Mundial. – LOS GALLOS EN EL RUEDO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El periodista argentino Diego Graciano* escribió en Brasil sus Pálpitos del blog respecto de lo será –comienza a ser– el Mundial de Alemania. Días antes de comenzar la competencia, escribió:

– Mejor equipo: Brasil.

– Equipo revelación: Portugal,

– Equipo sorpresa: Togo,

– La gran decepción: Italia.

– Goleador del Mundial: Adriano (Brasil).

– Revelaciones en Brasil: los suplentes Robinho y Cicinho.

– Revelaciones en Argentina: los suplentes Tévez y Palacio.

Citó además al periodista brasileño Juca Kfouri –revista Caros Amigos de Junio de 2006–:
«Para que Brasil sea Hexa tendrá que vencer rivales fuertes como el arbitraje. Creo que Brasil no ganará la Copa y habrá manipulación. Esta vez los árbitros van a estar contra Brasil y eso será suficiente para dejarnos fuera de la Copa».

Desde otro ángulo la revista Zazpika**, magazine del diario gipuzkoano Gara se ocupó del entonces próximo campeonato en los siguientes términos:

CERRADO POR FÚTBOL

El Campeonato Mundial de Fútbol volverá a paralizar el mundo.

fotoSi es una opinión más o menos discutible el dicho que afirma que el Barça es más que un club, lo que parece fuera de toda duda es que el fútbol sí es algo más que un deporte. Para unos, modelo de manejos oscuros, de intereses económicos creados a la sombra de unos colores y gracias a la ingenuidad de unos seguidores dispuestos a no cuestionarse nada si su equipo les otorga ligas y trofeos. Para otros, en cambio, el fútbol es un deporte capaz de hermanar a gentes que difícilmente tendrían algo en común sino fuera por su afición a este deporte.

Ejemplos que sustenten estas creencias no faltan. Ex políticos y ex constructores de trayectoria más o menos clara suelen coincidir con el perfil de algunos presidentes de clubes. En esta línea la UEFA ultima estos días la investigación que se cierne sobre la Juventus de Turín, equipo al que se acusa de apañar partidos de la Liga italiana y de la Copa de Europa.

Millonarios ingresos por publicidad, recalificación de terrenos, violencia sectaria, ciudades deportivas, derechos televisivos, en fin, un negocio inmenso de base quebradiza que se sustenta sobre la emoción y los sentimientos de los aficionados.
Los once jugadores representan también, en una carambola mezcla de sentimientos y adrenalina, mucho más que un resultado favorable o adverso.

En Irlanda del Norte, en los años de plomo entre protestantes y católicos, un balón, el ovalado de la selección de rugby, era el único nexo de unión entre las dos comunidades enfrentadas cuando el equipo local medía sus fuerzas frente a Inglaterra. El Glasgow Rangers, por el contrario, representó, exclusivamente, a la afición protestante de esa ciudad escocesa mientras que el Celtic de Glasgow hacía lo propio con los católicos.

El fútbol tampoco es ajeno a la épica más dramática. En Ucrania, un monumento recuerda a los jugadores del Dínamo de Kiev fusilados, en 1942 por los ocupantes nazis. En plena II Guerra Mundial, y con árbitro teutónico incluido, los jugadores soviéticos, a pesar de las advertencias en su contra, derrotaron contundentemente al once invasor. Fueron fusilados en lo alto de un barranco y con las camisetas de su equipo puestas.

Celebrar un gol o la subida al marcador de un tanto ha tenido muchos significados al margen del evidente. Ha sido una espita para reivindicar agravios y, en muchos países y en momentos diversos de la historia, el fútbol ha sido la única forma más o menos tolerada de promover reivindicaciones colectivas.

La venganza de Argentina después de ser humillada por los ingleses en la guerra de Las Malvinas se consumó el 22 de junio de 1986 en el estadio Azteca de la capital de México. Su arma secreta se llamaba El Pelusa. Maradona vengó la afrenta hundiendo dos veces el esférico en la portería inglesa, uno de cuyos tantos fue conseguido con la mano. Los seguidores de la selección albiceleste hablaron entonces de la “mano de Dios”.

