Nilda Barba: En la India es imposible la indiferencia

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Nuestra entrevistada, la poeta Nilda Barba, afirma, por ejemplo, que “La filosofía enlaza con mis escarceos con la poesía” y que “A medida que pasa el tiempo uno no sueña mejor que antes, sigue soñando”

 — Comencemos retrocediendo hacia…

 …lo que pudiéramos denominar los inicios de “mi biografía intelectual”, con la escucha diaria del recitado de poesía que efectuaba mi madre, quien adoraba ese género. Del mismo modo, ella cantaba y la música se oía permanentemente en casa. Ritmo, equilibrio en las palabras que sonaban y resonaban. Los textos fueron adquiriendo una relación íntima conmigo a medida que la lectura me lo fue permitiendo, y se intensificó cuando a los diez años de edad debí permanecer en reposo durante cuatro meses con la pierna izquierda y la cadera enyesadas.

Esa fue la oportunidad exacta para leer un libro tras otro disfrutándolos, lo que ya nunca se detuvo. Determinados textos fueron jugando en mi vida, entrando y saliendo, estableciendo pertenencias y un archivo. Me sorprendía ante la fascinación por la manera de decir una frase. Simplemente no podía seguir leyendo como si nada destacado hubiese ocurrido, puesto que algo destacado había ocurrido: había leído poesía, eso era poesía, y estaba dentro de una narración. Me era imprescindible ese instante de silencio en mi interior, donde todo se agitaba. El proceso creativo se fue dando muy gradualmente.

Estuve nutrida por la lectura, aunque caótica, sin guía, y siempre me resultó más simple expresarme a través de la escritura que mediante la palabra hablada, inclusive para declarar lo más doloroso. No quisiera establecer un “adelgazamiento”, ni afirmar: empecé a escribir en tal instancia, publiqué tal cosa. Aunque sí, eso está.

— ¿Cómo dirías que se fue generando tu interés hacia las ciencias económicas? ¿Te desempeñaste en tu profesión?

Mi pasaje por la UBA lo percibo como de un pasado remoto, ese sedimento que hace que ésta que soy tenga ciertos criterios incorporados y una educación vinculada al aprendizaje y a la manera de leer, de dudar, de relacionar, de abstraerse, de concentrarse. Es un sustrato importante, no por el orden temático y de contenido, sino por una cierta disposición al método, a la reflexión. Diría que Ciencias Económicas fue la carrera universitaria de la familia. Todos mis primos mayores, menos uno que estudió veterinaria, seguían esa carrera. Yo era muy buena en matemáticas, materia que me gustaba y me resultaba fácil, eso parecía indicar mi camino.

Disfrutaba estudiar, fuera lo que fuera. La vida universitaria, el alejarme tanto de la casa de mis padres, hacían fascinante esa etapa que comenzó a los diez y seis años. Sentía que un mundo se abría a mi paso. El edificio de la Facultad me resultaba imponente, las aulas gigantes, los anfiteatros, increíblemente atractivos. La biblioteca silenciosa era para quedarse a vivir. Tan pronto como entré,

Con Aldana Gaggero, Roberto Goijman, Rubén Eduardo Gómez, Alejandro Pizarro, Juan Verón, Rolando Revagliatti, etc., en 2007

justo el único año que hubo curso de ingreso en la Facultad de Ciencias Económicas, junto a tres chicos más formamos un grupo de estudios que funcionó magníficamente y continuó hasta que me casé y me fui a vivir a Brasil, dos años después.

Cuando volví y retomé la carrera extrañé ese grupo, fue más arduo estudiar sola y con hijos y embarazos en el medio. Me recibí el día que cumplía siete meses de mi tercer embarazo. Recién cuando mi cuarta hija comenzó el jardín de infantes empecé el ejercicio de la profesión en un estudio contable en el área de auditoría externa, y esta labor se extendió durante apenas dos años. Si bien me complacía, no me fue posible sostener la organización y cuidado de mi familia numerosa con el trabajo, y decidí dejar.

— Es recién en este siglo cuando te incorporás a un taller literario.

