MINEROS DE CHILE: ¿UN COMBATE RUMBO AL FRACASO?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Ningún historiador serio deja de reconocer que la sociedad chilena es –y fue a lo largo de su historia– una sociedad profundamente escindida. La constitución del Estado-nación y su posterior desenvolvimiento se hizo a costa de sangre. El asunto comenzó «hace tiempo y muy lejos», cuando los primeros capitanes y adelantados condujeron a sus hombres hacia el sur del Perú y no terminó con las masacres indígenas en la Patagonia.

Alrededor de 120 años atrás, en una maniobra política y económica, los ejércitos argentino y chileno quiseron dar el golpe de gracia a la autodeterminación mapuche. No pudieron. Pero en diciembre de 2006 habrán transcurrido 99 años de la masacre de unos 3.000 obreros del salitre y sus familias en una escuela de niños de Iquique. No fue ni la primera ni la última matanza en el ara de la «paz social» –hoy diríamos democracia–. Los mineros, los campesinos, los pobladores, los estudiantes, tienen una larga lista de pares asesinados.

No leen, no saben

Resulta extraño, para decir lo menos, que los políticos del país suramericano no lean su propia historia e insistan –como lo hizo el candidato a la presidencia señor Piñera en la noche del cuatro de enero de 2006– con la monserga de que fue la acción de gobierno de Salvador Allende la causante de la «división de los chilenos» y, por tanto, directo responsable del coup d’état planificado en salones de Santiago y Valparaíso y oficinas en Wáshington.

Lo del candidato Piñera y sus epígonos y adláteres es, finalmente, comprensible: continúan la guerra que perdió pese a todo Pinochet, y a falta de mazmorras, calabozos y barcos para torturar, a falta del terror dosificado y del asesinato, apelan a la mentira a sabiendas de que si la repiten lo suficiente algo horadará en sectores de un país al que se le ha querido extirpar la memoria.

Una actitud parecida, en cambio, deberá juzgarse de otra laya en los políticos de la coalición gobernante. Ocultan a Salvador Allende luchador social y estadista por otros motivos; quizá evitar que un ramalazo de recuerdos haga que «la gente» –jamás dirán el pueblo– los compare con «el Chicho». Si no fuera dramático sería cómico ver en la actualidad a los «revolucionarios» de ayer montados en sus vehículos o paladeando una copa de Merlot envejecido en roble (ojalá francés el roble).

La matriz ideológica

En un país, Chile, cuya institucionalidad –montada por la dictadura y obedecida a rajatablas por la concertación de partidos por la democracia– está al límite de la efectividad de los controles sociales, en un país que hace más de 30 años depreda y degrada el ambiente natural y se explota sin misericordia a la sociedad, resultaba inevitable que el prolongado electroshock neoliberal paradójicamente despertara la memoria de lucha, aunque probablemente no siempre el para qué se debe luchar.

No por grandes causas, que ya por dos generaciones se les ha dicho a los chilenos que el tiempo de las grandes causas es parte de la prehistoria social, sino precisamente por las razones que los nuevos Lutero y Weber de la «globalización» y tratados comerciales esgrimen: la caridad empieza por casa, la gente feliz es la exitosa, el éxito consiste en poder gastar, lo que gastas te mide.

Los obreros «de segunda» del cobre, así, exigen poco. Apenas un bono menor a US$ 1.000 como reconocimiento a su empeño laboral durante 2005. El costo empresario equivale a unos tres días de producción; se produce durante los 365 días del año. Menos del uno por ciento para más de 25.000 familias.

Los trabajadores en huelga, dicho sea entre paréntesis, cumplen las mismas funciones que aquellos de contratación regular por los minerales. Pero no son trabajadores regulares. Sus funciones las realizan para empresas «contratistas» de aquellas. Ganan menos, no tienen los mismos beneficios sociales y su porcentaje de accidentes del trabajo es muy superior al de aquellos –y no porque sean imprudentes–.

Lucha menuda es menudo fracaso

El 11 de julio de 1971, en cumplimiento de las promesas electorales –las primeras 40 medidas del gobierno de la Unidad Popular– y tras la aprobación de la ley respectiva por el congreso, Salvador Allende en la histórica Plaza de Rancagua, donde a principios del siglo XIX quedó sellada la independencia chilena, decía:

«Hoy es el día de la dignidad nacional y de la solidaridad. Es el día de la dignidad, porque Chile rompe con el pasado; se yergue con fe de futuro y empieza el camino definitivo de su independencia económica, que significa su plena independencia política». Era la nacionalización del cobre. Y antes de cerrar el multitudinario acto remachó:

«Compañeros mineros, trabajadores duros del rojo metal: una vez más debo recordarles que el cobre es el sueldo de Chile, así como la tierra es su pan. El pan de Chile lo van a garantizar los campesinos con su conciencia revolucionaria. El futuro de la patria, el sueldo de Chile, está en las manos de ustedes».

Es de esperar que la justa reivindicación obrera en marcha no lo olvide. Es de esperar que los trabajadores de CODELCO no lo olviden. Si el movimiento concluye y se agota con la exigencia del bono, el retroceso de la conciencia social del país se habrá consumado y Chile vivirá en la selva diseñada por la dictadura, el imperio y sus catecúmenos locales. Ya la represión mostró sus dientes.

El presidente del Sindicato de Trabajadores Contratistas de CODELCO, Danilo Jorquera, exhortó en la tarde del cuatro de enero al gobierno a limitar las acciones policiales: «Le hago un llamado al gobierno (para que) diga a la fuerza pública que se repliegue, porque la gente lo único que quiere es pasar esta manifestación en forma tranquila».

Señaló además que la represión policial es parte del intento gubernamental para dividir el movimiento y debilitarlo. Hay dirigentes sindicales detenidos.

El paro de los contratistas se inició el 29 de diciembre, luego de que las autoridades rechazaron la demanda por el bono, que dicen no está al alcance de la empresa minera más grande del mundo.

El presidente Ricardo Lagos reiteró el cuatro de enero que no se pagará el bono –alrededor de 28 millones de dólares–. Puntualizó: «Si bien es cierto que los subcontratistas de CODELCO llegan a ganar la mitad de un trabajador de la empresa (600.000 pesos frente a 1.200.0000 pesos), no es posible entregar ese bono. No se justifica…».

La huelga afecta la producción de unas 1.8 millones de toneladas de cobre al año. El mercado londinense del cobre ha comenzado a marcar un alza en el precio del metal. Todo lo demás lo dirá el tiempo.

Pero si el descontento, si la insatisfacción se clava –y no sólo de los mineros, están los pescadores azotados por la peor crisis de su historia, las trabajadoras temporeras atadas a los mesones de trabajo y sin previsión social, los estudiantes metidos en el horno de la incapacidad educativa y los aranceles universitarios dignos de Scroogie, los obreros de la construcción sin seguridad, etc.–, si la insatisfacción, decimos, se pretende resolver sólo en la reivindicación económica, está condenada al fracaso.

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