No es Grecia, es el euro

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La opción de la flexibilización pasa por dos caminos. El primero, por favorecer la movilidad de los factores productivos, especialmente el factor trabajo; algo que, como ha podido constatarse, no se ha producido en los términos esperados porque las personas tienen esa rara manía de aspirar a vivir rodeadas de lo suyo y de los suyos. El segundo, por el ajuste de mercado por la vía de los salarios reales, para lo cual, estos tendrían que indiciarse en función de la productividad y no del poder de compra. No creo que sea necesario recordar las recientes reivindicaciones alemanas en ese sentido y el eco que de las mismas se hizo, por ejemplo, el gobernador del Banco de España; como tampoco las consecuencias que ello puede tener sobre el nivel de vida de los trabajadores peor remunerados del Sur de Europa frente a los del Norte.

Frente a ello, la opción de la homogeneización pasa por tratar de superar las desigualdades estructurales y productivas de los Estados miembros y, para ello, es necesario cuestionar la falta de cesión de soberanía en materia fiscal. Es decir, hay que cuestionar que, mientras que la política monetaria se transfirió alegremente al Banco Central Europeo, en materia fiscal no existe una Hacienda Pública Europea que permita transferencias compensatorias entre las distintas regiones de la Unión.

El raquítico presupuesto comunitario, consumido en su mayor parte por la Política Agraria Común y por la superestructura burocrática europea, no existe como factor de promoción de la solidaridad interregional y, con ello, como mecanismo de equiparación en las condiciones productivas y sociales de los europeos. Sólo una verdadera Hacienda Pública Europea y no la mera coordinación de políticas fiscales o la supervisión de la Comisión de los presupuestos nacionales permitirá viabilizar el proyecto del euro y eso lo sabe hoy hasta Obama.

Es por eso por lo que, más allá del parcheo de corto plazo que supondría la emisión los eurobonos o de la ineludible reforma del estatuto del BCE para que éste pueda adquirir la deuda pública emitida por los Estados y los libere de la dictadura de los mercados, la solución pasa necesariamente por el rediseño de toda la institucionalidad de la Unión Monetaria, de forma que esta se convierta en un espacio económicamente viable, socialmente solidario y políticamente democrático. Mientras ese no sea el único punto de la agenda política todo lo demás serán paños calientes y ganancias para los especuladores.

*Profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga
 

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