Emir Sader*

Esa autonomía apunta hacia la centralidad de la “sociedad civil”, para la contraposición al Estado, a la política, a los partidos, al poder, conforme quedó consagrado en la Carta del Foro Social Mundial. En el límite se identifica con dos versiones teóricas: la de Toni Negri, por un lado, la de John Holloway, por el otro, ambas teniendo en común la contraposición al Estado, promoviendo, en contraposición. la esfera social.
Esa concepción primó durante la década de los 90, cuando, colocados a la defensiva, las fuerzas antineoliberales se concentraban en el plano social, desde donde desataron sus primera movilizaciones. a partir del momento en que se evidenció el desgaste precoz del modelo neoliberal – particularmente después de las crisis de las tres mayores economías del continente: México, Brasil y Argentina -, la lucha pasó a otra fase, la de la construcción de alternativas y a la de la disputa por una nueva dirección política.
Fueron sucediéndose así las elecciones de presidentes, como rechazo a los gobiernos neoliberales, en ocho países del continente –ya con tres reelecciones., marcando la fase de transferencia de la esfera predominante para la política.
Quien no entendió esa nueva fase, dejó de captar la dinámica de la lucha antineoliberal. Quien persistió en la “autonomía de los movimientos sociales” quedó relegado al corporativismo, oponiendo autonomía a la hegemonía y renunciando a la lucha por la construcción de “otro mundo posible”, que pasa por la conquista de los gobiernos, para afirmar derechos –dado que el neoliberalismo es una máquina de expropiación de derechos. Aparte de que otros elementos esenciales del antineoliberalismo, como la regulación de la circulación del capital financiero, la recuperación de la capacidad reguladora del Estado, el freno a los procesos de privatización, el avance en los procesos de integración regional, entre otros, supone acciones gubernamentales.

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