 — Mi relación con la escritura poética, como te comentaba, tiene raíces que van hasta mis primeros años. Sin embargo, los modos en los que he podido manifestar esa pasión ha tenido vertientes diferentes. Cuando se me impuso, se hizo imperiosa la necesidad de que eso comenzara a circular, entendí que tenía que iniciar un proceso de dedicación, de interacción

Con Alicia Del Puerto e Isabel Krisch en 2013

con grupos de poetas. Fue entonces que comencé a concurrir al taller coordinado por Ana Guillot.

Esa etapa de mi formación me dio la posibilidad de escuchar otras voces, otras formas poéticas y narrativas valiosas. Entre los poetas puedo mencionar a Florencia Abadi, Paola Cescón, Isabel Krisch, Néstor Cheb Terrab y Matías Lockhart, y entre los narradores a Lara Segade, Belén Ancisar, Diana Drexler. Ese momento de encuentro en la literatura era una fiesta.

En la actualidad estoy trabajando con Roberto Ferro. No se trata de un taller. Es de otra índole porque mi proyecto poético transita otro carril. Roberto me ayuda a concentrarme sobre los matices y afinidades que son propios a ese desarrollo. Además de las cuestiones relacionadas con mi escritura, también tratamos temas de orden teórico y crítico vinculado a aquellos aspectos que está explorando mi poesía; una mirada integral incluso sobre mis proyectos narrativos.

— Ya que has mencionado al ensayista Roberto Ferro, me agradaría resaltar que él, respecto de tu “como seda con la boca”, adujo

Con Cayetano Zemborain

que “la textura de sus poemas tiene la intensidad de la sugerencia asediada por el silencio”.

 Esta idea de Roberto, él la ha expuesto en otras circunstancias: sostiene que la palabra literaria no se opone al silencio, sino que se opone a los estereotipos. Que el silencio abisma la palabra, la instala en un ámbito de resonancia. Agrega que no habría eco si no hubiera silencio, que no habría resonancia si no hubiera silencio. Ferro considera que el silencio es un componente decisivo en mi poesía. Con él hemos atendido a esas instancias espaciales en las que yo establezco separaciones entre palabras, particularmente en los versos, y entonces hemos reflexionado acerca de la relación entre blanco y silencio.

No se pueden equiparar blanco y silencio, por supuesto, pero evidentemente eso produce una espacialización del ritmo, y esa espacialización del ritmo tiene mucho que ver con el modo en que se van disponiendo las palabras en el blanco de la hoja. Roberto

Con Fernando Kofman, Rolando Revagliatti, Beatriz Álvarez, Alejandro Manrique y Miguel Ángel Córdoba en 2004

alega que cuando se refiere al asedio del silencio habla de afirmaciones que requieren una reverberancia. “Tu escritura cala de manera profunda en determinadas zonas, en determinados encuentros, en determinados tonos, y los tonos solamente se registran en el silencio. Es como si tus palabras fueran un relieve sobre el silencio.”

— Entiendo que también te sentiste convocada por la filosofía.

 — En mi poética convergen, en su composición, distintas zonas de atención y de búsqueda. La filosofía es una de ellas, en lo que condice con el modo en que reflexiono y pienso cuestiones que están vinculadas íntimamente. Indagaciones que varían el orden de interés, que se entrecruzan con otros aspectos de orden teórico y de orden crítico. En mi poesía circulan más las omisiones que las citas. Los acontecimientos en la vida nunca son lineales, son múltiples, con múltiples manifestaciones. Mi modo de dialogar con la palabra filosófica a veces se ha enlazado

Con Itzel A. Sosa, en Cuernavaca, México, 2009

con cuestiones relacionadas con mi propia experiencia, y ha encontrado en alguna de esas vertientes, si bien no una respuesta, al menos un ámbito que me permitiera reflexionar.

Otras veces, la relación con la filosofía enlaza con mis escarceos con la poesía. Roberto es un crítico muy conocedor de la obra filosófica de Jacques Derrida, y es a partir de esto que me he acercado a algunos de esos enfoques con su guía, para poder discurrir acerca de la escritura y fundamentalmente sobre la lectura de mi poesía. En mi último libro, “al final del pasillo”, hay un tratamiento de la huella y del fantasma que son dos elementos relevantes en el pensamiento de Derrida. Es decir, cuando yo estoy pensando esa zona, ese otro lado del espejo, estoy pensando la memoria, el pasado, también como fantasma, presencias intensamente ausentes y, por otro lado, esos fantasmas pensados como huellas.

