Mr. Bush en Bagdad: entre borceguíes y zapatazos

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Alejandro Tesa

Resulta cuando menos curioso que entre las reacciones producidas por eso de "¡Toma tu beso de despedida, pedazo de perro!" y el vuelo de un par de zapatos, ninguna en la prensa y entre los comentaristas habituales que en ella se ganan la vida se haya referido, niguna haya querido extrapolar, las razones profundas de Muntadar al Zeidi.

Lejos de querer justificar la acción del reportero iraquí, quisiéramos entenderla. Los actos desesperados no concitan simpatía y son difíciles de explicar; frente a ellos sólo cabe la pena más profunda, porque quien los comete está más allá de ser comprendido. La desesperación es un infierno sin remedio. Y cuando es una desesperación compartida por muchos, o se debe al sufrimiento de muchos, es un infierno, además, solitario y feroz.

La invasión de Iraq es la pesadilla materializada de mentes criminales; el crimen no fue perpetrado con limpieza: los vándalos ignoraban –despóticos, en la punta de la pirámide– qué iban a enfrentar. El enemigo no era Sadam Huseín –sus pecados debía tener–, al que convirtieron en enemigo fue a un pueblo culto, antiguo, respetable. Hoy cobran la factura que pasaron.

El que fue quizá el último acto de la tragedia que por ignorancia y estupidez protagoniza el señor Bush será también el epitafio que merece su memoria. Es resto ha de ser llanto y crujir de dientes para un país y su población que si bien no puede ser condenada por sus gobernantes y poderosos, cargará la culpa de ampararse en el también no saber para dejarlos hacer.

No sólo Iraq y Afganistán, no sólo Palestina, no sólo lugares de África, Asia y América Latina muestran su factura. La geografía urbana y el ambiente natural de Estados Unidos viene siendo destruido desde hace generaciones y es tan grave el daño –reiterado en otras tierras– que la posibilidad de su recuperación es tarea universal o será universal fracaso.

El drama moral de los estadounidenses reside en que no encuentran muchas manos tendidas para que les ayuden a mirar el mundo tal como el mundo es y no como quieren que sea. No se confía en ellos, lo que bien puede constituir un error, pero un error que la estúpida "campaña de la esperanza" montada luego del triunfo electoral del señor Obama alimenta. Es que nadie quiere oír el duro golpe de los borceguíes en la calle donde vive.

Por eso, se diría instintivamente, millones no sienten que sea obscena la frase "Propongo que el zapato que le tiraron a George Bush, sea declarado patrimonio de la humanidad", como dice Jorge Flores (http://jorgefloresduran.blogspot.com).

El periodista iraquí, qué duda cabe, tendrá un castigo. Lo que no tiene en definitiva mucha importancia: le devolvió, desde la desesperación, la dignidad a un pueblo. Hizo por unos segundos visibles a los niños muertos, a las niñas violadas de Iraq, y eso sí es trascendente, por más que no sepamos cómo se expresará en los días por venir. Acaso sea posible mantener que EEUU y sus aliados de mentirillas perdieron la "Madre de todas las batallas". Los proyectiles de uranio "empobrecido" no revertirán ese hecho.

El resto es cosa de los estadounidenses y deberán resolverlo en su territorio. Ojalá no vuelvan a elegir los borceguíes.
 

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