Miedo y asco en Europa: un viaje salvaje a la política de la venalidad y la violencia
Umberto Eco, en su ensayo de 1995 “Ur-Fascismo”, describe catorce características de tal fenómeno, pero su idea fuerza es que sólo hace falta un rasgo para que “el fascismo coagule a su alrededor”. Para ser breves, el ur-fascista hace culto a la tradición, rechaza el modernismo racional, ama la acción sin sentido hecha en aras de la propia acción, llama a la discrepancia “traición”, crea alarmismo en torno a la diferencia, complace a una clase media frustrada, es hipersensible a los complots y a los enemigos, es ambivalente respecto a las élites, entona el dogma de la “guerra permanente”, desprecia a los débiles, nutre el culto al heroico “gran líder” (pero “envía a otros a la muerte”), alardea de machismo, se dedica a un “populismo selectivo” en el que atiende a la voz de la gente y, como lo requiere todo lo anterior, parlotea en el entumecedor y simplificador lenguaje de la neolengua. “El Ur-Fascismo’’, advierte Eco, “puede volver bajo el más inocente de los disfraces”.
Un año antes, Hunter S. Thompson había escrito su anti-encomio de Nixon: “ni siquiera tienes que saber quién era Nixon para ser una víctima de su espíritu desagradable y nazi. Ha envenenado nuestra agua para siempre”. Por ese entonces, acomodado en tal cloaca, un ruin de cuarenta y nueve años estaba declarando una pérdida de 916 millones de dólares en su declaración de impuestos. Veinticuatro años más tarde, una versión de pleno derecho de no una, sino de todas las características de Eco, está ocupando la Casa Blanca. Hunter S. Thompson no fue “irreverente”, como lo acusó la policía del lenguaje. Fue profético. Y Eco no sólo retrató clarividentemente al presidente Trump. Comprendió la longevidad y el poder del fascismo. Muchos de los embustes de los Benitos de hoy en día encajan en tal retrato robot. Ya sean abiertamente fascistas o no, en Europa, los partidos neo-nazis, xenófobos, nativistas, racistas, anti-inmigración, supremacistas blancos, identitarios, islamófobos, misóginos, homo y transfóbicos, ultra-populistas… están en aumento.
El fascismo no es nuevo en Europa. Il Duce utilizó el término por primera vez en 1915 y, aunque latente, siempre ha tenido sus partidarios. Lo que es nuevo es que, en los últimos años, los partidos que promocionan los mismos viejos mitos, creencias y doctrinas, claro que debidamente puestos al día, están ganando un amplio apoyo en las elecciones de Europa, a tal punto que los analistas están haciendo comparaciones con los años veinte y treinta. Las elecciones están permitiendo que los ultraderechistas se conviertan en “conservadores” respetables y, cuánto más poder vayan adquiriendo, más mercenarios, ya sea en los medios de comunicación, la academia o las escuelas de negocios, seguirán puliendo esa imagen.
La mayoría de los Estados europeos tienen uno o más partidos de extrema derecha. En la pulcra Suiza, el Partido Popular Suizo (SVP), la fuerza política más grande del país después de las elecciones de 2015, está ahora, muy democráticamente, haciendo uso de referendos para difundir su mensaje. Uno, en 2016, preguntó a los ciudadanos si los extranjeros debían ser expulsados por delitos leves, pero el auténtico objetivo era cambiar la Constitución por un sistema de justicia de dos niveles que permitiera la expulsión automática. Un grupo de oposición de base llamado Operación Libero se aprovechó de esto e impugnó al SVP por razones de Estado de derecho, y otros opositores publicaron anuncios mostrando a la Suiza de 2016 junto a la Alemania Nazi de 1933. Ese fue el quid de la cuestión: el espectro del uso arbitrario del Artículo 48 (sobre seguridad y orden público) de la Constitución de Weimar por parte de Hindenburg, y el subsiguiente colapso de la República. Esta vez, el Estado de derecho prevaleció.
La farfulla de los políticos de extrema derecha tiende a oscurecer lo que realmente están orquestando, algo que, en otras partes, no se ha comprendido. En noviembre de 2018, Donald J. Trump había firmado 86 decretos ejecutivos así como ordenado ataques con misiles contra instalaciones del gobierno sirio sin la autorización del Congreso o de la ONU. Su Departamento de justicia alegó que estaba actuando dentro de sus amplios poderes constitucionales. La “amplitud” de los poderes entregados a un presidente demente sigue intacta porque un Congreso impotente ha renunciado a sus responsabilidades constitucionales, incluyendo el impeachment. ¿Quién necesita, así, una Ley habilitante?