En “al final del pasillo”, la memoria, el pasado, los abordo como fantasmas porque reaparecen y están, y van y vienen, y están de un lado y están del otro. No es que mi poesía surja de mi lectura de Derrida; es al revés, en la escritura de mi poesía encuentro ese tipo de

Con M. C. Aparicio, R. E. Gómez, S. Amarante, S. Lobo, L. C. Gris, R. Revagliatti, H. Mans y R. Pignolino en 2007

motivos e imágenes. Esta relación que señalo con la filosofía derrideana tiene que ver con una escena de lectura; me refiero al momento de acercamiento a mi poesía como lectora, pero atravesada por el asedio de otros discursos; lo que supone posteriormente una sedimentación que espero siga proliferando en mi escritura.

En mis obras anteriores se advierte con nitidez que el cuerpo es una residencia sensible y vulnerable para el paso del tiempo, y registra las marcas no solamente correspondientes al tiempo biológico, sino que también hay huellas de otro tipo, indelebles, de las que muchas veces no somos conscientes y son consecuencia de vivencias, de tanteos. Mi impronta concierne a lo visceral. Las huellas que plantea Derrida. La huella que siempre es la marca de otra marca de otra marca de otra marca. La huella es la marca del fantasma. Y eso es casi central en “al final del pasillo”.

También ha incidido en mis textos la lectura de Deleuze: en particular, el planteamiento del pliegue; esto, según creo, se da a leer en los poemas de “como seda con la boca”. Los surtidos avatares me llevaron a acercarme a distintas búsquedas, ya que desde muy chica indagué y me pregunté sobre los temas trascendentes del existir. En otros términos, me refiero a vaivenes y modulaciones en diferentes etapas de mi vida, tanto como ahora, desde este presente las puedo visualizar.

Advierto que los modos en que en mi poesía han emergido la heterogeneidad, la profundidad, la variación, no es a través de formas de representación directa, sino en imágenes poéticas que no se presentan como una ilustración de situaciones específicas, sino como modos de tratar y de comprender los sentimientos y las ideas que me han atravesado.

 — ¿Tu única incursión en la traducción de poesía es con la de Solange Rebuzzi? ¿Está prevista la edición del poemario? ¿Te referirías a la poética de esa autora y a las circunstancias que te inclinaron a trasladarla al castellano?

— Ésa es mi única incursión. Conocí a Solange Rebuzzi en el Festival Internacional de Poesía de Rosario y me atrajo la sonoridad de sus textos dichos en portugués. Más tarde, la editorial Vela al Viento encaró con esta poeta el proyecto de hacer la edición bilingüe del libro “Leblón, suelo y voz”, y me pidió que hiciera la traducción al español. Acepté a partir del interés que me producía esa poética en la que encontraba una serie de motivos, de tonos, de vecindades que me resultaban concordantes con mi mirada poética, sin que esto signifique que hubiera correspondencias nítidas: ecos y resonancias que me permitían sentirme cómoda. Lamentablemente la edición bilingüe aún no se concretó y a pesar del tiempo transcurrido, sigo siendo optimista en relación con la posibilidad de editarlo.

Para mí se trató de una labor trascendente, y que de alguna manera permite dar cuenta de mi postura de lectora frente a la poesía. La circunstancia de haber residido en Brasil durante dos lapsos me permitió encontrar en esa poesía registros que yo podía reconocer. Trabajé en íntima relación con Solange Rebuzzi. Fue un trajín, te diría, vivencial.

— Puesto que sabemos que tenés cuatro hijos y en la primera línea de dedicatorias de “El cordón” aparecen mencionados Luciano, Leopoldo, Carla y Natalia, no puedo menos que imaginar que ésos son los nombres de ellos.

 Exactamente, ésos son los nombres de mis cuatro hijos. Tengo la alegría de haberlos disfrutado mucho durante su crecimiento, etapa por etapa. Y también fui y soy consciente de ese disfrute mientras sucedía y sucede. Desde chiquitos, en varios sentidos, mis hijos fueron mis “maestros”, y creo que de no haberlos tenido habría revisado menos profundamente muchos conceptos dados por verdaderos. Son grandes ya, adultos. Los respeto y admiro.

