Moby Dick –la ballena-símbolo– es mapuche

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoEl mito de la ballena más valiente del mundo, la enorme, célebre y feroz asesina de todos los océanos en defensa propia, Moby Dick, que realmente existió y fue inmortalizada por la literatura y el cine, llamada también la ballena blanca, revivió en Chile en septiembre 2005, al ritmo de un calvo cantante estadounidense de música electrónica: el afamado Moby. Le pusieron así en homenaje a la obra de su tatarabuelo, Herman Melville, que publicó con ese nombre la novela-símbolo de los EEUU en 1851, inspirado en un cetáceo de características extraordinarias, que se refugiaba en las cercanías de la isla Mocha, frente a las costas de Arauco.

fotoLlamada “Mocha Dick” por los balleneros europeos y norteamericanos del siglo XIX, salvó su vida durante cuarenta años atacando ella, con una agresividad nunca vista y dando resoplidos que formaban una nube a su alrededor, a quienes pretendían cazarla en alta mar, embistiendo sus barcos y perforándolos, volcando los botes que iban en su persecución y exterminando a remeros y arponeros que se atrevían a enfrentarla.

Ballenas similares a la Moby-Mocha-Dick, además, constituían parte fundamental de la mitología mapuche relacionada con el último viaje de sus difuntos, que eran llevados mar adentro por estos mamíferos nadadores de proporciones majestuosas.

La misma ballena que inspiró a la Moby Dick de la ficción figuró además en una conversación secreta sostenida en la Casa Blanca el 15 de septiembre de 1970, entre el dueño de El Mercurio, Agustín Edwards, el presidente Richard Nixon y Henry Kissinger, cuando el magnate nacional fue a solicitar la intervención norteamericana para impedir la llegada de Salvador Allende a La Moneda, según el poeta y premio nacional de Literatura, Armando Uribe.

Por si fuera poco, toda una institución del derecho internacional, la soberanía sobre las 200 millas marítimas de los países ribereños, reconocida hoy universalmente, y auténtica creación de los juristas chilenos entre 1947 y 1952, está inspirada en las ballenas de nuestro mar Pacífico, tatarabuelas de aquella mítica Moby-Mocha-Dick y, de alguna manera, “tataraprimas” del cantante Moby, que electrizó a 10 mil asistentes a su último concierto en Chile. Así, esta historia vuelve a comenzar en el mismo país donde tuvo su inicio.

LA NOVELA

fotoComo El Quijote con respecto a España, el libro Moby Dick representa en cierta medida el “alma nacional” de los EEUU. El hecho de que sus protagonistas sean marineros que van en persecución de la gran ballena por los mares del mundo, desde Chiloé hasta el Japón, pero también en el Atlántico Sur y el Océano Indico, en Australia y al norte de Hawai, hasta Alaska, además de certificar su valentía, refuerza la imagen de potencia mundial de la nación que desde hace 150 años se deleita con su saga.

Pero Moby Dick no es sólo patrimonio de los estadounidenses. Constituye una obra universal, objeto de resúmenes y simplificaciones para adolescentes y niños en todos los idiomas, que muchos hemos leído alguna vez. La versión original de Herman Melville tiene más de 800 páginas, plenas de referencias históricas, científicas o seudocientíficas, bíblicas y filosóficas sobre los enormes y misteriosos cetáceos, que incluyen la leyenda de Job y el Leviatán de Thomas Hobbes, un ensayo clásico sobre el tamaño ‘excesivo’ del Estado y sus poderes.

La trama misma es fascinante, a pesar de toda esa parafernalia conceptual que la decora, y que Melville utilizó deliberadamente en el entorno de la acción misma, para darle a la caza de Moby Dick un marco de grandeza que va más allá de la lucha desequilibrada de unos cuantos balleneros, en sus botes de asalto, contra el habitante más grande del planeta.

Es un combate inacabable entre el bien y el mal, para algunos críticos, el que enfrenta cara a cara en alta mar a la enorme ballena con sus cazadores, que utilizan arpones lanzados sólo a fuerza de brazos, y que termina con la muerte de todos ellos, menos uno. Es el joven Ismael, alter ego del autor, que sobrevive para contar el cuento.

(El mismo Herman Melville fue un curtido ballenero, que zarpó del noreste de los EEUU, cerca del límite con Canadá, alrededor de 1840, para dar la vuelta al cabo de Hornos y surcar los mares de Chile, y toda la cuenca del Pacífico, tras los cetáceos que proporcionaban entonces el aceite de los faroles callejeros. Corrió distintas aventuras durante algunos años en los mares del Sur, y hasta fue juzgado por piratería en las islas Marquesas. De vuelta a casa se hizo maestro de escuela, escritor y finalmente empleado de aduanas, condición esta última que lo emparienta lejanamente con las funciones que desempeñó en Valparaíso, años más tarde, nuestro Rubén Darío).