Los partidos de extrema derecha están ganando terreno en Europa y, detrás de todas las bravatas, hay una intención general ferozmente antidemocrática. El Partido Popular Danés (DPP) obtuvo el 21% de los votos en 2015 y no pasó mucho tiempo antes de que el líder socialdemócrata Mette Frederiksen reconociera públicamente haberse acercado al DPP en políticas anti-inmigración y anti-Schengen. El partido de los Demócratas Suecos (17,6% de los votos en el pasado septiembre) mantiene el equilibrio de poder en el Parlamento y, después de un cambio de marca considerable, está presionando en favor de la deportación por vía rápida, así como por medidas severas contra los ‘’inmigrantes criminales’’, objetivos que requerirán una reforma legal.
El partido Verdaderos Finlandeses, después de una escisión que salvó a la coalición de derechas en 2017, se está juntando con otros grupos de la derecha dura cuyos contactos en el extranjero incluyen al supremacista blanco Jared Taylor y Marcus Follin, el sueco “de oro”. Por muy chiflados que parezcan estos grupos, están recibiendo mucha atención y blanqueo por parte de los medios de comunicación y están siendo absorbidos en el mainstream, donde el debate parece más centrado en si deberían tener voz en él que en qué son realmente estos grupos.
En las elecciones alemanas de 2017, Alternativa por Alemania (AfD) obtuvo el 13,5% de los votos. De manera extraoficial, pero estrechamente vinculada a AfD, la Generación Identitaria paneuropea, la “nueva derecha” que se está haciendo un hueco en la industria editorial, en la sociedad civil y en los negocios (pero también en el ámbito militar), es extremismo con “una cara amigable”. En Grecia, maltrecha por las imposiciones austericidas de la UE, el abiertamente fascista Amanecer Dorado es el tercer partido político más grande en el Parlamento; en Francia, el Frente Nacional participó en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 con Marine le Pen como candidata; y, en Italia, el xenófobo Matteo Salvini (animador de los crímenes contra la humanidad… inmigrante) es viceprimer ministro y ministro del Interior.
En los estadios de fútbol, el odio contra el otro (equipo) se representa con accesorios como esvásticas, cruces celtas, el águila de Wehrmacht y el saludo nazi. “Judío” es un escarnio común. Calendarios de 2019 de Benito Mussolini están a la venta en los quioscos de Roma. El Partido de la Libertad de Austria está en el gobierno mientras que el ultra-religioso y ultra-nacionalista partido Ley y Justicia (PiS) está en el poder en Polonia y, como escribe la periodista Ewa Jasiewicz, usa “los tribunales, la policía, la fiscalía y las amenazas de multas (…) para intimidar a los periodistas”. En Hungría, Fidesz, la ultra-derechista Unión Cívica Húngara, ahora en el gobierno con el Partido Popular Demócrata-Cristiano, está usando jueces enchufados para manipular la constitución.
El último brote de este malestar ha sucedido en el Reino de España. En las elecciones andaluzas de finales de 2018, Vox, un partido manifiestamente franquista, obtuvo un 11% de los votos. ‘’Spain is different’’, pero no como sugería el lema, cebo de turistas, del régimen de Franco. A diferencia de lo que sucedió en Alemania, Italia y Portugal, el fascismo, personificado por el Generalísimo Francisco Franco, nunca fue realmente derrotado. Mussolini fue colgado cabeza abajo en Milán, Hitler optó por el suicidio antes de que las tropas soviéticas lo alcanzaran, y Salazar, incapacitado después de un derrame cerebral y apartado del poder fue, en sus momentos lúcidos, engañado para que creyera que todavía estaba al mando.
Pero Franco murió en su cama. Estando en el poder. Tanto es así que nombró como sucesor al Rey Juan Carlos, padre del actual Felipe VI, que tan beligerante contra el derecho de autodeterminación se muestra. Y en la subsiguiente “transición democrática”, la Ley de Amnistía (1977), garantizó la impunidad de sus secuaces, que habían practicado el asesinato, la tortura y el robo de niños, mientras decenas de miles de sus víctimas yacen en fosas comunes. Ni la policía, ni la Guardia Civil, ni el ejército, ni el sistema legal fueron revisados. Todavía son baluartes de los devotos de Franco. En 2018, el gobierno (ahora encabezado por el socialdemócrata PSOE) decidió continuar con el Ducado de Franco, que fue creado por el Rey Juan Carlos en homenaje al dictador. No sería posible un “Ducado de Hitler” en Alemania, en cambio el Ducado de Franco fue creado por el padre del actual rey y sigue impune. Un dictador fue derrotado, el otro no.
Desde la muerte de Franco, sus intransigentes se han resguardado en ciertos sectores del Partido Popular (PP) a la espera de extender sus alas de nuevo. Y ahora, un antiguo militante del partido está liderando Vox. (Este partido es la «acusación popular» en el juicio contra dirigentes de la rebelión catalana que actualmente se desarrolla en Madrid, con la políticamente infame paradoja que simpatizantes de muchos colores políticos -menos de la extrema derecha- constatan: demócratas en el banquillo, franquistas en la acusación). Después nos encontramos al supuestamente “centro-derechista” Ciudadanos. Como anota el escritor español Suso de Toro, “Antes decíamos que no había partidos de extrema derecha en España porque la ultraderecha estaba dentro del PP. Ahora tenemos tres…”. Y tenemos nuestro propio Artículo 48, excepto que se llama Artículo 155.
