Mientras peor en Iraq, mayores son las mentiras

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoNos encontramos ahora en la peor crisis desde la última crisis más grande. Así es como manejamos la guerra en Iraq, o la segunda guerra en Iraq, como lord Blair de Kut al Amara1 quiere que creamos. Los captores hacen desfilar a los rehenes en overoles naranjas para recordarnos Bahía de Guantánamo. Exigen la liberación de mujeres aprisionadas por los estadunidenses. Se refieren a Abu Ghraib. ¿Abu Ghraib? ¿Alguien se acuerda de Abu Ghraib? ¿Recuerdan esas sucias instantáneas? Pero no se preocupen. No es ese el Estados Unidos que el presidente George W. Bush reconoció y, además, estamos castigando a las manzanas podridas, ¿no?

¿Mujeres? Bueno, sólo queda un par de damas por allí, y se trata de la doctora Germen y la doctora Antrax. Pero los árabes no olvidan con tanta facilidad. Fue una libanesa, Samia Melki, la primera en entender la verdadera semántica que tuvieron esas fotografías de Abu Ghraib para el mundo árabe. El iraquí desnudo, con el cuerpo embarrado de excremento, de espaldas a la cámara fotográfica con los brazos extendidos frente a ese estadunidense rubio que sujetaba un palo con ademán de macho, poseía «todo el drama y los colores contrastantes de un cuadro de Caravaggio», escribió ella en Counterpunch.

Lo mejor del arte barroco invita al espectador a ser parte de la obra. «Obligado a caminar en línea recta con las piernas cruzadas, con el torso ligeramente ladeado y los brazos extendidos para no perder el equilibrio, el cuerpo fornido del prisionero iraquí, acentuado por el excremento y la escasa luz, se extiende como un crucifijo. Exudando una dignidad negada durante mucho tiempo, el árabe sufre por los pecados del mundo».

Y eso, me temo, es el menor sufrimiento que ha habido en Abu Ghraib. ¿Qué ocurrió con todos esos videos que se exhibieron en secreto a los miembros del Congreso estadunidense y que a nosotros -el público- no nos dejaron ver? ¿Por qué de pronto nos olvidamos de Abu Ghraib?

Seymour Hersh, el periodista que reveló el caso de Abu Ghraib -uno de los pocos en Estados Unidos que cumplen con su labor-, ha hablado en público de lo ocurrido en esa cárcel terrible.

Debo a un lector el siguiente extracto de una conferencia reciente de Hersh: «Ustedes no conocen algunas de las peores cosas que sucedieron. Hay videos de mujeres. Tal vez algunos de ustedes hayan leído que ellas mandaron cartas a sus hombres. Estaban en Abu Ghraib. Enviaban mensajes en los que pedían ‘por favor, ven y má-tame por lo que ha pasado’. Y lo que había pasado en esencia era que esas mujeres habían sido detenidas junto con sus hijos, y existe registro de que los chicos fueron sodomizados mientras las cámaras los filmaban, y lo peor era que la cinta recogía sus alaridos…» .

Sin embargo, ya olvidamos aquello. Así como ya no hablamos de las armas de destrucción masiva. Conforme van saliendo a la luz los detalles de los esfuerzos desesperados de Bush y Tony Blair por encontrar esas calamidades inexistentes, ya no sé si reír o llorar. Los equipos móviles de investigación de Estados Unidos lograron en algún momento abrirse paso hasta un antiguo cuartel de la policía secreta iraquí, en el cual encontraron una puerta interior cerrada con candado, y detrás de ella pensaban encontrar los horrores por los que los gobernantes Bush y Blair oraban. ¿Qué fue lo que encontraron? Un vasto emporio de aspiradoras nuevas.

En la sede del partido Baas, otro equipo, encabezado por el mayor Kenneth Deal, creyó haber encontrado documentos secretos que revelarían el programa armamentista del derrocado Saddam Hussein. Los papeles resultaron ser una traducción al árabe de La lucha por la supremacía en Europa, de A. J. P. Taylor. Quizá Bush y Blair deberían leerla.

fotoAsí pues, mientras continuamos bajando a tientas por la tambaleante escalera de nuestro propio engendro, nos obligan a escuchar mentiras cada vez más grandes. Iyad Allawi, el primer ministro títere -a quien muchos de mis colegas reporteros todavía se refieren con deferencia como «primer ministro interino»-, insiste en que se realizarán elecciones en enero, aunque tiene menos control de la capital iraquí (ya no se diga del resto del país) que el alcalde de Bagdad. El ex agente de la CIA, que con obediencia se negó a liberar a las tres prisioneras tan pronto como Washington le dio esas instrucciones, se desplaza de Londres a Washington cada vez que se le convoca para apoyar las mentiras de Blair-Bush.

