Minería ilegal, otra epidemia lacera la Amazonia y sus indígenas
Comer pescado de muchos ríos de la Amazonia brasileña, un hábito cotidiano en la región, se volvió algo peligroso. El mercurio usado en el “garimpo”, el término con que se define en el país a la minería informal y casi siempre ilegal, contamina las aguas, los peces y las poblaciones ribereñas.
Los indígenas del pueblo Munduruku, que viven a lo largo del río Tapajós, uno de los grandes afluentes del Amazonas, ya presentan un alto grado de contaminación, según un estudio de la Fundación Oswaldo Cruz, un complejo estatal de centros de ciencia y tecnología en salud. Es un pueblo que cuenta con unos 14.000 miembros, según los últimos datos de la Secretaría de Salud Indígena (Sesai), de 2019.
Las pruebas en la sangre y el cabello de los pobladores de tres aldeas de ese grupo étnico, en 2019, revelaron que 60% de ellos tienen mercurio por encima del límite tolerable para la Organización Mundial de Salud (OMS). Enfermedades neurológicas, pérdida de visión y de capacidad cognitiva y otros síntomas vinculados a ese tipo de intoxicación son frecuentes en las aldeas. La falta de exámenes de laboratorio impide que se compruebe el mercurio como causa de algunas muertes, se quejan líderes indígenas que luchan por abolir la minería en la cuenca del Tapajós.
“Vivimos hoy una epidemia del garimpo en la Amazonia”, diagnosticó Danicley Aguiar, el portavoz de la campaña del Greenpeace en la Amazonia.
Llamó más la atención en los últimos días la actividad en el río Madeira, a oeste del Tapajós. “Es un hecho que la crisis económica arroja en la pobreza más y más brasileños, especialmente en la Amazonia, y provee mano de obra a esa actividad ilegal. Pero el estímulo político del gobierno de Bolsonaro tiene un efecto más devastador, al darle a los garimpeiros la sensación de que pueden seguir en la actividad aunque sea ilegal” (Danicley Aguiar).
Centenares de pobladores en embarcaciones rústicas y pequeñas balsas con techos vegetales, se concentraron cerca de la desembocadura del río, a 110 kilómetros de Manaus, la capital del norteño estado de Amazonas, en noviembre, atraídos por la información del descubrimiento de oro en el cauce fluvial. Se estima que unos 2.000 garimpeiros pasaron a trabajar allí en la búsqueda ilegal de oro, aglutinados en unos cientos de embarcaciones.
Pero una operación de la Policía Federal y el Instituto Brasileño de Medio Ambiente requisó o destruyó 131 balsas, el 27 de noviembre, según las autoridades. La mayoría se dispersó, al conocer previamente la ofensiva, anunciada incluso por el vicepresidente y general retirado Hamilton Mourão.
“El garimpo es un problema crónico en el río Madeira hace más de 40 años. En el Tapajós se instaló desde los años 50. Son dos polos antiguos de los cuales se irradió por toda la región amazónica”, explicó Aguiar a IPS, por teléfono desde Manaus.
En el Madeira la minería se hace más en el lecho del río, mientras en el Tapajós se busca oro en tierra firme, acotó. El primero arrastra mucho sedimento desde la parte alta de su cuenca, en Perú y Bolivia, hecho que debe explicar la presencia de oro en su cauce.
Otro pueblo originario gravemente afectado es el Yanomami, que cuenta en el lado brasileño con unos 27 000 miembros según los últimos datos de la Sesai.
Sus líderes estiman en 20.000 los mineros invasores de su tierra en Roraima, estado brasileño en la frontera con Venezuela, por donde este pueblo milenario también se extiende. Además de la deforestación y la contaminación, diseminan malaria y otras enfermedades más letales para los indígenas.
Dos niños yanomami murieron el 12 de octubre en un río local, succionados por un dragador usado para extraer sedimentos del cauce en que se busca oro. También se notició el aumento de muertes por malaria y desnutrición, ante la intensificación de las invasiones del territorio indígena, una ilegalidad permanente hace décadas.