Los cuatro diferentes, se quieren y se ayudan todo el tiempo. El mayor, Luciano, es médico, neurólogo, especialista en ACV; el segundo, Leopoldo, ingeniero industrial con master en finanzas; Carla, la tercera, y Natalia, la cuarta, son licenciadas en administración de empresas. Entre los cuatro me convirtieron en abuela de nueve nietos. Ésta es mi familia, mi red en este salto mortal que es vivir.

— En 2012, además de intervenir en el ciclo Jornadas de Literatura, participaste en el Programa Cultural Barrios.

Se trató de eventos con actividades multidisciplinarias que incluyeron artistas plásticos, músicos, poetas y narradores. Ese Programa se desarrolló en centros y espacios culturales de la Ciudad de Buenos Aires, como los centros culturales “Recoleta” y “General San Martín” (entre los más conocidos), los espacios “Carlos Gardel” y “Julián Centeya”, el Salón Dorado de la Casa de la Cultura y escuelas de nuestra ciudad. Carlos Diviesti fue el coordinador del Programa; Norberto Barleand, el coordinador de eventos especiales (literatura y tango); Guillermo González Heredia, el director general de promoción cultural.

Los que leímos poesía tuvimos oportunidad de llegar a lectores no habituales de este género, o a aquellos que tienen una concepción relacionada con lo que les fue trasmitido en el colegio. La poesía, así, deja de ser un campo cerrado, hermético, para pequeños grupos, y entonces aparecen determinados tipos de ecos, reverberaciones.Me resultaron, desde luego, productivas las conversaciones que mantuve con las personas que se me acercaron, opinando, indagando.

— En tanto has viajado por numerosos países, acaso no siempre como simple turista, habrás tenido contacto directo con diferentes culturas.

  A los once años viajé a Europa con mis padres, mi hermana y mis abuelos paternos con el objetivo de acompañar a Faustina, mi querida abuela española, en el reencuentro con sus hermanos después de cinco décadas desde su venida a la Argentina. Viajamos en barco, en el “Anna C”. Los hermanos de Faustina residían en ciudades que fuimos recorriendo emocionados, una a una, hermano a hermano. Con nuestra llegada no sólo se conmocionaba la familia entera, sino todo el pueblo, o el barrio si se trataba de una ciudad más grande.

A los once años escuchaba y veía a mi abuelita recordando su infancia actualizada en la mirada de esos hermanos en la que había permanecido niña todo ese tiempo. Inolvidable. Ella nos hablaba siempre de “su” España y de la fonda de su familia. Estar allí fue para mí como haberme zambullido en el libro de cuentos del que surgían las historias que Faustina me contaba.

Muchos de los viajes que hice más tarde fueron acompañando a mi ex marido; eso me permitió el contacto con gente que nos recibía en sus casas o nos llevaba a conocer lugares a los que no iba habitualmente el turismo. Como también te comenté, residí en Brasil durante dos períodos. La primera oportunidad fue al día siguiente de mi casamiento; luego de la luna de miel en Guaruyá nos instalamos en Icaraí (Niteroi). No existía en ese entonces el puente Río-Niteroi, y para ir a Río de Janeiro había que cruzar la bahía de Guanabara con una barca que además de personas, trasladaba autos.

Yo tenía diecinueve años, mi padre tuvo que firmar la autorización para que pudiera salir del país. Había dado exámenes hasta apenas unos días antes del casamiento. Me llevé el libro de Doña Petrona C. de Gandulfo, la gran cocinera santiagueña, como toda ayuda. Llegué a Icaraí y fui afortunada al tener como vecinas en el mismo piso a una chica de mi edad, también recién casada, y a una señora mayor, sin hijos, los que constituyeron mi familia adoptiva. Además, Teresita Torres Agüero, hermana del pintor Leopoldo Torres Agüero, argentina ella, y lectora voraz, fue mi amiga desde entonces.

