Nagorno Karabaj: desplazados, pero no a salvo

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 Desde el balcón de la casa en la que ha vivido durante las últimas semanas, Margarita Ghushunts dice que, a menudo, mira en dirección a la tierra que dejó atrás, en Nagorno Karabaj. “Cada vez que lo hago recuerdo el viaje infernal que hicimos para escapar. Es como revivir la pesadilla una y otra vez”, explica esta armenia de 32 años a IPS.

Nagorno Karabaj, también llamada “Artsaj” por sus antiguos residentes armenios, era una república autoproclamada dentro del Azerbaiyán soviético que había buscado la independencia y el reconocimiento internacional desde la disolución de la Unión Soviética en 1991. La Primera Guerra de Nagorno Karabaj (1988-1994) terminó con una victoria armenia. Azerbaiyán desataría su fuerza en la segunda, recuperando en 2020 muchas de las zonas perdidas años antes. Pero aún quedaban cuentas por saldar.

El 19 de septiembre, Azerbaiyán lanzó un ataque masivo contra Nagorno Karabaj. Toda la población -más de 100.000 personas de etnia armenia- huyó de la región hacia Armenia en pocos días. Presa del pánico por el ataque azerbaiyano, la población civil se apresuró a evacuar. Tras un bloqueo de nueve meses impuesto por Azerbaiyán, se acababa de reabrir la única carretera que conecta Nagorno Karabaj con Armenia. Pero podía volver a cerrarse en cualquier momento.

Después de un agotador viaje de 28 horas hasta la frontera con Armenia desde Stepanakert, la capital de Nagorno Karabaj, Margarita, su marido Harutyun y sus tres hijos llegaron a la casa de su padre en el pueblo de Tegh, en el sur de Armenia.

Llegada a Kornidzor de desplazados de Karabaj, el primer pueblo en el lado armenio de la frontera, el 25 de septiembre, tras huir a pie a través del bosque y bajo los bombardeos. Imagen: Gaiane Yenokian / IPS

El pueblo está situado justo en la frontera con Azerbaiyán. Margarita puede ver incluso las posiciones militares azerbaiyanas y sus banderas ondeando desde las cimas de las montañas vecinas. “También escuchamos disparos frecuentemente por lo que mis hijos no pueden dormir tranquilos. Incluso cuando escuchan un trueno, se acercan a mí y me preguntan: ‘Mamá, ¿nos están disparando otra vez?’”, relata.

Asesinados y torturados

El 28 de septiembre, el último líder de Nagorno Karabaj, Samvel Shajramanian, promulgó un decreto que da por disuelta la autoproclamada República de Nagorno Karabaj a partir del 1 de enero de 2024. La población del enclave evacuado se reparte actualmente por toda la geografía de Armenia. Algunos se encuentran en alojamientos proporcionados por el gobierno; otros alquilan casas o viven en las que les han ofrecido personas solidarias.

En varios discursos públicos y reuniones internacionales, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, insiste en que los derechos de los armenios de Nagorno Karabaj se salvaguardarían “con la legislación nacional de Azerbaiyán y los compromisos internacionales”. Pero los armenios desconfían. Son menos de 40 los permanecen en el enclave asediado, donde reciben ayuda humanitaria del Comité Internacional de la Cruz Roja (Cicr).

El 19 de octubre, la defensora armenia de los derechos humanos, Anahit Manasyan, informó de que los cuerpos de las víctimas en Nagorno Karabaj durante el ataque azerí del 19 al 21 de septiembre mostraban signos de tortura y mutilación. Coincide con datos publicados por el Comité de Investigación de Armenia el 31 de octubre, que apuntan a 14 personas torturadas por el ejército azerbaiyano y otras 64 que murieron en la carretera de Nagorno Karabaj a Armenia.

En una entrevista con IPS en Ereván, en el sur de Armenia, Siranush Sahakyan, abogada y experta en derecho internacional y derechos humanos, recuerda casos de asesinatos brutales registrados anteriormente entre la población civil de Nagorno Karabaj. “Después de la guerra de 2020, hasta 70 civiles decidieron permanecer en sus asentamientos de Hadrut, Shushi y otras regiones que quedaron bajo control azerbaiyano. Todos estos civiles fueron llevados a Bakú, donde los torturaron y mataron, o asesinados en sus propias casas. Sus cuerpos fueron mutilados”, explica Sahakyan.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) también ha hecho un llamamiento a Azerbaiyán a garantizar “los derechos y la seguridad de los armenios de Karabaj”. Además de hacer llamamientos, dice Sahakyan. La ONU “también debería crear las condiciones para ello”, añade.

