No entienden: «deme dos» también para el racismo

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Elíades Acosta Matos.*

Raza es un concepto obsoleto, de vaga y peligrosa utilización política –plantea en definitiva este artículo–. Que también asegura: pocas veces ha sido más visible en la palestra de las discusiones públicas globales eso que en el lenguaje políticamente correcto se ha dado en llamar “multiculturalismo”. Su aceptación o rechazo, su exaltación a los altares o su satanización, como era de esperar en un término tan abarcador, y a la vez tan ambiguo, depende de la causa que se defienda. Así de sencillo.

De multiculturalismo se discutió hasta la saciedad cuando aquel desaparecido, pero no muerto, Proyecto para un Nuevo Siglo Americano de los neoconservadores estadounidenses apuntó la necesidad de asolar marcialmente a Afganistán e Iraq, y George W. Bush amplió el objetivo en un nefasto discurso del 2003, en West Point, donde prometió atacar “60 o más oscuros rincones del planeta”.

Entonces los ideólogos de la expansión imperial, con Samuel Huntington a la cabeza, hablaron, no de diálogo entre culturas, mucho menos de convivencia multicultural, sino de “choque de civilizaciones”.

Deliciosamente multiculturales, si aceptamos este delicado eufemismo, fueron las interminables discusiones sobre las razas que acompañaron la campaña presidencial del 2008, en que resultó electo el primer presidente “multicultural” de la historia de los Estados Unidos. Y anti-multiculturales siguen siendo una buena parte de las estrategias de esa derecha truculenta que hoy se le enfrenta con el denuedo de los adoradores secretos de la superioridad de una raza, de una fe, de un sistema y de una nación.

No en vano uno de sus voceros, Tom Tancredo, acaba de clamar en su discurso durante la recién concluida Convención en Nashville del Tea Party Movement, que hay que luchar sin descanso “contra el culto a los engaños del multiculturalismo”.

De lo multicultural se discute por estos días tras el estreno de Avatar, la premiada y muy taquillera película de James Cameron. ¿Cómo se siente al traicionar a tu propia raza? –pregunta uno de sus personajes mientras vapulea al protagonista, que se ha pasado al bando de los que defienden la vida originaria en el lejano planeta Pandora, invadido por codiciosos mercenarios de la Tierra.

Según un mensaje en Twitter “se trata de una fantasía sobre las razas contada desde el punto de vista de gente blanca y que refuerza la fábula del mesías blanco”. Para el director del film, se trata de un llamado a abrir los ojos “y ver a los otros, respetándolos, aún cuando sean diferentes, con la esperanza de prevenir conflictos y vivir más armoniosamente en este mundo”.

Y es que dentro del multiculturalismo, si lo imaginamos como una muñeca rusa que contiene en su interior infinitas réplicas, habita una legión de conceptos. Siguiendo su ovillo toparemos sin duda con la actitud hacia aquellos diferentes a nosotros mismos, sea por el color de la piel o las pupilas, por su origen clasista o su país de procedencia.

El multiculturalismo, en consecuencia, en su acepción más noble, podría definirse como la constatación de que son las diferencias, más que las similitudes, la diversidad antes que la unicidad, lo que caracteriza y define mejor a los frutos de la propia evolución de la humanidad, y que reconocer esta verdad implica asumir una convivencia basada en el respeto a la diferencia, la armonía entre culturas diversas, y la paz. Precisamente, por basarse en una lógica tan elemental y obvia, se ha convertido en el campo de batalla postmoderno donde se airean los ancestrales conflictos de razas y clases, de hegemonía y sujeción, de un lado, y de igualdad, soberanía y libertad, del otro.

No hay un solo país del mundo, ni un solo sistema, donde se hallan resuelto definitivamente los problemas de la convivencia de etnias y razas, mucho menos de clase sociales diferentes.

Por estos días, alrededor de Cuba se ha desatado la polémica de si existe o no racismo en el país. Lo patético ha sido constatar cómo los incendiarios y asoladores de siempre, los que niegan el agua y la sal al socialismo cubano, han arremetido como si viviesen en el mejor de los mundos posibles, y se han rasgado las vestiduras con la teatralidad de los estafadores. Pero como un irónico Víctor Hugo solía recordar a los políticos declamadores, los hechos de la realidad son muy tozudos, y pocas veces dejan un hueso sano a las declamaciones.

En la cresta de la polémica, un memorioso periodista cubano radicado en Miami, como lo es Max Lesnik, recordó cuando los vociferantes de la ciudad, y su alcalde Alex Penelas, tacharon en 1990 a Nelson Mandela de “persona no grata”, impidiendo a ese símbolo viviente de la lucha contra el apartheid y del antirracismo que cumpliera una invitación de la comunidad afroamericana.

La pregunta para el ser humano llegado a las costas de La Florida desde cualquier otro lugar del mundo, por ejemplo, Haití, México, República Dominicana o Centroamérica, incluso para las sucesivas generaciones de cubanos que han emigrado y lo continúan haciendo, es si no se les ha excluido de algunas oportunidades a consecuencia de su origen, idioma o apariencia.

Se trata, sin dudas, de una pregunta multicultural, pero, a la vez, muy concreta. ¿Vamos a preguntarle al hombre sencillo de la calle, a ese que trabaja de sol a sol para sacar adelante a su familia? Los que pontifican y se atreven a dar lecciones de igualdad y justicia social a Cuba, ¿se atreverían a darle espacio al recuento de esas experiencias de vida?

Para los ruiseñores de la restauración capitalista en Cuba, los reproches raciales a la política de la Revolución son solo un arma arrojadiza. No será por sus campañas vocingleras que los cubanos de la isla seguiremos luchando por lograr lo que Martí llamó como “el logro de toda la justicia”. La clase social que representan, tuvo su oportunidad histórica de erradicar el racismo antes de 1959, y de paso, todas las injusticias, todas las subordinaciones y todas las exclusiones. Precisamente su lenidad, su fracaso, su indiferencia o su complicidad con ese estado de cosas llevó al pueblo de Cuba al sendero revolucionario.

¿Cómo creer ahora en la sinceridad de estos raptos igualitarios y redentores de los que siguen representando ese mismo ayer, de los que conviven a diario con expresiones descarnadas de lo mismo que declaman como inaceptable? ¿Existe o no racismo en los Estados Unidos y en el propio Miami, incluso, en esa variante morbosa y degradada que enfrenta a unos emigrantes a otros y a unos excluidos con sus similares?

Hace menos de un año, un racista blanco de Miami mató con un rifle a dos estudiantes chilenos que se encontraban de paso por la ciudad e hirió a tres más. ¿Una casualidad, un accidente o un desliz multicultural? ¿Cómo lo explicarían estos sumos sacerdotes de la igualdad y los derechos?

Mientras esperamos, cómodamente sentados, por las respuestas a estas preguntas, nada como disfrutar de Avatar. Tan mala no debe ser, si de paso ha vuelto a sacar del closet esos escabrosos temas de los que muchos no hablan y otros charlatanean, mientras pasan sin saludar al que limpia la calle, recoge la basura, poda un jardín o cosecha en el campo los tomates.

A fin de cuentas, el racista de Avatar muere dentro de su robot de alta tecnología atravesado, no por un rayo láser, sino por las flechas de las razas inferiores que odiaba y vino a colonizar. Sin dudas, una ejemplar parábola multicultural.

Y de paso, pregunto: ¿cuál es la raza a la que pertenecen los pobres, los desposeídos, esos ofendidos y humillados de siempre?

* Filósofo, doctor en ciencias políticas, escritor.
En http://progresosemanal.com

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