Los brasileños son gente muy cálida, me percibí integrada, aunque extrañaba horrores. Nunca antes me había separado de mi familia. Me sentía muy sola. Cuando nació mi primer hijo nos mudamos a Copacabana para estar más cerca, mejor asistidos en caso de necesidad. Recordarlo ahora parece increíble. Venía a mi casa una lavandera una vez por semana, toda vestida de blanco como las bahianas, y desplegaba una sábana, también blanca, con la que envolvía la ropa que se llevaba sobre la cabeza con un caminar erguido y acompasado. Teresita me había hecho una lista de todas las verduras con sus nombres en español y en portugués y con eso iba a la feria al aire libre (como la lavandera a mi casa) una vez por semana.

La segunda oportunidad en la que viví en Brasil fue en San Pablo, también por trabajo de mi ex marido. Esta vez fue más complicado porque, al poco tiempo de nuestra llegada, se desató una epidemia de meningitis, no había vacunas y luego de consultar con epidemiólogos, allá y acá en la Argentina, decidimos volver. Fue muy duro, mis hijos eran muy chicos, Carla tenía siete meses. Esa decisión significó que mi marido se quedara allá y yo regresara sola con los chicos. Mudanza tras mudanza, que sumaron dieciocho hasta el presente.

También viajé a Oriente: China, Japón, Corea del Sur, Tailandia, Singapur, Hong Kong, Yakarta, la capital de Indonesia. Recuerdo en Bangkok una cena en la que un matrimonio propietario de una arrocera nos describía cómo era la estructura familiar y empresarial. Se trataba de un matriarcado en el que la familia joven permanecía bajo el ala, y en la misma casa de la familia de la mujer en la que la madre era la autoridad máxima, y la hija trabajaba en la empresa familiar que dirigía.

En Hong Kong, lo inusitado: una reunión de negocios, luego de una cena, con dos hombres del lugar y tres parejas en una gran disco que además era lugar de citas: inmensa, con varias pistas en las que había shows eróticos. Todo muy refinado y lujoso. Al llegar, se abrían a los costados dos salas con chicas de todas las razas y nacionalidades, que podían ser elegidas. Nos fueron guiando hacia un reservado y para ello fuimos pasando delante de los diferentes escenarios.

En Cantón, China, tomé un taxi y le pedí al conductor que me llevara a una feria de comida. Siempre me interesan las ferias, los supermercados. Eso me indica bastante de la forma de vida del lugar. Esa feria fue absolutamente fuera de lo común. Como entonces en pocos lugares había heladera, los animales estaban vivos en jaulas de juncos o mimbre. Se trataba de serpientes y otras especies que nosotros no comemos. Los clientes elegían el animal mientras estaba vivo, luego lo mataban a la vista de todos, lo limpiaban y lo entregaban todavía caliente. En el caso de las víboras les sacaban la piel como si se tratara de un guante. También había perros ya cocidos y bañados en caramelo, perros laqueados, colgados con ganchos.

El mismo taxista me llevó por calles donde la gente vivía en pasillos en los que apenas entraba un colchón que iban usando por turnos. Ejercían en la vereda sus oficios; por ejemplo, el de escribientes, con unos pinceles que, sostenidos en posición vertical con los dedos índice y pulgar, dibujaban los grafismos que me resultaban mágicos. Todo esto parecía desarrollarse en cámara lenta mientras en la calle enjambres de bicicletas no cesaban de enmarañarse. Varias veces, al llegar al hotel, me percibí extraña al advertir mi imagen en el espejo y no el rostro de una china.

La India me enfermó. El móvil del viaje fue la meditación en un ashram. Aunque carente de afinidad, la meditación en sí misma fue

Con Norma, su hermana, en Agra, India, 2008

enriquecedora en el lugar ideal. De la misma manera que el contacto con gente de todo el mundo que compartía la experiencia y con la que intercambiábamos charlas y ejercicios guiados. Esa sensación de ir llegando desde distintas latitudes a un mismo punto remoto, sin habernos puesto de acuerdo ni habernos comunicado por ningún medio en ningún momento previo, es casi de ficción, realismo mágico. Nos convocaba la misma inquietud, o no. Concluida la semana de meditación, durante otras dos, recorrimos 3.000 kilómetros

Todo es intenso en la India, imposible la indiferencia. El tránsito loco, caótico, con bocinas sonando continuamente. Son muy viscerales, gritan, se pelean. Yo llegué con la idea del equilibrio que da la meditación, de la resignación que les otorga la religión que explica todas las injusticias. Nada más lejos de la quietud y la tranquilidad. Todo es estridente. Los colores brillantes en una paleta amplia y variada resplandecen, atraen la mirada, despiertan. Los olores penetran, invaden.