Reglas de Cambridge

Muchos países y culturas distintas se disputan el honor de ser la cuna de algo parecido al actual fútbol. Los juegos de pelota de los incas precolombinos, el tsu chu chino, el episkyros griego, el harpastum romano, la soule gala, el kemari japonés, todos tienen en común las evoluciones de unos jugadores alrededor de una pelota.

En origen casi todos estos juegos ancestrales tienen una explicación simbólico religiosa y también de adiestramiento militar. Sin embargo, el nacimiento del fútbol en la forma que hoy día se practica, conoció su alumbramiento en la Inglaterra de 1823. En la localidad de Rugby se consumó, no sin tensiones, la escisión entre los seguidores del balón ovalado que podía jugarse a la mano y aquellos que preferían jugar con uno redondeado y que sólo podía golpearse con los pies.

De aquellos tiempos épicos para el balompié se rescató también la sentencia que pretendía fijar el carácter de los diferentes contrincantes con un contundente, “El rugby es un juego de villanos practicado por caballeros, y el fútbol, un juego de caballeros practicado por villanos”. La controvertida escisión se consolidó y las reglas de juego se redactaron, años más tarde, en 1848, en el Trinity College de Cambridge. Las reglas de Cambridge son la esencia de lo que hoy se conoce comúnmente como reglas de juego a lo largo y ancho del mundo.

En el Estado, como en otros ámbitos europeos, el fútbol llegó de la mano de emigrantes ingleses afincados en el sur de la península. La colonia británica que vivía en la proximidad de las minas onubenses de Río Tinto fue la pionera en poner el balón en juego. El Huelva Recreation Club, fundado en 1878, contempló las rígidas carreras de aquellos estirados ingleses que, conscientes de su clase, sólo permitían, en sus instalaciones, el juego a sus iguales.

La simplicidad de las reglas y lo participativo del juego propició que, pronto, el esférico rodara entre los pies de los lugareños y, que, de ahí, se extendiera velozmente al resto de la Península.

Veinte años más tarde, en 1898, el año en que el gobierno de Sagasta veía como el sistema de dominación colonial se hundía definitivamente con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, fue también el de la fundación de uno de los grandes, el Athletic Club de Bilbao. El Palamós Club de Fútbol se fundó también en ese año histórico. El Barcelona hubo de esperar un año más para ver como el suizo Hans Gamper otorgaba oficialidad al sentimiento balompédico de la ciudad condal.

Los británicos continuaron su expansión comercial y militar por el mundo y el fútbol viajó con ellos. Así no es de extrañar que alguno de los más grandes equipos del fútbol sudamericano ostenten nombres anglosajones como el Ríver Plate y el Rácing Club en Argentina, el Rangers y el Éverton en la liga chilena, el Wánderers en Uruguay o el Corinthians en la brasileña por ejemplo.

La FIFA y los intelectuales

El escritor uruguayo, Eduardo Galeano, gran enamorado del fútbol, al igual que buena parte de sus compatriotas, escribió en el prólogo de su libro El fútbol a sol y sombra, una dedicatoria a los niños de un barrio de Montevideo que volviendo de jugar un partido coreaban una canción cuyo estribillo repetía “ganamos, perdimos, / igual nos divertimos”. Es evidente que en el complicado mundo del fútbol profesional la diversión se ha sustituido por la técnica y la eficacia goleadora.

La belleza y la fantasía no son, por sí solas, rentables, y por lo tanto se suprimen. Galeano sostiene que el juego se ha convertido en espectáculo y éste se ha transformado en uno de los más grandes y lucrativos negocios del mundo. La FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) que reparte los dividendos generados por este deporte desde su villa y corte de Zurich, maneja números, estadísticas y presupuestos que superan los de una multinacional como General Motors o las cuentas públicas de un Estado como el francés.

Se calcula que en el mundo están registrados una cifra superior a los seiscientos mil equipos y en la FIFA están inscritas doscientas cinco asociaciones nacionales. Por tanto existen más naciones futbolísticas que naciones-Estado amparadas por la ONU. La retransmisión de los partidos de fútbol por televisión ha disparado el volumen de negocio.

