Nerviosismo en el mediodía del domingo electoral chileno

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Rivera Westerberg

Han dicho cualquier cosa. Que desayunaron en familia, que trotan, que juegan con un perrito, que están cansados, confiados y alegres; lo cierto es que a estas elecciones (que no son las más "peleadas" de la historia de Chile, ni mucho menos[1]) las preside un nerviosismo sí inédito. Se sabe: en primera vuelta lo probable es el primer lugar para la candidatura Piñera. Y la casi certeza es el cuatro lugar para la de Arrate. El asunto es qué pasa con Enríquez Ominami.

De cualquier modo el candidato independiente es el gran triunfador al terminar la primera parte de este proceso electoral. En pocos meses, y de la nada, se convirtió en expectativa y enfrenta la tarde del domingo con probabilidades serias de disputar la Presidencia de la República.

El interrogante abierto es cuáles serán sus próximos pasos, llegue a la segunda vuelta o no, y –en especial– si llega y obtiene la Presidencia. Hay un pueblo que oscila entre la fatiga, lo más parecido al consumismo en un país del Tercer Mundo, el desencanto y la búsqueda de formas de autoroganizacion. Un pueblo mal endeudado y acreedor de una deuda que nadie –entre los dirigentes políticos– parece querer pagar.

El gran perdedor es Eduardo Frei, cuyo desgaste y contradicciones tiene a la Concertación de Partidos por la Democracia en la puerta del horno donde se quema el pan. La historia de los días por venir descifrará las razones de por qué fue elegido candidato.

Otro que puede estar contento es Arrate, algunos sondeos apuestan a que podría llegar al siete por ciento de los votos válidamente emitidos, lo que no parece preocupar mucho a las fuerzas políticas que, al menos formalmente, lo han apoyado, más interesadas en un par de diputados que en otra cosa.

Al cruzar la barrera del medio día el señor Piñera debe estar considerando si el enorme gasto (perdón: inversión) de veras ha servido de algo. En el mejor de los casos presidirá una sociedad que no querrá dejarse gobernar por su conglomerado entre liberal y proto-fascista.

Esta elección pone en relieve el divorcio existente entre la ciudadanía y el capullo político; buena parte del segmento menor de 35 años ni si quiera se molestó en incribirse en los registros electorales. Muchos escribirán en las papeletas que quieren una Constituyente para de una vez por todas acabar con la espúrea Constitución dictatorial.

Últimos sondeos dan un empate técnico para el segundo lugar –quizá con mínima ventaja– al candidato independiente sobre el oficialista. Falta poco para que los hechos digan su palabra.

Al caer la noche vendrán explicaciones, comienzos de análisis, quizá alguna disculpa. La gigantesca maquinaria de la derecha se pondrá en movimiento y, según, es probable que la Concertación amartille sus últimos pistolones (a estas alturas, aunque maten, sólo serán de salva).

Los grandes problemas sociales chilenos no habrán variado: el cobre sigue en manos privadas, el agua es de particulares, la depredación ambiental no ha detenido, el justo reclamo mapuche seguirá adelante, la contaminaciòn del mar austral y esos salmones en el límite del veneno seguirán "cosechándose" y vendiéndose, las autopistas al servicio de los sectores acomodados ya partieron la ciudad capital , y los intereses mineros y forestales continuarán el lunes con lo suyo. Como los "sostenedores" escolares y los dueños del zoco universitario privado.

Al pueblo nadie quiere oír. Quizá, entonces, el pueblo descubra la manera de gritar. Y haga el nudo de esa última cuerda…

[1] Basta recordar los alrededor de 6.000 votos con que Aguirre Cerda derrotó a la derecha o la votaciòn de Allende en 1958.

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