Segunda guerra en Iraq. Sí, como no. ¿Cuánto más de esta versión engañabobos vamos a tragarnos? Según lord Blair de Kut, combatimos en «la encrucijada del terrorismo global». ¿Qué debemos entender con semejante estupidez? Por supuesto, no nos dijo que íbamos a tener una segunda guerra en Iraq cuando ayudó a empezar la primera, ¿verdad? Y tampoco se lo dijo a los ciudadanos iraquíes, ¿o sí? No, fuimos a «liberarlos».

Recordemos, pues, la crisis previa a la crisis anterior a la crisis. Remontémonos a noviembre del año anterior, cuando nuestro primer ministro habló en el banquete en honor del lord alcalde. La guerra en Iraq, nos informó entonces -y es de suponerse que todavía se refería a la primera-, era «la batalla de importancia seminal para el principio del siglo XXI».

Y vaya que lo ha sido. Pero escuchemos otra cosa que lord Blair de Kut nos informó sobre la guerra: «Definirá las relaciones entre el mundo musulmán y Occidente. Influirá a profundidad en el desarrollo de los estados árabes y de Medio Oriente. Tendrá implicaciones de largo alcance para el futuro de la diplomacia estadunidense y occidental». También eso se cumplió, aunque no como él lo vislumbraba, ¿verdad? Porque es difícil pensar en algo más profundamente peligroso para nosotros, para Occidente, para Medio Oriente, para cristianos y musulmanes por igual desde la Segunda Guerra Mundial -la verdadera segunda guerra, claro- que la guerra de Blair en Iraq.

Iraq, recordémoslo, iba a ser el modelo para todo Medio Oriente. Todo estado árabe aspiraría a ser como él. Iraq sería el catalizador -tal vez incluso la «encrucijada»- del nuevo Medio Oriente. Ahórrense las risitas huecas, por favor.
Me ha impactado ver cuántas de las cartas de lectores que he recibido en días re-cientes provienen de hombres y mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mun-dial, los cuales exigen con indignación que no se permita a Blair y Bush comparar el pantano en que nos han metido con la verdadera lucha contra el mal que esos veteranos libraron hace más de medio siglo.

«Tengo 90 años, y recuerdo los hombres baldados de cuerpo y mente que pululaban por los caminos del Gales rural, donde yo crecí en los años posteriores a 1918», señala Robert Parry. «Por esta razón, la frase Dulce et decorum est2, de Wilfred Owen, es para mí la expresión que resume la realidad de la muerte en la guerra, vuelta hoy más terrible por los bombardeos de precisión de los estadunidenses y por los atacantes suicidas. Necesitamos un nuevo Owen que nos abra la mente y la conciencia, pero mientras no aparezca uno se debe dar espacio para que ese gran poema vuelva a hacerse escuchar.» Sería difícil encontrar mejor respuesta a las pueriles tonterías que nuestro primer ministro balbucea en estos días.

Tampoco en muchos años había existido un abismo tan profundo -tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña- entre el gobierno y el pueblo que lo eligió. Las recientes declaraciones de Blair son discursos hechos, por citar ese poema de Owen, «para niños ávidos de alguna desesperada gloria».

Los ojos vendados del rehén británico Ken Bigley son la más grande de nuestras crisis recientes. Pero no olvidemos todo lo que ocurrió antes.

Notas

1 En dicho lugar de Mesopotamia, en 1916, los británicos fueron sitiados y derrotados por las tropas turcas.

2 Es dulce y apropiado, título del poema, que recogía la desilusión de los británicos después de la Primera Guerra Mundial. La frase concluye con «morir por la patria». Owen llama a esa frase «la vieja mentira» (n. del t.).

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* Periodista irlandés, corresponsal en Iraq de The Independent (www.independent.co.uk). Traducción de Jorge Anaya.

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