Microclimas antipopulistas en América Latina

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Pablo Stefanoni.*

Por estos días, el periodista opositor Luis Majul se encarga de repetir ante sus lectores desde el diario conservador La Nación el mismo mensaje: los traspiés del kirchnerismo en varias de las recientes elecciones locales (Argentina es un país federal y cada provincia vota cuando quiere) no ha alterado los “grandes números” para las presidenciables de octubre. Más del 40% para la presidenta, menos del 15% para Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde, sus dos rivales mejor posicionados.

Varios de los lectores del viejo diario conservador se lanzaron a atacar al “mensajero”: “pobre Majul, lo que le hicieron para que se vuelva oficialista”, otros más agresivos envalentonados con el triunfo de Macri en la Capital —sin respeto a la investidura presidencial— dicen que las acciones de la “reina cara de plastilina” están en baja por todos lados, otro acusa al periodista de dar volteretas en el aire… etc., etc.

Lo que no deja de tener su gracia es que son ellos —los que “no quieren” a Cristina— los destinatarios del mensaje: cuidado, no nos quedemos dormidos en los laureles, somos un microclima. “Un microclima retroalimentado por el mismo grupo de cinco mil personas que consumen encuestas de opinión y están muy atentas a las últimas columnas de los editorialistas —dice el periodista que ha aumentado su cuenta bancaria con varios best seller contra los K—. De una elite que influye en la opinión del resto de la sociedad, pero no tanto como el consumo, el crecimiento económico y el menor o mayor entusiasmo que puedan provocar los candidatos de una oposición dispersa y partida en varios pedazos”.

Quid de la cuestión. Aunque esto refiere a Argentina, explica, en gran parte, esta obsesión de medir cada día como Chávez, Evo, Correa "se desgastan" —Chávez "se desgasta" desde hace más de 10 años—. Una pequeña encuesta, un traspié electoral, un triunfo “menor a lo esperado” (Correa en el último referéndum por ejemplo). Unos días después la encuesta varió, nadie se acuerda del traspié, un triunfo al final es un triunfo… y la realidad proveerá otra fuente de ilusión para que los sectores “antipopulistas” renueven sus expectativas de que pese a su absoluta incapacidad para construir algo, quizás los desgastes oficialistas hagan el milagro.

Pero eso no sucede así. Las economías sudamericanas crecen en medio de la crisis mundial y parte de la legitimidad oficialista en todos los países proviene de esa buena situación macroeconómica que se explica por una mezcla de “vientos de cola a favor” (aumento de los precios internacionales de las materias primas) pero también por varias de las medidas tomadas por los gobiernos “nacional-populares”.

En el caso argentino: ¿quién en su sano juicio podría pensar que el hijo de Alfonsín podría manejar mejor la economía que el actual gobierno después de que su padre dejara el poder anticipadamente en medio de la hiperinflación y de que el siguiente presidente radical Fernando de la Rúa saliera en helicóptero luego de haber “acorralado” los ahorros de los argentinos y dejara al país incendiado?

En Bolivia: ¿algún candidato opositor tiene credenciales para convencer que mejoraría la performance de la economía, con todos sus problemas sin duda la mejor coyuntura de las últimas décadas?

¿Hay algún rival, en este terreno para Correa, que en cuatro años aumentó el gasto público a un acumulado de 74.000 millones de dólares, más que el gasto en 14 años de gobiernos anteriores, y casi duplicó el gasto social en términos del PIB?

La legitimidad de todos los gobiernos de izquierda se basa en esta bonanza, como ocurrió en los primeros noventa con varias administraciones neoliberales (Menem, Goi, etc.). No es el único elemento, pero con seguridad es la condición de los otros.

Todo esto no implica desconocer que en el caso del kirchnerismo su “relato” hace agua por varios lados, que en Bolivia hay un estancamiento del cambio, que hay incertidumbre con el rumbo venezolano, que a menudo las operaciones de la prensa opositora se basa en datos de la realidad y que abunda la soberbia, el discurso binario (al decir de Maristella Svampa), contradicciones político ideológicas varias y un largo etcétera. Pero hoy predominan las oposiciones restauracionistas del viejo régimen por sobre alternativas superadoras, en muchos casos necesarias. Y en Suramérica son pocos, hoy, quienes quieren volver atrás.

Los antipopulistas se quejan también de la crispación que estos gobiernos difuminan por la sociedad. Pero no reparan en que ello suele funcionar como un espejo. Cuando escuché la sentencia en Ecuador contra el El Universo (que al menos en primera instancia obliga al diario a indemnizar al Presidente con 40 millones de dólares por difamación) pensé: “Cristina nunca podría hacer algo así contra Clarín”. Pero bastó leer la columna en cuestión, que se refería al mandatario como el dictador y al gobierno como la Dictadura para pensar de inmediato: “Clarín nunca podría escribir algo así sobre Cristina”.

Lo que el encuestador Eduardo Fidanza detectó para Argentina vale para el resto. Además del consumo, “más del 60% de la población está hoy de acuerdo con un papel protagónico del Estado en la economía; (…) con la continuación de los juicios a los militares, y con la no intervención de la fuerza pública en casos de protesta social (…). Un porcentaje ligeramente menor está de acuerdo también con mantener o incrementar las relaciones con Hugo Chávez”.

Y sigue: “A este apoyo a las líneas directrices de la ideología del Gobierno debe sumársele la alta adhesión que concitan políticas concretas como las jubilaciones, la asignación universal por hijo [política social] y la recuperación del control estatal de los fondos de pensión y la aerolínea de bandera” (La Nación 4/8). Es decir, el ADN del actual clima -no microclima-posneoliberal.

Consumo+ideología (o al menos "relato"), una mezcla potente… al menos por ahora.

* Periodista.
En www.sinpermiso.info

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