Ni nacionalismo ni globalización

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Jesús Sepúlveda.*

Brasil anuncia la construcción de una nueva central hidroeléctrica y el jefe de uno de los tantos pueblos autóctonos que se verá afectado por la medida llora. La presidenta brasileña que dicta con su mano derecha y promete con su mano izquierda actúa en forma predecible: alimenta al monstruo. Nunca antes en la historia humana hubo tanta incertidumbre ante el devenir. Crisis energética, corrupción política, debacle ecológica, ausencia de sentido vital, alienación extrema, etc. son las características globales del comienzo de este siglo XXI.

La pregunta es sencilla: ¿Para qué quieren los jerarcas más energía? La respuesta es muy simple: para producir más y seguir abultando sus caudales, que en el barullo se mezclan con el de esa minoría financiera que quiere abarcarlo todo, poseerlo todo, controlarlo todo. Esa minoría mundial con mentalidad de Moloch, que en el imaginario de Fritz Lang es el monstruo insaciable de Metropólis que devora la energía humana y medioambiental.

Pero el planeta resiste. Con el debilitamiento del campo energético, producto del calentamiento global generado por la emisión de gases fósiles a la atmósfera y la degradación de la biosfera, las tormentas solares se hacen sentir con mayor implacabilidad. Así, como quien acerca una naranja al fuego, la Madre Tierra comienza a contraerse y a expandirse.

Tal movimiento vibratorio remueve las placas terrestres y altera la presión atmosférica. Su efecto es evidente. Hoy por hoy, la incidencia de terremotos y movimientos tectónicos a escala mundial es mayor, las trombas marinas se vuelven más intensas y los tornados más destructivos, mientras los huracanes aumentan su potencia y se acelera el deshielo de las reservas acuíferas.

Pareciera que ya estamos llegando al final, pensaría un acólito de San Juan. Pero la verdad es que no tenemos que llegar a ningún final. No es necesario seguir engrosando los bolsillos de los jerarcas, que incluso insatisfechos con su propias vidas asaltan a mucamas inmigrantes como quien mastica una presa de res.

"¿Qué hacer?" era la pregunta que se planteaba un intelectual ruso a principios del siglo XX y que todavía nadie ha logrado responder. Porque, claro, los paredones de la muerte sólo amplían el mismo circuito y engrasan los mismos ejes. Quizás aquel jefe indígena sepa la respuesta pero nadie lo escucha: dejar tranquila a la Pachamama, aprender a vivir la vida con espíritu, respirar aire limpio, comenzar a sentir de nuevo.

Los esclavos de Moloch viven impacientes, ansiosos y tristes rodeados de plástico y latón. Son cuerpos vivos pero muertos por dentro. Por eso les es fácil negar con su mano derecha lo que entregan con la mano izquierda, o viceversa, porque en el reino de los negocios hay tanto zurdos como diestros.

¿Qué esperar entonces? ¿La indignación total? Seguro. En España los agentes del gobierno socialista de Zapatero arremetieron con furia atroz contra los indignados del sistema. Hay que indignarse, es cierto, pero también hay que dejar de creer en este mundo para que lo posible sea cierto. Los viejos chamanes y mujeres sabias que resguardan en secreto la sabiduría antigua entienden que el mundo es energía. Pero no es energía robada, al contrario, es energía directa: aquella que habita el cuerpo y hace que en un momento de la mañana abramos los ojos y nos hallemos despiertos.

Esa otra energía, la de las máquinas que sirven para producir y entretener debe ser provista sin causar muerte. De otro modo, es energía maldita, que envenena y causa enfermedades industriales.

Los jerarcas suramericanos que abrazan las banderas del antiimperialismo como receta populista aspiran a administrar más energía maldita, expandirla y venderla, antes que conservar la salud de la Tierra. El bolivarianismo sui géneris que se construye sobre la base de voluntades encontradas y contradicciones internas pretende industrializar el litio y construir un cordón energético que atraviese la selva, mientras al mismo tiempo —y en forma contradictoria— yazuniza.

La pregunta es para qué. Pues, para tener más poder político ante los jerarcas del mundo y así equiparar lo que en jerga sesentista se llamaba correlación de fuerzas. ¡Bah, la pútrida política nuevamente! Por otro lado, los mayores jerarcas mundiales que ya administran la energía maldita intentarán seguir corroyendo esta tela viviente de conciencia que es nuestra realidad, mientras ponen en fila sus bombas y ordenan nuevos ataques. Es probable que de vez en cuando abran su club a uno que otro jerarca malagestado y compartan su vajilla de oro en una larga mesa de cena.

