MasterCard

1.220

Álvaro Cuadra.*

Para evaluar a la candidatura de la derecha no es necesario ir muy lejos ni remontarse muy atrás en el tiempo: la conocemos. El hecho de haber ocupado el lugar de “oposición” a los gobiernos concertacionistas nos da una muy buena aproximación acerca de lo que piensan y el modo en que ese sector político actúa en política. En pocas palabras, la derecha no viene del planeta saturno ni es una promesa, es y ha sido una realidad en la política chilena durante décadas.

Invariablemente, este sector político ha defendido la “obra” del gobierno militar y peregrinó en masa a Londres durante el bochornoso affaire Pinochet. Sus más conspicuos personajes protagonizaron desde una huelga de hambre hasta los más apasionados discursos en defensa del detenido. Los mismos que reclamaban honores de Estado para el extinto y desfilaban por los canales de televisión derramando lágrimas de cocodrilo. Los conocemos de sobra.

El espectáculo de una derecha aproximándose a la presidencia –a la presidencia del país de Pinochet– por voluntad popular es de una inconmensurable “tristeza cómica” La candidatura de Sebastián Piñera prepara su asalto final para llegar a La Moneda. Sabe que sus adversarios están divididos, confundidos y desprestigiados. La derecha presiente que ha llegado la hora de los poderosos. Mediante un lenguaje simple y simplón ha logrado calar hondo en la clase media aspiracional: hijos profesionales, padres orgullosos.

La derecha más que centenaria, como una vieja ramera, conoce todos los ardides para seducir a su público. Nada extraño, pues ha aprendido todos los sofismas y modalidades para defender lo suyo: desde el demagogo sonriente al más cruel sátrapa. La derecha conoce muy bien la miseria humana y sabe que las lealtades suelen tener un precio. Por estos días, debemos acostumbrarnos a ver a diversas figuras ensayando alambicados discursos para justificar un abrupto cambio de preferencias, sin importar la vergüenza propia o ajena.

En esta suerte de frívola comedia en que se ha convertido la política chilena se esconde, no obstante, una tragedia. Millones de chilenos creyeron que era posible construir un país en que no prevaleciera la riqueza como medida de todas las cosas. Millones de compatriotas han esperado por décadas un Chile más humano, más justo. Para las nuevas generaciones, socializadas en el consumo suntuario y en la ligereza mediática, todos aquellos valores y principios por los que lucharon sus padres tienden a desdibujarse.

En un país carente de “sentido histórico” y ayuno de inteligencia moral, nada tiene de extraño que se enseñoree una derecha pragmática y básicamente amoral. La derecha sabe que tocando determinadas teclas es posible mantener vivo el imaginario social del individualismo, el éxito, la competitividad y la codicia para garantizar las prerrogativas de las grandes fortunas. Una derecha que hace mucho cruzó el límite entre lo correcto y lo incorrecto.

Sin duda muchos  accionistas de grandes empresas tienen ya una botella de champaña, enfriándose, pues saben que si logran llegar a La Moneda, para todo lo demás está MasterCard.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.