Los éxitos electorales de Vox y de otros partidos están normalizando ideas retrógradas, antisociales y destructoras de planeta con propuestas de soluciones mágicas absurdas y apelaciones a la solemnidad nacional. Nuevos ideólogos aparecen, especialmente entre medios de comunicación y creadores de opinión académicos, así como think tanks y firmas consultoras. Líderes de la nueva derecha como Geert Wilders y Marine Le Pen están escribiendo páginas de opinión para el New York Times y el Wall Street Journal. Y a todo esto, partidos de centro-derecha, y algunos otros de centro-izquierda, pensando en las elecciones (o no queriendo sacudir el U-boot), están haciendo tratos con tales partidos de extrema derecha. La política de extrema derecha no es dominio exclusivo de los partidos de extrema derecha.
Cada elección afecta al estado de la democracia global. Ahora, Brasil, la cuarta democracia más grande del mundo, parece dispuesta a mostrarnos cómo la democracia puede convertirse en antidemocrática, suicida, ecocida y, en lo que a los pueblos tribales se refiere, genocida. Los programas de la nueva derecha que hundirán a otras democracias incluyen políticas anti-inmigración, negación de derechos en base a la etnicidad, ojos vendados ante la violencia de género (a no ser que sea producida por inmigrantes), los “valores tradicionales”, el odio al feminismo, la LGTBfobia, un nacionalismo estatal agresivo, la supresión de las libertades (excepto la “de mercado”) y especialmente la libertad de expresión, así como todo lo que estos objetivos implican. Todas ellas exigirán suprimir la independencia judicial y entrometerse en las constituciones.
Un posible punto débil de la nueva derecha es que a las élites adineradas les inquieten las personas a las que la nueva derecha dirige su mensaje. Hasta que Hitler no obtuvo el apoyo de la gran burguesía alemana de los Krupp, Flick, Vögler, Tengelmann, Quandt, etc., en 1933, su victoria no estuvo asegurada. Y no fue hasta la víspera de su marcha sobre Roma en octubre de 1922 que Mussolini (quien, a propósito, hizo su aparición en política en 1917 con un sueldo de 100 liras semanales del MI5) extrajo unos cincuenta millones de liras de las Confederaciones Nacionalistas de Industria, Agricultura y Banca. Luego tomó el poder. Franco tenía el apoyo de los españoles ricos.
Algunas grandes fortunas siguen siendo cautelosas respecto a la extrema derecha de Europa, pero cada vez más ricos simpatizantes la ven como su mejor protección. Una vez más, tenemos que mirar hacia atrás, en el periodo que va de la década de los 20 a los 40, cuando empresas, bancos y destacados hombres de negocio americanos (incluyendo el abuelo de George W. Bush, el senador Prescott Bush, director y accionista de empresas que se beneficiaron de su implicación en la Alemania nazi) estaban apoyando los regímenes fascistas de Europa. No es necesario ser un verdadero creyente. La guerra y la seguridad de Estado son rentables. La marcha hacia delante de los fascistas de hoy abarca un amplio ámbito social, desde agitadores hasta financieros silenciosos como Robert Mercer, Peter Thiel y Daniel Loeb. No hablan. Actúan.
Las variopintas formas de la nueva derecha están fijando la agenda política y apartando la atención lejos de cuestiones reales y básicas que afectan a la población de sus países, así como otras, mientras desmantelan instituciones que, antiguamente, protegían los derechos de los ciudadanos. Por supuesto, hay resistencia: los gilets jaunes, las feministas, el municipalismo radical, las grandes manifestaciones y las iniciativas ciudadanas. Pero no debemos distraernos con toda la parafernalia desorientadora del Blut und Boden, debemos centrarnos en cambio en temas como la desigualdad, el poder de los muy ricos (que quemarían todo el planeta antes que compartirlo), la catástrofe climática, los derechos humanos universales y la protección de todas las instituciones democráticas. Las leyes habilitantes de nuestros días están orientadas a afianzar aún más a los ya habilitados, que ejercen esta licencia auto-otorgada para apalear, mutilar y matar a cualquier ser vivo que se interponga en su camino.
*Raventós es editor de Sin Permiso, presidente de la Red Renta Básica y profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es miembro del comité científico de ATTAC. Wark, es autora del “Manifiesto de derechos humanos”, de “Against Charity” y miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso. En enero de 2018 se publicó su último libro, (Counterpunch, 2018), en colaboración con Daniel Raventós.