NORMALES Y NATUROPATAS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los políticos, normalmente, tienen que luchar por conseguir el poder. Los educadores han sido creados para «formatear» la mente de los educandos de modo que mañana sean mujeres y hombres normales, ojalá de éxito. La condición normal de los sindicalistas es pelear por mejor calidad de vida para sus representados, aunque ello signifique perder el sentido de las proporciones imaginando epopeyas para las que carecen de fuerza y organización. Y los empresarios, dentro de la normalidad, consideran que el crecimiento económico debe darles la tajada del león, pese a que ésta se logre a costa del bienestar de quienes comparten con ellos el esfuerzo de la producción.

Hasta en el plano internacional hay quienes condenan la diversidad de pensamiento como una amenaza a la normalidad –Castro, Chávez, Morales son los ejemplos más recurridos en América Latina– que desestabiliza.
¿Y qué es lo normal? Si uno se queda con la primera aproximación gramatical, concluye que están hablando del estado natural de las cosas. Pero parece que no es así. Ninguno de los ejemplos citados tienen que ver con lo natural del ser humano. Todo parece indicar que la segunda acepción es la que se aplica entre nosotros: Lo normal es lo que sirve de norma o regla.

La presidenta Michelle Bachelet siempre ha hecho gala de realismo. Es una de sus características. Reiteradamente ha dicho que acepta que la realidad es como es. ¿A qué se refiere? O cuando, en una entrevista con Carlos Peña, reconoce que el machismo de los políticos chilenos no le ha hecho fácil la vida. Y, asegura: “Soy realista, no me quejo” ¿Qué quiere decir?

Todo parece indicar que sus palabras van dirigidas a reconocer un escenario que está dado y que la propia realidad lo hace “normal”. Puede que tenga razón, pero es bueno advertir que lo normal no es lo natural. Todo lo que ella acepta y enfrenta sin quejarse, es el resultado de un conjunto de normas que han moldeado a la Humanidad por milenios.

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Pero el tiempo jamás ha servido para dar patente de natural a algo. Por mucho que pasen los años, la educación seguirá siendo a contrapelo de lo humano, si lo que hace es castrar emocionalmente a los niños. Si les niega la posibilidad de reconocerse y explotar sus potencialidades que, no necesariamente, están orientadas para el éxito en una sociedad consumista.

Cuando la institucionalidad religiosa impone sus normas morales basadas en el miedo a Dios, no está exaltando lo mejor de la naturaleza del ser humano. Lo está asustando. Cuando Abraham está dispuesto a matar a su hijo para demostrar su obediencia a la deidad, está siendo normal en su sumisión, pero se encuentra muy lejos de la naturaleza del padre.

Algo similar ocurre cuando la normativa religiosa quiere seguir determinando lo que pueden y no pueden hacer el hombre y la mujer con su cuerpo. Y así, la lista de normalidades continúa larga.

Con esto quiero reafirmar que lo normal se opone a lo natural en nuestra civilización. Las normas han sido creadas para asegurar el manejo del poder. Y ello es válido para empresarios, líderes religiosos, sindicalistas, políticos, etc. Hablo del gran poder y de las pequeñas cuotas. En definitiva, de poder en sus más diversas y relamidas formas.

Hoy, la sociedad chilena se encuentra sumida en la discusión del momento. El objetivo que se impone es eliminar las desigualdades. No se puede negar que son abismales y aberrantes. Pero mientras no se toque el fondo del problema, difícilmente se encontrará la solución.

Si en los milenios pasados la “normalidad” que sustenta al poder recibió el reconocimiento social, aunque fuera a regañadientes, esos tiempos parecen haber llegado a su fin. Incluso lo religioso ha superado a la religión institucionalizada. El ser humano busca formas que lo acerquen y respeten su propia naturaleza. Es una búsqueda ecológica que involucra especialmente a mujeres y hombres.

La tarea que espera a los naturópatas es inmensa. Comienza por desentrañar la serie de patrañas que nos han hecho creer durante tanto tiempo. Y estoy convencido que en algunos de los que las propalan y defienden ni siquiera hay mala intención. Simple desinformación o apatía.

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* Periodista.

wtapiav@vtr.net

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