“La primera condición es eliminar el odio contra los armenios. También hay que desplegar un mecanismo internacional con pleno mandato en Azerbaiyán para proteger a los armenios. Sin un cambio sustancial de la situación, nadie volverá”, recalca la jurista.

Miedo a nuevos ataques

Romela Avanesyan prepara un plato tradicional de la cocina de Nagorno Karabaj, en la aldea armenia de Kalavan, donde su familia está refugiada.

Rozai, la hija pequeña de Margarita Ghushunts, nació durante el bloqueo de Nagorno Karabaj durante el cual se vieron privados de gas, electricidad, alimentos, medicinas y combustible, así como un sistema de salud funcional. Pero no fueron las duras condiciones de vida las que obligaron a Margarita a abandonar Stepanakert.

“Podíamos soportar toda la crueldad del bloqueo para proteger nuestro derecho a la autodeterminación pero, tras el último ataque, el gobierno de Artsaj se vio obligado a entregar las armas para salvar a la población civil”, explica la armenia. Según dice, la vida en Artsaj sin un ejército para defenderles “equivale a la muerte de toda su población”.

Hoy, los vecinos de Ghushunts le preguntan si se quedarán en el pueblo. Su respuesta no puede ser más inquietante: la desplazada cree que las tropas azerbaiyanas “pueden lanzar un ataque contra Armenia en cualquier momento”.

Puede ocurrir. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Armenia recuerda que, desde la guerra de 2020, Azerbaiyán ha ocupado 150 kilómetros cuadrados de los territorios internacionalmente reconocidos de la República de Armenia. Niños desplazados de Nagorno Karabaj juegan en el único parque del pueblo de Kalavan. Según el gobierno armenio, alrededor de 30.000 de los más de 100.000 refugiados son menores de edad.

El 1 de noviembre, el Instituto Lemkin para la Prevención del Genocidio emitió una “Alerta de Bandera Roja” para la República de Azerbaiyán en la República de Armenia, debido a la alarma potencial  de una invasión en los próximos días o semanas. Siranush Sahakyan, la experta en derecho internacional, cree que la ratificación del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI) por el parlamento armenio el 3 de octubre podría abrir la puerta a una investigación internacional sobre los crímenes de Azerbaiyán contra Armenia.

Niños desplazados de Nagorno Karabaj juegan en el único parque del pueblo de Kalavan. Según el gobierno armenio, 30.000 de los más de 100.000 refugiados son menores de edad.

“La no ratificación del Estatuto de Roma por parte de Azerbaiyán crea obstáculos para investigar sus crímenes en Artsaj, pero quedará bajo jurisdicción por los crímenes cometidos en el territorio internacionalmente reconocido de Armenia a partir de mayo de 2021. Esta podría ser una de las formas de proteger Armenia”, asegura Sahakyan.

La familia Avanesyan también abandonó Nagorno Karabaj para establecerse inicialmente en Vazashen, otra aldea fronteriza en el sur de Armenia. Pero pronto decidieron volver a mudarse.

“Nuestro vecino señaló las posiciones azerbaiyanas justo enfrente del pueblo. No podía llevar a pastar a su ganado porque los azerbaiyanos lo estaban robando. Los niños se asustaron y tuvimos que buscar otro refugio”, explica a IPS Lusine Avanesyan, madre de cinco hijos, en el pueblo de Kalavan.

Se mudaron nuevamente a esta localidad después de que la casa de huéspedes local ofreciera sus habitaciones para la familia, permitiéndoles quedarse todo el tiempo que quisieran.

Romela Avanesyan, la suegra de Lusine, comenzó a explorar los recursos disponibles en Kalavan para iniciar actividades agrícolas y ganaderas tan pronto como llegaron. La desplazada de 61 años recuerda el jardín de granadas que plantó hace muchos años pero que tuvo que dejar atrás. Mientras se apresuraban a evacuar Karabaj, se aferró a lo que le resultaba más preciado: las semillas de plantas y hortalizas de su jardín.

«Les decía a mis nietos a que recogieran solo las granadas partidas y dejaran madurar las hermosas», explica Romela a IPS. Hoy, lamenta, “esas granadas están perdidas, y también toda nuestra tierra”.

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