Usan muchos desinfectantes, algo así como la acaroína, que se mezcla con los olores de la basura en las calles y los animales sueltos (como las vacas), y los monos caminando por los numerosos cables que atraviesan las ciudades. Los camellos son utilizados como animales de tiro, arrastrando carros. Hay escenas que desubican y conmueven, como observar a mujeres construyendo rutas, cargando palanganas metálicas llenas de arena, cemento y otros materiales, y vestidas con saris bordados, largos como para concurrir a un casamiento. Sin embargo, los hombres visten guayaberas y pantalones.

Navegué por el río Ganges, en un bote a remo despintado que capitaneaba un muchachito de dieciséis años. Conversé con él y me contó que estaba casado y tenía un bebé, que los padres le habían elegido la pareja. Le pregunté qué pasaría si se enamoraba de otra chica, a lo que me contestó que eso no iba a pasar, que ellos aprendían a querer a la persona que sus padres elegían. Vimos en los diarios los avisos de padres publicando el currículum de sus hijos y buscando pareja con determinadas características. Desde el Ganges, ese río sagrado, divisábamos en las orillas a la gente bañándose con jabón y shampoo, lavar sus ropas y un poco más arriba, también en la orilla, dos crematorios, uno al aire libre y otro cerrado.

El chico del bote nos informaba que se crema a todos los muertos menos a las mujeres embarazadas y a los niños menores de dos años. (Y hay otra excepción también, que no recuerdo en este momento.) A éstos, los que no son quemados, se los echa al Ganges en estado natural. Algunos tramos del río sagrado son los más elegidos para dejar a sus seres queridos; uno de ellos es frente a la ciudad, también sagrada de Varanasi, a la que llegan desde largas distancias trasladando a los cadáveres sobre los techos de los autos (sin ataúdes), rodeados de flores. No se puede permanecer indiferente estando en la India, insisto. Son muy fuertes los contrastes. La sensación es que todo se pone frente a tus ojos: acá estoy, mírame, acá pasa esto.

No sólo pasa lo del Ganges que te contaba, también se riega con aguas servidas. Se ve por la calle mucha gente mutilada. El tema salud es desesperante, la medicina preventiva no existe. El sistema de castas sigue vigente y la vida humana está devaluada. Podría hablarte durante un año entero de este tema, Rolando. Me quedo con la sensación de haber cometido una injusticia, ya que remarqué los aspectos que me conmovieron negativamente. Sucede que aquello repercutió en mi cuerpo, no pude digerirlo y regresé con un gran malestar físico y mucha angustia.

Es decir, estas imágenes dan cuenta más de mi imposibilidad de comprensión que de una mirada objetiva, digamos, de una antropóloga sui generis. Más arriba hice referencia a que mi poesía no tiene un dominante de representación, por eso me animo a especular acerca del modo en que mi trajín viajero se asoma en las imágenes que te he detallado; acaso el término más apropiado sea el de espectros, especie de fantasmas inusuales que se cuelan aquí y allá en ciertas formas de extrañamiento en mis metáforas.

Mis otros viajes los realicé a países con culturas no tan diferentes de la nuestra. La sensación en Oriente fue la de haber abandonado el planeta Tierra y haber llegado a otro, quizás de otra galaxia.

— Compartamos con nuestros lectores, y en el orden en que se presentan, los títulos de las secciones de tu segundo poemario: ¿por qué no nos acunan?, ¿cuándo?, ¿mi última jugada?, ¿dónde los besos?, ¿quién diría?, ¿estás despierto?, ¿cómo la perla?, ¿por qué me gusta tanto? (y hasta una última “sección”, sin poemas, así nombrada: ¿ahora qué?).

  Muchos interrogantes. Un permanente surgir de nuevas preguntas ante el suceder y su reflexión posterior o simultánea. En el curso de este diálogo debo haber mencionado el vocablo extrañamiento, que para mí es una condensación de mi gesto poético; diría que ese vocablo expresa de modo confesional el momento anterior a la escritura de mis poemas, que los imagino, digo ahora, y aquí los imagino como una respuesta ante el asombro.

