Notas sobre la crisis económico-financiera global

Marcel Claude*

Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más grande del mundo –que supo sobreponerse a la crisis del año 1929, con cerca de 160 años de historia–, sucumbió la semana recién pasada a la primera crisis del siglo XXI. Este banco tenía comprometidos aproximadamente 50.000 millones de dólares en créditos hipotecarios altamente riesgosos. No hace mucho el Bank of America compró Merrill Lynch, otra entidad afectada por las hipotecas basura.
La quiebra de Lehman Brothers no es lo único que ha pasado recientemente y minado la confianza de los inversionistas.

Lehman Brothers es el tercer banco de inversión que desaparece o cambia de manos en seis meses en Estados Unidos, debido a las llamadas hipotecas basura. No fue por nada entonces que el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, la definiera como una crisis financiera que tendría un "impacto significativo en la economía real". Como se sabe esta crisis se inició hace 13 meses y fue conocida como la “crisis subprime” que en pocas palabras se debió a las «hipotecas basura» en Estados Unidos, es decir, a la práctica de las instituciones financieras de prestar dinero a quienes tenían un alto riesgo de no pagarlo. 

Entre otras implicancias de esta quiebra, 25.000 personas a la calle. Pero eso no es todo: la quiebra de este banco golpeó fuerte a las bolsas financieras del mundo, debido a que éstas son muy sensibles ante este tipo de fenómenos económicos, ya que es en la bolsa que se transan los títulos de propiedad de bancos y empresas, en donde el precio de las acciones está directamente relacionado con la situación financiera de bancos y empresas.

Cuando un banco tan grande como Lehman Brothers quiebra, entonces quiere decir que las cosas andan muy mal, pues detrás de la quiebra de un banco está también la quiebra de sus principales clientes. Es el famoso efecto dominó que causa descalabros en las bolsas del mundo, más aún en la economía globalizada donde los mercados financieros trabajan en línea y la información se conoce en forma instantánea.

Han sido días negros para las operaciones financieras, cayendo todos los índices accionarios desde Wall Street a Tokio y desde París a Buenos Aires.

Nada parece detener la debacle financiera global. Después de la caída de Lehman Brothers, El Banco Central de Estados Unidos (el Federal Reserve) salió al rescate de AIG, la mayor aseguradora del mundo, inyectándole 85.000 millones de dólares –una nacionalización pura y simple dado que asumió el 80% de su capital– en lo que constituye la mayor intervención de su historia en una compañía privada.

Así y todo, los títulos de AIG cayeron en un 45%. Y esta operación no logró detener la pérdida de confianza de los inversionistas ya que otros dos de los principales bancos de EEUU, Morgan Stanley y Goldman Sachs, vieron desplomarse sus cotizaciones. El primero registró una caída del 26% y el segundo de un 20%.

Ciertamente, estos fenómenos son difíciles de comprender pues hay muchas variables en juego que se potencian y explican mutuamente. Sin embargo, es importante señalar algunos fenómenos que están a la base de esta crisis. Como se sabe, en el curso de las últimas décadas, la globalización se ha caracterizado por un crecimiento de la pobreza y una marcada tendencia a la concentración de la riqueza. 

Según el PNUD, en el planeta una quinta parte de la población mundial vive con menos de un dólar por día, y la mitad de la población mundial con menos de dos dólares por día. Si consideramos que la forma de medir la pobreza en Estados Unidos es aproximadamente –y muy grosso modo– de unos cinco dólares diarios, entonces podremos imaginar fácilmente a cuanto asciende la población mundial sumida en la pobreza. 

Joseph Stiglitz, Premio Nóbel de economía 2001, ha declarado que, a pesar de las promesas realizadas en las últimas décadas del siglo XX en cuanto a la reducción de la pobreza, el actual número de pobres se ha incrementado en 100 millones de personas e independientemente de que la economía mundial igual ha crecido.

Por otra parte, el sello más notable de la presente globalización es su carácter financiero. El intercambio promedio diario en el mercado de cambios global ha aumentado de 15 billones en 1973 a más de 2.000 billones a partir del 2000 y, sólo una pequeña parte –en torno al 5%– de esas transacciones tiene que ver con el pago de operaciones de comercio exterior.

La especulación financiera es hoy en día y desde hace décadas, la más importante actividad de la economía global.

Otro fenómeno a destacar es la desigualdad. Medida ésta a través del coeficiente de Gini, según el Banco Mundial, a nivel planetario este llega fácilmente a 0,7 cuando 1 representa la máxima desigualdad posible, superando el Gini de Brasil y otros países identificados como los más desiguales del mundo.

La desigualdad también se refleja en la disparidad del consumo material. Se estima que el 20% de la población más rica es responsable del 86% del total de gastos de consumo privados, mientras el 20% de los más pobres del mundo consumen el 5%, o menos, de cada uno de esos bienes y servicios.