El fútbol, considerado como un deporte de masas, ha dividido siempre a los intelectuales en sus opiniones al respecto. El cantor del Imperio Británico, Rudyard Kypling, abominó de su práctica llamando “almas pequeñas” a los seguidores y “embarrados idiotas” a los jugadores. Muchos intelectuales de izquierda han comparado al fútbol con el opio del pueblo del que hablaba Marx en referencia al papel de la religión en la sociedad. Sin embargo, Albert Camus, gran aficionado en su juventud a correr detrás de la pelota confesó en su madurez que el fútbol era la disciplina que más le había enseñado acerca de la moral y las obligaciones de los hombres.

El marxista italiano Antonio Gramsci elogió este deporte al considerarlo “un reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”. El argentino Jorge Luis Borges, fiel a su estilo críptico y sutil, lleno de laberintos y símbolos que aparentan ser lo que no son, rizó el rizo convocando en Buenos Aires una conferencia que versaba sobre la inmortalidad del alma el mismo día y a la misma hora en que la selección argentina disputaba su primer partido en el Mundial del 78.

El Nobel colombiano García Márquez admitió que el fútbol le había otorgado grandes satisfacciones y la mayor de todas había sido el forjarle una nueva personalidad en la que, durante los noventa minutos, quedaba excluido el sentido del ridículo. El mismo escritor redactaría, tiempo después de aquellas declaraciones, un panegírico que glosaba las virtudes del jugador de la selección colombiana Andrés Escobar, asesinado de ocho tiros en su país por el delito de haberse marcado un gol en propia puerta en un encuentro de la Copa del Mundo celebrado en Estados Unidos.

En otro orden de cosas, aunque esta vez poniendo al ser humano en el centro y a la literatura y al fútbol a los lados, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, autor de Yo, el Supremo, pudo ser sometido a una costosa operación a corazón abierto gracias a la generosidad del portero de la selección paraguaya, ídolo nacional en el mundial de 1998, José Luis Félix Chilavert. El hosco y polémico cancerbero demostró que las apariencias engañan, no sólo en su esplendidez para con el escritor laureado sino en la gran cantidad de anónimas donaciones efectuadas por el meta paraguayo. La muerte de Roa Bastos privó al mundo de la que se suponía iba a ser su obra postrera, una biografía del reconocido portero de la selección del país del Chaco.

El fútbol del sur del mundo

Eduardo Galeano afirma que todos los uruguayos nacen gritando gol y que esa es la explicación al tremendo estrépito reinante en las maternidades de ese país sudamericano.

Si es cierto que el fútbol moderno forjó sus normas y límites en Inglaterra no es menos cierto que en Suramérica se hizo libre. La concepción de este deporte cambió y se hizo mágica bajo los azules luminosos y tropicales del sur del mundo. Un sur que, a día de hoy, sigue siendo la cantera inagotable que nutre al fútbol de Europa de sus estrellas más rutilantes. Son éstos los mulatos y los negros unánimemente aceptados por todos, excepto por la afición del equipo rival, claro está.

Los niños que se hicieron jóvenes jugando en las favelas, en las playas, en los barrios tuvieron que aprender, no a chutar duro, que también, sino sobre todo a acariciar la pelota, a no separarla de los pies, a hacer cabriolas y autopases en espacios reducidos y quebradizos. Fue así como el fútbol físico y largo traído a América por los europeos se hizo astuto y vistoso, el “xoga bonito” que ahora publicitan los astros brasileños del Barcelona o el Real Madrid.

El también llamado fútbol criollo firmó una nuevo contrato con este deporte en el que el toque era la firma principal. Se ofrecieron remates que recordaban a la capoeira, la danza-lucha llevada al Nuevo Mundo por los esclavos africanos y se bautizó como “de chilena” a un espectacular remate de espaldas y hacia atrás que, Hugo Sánchez, el delantero mexicano del Real Madrid convirtió en una de sus especialidades muchos decenios más tarde.

