Mujeres radicales en el arte latinoamericano, 1960-1985. Cartografías del cuerpo: feminismo, identidad y justicia social
La monumental exhibición Mujeres radicales en el arte latinoamericano, 1960-1985, organizada por el Hammer Museum de Los Ángeles, con curaduría de Andres Giunta y Cecilia Fajardo-Hill, incluye las obras de 120 pintoras, fotógrafas, escultoras, cineastas, artistas de video y performance de 15 países de América Latina y de Estados Unidos. Es la primera muestra a gran escala enfocada en este periodo caracterizado por un altísimo nivel de experimentación artística y un torbellino socio-político en el que tuvieron lugar algunas de las dictaduras más represivas en la historia de América Latina.
Al ingresar a la primera sala -en las blancas y asépticas instalaciones del Museo de Arte de Brooklyn- te sorprende la formidable voz de la cantante afroperuana Victoria Santa Cruz , su presencia y su visceral performance del poema “Me llamaron Negra”. La imagen y el sonido crean un ambiente contagioso de crítica social y rebelión, que establece el tono del resto de la exposición. Has ingresado en la dimensión del feminismo que respira con los oprimidos y le pone el cuerpo a la injusticia.
La siguiente estación -de un recorrido personal, que no incluye todas las obras sino las que me interpelan- es el tríptico “Las Tres Marías” de Judith Baca (1976). Tres paneles de unos tres metros, unidos por bisagras, el central es un espejo, y los dos laterales tienen pintadas las figuras de dos chicanas. A la derecha, la artista vestida y maquillada al estilo “pachuca” -con una falda tubo oscura y una blusa clara ceñidas al cuerpo, fumando y exhalando actitud. A la izquierda, una joven mujer de cabello oscuro, pantalones y suéter. En el medio, el espejo, desde el cual tu imagen se/te pregunta ¿dónde me ubico yo?
Veo a unos pasos más allá dos cuadros pop de Sonia Gutiérrez. En “Seguiremos diciendo patria” (1977), la artista muestra dos cuerpos de espalda, un hombre y una mujer uno al lado del otro, hombro con hombro, con las manos atadas con jirones de tela y los cuerpos amarrados por sogas. La cabellera castaña espesa apenas sostenida por un moño y el vestido juvenil de la muchacha y la vestimenta cuidada del joven resaltan la incongruencia y el salvajismo de lo que han hecho con ellos.
En “Y con unos lazos me izaron” (1979) vemos el menudo cuerpo de una mujer colgando de unas sogas atadas a los pequeños pies descalzos, un brazo sobre el pecho y el otro doblado, con un vestido como el que imaginamos había elegido ese día para llevar a su hija a la escuela, o ir al trabajo… cuando la sorprendió el horror. El estilo pop que caracteriza la obra de Gutiérrez te toma desprevenido, te invita a ver algo que resulta ser muy diferente de lo que pensabas al echar el primer vistazo… No encontrarás las latas de tomate de Warhol sino los cuerpos de seres humanos colgando como reses en un matadero. No ves sus rostros, pero los adivinas lívidos y deformados por un rictus de dolor. Los pensamientos y la angustia apenas contenidos en los dos cuerpos corren como caballos desbocados hacia fuera de la pintura…
La frase “Y con unos lazos me izaron” proviene del testimonio de la doctora Olga López que fue arrestada, con su hija de cinco años, y torturada por la policía colombiana. La artista protege piadosamente el rostro de las víctimas de tortura, pero no los vuelve anónimos. Al recoger el testimonio de Olga López, y a través de la representación de su cuerpo torturado incluye a las mujeres y a los hombres vejados -y muchos de ellos asesinados- por el terrorismo de Estado de Colombia a lo largo de décadas. Hoy mismo, mientras vemos este cuadro, probablemente habrá una persona que podría testimoniar: “Me envolvieron las muñecas con tela y con unos lazos me izaron”.