En la escena final de la novela, el barco de los protagonistas, el Pequod, que ha surcado los siete mares en su persecución, es hundido por los espolonazos de Moby Dick, arrastrando hacia el abismo a su último tripulante, el atormentado, obsesivo capitán Ahab, empecinado en vengarse de la ballena que le arrancó una pierna en una expedición anterior, y que finalmente es ahorcado por el cordel de un arpón que arrastra el animal victorioso clavado en su lomo.

LA VERDAD HISTÓRICA

fotoTodo indica que Herman Melville se inspiró en una historia real para escribir Moby Dick. En 1839 la revista neoyorquina ‘Knickerbocker’ publicó el relato de un oficial de la Armada de los EEUU, Jeremiah Reynolds, sobre el increíble enfrentamiento con sus cazadores de un cetáceo de tamaño descomunal y totalmente albino, “blanco como la lana”, bautizado como “Mocha Dick” por los marineros yanquis. Pero se la había avistado ya mucho antes en las cercanías de la isla Mocha (der., dibujo de época), en Chile, al sur del paralelo 38, veinte millas al oeste de la costa, frente al río y actual poblado de Tirúa, en la VIII Región.

Según la versión de Reynolds, la “Mocha Dick” real fue finalmente capturada, después de ser perseguida a través de toda la inmensidad del océano por distintos barcos balleneros, de diferentes nacionalidades, que habían clavado una veintena de arpones en su lomo sin lograr ultimarla. Ese detalle es repetido textualmente por Herman Melville. En su novela, sin embargo, la vencedora del sangriento duelo final es la ballena.

El autor tuvo otra referencia histórica: lo ocurrido con el velero Essex también dedicado a la caza de ballenas, y hundido por una de ellas, “grande y blanca, como nunca se había visto”, exactamente en 1819, a 3.700 millas de Valparaíso, donde finalmente culmina la historia de los náufragos, hallados cerca de Juan Fernández, después de haber sobrevivido 90 días en el mar. Arrastrados por las corrientes oceánicas, acosados por el hambre total y la falta de agua dulce, se vieron obligados incluso a recurrir al canibalismo, comiéndose a sus propios compañeros que iban muriendo en los frágiles botes salvavidas que tripulaban, para suplir la falta de alimentos.

De todos esos hechos hay constancia en los registros de la Capitanía de Puerto de Valparaíso. El investigador Germán Munita asegura que en ellos aparecen varios avistamientos, por esos años, de un gran cachalote blanco en las cercanías de la isla Mocha.

Melville nació precisamente el mismo año en que habría ocurrido la historia real del ataque de la ballena blanca, en sus dos versiones (1819), contadas “de oídas” por el impreciso periodismo de esos años y dos décadas después. El autor de Moby Dick puede haberla leído entonces, o en 1846, cuando la revista Knickerbocker volvió a reeditar el suceso.

Melville culminó su relato en 1851, al cumplir los 32 años. El público le dio una fría acogida a la primera edición del libro, que se convertiría con el paso del tiempo en lectura obligada en miles y miles de colegios de todo el mundo.

La gran popularidad de Moby Dick se vio reforzada luego de la versión cinematográfica, hecha en 1960, dirigida por John Huston y con Gregory Peck como el capitán Ahab. Detalle interesante: la adaptación y el guión fueron obra de un joven autor de ciencia-ficción recién descubierto entonces por Hollywood: Ray Bradbury.

EL MITO MAPUCHE

La isla Mocha tiene, en los mitos araucanos con relación a las ballenas, una figuración mayor que en las leyendas de los viejos marineros-cazadores de Nantucket, el puerto de Massachusetts desde donde zarparon tanto el imaginario Pequod de Melville, como el real Essex hundido por la ballena blanca. Nantucket también es una isla, situada a una distancia del Ecuador equivalente a la de la Mocha por el sur.

Vista desde el aire, y hasta en los mapas, la isla chilena semeja una ballena, además, y la forma de sus cerros, contemplados desde un barco, evoca el curvo lomo de Moby Dick.

En la mitología araucana existe la leyenda de Trempulcahue, redescubierta por el historiador Tomas Guevara en 1898, y que ya había sido citada por el jesuita Diego de Rosales, en los años 1600, durante la Colonia. Cuatro ballenas llevan las almas de los mapuches que mueren hasta la isla Mocha, desde donde parten en una balsa fúnebre hacia una ignota región situada a Occidente, más allá del horizonte marino.

