«Mes de la patria»: ¡Viva Chile, mierda!

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Wilson Tapia Villalobos*

¿Por qué los chilenos seremos escatológicos para nuestras celebraciones? Esto de andar lanzado mierda cada vez que festejamos al país, no es una cuestión sencilla. Aunque tal vez explique, sin necesidad de tanta teoría psicológica, por qué tenemos la cara de amurrada. O por qué ocupamos un lugar en el final de la fila cuando nos preguntan por la felicidad.

En este mes patriotero, se me vino a la memoria la famosa frase. Testimonio que no es único respecto de la escatología nacional. En el inicio de la década de los 70, algunos gritaban a todo pulmón: “Este Gobierno será una mierda, pero es mío”. Y lo que estaban vociferando era una señal de compromiso hasta las últimas consecuencias, de reconocimiento a lo propio, de sentirse interpretados.

Con cientos de miles de automóviles saliendo de Santiago, con el aire enrarecido por el ocre perfume de la carne asada, la frasecita me dio vueltas en la cabeza. Y me acordé de Fernando Alegría. De su hermoso poema homónimo, que por los años 60 le daba un significado heroico a este vivar excremental. Buscaba su raíz en el grito desesperado de un obrero huelguista en La Coruña. O en el ímpetu final de un soldado, herido en la batalla de Rancagua. O en un pascuense desangrándose en la noche de sus playas.
   
Pero, no. Algo me dice que hay más. Que nos viene con lo que somos. Desde que la historia comenzó en este territorio tan remecido y pródigo. Tan feraz y desolado. Lo que nació como una especie de grito de supervivencia, como un “a pesar de todo”, hoy tiene otros estímulos. Ya no son los elementos los únicos que nos amenazan. Ya no es la guerra. Como Alegría, me pregunté: ¿Es que ya no hay viva entre nosotros sin su mierda, compañeros? Pareciera que no.
   
¿Y cómo podría ser de otro modo? Es cuestión de echar una mirada a lo que ocurre alrededor. El país ha avanzado. La pobreza ha disminuido de 40% a 13%. Y ni que hablar de la macroeconomía. Pero también ha aumentado extraordinariamente la brecha entre ricos y pobres. Estamos entre los "top ten" del mundo que peor reparten de la riqueza. Y eso puede ser sólo una cifra, pero el efecto demostración pesa.
   
A nivel interno las cosas son un tanto duras. Vemos con pavor –porque no tenemos posibilidades de reclamar o de sólo hacer valer una opinión en contrario– que la Iglesia Católica podría hacerse cargo de las líneas directrices que imparta el Estado para la Educación sexual en las Escuelas chilenas. Ya hay conversaciones entre el presidente del área de Educación de la Conferencia Episcopal, obispo Carlos Pellegrin, con la pía ministra de Educación, Mónica Jiménez.

A esto, que es una decisión de políticas públicas, se suman atropellos cotidianos. Sabemos que las farmacias están coludidas y la salud en Chile es un robo. Las Isapre hacen las cuentas a su antojo, porque la Superintendencia de Salud no tiene recursos para controlarlas. La Justicia está entre las instituciones peor evaluadas del país. Es clasista, lenta, autoreferente y con grados evidentes de corrupción.
   
La lista puede seguir. Si hay un feriado, las autopistas suben el valor de los peajes. Y otro tanto hacen las empresas de autobuses. Como si descansar debiera ser castigado.
   
Para aquellos que quieran mirar la vida con un poco de optimismo, están los medios de comunicación. Es cosa de ver un noticiero y la buena disposición se habrá trocado en miedo. Porque el pavor da rating y la mejor aliada para conseguirlo es la inseguridad. Hoy, pareciera que el sur de Chile se incendia con hordas de mapuches levantados en armas.

El líder de la oposición chilena, Sebastián Piñera, sirve de puente a la inteligencia colombiana. Trata de convencer al mundo que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se han enquistado en Chile. Nutren de armamento a los sublevados indígenas. Y todo con el apoyo de una batería mediática que sólo envenena. Claro, así uno entiendo que después de escuchar a Piñera a al senador Alberto Espina, algún chileno endieciochado grite: ¡Viva Chile mierda! (sin la coma).
   
Podemos seguir con más elementos que entrega la clase política. Una dirigencia más preocupada de lo que un pensador alemán llama fascismo del entretenimiento, que de ahondar los mecanismos de participación. Con autoridades que parecieran mejor dispuestas a disculparse ante el gran capital que a fiscalizarlo.
   
Como si todo esto fuera poco, aún está la viveza criolla. No pagar el boleta de la locomoción es casi un deporte. Ocupar el estacionamiento de un minusválido en un supermercado, una viveza. Que los bancos y las casas comerciales aumenten los costos de administración a su antojo, un acierto de gestión. Que los servicios básicos incrementen sus tarifas produciendo ganancias siderales que nadie controla, una demostración de lo acogedor que es Chile con los inversores extranjeros.
   
Tantas heces juntas producen problemas. Uno de ellos es que la gente anda amurrada, no por el enojo, sino por los olores. Mientras los ductos se limpian, habrá que seguir gritando, como antaño: “Viva Chile, mierda”. Con rabioso compromiso.

* Periodista.

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