“Paisaje con retrovisor” (1974) de Diana Dowek es una pintura que evoca un documental, en el cual el terror está capturado desde el espejo retrovisor de un auto: hay un cuerpo abandonado en los pastizales, al borde de la ruta por donde transita el viajero. Hacia delante se ve la misma vegetación, pero sin el retazo de cielo que vemos hacia atrás, es un pastizal claustrofóbico, sin salida visible. Al principio, el paisaje parece inocente y hasta plácido; y poco a poco se va haciendo siniestro en las tonalidades de verde oscuro y amarillento del pasto. Es una pintura cuyo efecto va cambiando enigmática y vertiginosamente a partir de la percepción del espectador-testigo del crimen.
La ficha técnica menciona la conexión entre esta obra y las violaciones de derechos humanos de la dictadura argentina. En realidad, la pintura fue realizada casi dos años antes del golpe de Estado del 76, pero entonces ya estaba instalado el terror paramilitar, con los secuestros y asesinatos de militantes de izquierda. La serie Retrovisores interpretó tanto el momento en el que fue realizada como el futuro que se avecinaba en la Argentina con los treinta mil desaparecidos, los presos, los exiliados, los muertos “en combate”, eufemismo para las ejecuciones a sangre fría.
“A través de los ‘Retrovisores’, yo planteo la muerte de una manera dialéctica; hacia adelante a veces se ve un paisaje bucólico, y por el retrovisor hacia atrás se ve alguien muerto, metido entre los pastizales, y uno está metido dentro de un auto, y quizás vea que alguien lo está siguiendo. Es decir, hay una situación diálectica, que tiene que ver con la dialéctica de Eisenstein (en el cine) y Brecht (en el teatro)”, dijo Dowek.
Tanto Diana Dowek como Sonia Gutiérrez dan testimonio de la violencia institucional que aquejó -y aqueja- a sus respectivos países: Argentina y Colombia. Sus obras dejan un impacto: no pueden pasar desapercibidas ni siquiera en una exhibición gigantesca y espectacular como Mujeres Radicales en el Arte Latinoamericano, 1960-1985.
En la segunda sala, frente a la pantalla que proyecta “El mundo de la mujer” (1972) de María Luisa Bemberg es imposible no sonreír ante la parodia de qué es ser mujer según “Femimundo 72 – Exposición Internacional de la mujer y su mundo”. El cortometraje documental es el primer film de Bemberg, quien en las décadas del 80 y 90 se convertiría en una de las más reconocidas cineastas de Argentina y de América Latina con “Señora de Nadie”, “Camila”, “Miss Mary”, “Yo, la peor de todas”, “De eso no se habla”. Bemberg realizó este documental para colaborar con una protesta de la Unión Feminista Argentina (UFA).
Las actividades de la UFA incluían conferencias y acciones callejeras de concientización de género, el debate sobre el derecho al aborto y un cuestionamiento de la sociedad patriarcal. Bemberg, a pedido de sus compañeras, fue la encargada de filmar los eventos de la feria con su cámara de 16 mm. Los modelos estéticos e ideológicos de mujer promovidos con el eslogan Femimundo cambiará algo en su vida son capturados por la cámara de Bemberg como una caricatura patética, acartonada y retrógrada.
Las imágenes de maniquíes desfilando en pasarelas, posando en plataformas giratorias, mostrando como usar aparatos para “moldear” la figura, cómo tejer o cocinar, van acompañadas por consejos de cómo hacer feliz al marido y otras recomendaciones anacrónicas tomadas del mismo catálogo de la feria, de la revista Para ti y del cuento de la Cenicienta leídos en tono satírico por voces en off. Hacia el final, los gemidos de una mujer alcanzando el orgasmo (o fingiéndolo) son el marco de una vorágine de modelos demasiado maquilladas y muy poco felices, representando los eslóganes de “la mujer y su mundo”, como si estuvieran en un zoológico, un manicomio o una cárcel.
*Periodista de medios alternativos. Primera parte de la reseña de la muestra itinerante Mujeres Radicales en el Arte Latinoamericano, 1960-1985