Ya hay negociaciones sobre lo que se hará con el lucro del petróleo en Libia, mientras los economistas y geoestrategas cranean cómo sacar mayor usufruto de la revuelta árabe. Nada se les escapa y todo lo quieren controlar. Da asco. Y da asco porque éste es un mundo enfermo que necesita purgar.

Al sur del cono americano, la Piraña que habita en San Diablo ya ha trazado sus planes para Hidroaysén. Parece cuento de terror. Taladrar, meter agujas, dinamitar, asesinar, todo es lo mismo en el paraíso de la civilización como un cambalache de mafiosos espurios sin alma y con poltronas. ¿Por qué llora ese ser sabio que viste plumas y pantalón de vestir en vez de taparrabos? Porque sabe que tanto su pueblo como la multitud de perpetradores que destruyen la Amazonía avanzan sigilosamente y sin conciencia al pasillo de la muerte.

¿Qué le va a decir doña Rousseff a sus nietos, si es que logra decirles algo cuando miren el hueco páramo que alguna vez albergó el pulmón de la Tierra? Paren la megamáquina, detengan las taladoras, recapaciten un rato, examinen su conciencia, pareciera decir ese llanto inconsolable del hombre del Amazonas.

Mientras tanto, el Caribe se prepara para otra temporada de huracanes violentos, los bosques se incendian, los tornados se vuelven bisontes coléricos que atraviesan el llano del Imperio, Islandia se derrite y Venecia se hunde, Texas se quema, los volcanes erupcionan, el planeta cruje y los jerarcas hacen tambalear la Bolsa de Comercio en Lima porque un señor con nombre y apellido incaicos ganó las elecciones en un país seriamente golpeado.

Y en medio de este baile, la señora Izquierda enarbola las banderas del nacionalismo, como si ésa fuera la receta contra los tiburones de la globalización. Pues no, ni nacionalismo ni mundialización, ni zurdos ni diestros: sólo un mundo es posible. Y para recrearlo es necesario fortalecer nuestra energía interna. Tal energía es inasible e intangible. Fluye por nuestros cuerpos que pertenecen a la tierra, y vuela hacia los árboles o viaja en el viento cuando llega la hora de descansar.

A Giordano Bruno lo quemaron vivo por pensar esto, mientras los pederastas modernos son protegidos por abogados cuyos sueldos podrían alimentar a cientos de comunidades pobres. Pero tampoco queremos inquisiciones ecológicas. Entonces, ¿qué hacer?

Sólo cabe esperar que el llanto desolado de ese hermano indoamericano tenga una fuerza amazónica y limpie la conciencia para que comencemos en conjunto como una sola especie a mirarnos a los ojos y entender que fuera de este astro no hay otro. Si se agota, si se quema, perderemos la casa.

Y no hay seguro de bienes que pueda devolvernos los bosques milenarios que aún se conservan ni las miles de especies en peligro de extinción que le dan vida a nuestro planeta ni menos la alegría que alguna vez abrigó la sonrisa de millones de seres humanos transformados hoy en día en obedientes zombies. Será tarea de todos entonces reconstruir como un fénix verde el mundo después del desastre inminente.

Debemos comenzar a pensar el mundo nuevamente para poder transformarnos. El llanto de ese indígena brasileño no debe quedar sólo en nuestra retina sino en la memoria colectiva. Así, cuando el vendaval haya pasado, sabremos lo que debemos hacer y no repetiremos el mismo error cuya génesis comienza en la compartimentación: dejar que la mano izquierda deshaga lo que promete la mano derecha, o viceversa. Cualquier acción que se haga en el mundo, devenga o no en acción política, debe ser guiada por el corazón y puesta en marcha con impecabilidad.

Hacer lo que digan nuestros labios es la primera meta a la que debemos aspirar a fin de lograr dignidad. Esto quizás implique inventar otros lenguajes que nada tengan que ver con la jerga política. La segunda meta es dejar de lado la idea del poder para actuar con transparencia y producir el enamoramiento necesario que estimula a los pueblos. Si algo bueno ha tenido el fenónemo Wikileaks ha sido la restitución de la transparecia en el imaginario colectivo. Pero esto hay que hacerlo ya, porque el planeta también se indigna, y su acampada puede ser fatal.

Ha llegado entonces el momento de abandonar la metrópolis y escuchar atentamente el sollozo de todos los guardianes de la naturaleza que en este instante nos rodean. No a Belo Monte; No a Hidroaysén; No a los reactores nucleares; No al encarcelamiento de los hermanos indígenas y guerreros de la Tierra. 

No + guerra.

* Escritor.
 

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