De ahí quizás que vos como buen lector me señalás esa serie de preguntas; preguntas que exponen un segundo movimiento que es el de caracterizar el secreto, el enigma que tratan de nombrar mis imágenes, mis palabras, puestas en poemas. Si tuviera que nombrar un tercer movimiento, lo caracterizaría como de diseminación, es decir, el modo en que proliferan los sentidos, las significaciones, sin quedar ancladas en una única interpretación.

 — Lectores hubo que se preguntaron por qué les gustaba tanto tu “¿por qué me gusta tanto?” Y transcribo: “Me gusta tanto porque es una poesía de a pinceladas delicadas, poemas sin título, sin piso ni techo, donde uno puede entrar por una ventana y salir por una chimenea.” “Poemas mamushkas. Cajitas chinas también.” “Me gusta tanto porque sí.”

Cuando otro poeta celebra mi poesía para mí es una celebración mayor. Entonces difícilmente yo pueda opinar, o dar cuenta sobre la referencia de Máximo Ballester, excelente poeta, por otra parte, al que acabás de citar. Atino a expresar que los lectores de poesía más ávidos son los otros poetas y, en general, debo decir que hacia ellos me dirijo en primer lugar.

— ¿Cuán lejos, o cerca, te hallás de aquella “doctora jekyll”, de aquella “señora hyde”?

 Cuando me detengo a pensar mi escritura en conjunto, no tengo medidas espaciales ni temporales. No están lejos ni están en el pasado. Cuando leo alguno de mis primeros poemas allí encuentro vibraciones actuales. Tampoco creo que en el transcurso de mi poesía haya habido una evolución. Sí hubo transformaciones, pero esas transformaciones no me alejan ni me acercan, sino que, en todo caso, complejizan mi relación con la palabra. Sí es verdad que no he dejado de ser la doctora jekyll, que nunca he dejado de ser la señora hyde, porque están ahí presentes y hay resonancias. Las variaciones que se van dando en mis intereses poéticos, provienen de mi necesidad de indagación, y acaso con una fantasía de efectuarla con modulaciones y de no caer en la repetición.

Esta Nilda Barba que escribe hoy es una versión polifónica de las anteriores. Ese no olvidar los poemas que he concebido es lo que me conmina a no convertirme en una máquina repetidora y a explorar permanentemente. Antes aseveraba que no pienso el despliegue de mi escritura en términos de evolución; agregaría que es como el soñar, a medida que pasa el tiempo uno no sueña mejor que antes, sigue soñando.

Ficha

Nilda Barba nació el 17 de junio de 1949 en Buenos Aires, ciudad donde reside, la Argentina. Es Contadora Pública Nacional egresada de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Se formó en Civilización, Literatura y Arte en la Alianza Francesa. Participó, entre otros, en 2006 en el Festival Internacional de Zamora y en el Encuentro Internacional de Poesía en Cuernavaca, ambos en México; en 2007 en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, Santa Fe, Argentina; en 2008 en el VII Encuentro de Poetas “Junín 2008” del Movimiento Poesía, provincia de Buenos Aires; en 2009 en el Encuentro auspiciado por la Casa del Poeta Peruano, en Chimbote, Perú. Poemas suyos fueron traducidos al alemán, al inglés y al catalán. Fue incluida en los siguientes volúmenes antológicos: “El placard” (2003), “Poetas del mundo” (2006), “Antología de la confederación latinoamericana en Austria” (2008), “No toda belleza redunda en felicidad” (2008), “Sin fronteras” (2011), “Antología X Aniversario Grupo Alegría” (2015). Tradujo el poemario “Leblón, suelo y voz” de la brasileña Solange Rebuzzi. Publicó los poemarios “El cordón” (Grupo Editor Latinoamericano, 2005), “¿por qué me gusta tanto?” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2007), “doctora jekyll y señora hyde” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2009), “como seda con la boca” (Ediciones del Dock, 2015), “al final del pasillo” (Editorial Vinciguerra, 2016).

*Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Nilda Barba y Rolando Revagliatti.

 

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