Matta, nueve años: libertad es abrir el cubo y encontrar la vida

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Roberto Matta, en Abrir el cubo y encontrar la vida prosigue la gran aventura que impulsó todo su trayecto existencial: demostrar lo inseparable del trío hombre, sociedad y cosmos. Se lo adscribe, como pintor, al movimiento  surrealista. |VIRGINIA VIDAL.*

Esta obra, propiedad del Museo Nacional de Bellas Artes, pintada en 1969, óleo en lienzo, de 300 cm. por 375 cm., es una invitación a romper el encierro entre cuatro paredes —la vida limitada por un volumen cerrado, que puede ser techo, suelo y muros de un cuarto—, para salir al mundo, sentir y ser parte de lo cósmico. Tal integración es libertad y alegría gozosa, representada en un dinámico hacer con la ingravidez y la transparencia.

En la planta del cubo abierto donde la inteligencia está en acción, se organizan los elementos substanciales. Un magma fuliginoso inferior sugiere un paisaje caótico, ruinas de una catástrofe. Lo sombrío de los ángulos superiores, se atenúa y disipa por la luminosidad dorada que emana de los ángulos superiores izquierdo y derecho del cubo desplegado.

En el extremo superior izquierdo, emergen tres nítidas plataformas con formas de amplios conos invertidos como palacios de Brasilia, casi ingrávidos; en el más alejado se aprecia difusamente, emergiendo de las sombras, un edificio clásico de perfectas proporciones.

Dentro del cubo abierto, además de los artefactos mecánicos, se advierten placas trasparentes, ángulos metálicos, quillas y otros elementos que crean una dinámica atmósfera de gran actividad. De este remolino de formas blandas y duras, naturales y artificiales, que se abre paso a través de la oscuridad, fluye la vida.

Un esferoide giratorio suspendido en el espacio sideral se instala en la proporción áurea, contiene muchos ojos. Se impone la mirada total pretendida por el artista que se llamó a sí mismo el Gran Veedor. Esta suerte de cápsula estructurada en una espiral dialéctica contiene aparatos destinados a proseguir el viaje sideral. Pero también semeja una cabeza, pudiera ser la de de un ser humano superior con gran visión, autonomía y capacidades, liberado de un cuerpo que lo estorbaría en su vuelo.

Es enorme la importancia del color. El azul cian y sus tonalidades iluminan el cubo abierto confiriéndole profundidad, serenidad atmósfera respirable y luminosidad. Fulgores amarillos anaranjados logran un esplendor de llamas donde se agitan elementos rojizos. El sepia ilumina objetos como el meccano y grúa que adquieren tenues tonos ferrosos.

Matta busca representar el cosmos en todas sus posibles dimensiones, inseparable de los seres humanos, abarcando ese espacio con un ojo total. Con profunda concepción científica y poética percibe la energía del hombre inherente a la del cosmos. Sus signos y símbolos representan luz, movimiento, transparencia, proyección del pensamiento.

La humanidad se impone no por meras siluetas de seres sino por complejos y diversos mecanismos y dispositivos, fruto de la mano y el cerebro pensante del homo faber.
 
Es claro el significado el título de la obra, por cuanto Matta trabajó la palabra con imaginación y humor, a más del lenguaje visual, tratándola como materia plástica y poética. Encontrar la vida reconociéndose a sí mismo y reconociendo a los otros para alcanzar la libertad.

* Escritora, periodista.
En Anaquel Austral (http://virginia-vidal.com).

Addenda
Estuvo hace unos días como a la moda un conjunto de cifras: 11.11.11 —con mil vaticinios, deseos, suposiciones, estupideces—; no es la primera vez que esos números captan alguna atención pública: los usó más de una vez Roberto Matta (Santiago, Chile, 1911–Citavecchia, Italia, 2002). Pero a Matta lo adscriben al surrealismo, y se sabe que los surrealistas encuentran significados hasta en las cosas más extrañas. Al morir, el 23 de noviembre, aunque había hecho las paces con el surrealismo, volaba por otros cielos.

Esencialmente Matta es un genio (la muerte no quita lo importante, aunque a veces lo birla a los vivos). Desde el fugaz sentirse profundamente enamorado en Portugal de Gabriela Mistral hasta su descenso a la cripta italiana, transcurre una época, una edad entera cargada de obras y nuevos y siempre urgentes amores. Quizá lo único que no amó —o no quiso comprender o no lo amó porque la comprendía— fue la estatura militar (el arquitecto, el artista, el provocador no pudo desprenderse de los malos recuerdos de su paso como conscripto obligado a reprimir en las calles).

Question refleja el humanismo de Matta; question es, en francés, es la pregunta que intenta despejar un interrogante cute; ninguna significación si no —y preguntar, como lo saben muy bien los chilenos y todos quienes alguna vez estuvieron en las fauces (bien dicho: en el hocico) de una dictadura, suele ser el comienzo del dolor y el final de la dignidad del que tortura y del torturado.

Todo lo que se diga de aquellos que lograron la grandeza que se les atribuye—y por cierto Matta fue uno de ellos— no tendr&aa nos acercamos —como lo hace Virginia Vidal— a su trabajo. Acercarse al trabajo de un artista es procurar hundirse en su obra, correr el riesgo, aceptar la aventura, dejar que su sentido nos cambie y gozarla.

El homenaje que le rinde el número de noviembre de Le Monde Diplomatique —edición chilena— puede ser el mejor punto de partida para conocer a Roberto Matta.
 

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