El Proyecto de Mapeamiento Anual del Uso y Cobertura de la Tierra en Brasil (MapBiomas), impulsado por una red de organizaciones ambientales, universidades y empresas tecnológicas, identificó un crecimiento de 495% en el área ocupada por el garimpo en tierras indígenas en la última década. Alcanzó 1.592 hectáreas en el territorio munduruku.
La actividad se concentra en la Amazonia, con 93,7% del total del área explotada, con fuerte expansión en los últimos años. El incremento se nota especialmente durante el gobierno del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro, que estimula la minería ilegal, y propone autorización legal para su actividad en tierras indígenas. Un monitoreo del Greenpeace reveló que el garimpo ilegal destruyó por lo menos 632 kilómetros de ríos dentro de tierras indígenas” del pueblo munduruku desde 2016.
Esa destrucción, que significa prácticamente extinguir la vida en esos ríos, más que se duplicó en 2019, primer año del actual gobierno, en comparación con el año anterior. En extensión, creció de 88,5 a 178 kilómetros. En 2020 alcanzó 235,3 kilómetros y en año actual volvió al ritmo anterior, de 2018.
La contaminación de los indígenas munduruku se comprueba hace mucho por estudios también de universidades extranjeras. “Es un problema instalado”, señaló Aguiar. Lo que se requiere, dijo, es un acompañamiento del cuadro por la Secretaría de Salud Indígena, con asistencia adecuada a los afectados, y que se ponga fin a la actividad contaminadora.
La crisis económica, con gran aumento del desempleo desde la recesión económica de 2015 y 2016, contribuye a la expansión del garimpo como un intento de escapar de la pobreza. Ese fenómeno ocurrió en los años ’80, cuando el área minera de Sierra Pelada atrajo más de 100.000 personas detrás del oro y dejó un cráter de 24.000 metros cuadrados.
“Si, es un hecho que la crisis económica arroja en la pobreza más y más brasileños, especialmente en la Amazonia, y provee mano de obra a esa actividad ilegal. Pero el estímulo político del gobierno de Bolsonaro tiene un efecto más devastador, al darle a los garimpeiros la sensación de que pueden seguir en la actividad aunque sea ilegal”, concluyó el portavoz de Greenpeace.
Los mineros emplean el mercurio para amalgamar el oro y separarlo del barro, sea dragado del fondo de los ríos sea de la tierra revuelta. De todas maneras el metal pesado va al río, contamina el agua y sus habitantes, llegando al ser humano por el pescado consumido.
En el caso del Tapajós, la minería contamina doblemente el río, porque también le aporta el mercurio que naturalmente contiene la tierra amazónica y que, al ser excavada y revuelta, escurre al río como sedimento.
El garimpo cuenta con algún respaldo legal, basado en una ley de 2008, el Estatuto del Garimpeiro, que repite conceptos de una legislación anterior, de 1960. Pero la actividad evolucionó, dejó de ser artesanal, individual y con picos y palas. Ahora se hace con balsas y dragas, como se ve en el río Madeira, con tractores y otros equipos que cuestan a veces centenares de miles de dólares. El impacto ambiental se multiplicó. La extracción se hizo industrial, empresarial, con grandes inversiones y empleados, como los buceadores en la minería fluvial, como la que predomina en el río Madeira.
El oro de extracción ilegal en Brasil representa el 28% del total, según una investigación de la Universidad Federal de Minas Gerais con datos de 2019 y 2020. Pero solo 34% de las 174 toneladas comercializadas en el país tuvieron origen legal, otros 38% no tuvieron la legalidad comprobada.
Se sospecha también que se convirtió en un mecanismo de lavado de dinero para el crimen organizado, como el narcotráfico. Para eludir la represión policial y legitimar la actividad, se organizaron decenas de cooperativas que cuentan con algunas facilidades para la obtención legal de áreas de minería.
La historia brasileña está muy vinculada a la minería, industrial o dicha artesanal, como importante actividad económica. Pero en la actualidad se destacan sus desastres. Además de matar ríos y enfermar los ribereños, especialmente los indígenas, hubo recientes tragedias en la gran minería.
Una barrera de descartes se rompió en Mariana, un municipio del céntrico estado de Minas Gerais, en 2015 y dejó 19 muertos y 660 kilómetros de río casi sin vida. Otra tragedia similar, en Brumadinho, también en Minas Gerais, se saldó con la muerte de 270 personas.