Las cuatro ballenas son viejas mujeres mágicamente transformadas en cetáceos, que realizan su tarea a la caída del sol de cada día, pero que ningún ser humano puede ver. Cada alma de los difuntos debe hacer una contribución en llancas, piedrecillas de color turquesa “que los aborígenes valoran más que los diamantes” –según Rosales–, que depositan al lado del muerto, y que se utilizan para pagarle los servicios al barquero. Este es un personaje mal humorado, que castiga a las almas hacinadas en su barca con el remo, y cobra un plus por el pasaje de los perros y caballos que acompañan a sus amos en su último viaje, el que también debe ser pagado en llancas. Se han destacado algunas semejanzas de esta leyenda indígenas con pasajes de La Divina Comedia del Dante, incluyendo las características del barquero Caronte, lo que ha dejado con un palmo de narices a más de un erudito.

EN LA CASA BLANCA

fotoPero Moby Dick no figura sólo en los registros de la Armada y de la mitología ancestral chilena. También en un tortuoso capítulo de nuestra política exterior. El poeta y Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe, ex embajador durante el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular, cuenta que la idea de que “Moby Dick era chilena” fue discutida en los preámbulos de una reunión secreta que sostuvo el propietario de El Mercurio, Agustín Edwards (arriba, izq.), con el Presidente Nixon y el entonces Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, el 15 septiembre 1970, en uno de los salones de la Casa Blanca.

La conspiración está descrita en detalle por el Informe Church del Congreso de EEUU sobre operaciones encubiertas en el exterior, y en numerosos documentos desclasificados del gobierno estadounidense. En ella, Agustín Edwards “pidió la intervención de Wáshington para impedir el desastre de un gobierno marxista en Chile”. Sólo once días antes había triunfado Allende en los comicios, por estrecho margen, y necesitaba todavía ser ratificado por el Senado para convertirse en Presidente de Chile, según la Constitución vigente.

En sus memorias, Los años en la Casa Blanca, Henry Kissinger le endosa a Edwards la responsabilidad de haber presionado entonces a Nixon, de haberle ‘calentado el ánimo’ para que decidiera de inmediato acciones drásticas frente a lo que estaba ocurriendo en su país, “incluyendo algún tipo de acción militar”, según relata el escritor y periodista español, Manuel Vásquez Montalbán.

El fantasma de Moby Dick habría así sobrevolado aquella secreta conjura sobre los destinos de Chile en Wáshington, según la pluma de nuestro Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe. Lo cuenta en su Libro Negro de la Intervención Norteamericana en Chile publicado en francés, en París, en 1974. Allí, y luego en 1978, en las páginas de Le Monde Diplomatique, en un artículo titulado “Ces messieurs du Chili”, se refiere al tema Edwards y las ballenas.

LAS 200 MILLAS

Sucede que la familia propietaria de El Mercurio también lo era de la mayoría de las acciones de la empresa ballenera Indus, de origen británico, que operó hasta 1961 en Quintay, unas pocas millas al sur de Valparaíso.

Terminada la segunda guerra mundial, en 1945, la escasez de alimentos que acosó al mundo empujó a las flotas balleneras de Japón, Noruega y la Unión Soviética en busca de la carne de la rica masa de cetáceos que se mantenía en el Pacífico Sur, especialmente frente a Chile. Invadieron sin miramientos entonces los cotos de caza “reservados” que mantenían las compañías británico-chilenas frente a nuestros 4.000 kilómetros de costa, e incluso más arriba en el mapa, cuando el límite establecido internacionalmente para el mar territorial era apenas de 12 millas náuticas.

Para evitar la presencia de competidores, se resucitó entonces la teoría de la “plataforma continental”, geológicamente unida y continuación natural del continente sudamericano, hasta 200 millas mar afuera. Ésta fue proclamada como “zona de explotación económica exclusiva” en 1947, por el gobierno de Gabriel González Videla, fuertemente estimulado por informaciones y editoriales sucesivos de El Mercurio.

La campaña fue altamente exitosa, porque la ley coronó ese mismo año en el Diario Oficial los esfuerzos de los “protectores” de las ballenas chilenas. A la misma posición fueron adhiriendo otros países de la región; Perú y Ecuador, en primer lugar, que firmaron en 1952 el inicial tratado internacional de las 200 millas con Chile.

El documento tuvo pronto decenas de países adherentes en todo el mundo. Hasta llegar hoy a las 130 naciones que suscriben este principio consagrado del Derecho del Mar. Muy pocos recuerdan, sin embargo, su oscuro origen, ligado a la “necesidad” de asegurar la captura y exterminio de miles de ballenas descendientes de Moby Dick, en las mismas aguas que la vieron navegar airosa, al norte, al sur y al oeste de la isla Mocha.

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* Periodista y escritor.
Esta crónica sobre Moby Dick se publicó también en el diario La Nación de Santiago (www.lanacion.cl).

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