El Mundial del 58 en Suecia fue el evento que consagró esta novedosa concepción del fútbol. Pelé y Garrincha encarnaron en sus personas y trayectorias esas cualidades del nuevo fútbol nacido en las barriadas humildes y las chabolas.
El ejemplo de Garrincha sirve para ilustrar aquella prodigiosa generación de futbolistas.

Alguno de sus muchos hermanos bautizó, al que fuera futuro ídolo de masas en Brasil con el nombre de Garrincha, porque su físico recordaba al del pajarito desgarbado y feo que lleva ese nombre. Superviviente de una grave poliomielitis los médicos le aseguraron que nunca podría andar con normalidad. Su columna vertebral desviada, las piernas torcidas, su cojera y su comportamiento infantil, no permitían augurar al astro que, años más tarde deslumbraría a medio mundo, con su juego colorista, vistiendo la camiseta brasileña.

Manuel Francisco Dos Santos “Garrincha” nunca se tomó su arte en serio y desde su época de delantero en el Botafogo, fue tan famoso con su habilidad con el esférico como por una vitalidad sin fin que le impulsaba a escaparse de las concentraciones y los horarios en busca de partidos callejeros, cerveza y mujeres. Garrincha llevó a Brasil de la mano hasta sus triunfos más legendarios pero él nunca fue un ganador. El final de su vida fue muy similar a su primera infancia, alcoholizado, pobre y solo Garrincha murió el veinte de enero de 1983 en Río de Janeiro.

Los grandes delirios de la afición tienen que ver en muchas ocasiones con el origen humilde de sus héroes. El carisma del recién retirado Zinedine Zidane, tiene que ver, obviamente, con su ejemplar trayectoria deportiva, pero también, con sus primeros años como residente en un suburbio de Marsella.

También, aunque con desmesura e hipérbole incluidas, es el caso de Maradona, cuya fama ha convertido su barraca natal, en el suburbio bonaerense de Villa Fiorito, esquina de las calles Azomor y María Bravo, en un punto de peregrinación, de curiosos, aficionados y hasta devotos, porque el Pibe, el Pelusa, Dieguito, el 10, o simplemente Maradona, desborda los cauces normales de análisis aplicables a la afición deportiva para convertirse en algo más y, en ocasiones, en muchísimo más.

Maradona, el niño pobre convertido, por la gracia de la pelota, primero en ídolo, después en mito, en santo, más tarde en mártir y, desde luego, en un fenómeno sociológico, comparable tan sólo a los grandes referentes porteños, preñados por la tragedia y la gloria a partes iguales y en cuyo panteón el futbolista genial comparte vela y nicho junto a Carlos Gardel y Evita Perón. A sus seguidores se les conoce con el nombre de maradonianos y están tan desprovistos de juicio crítico como los sectarios modernos adoradores de una deidad oriental de nuevo cuño.

El “homo ludens”

En estos días previos al Mundial de Alemania se prepara en el mismo país centroeuropeo otro campeonato. Hamburgo es la sede de esta interesante alternativa, al margen del fútbol oficial, y que sólo admite como requisito imprescindible ganas de participar y de jugar al fútbol. De momento, unos imaginativos combinados de Gibraltar, Groenlandia, Tíbet, Zanzíbar, y dos equipos locales, uno de ellos denominado República de San Pauli, se han apuntado a este nuevo festival en el que el fútbol vuelve a ser el nexo de unión.

La iniciativa surgió del propio FC St. Pauli, un equipo local de Hamburgo, que milita en la tercera división y que, al margen, de sus éxitos o derrotas deportivas se ha hecho famoso por la vehemencia y la alegría de una afición que no deja de animar a sus colores, indiferente al resultado, durante los noventa minutos.

El fútbol, que comenzó siendo un deporte elitista y de minorías, ha trascendido todas las clases sociales. Ricos y pobres, premios Nobel y analfabetos, confiesan, por igual, su pasión por la pelota. Cristianos, judíos, musulmanes y budistas corren tras el esférico con igual devoción. En Irán la magia del fútbol se ha revelado tan poderosa que existe una pujante selección femenina, que, ataviada con pantalones largos y el preceptivo pañuelo, hilvana jugada tras jugada ante el entusiasmo de la grada compuesta exclusivamente por féminas.

