Myriam Bravo Labbé: «Recuerdos de mi paso» / Hubo una vez en Chile una escuela de educación experimental artística (VI)

Muchos años han pasado y muchos caminos he recorrido, uno de ellos me llevo al exilio, lejos, muy lejos de la tierra que me vio nacer para allí plantar nuevas raíces. Pero aun ahí, el arte —con un gran A— me ha seguido sirviéndome como útil de expresión. Tanto dentro de mi vida cotidiana, y por otro en mi vida profesional en tanto que profesora en educación diferencial.

Ahí logre implementar al interior de la escuela, talleres de expresión (cerámica, collage, pintura, etc.) donde los niños a partir de estos útiles de mediación logran expresar problemáticas traumáticas de sus vidas.

Como toda historia tiene un fin, y la mía también la tiene, yo diría para concluir, que las bases que me entrego la E.E.E.A. me llevaron  a practicar el arte y la creación a lo largo de mi vida y como éste., el arte, ocupaba un pedazo importante fui buscando los medios para incluirlo en mi quehacer profesional. Y es así como fui haciendo diversas formaciones en el ámbito del arte-terapia que, creo yo, completaron por aportes teóricos a mi practica.

Para mi fue finalmente una  unión fundamental, por un lado el arte y por otro a través de éste, la ayuda a los individuos en dificultades traumáticas psicológicas o existenciales a través de un acompañamiento global.

Imágenes.
Apertura: (De frente) Osvaldo Reyes, inspector general, (de perfil) Fernando Marcos, director, discuten con Ricardo Aguilera, presidente del Centro de Alumnos y otros estudiantes de la EEEA.

– Acuarela de Claudio Mella;
– Sellos postales con motivo del Campeonato  Mundial de fútbol de 1962, diseño de Eduardo Barreto;
– El cargador de la muerte, de Róbinson Avello.
(Todos ex alumnos de la Escuela).

Aquí enlace con el texto anterior de la serie.

Addenda
El sistema educativo chileno atraviesa una crisis grave que permea todos sus niveles, desde la educación básica a la superior y técnica; por esos milagros de la ultradedicación de las autoridades, las ruinas que dejó la dictadura gozan, desde hace 21 años, una salud perfecta. Que algunos colegios o escuelas y liceos estén en ruinas o, literalmente, a punto de caerse es, naturalmente, un asunto menor. Grandes carteles anuncian que se trabaja en restaurar, remozar o sujetar muros y techos, pero ahí están —y los alumnos afuera—. Es una responsabilidad sistémica.

Cada gobierno, todos los ministros del ramo, claman porque se los deje "trabajar", cada generación de estudiantes clama porque quiere estudiar, escenificando la maravilla de una tragedia que ya empezó a golpear, en su sentido más amplio, la cultura del país, que se convierte cada año antes del inicio del ciclo lectivo correspondiente en un repugnante zoco de mentirosas ofertas; en la etapa superior, universitaria, por ejemplo, sucede que los jóvenes descubren que estudian carreras profesionales para cumplir un rol laboral inexistente. No importa, hay líneas de créditos bancarios y con apoyo del Estado para que todos paguen lo que sea. Todos saben firmar los contratos, pero se ha descubierto que muchos no saben qué firman… Lo que es irrelevante, alguien ya ha cobrado las cuotas mensuales. O se han ido a estudiar a la Argentina u otro país.

Así, en medio de esta calma chicha —que bendecirá nuevas tormentas—, leer las memorias de ex alumnas y alumnos de la Escuela de Educación Experimental Artística (hoy R.I.P., trocada en Liceo municipalizado al parecer) genera, por sobre todo, una pena inmensa: la de asomarse a un país que fue diferente y que nadie con autoridad y obligación de hacerlo quiere explicar por qué desapareció y ni siquiera intenta su rescate.
(Surysur).

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