A estos fenómenos se agrega la crisis ambiental que vive el planeta y que es el resultado de una creciente presión sobre los ecosistemas naturales. Hoy es posible sostener que no existe ningún ecosistema biológico que no se encuentre fuertemente presionado por la sobre explotación de los recursos naturales, gracias a la demanda creciente que la economía hace de las pesquerías, los bosques y minerales.

Esta mayor presión explica el aumento en el precio de los llamados "commodities" (harina de pescado, celulosa, cobre y otros minerales), lo que produce un aumento de los costos de producción y en consecuencia, una pérdida de proyectos de inversión que no pueden cubrir esos costos.

Estos fenómenos se refuerzan mutuamente para explicar las razones de fondo de la crisis económico-financiera global. El incremento de la pobreza y la mayor concentración de la riqueza, debido a la menor propensión al gasto de los más ricos, es decir, debido a que los pobres consumen todo su ingreso mientras que no así los más ricos, hacen paulatinamente retroceder la demanda global, es decir, hacen menos dinámico el ciclo de los negocios. Este fenómeno se va acumulando década tras década hasta que explota y es muy difícil hacerlo retroceder de la noche a la mañana.

Si a lo anterior se agrega el hecho de que la desregulación de los mercados financieros y la mayor rentabilidad que ofrecen esos mercados, hacen que cada año se desplacen flujos de inversión desde la economía real –es decir: desde la producción de leche, cereales, productos agrícolas– hacia las bolsas de comercio y hacia los mercados financieros, entonces tenemos un conjunto de fenómenos que nos permiten comprender la presente crisis en el largo plazo: reducción de la demanda por creciente pobreza y desigualdad; reducción de la producción por mayor presión sobre los recursos naturales y reducción de la producción por disminución de las inversiones en la economía real que se reasignan a los mercados financieros.

Todo esto significa un menor dinamismo de las economías y que, en algún momento, la riqueza económica no sea capaz de hacer frente a la riqueza acumulada en papeles, acciones y bonos que, debido a las llamadas burbujas financieras, se multiplican varias veces más que la riqueza económica real. En otras palabras: en algún momento, el valor de esos papeles y acciones es superior a la suma global de activos reales y cuando los mercados financieros se percatan de ello, se desploman.

Para Chile las consecuencias aún no se han dejado ver con la fuerza que podríamos esperar, a pesar de los tranquilizantes que ofrecen el ministro de Hacienda y el presidente del Banco Central. Estos dos expertos ni siquiera se han dado la molestia de explicarles a los trabajadores que las pérdidas de los fondos de pensión –nada menos que aquellos que servirán para enfrentar la vejez– acumulan pérdidas por 18.000 millones de dólares.

Esto se debe nada menos que al hecho de que se han invertido en acciones fuera del país –que hoy enfrentan el desplome de sus cotizaciones– la módica suma de más de 32.000 millones de dólares.

La caída de la bolsa chilena no ha sido tan aguda como en Estados Unidos, entre otras causas por la “fortaleza” de nuestra economía. Esta “fortaleza” se debe a que las empresas que operan en territorio chileno y colocan títulos en la Bolsa de Comercio, a pesar de la crisis económica, siguen mostrando utilidades.

Por ejemplo, las empresas eléctricas como Edelnor, Enersis y Endesa fueron las compañías integrantes del IPSA que registraron los mayores aumentos en las utilidades durante el primer semestre. La Empresa Eléctrica del Norte Grande (Edelnor) registró un crecimiento notable de 204% en sus utilidades durante la primera mitad del año, mientras que Enersis anotó un alza de 138% respecto de igual período del año anterior.

Esto se explica porque han podido elevar las tarifas eléctricas en casi un 40% en los últimos doce meses, debido a la forma y mecanismos en que se establecen dichas tarifas. Esto es lo que permite que la crisis no se note en la bolsa de comercio, pero que sí lo notan las familias en el silencio de sus casas.

A pesar de las palabras atentas y conformistas de Velasco y De Gregorio, que claramente están dedicadas a los grandes empresarios –ya que no sirven para los trabajadores que deben poner su dinero en las AFP ni para los usuarios de las eléctricas– habría que señalar que uno de los efectos que también puede tener este proceso de baja en la economía norteamericana es la caída internacional del precio de los "commodities", como la celulosa, el cobre, los salmones y otros como la harina de pescado.

El motor del “exitoso” modelo económico chileno son las exportaciones de recursos naturales que realizan en más de un 95% las mega y grandes empresas que no superan el uno por ciento del total de unidades productivas que operan en Chile. 

Tarde o temprano, la recesión mundial golpeará las exportaciones chilenas y las palabras de buena crianza del ministro de Hacienda y del presidente del Banco Central, serán exclusivamente un mal recuerdo o una ayuda de memoria para los crédulos e inocentes que siguen teniendo fe en las camisas blancas, los trajes elegantes y las corbatas de seda.

* Economista
Director de Arena Pública,
plataforma de opinión de Universidad ARCIS.

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