La fuerza que emana de una pelota rodando es tan seductora como para permitir que arcaicas formas de fútbol sobrevivan, una vez que el umbral del mítico año 2.000 se haya superado con creces. Una de las más espectaculares es el Calcio Storico, que se remonta al siglo XVI. Cada mes de junio en la florentina Piazza Sta. Croce, 26 jugadores encuadrados en cuatro equipos, cada uno de los cuales representa a una iglesia de la histórica ciudad, luchan literalmente por hacerse con el control del esférico. El trofeo es un ternero blanco vivo.

El éxito en la difusión del fútbol ha querido explicarse por la facilidad de las reglas, por lo barato que puede resultar jugar un partido, por la espontaneidad con que puede brotar el juego y por un sin fin más de conjeturas. Quizás la hipótesis que mejor explica la repercusión mundial del fútbol sea la que hace hincapié en las cualidades propias del ser humano.

Johan Huizinga ya aventuró en su obra Homo Ludens que la cultura humana brota del juego y que éste tiene una estrecha relación con la fantasía, la creatividad y la estética. Es posible que si Huizinga hubiera sido un niño de las favelas en el Río de los sesenta, en lugar de un sesudo historiador y filósofo holandés de entreguerras, hubiera considerado que jugando al fútbol era posible transmitir una enseñanza similar a la que nos dejaron sus obras escritas.

Un filme:
LA GRAN FINAL

¿Qué pueden tener en común una tribu de indígenas de la selva amazónica con un grupo de nómadas de las montañas mogolas y, a su vez, éstos, con los tuareg del desierto de Malí? Para Gerardo Olivares, director de La Gran Final la respuesta es clara: su común afición por el fútbol y sus similares anhelos por encontrar la infraestructura necesaria para poder ver por televisión la final del Campeonato del Mundo de Fútbol.

Olivares, que se ha hecho un nombre en el mundo de la producción documental con trabajos para televisión sobre antropología, naturaleza y viajes a los más recónditos paisajes del planeta se estrena ahora en el cine con esta original película.

Entrevista con el realizador.

La Gran Final cuenta, en clave de comedia, los esfuerzos de tres grupos de seres humanos muy diferentes y distantes entre sí por ver en televisión la final del Mundial. ¿El fútbol hermana las diferentes culturas o es la televisión la que destruye las particularidades de cada grupo humano?

–La película habla del fútbol y de las pasiones que levanta en la gente pero, sobre todo, del inmenso poder de la televisión a lo largo y ancho del mundo. A esto se une que la final del mundial es la retransmisión más seguida en el planeta. Viajando por Africa o por Asia he podido ver en los tejados de las chozas más miserables las parabólicas que permiten captar más cien canales de TV diferentes. Entrevista con el realizador.

Ese hecho puede tener interpretaciones muy dispares.

–Evidentemente. Por un lado ayuda a tener una visión del mundo exterior a grupos humanos que nunca han tenido la oportunidad de salir de los límites de su aldea. Por otro crea en esta misma gente expectativas falsas y distorsionadas de cómo es la vida real, el día a día, en sociedades diferentes a la suya. Algunos africanos creen que la vida cotidiana en Europa es la que ven en series como Dinastía, el lujo al alcance de la mano y, claro, la realidad es diferente.

¿Cuál es el aspecto más creativo que un acontecimiento como el Mundial puede ofrecer al mundo?

–La sorpresa es lo mejor del fútbol, el que una pequeña y desconocida selección pueda derrotar a uno de los grandes es lo que motiva a muchos aficionados. Todos recordamos aquella selección de Camerún que, sin complejos y desarrollando un fútbol creativo, repartió muchas alegrías y sustos a partes iguales.

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* En su blog http://spaces.msn.com/diegograciano.

** No tiene versión digital. Agradecemos a Juan Manuel Costoya, columnista de Piel de Leopardo, el envío del artículo.

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