía, cerrada a acceder en cambios políticos y sociales democráticos.

*Periodista, escritor, director de Voz

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