Nuestro tiempo: – LA IMPORTANCIA DE SER AUTOR

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La suerte del autor y su obra, decía Foucault no hace mucho, ha sido variada a través de la historia y no es universal y constante en todos los discursos e, incluso, el mismo tipo de texto no siempre ha requerido de autores. Hubo un tiempo, dice, que aquellos textos que hoy llamamos literarios, tales como cuento, relato folklórico, épica y tragedias fueron aceptados, circulados y valorizados sin relación a su autor.

En cambio, los textos que ahora llamamos «científicos», como aquellos que tratan de cosmología y el cielo, medicina o enfermedades, ciencias naturales o geografía solamente eran considerados verdaderos, durante la Edad Media, si el nombre de los autores era indicado. Las referencias al autor no eran solamente formulas argumentativas, cuya base era la autoridad, sino que eran signo de discurso probado. «Aristóteles dijo…» o «Santo Tomas afirma…”

Más tarde, una nueva concepción se desarrolla cuando los textos científicos empiezan a ser aceptados a partir de sus propios meritos y ubicados dentro de un sistema conceptual anónimo y coherente de verdades y métodos establecidos de verificación. En el campo matemático, por ejemplo, el autor viene a ser sólo una referencia auxiliar en relación a un teorema particular o a un grupo de proposiciones. En biología y medicina esta referencia indica la fuente de información como prueba de la confianza en la evidencia, ya que permite apreciar la técnica y el material experimental en un tiempo y laboratorio dado. No más la referencia al individuo que los ha producido.

El papel del autor desaparece como índice de verdad. Pero si desaparece del campo científico, retorna, en cambio, en el discurso literario. Cada texto de poesía o ficción sólo logra aceptabilidad si su autor, fecha, lugar y circunstancia en que han sido escritos son claramente establecidos. El valor y significado del texto depende de esta información.

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Durante el apogeo del criticismo literario de los últimos años la tendencia ha sido la de concentrarse cada vez mas en aquellos aspectos del texto que no dependen completamente de la noción de creador o autor. La cuestión ya no es… ¿de qué manera las características personales del autor determinan la coherencia interna y el sistema conceptual de su obra? Digamos, cierta orientación sexual (Foucault), ciertas decisiones políticas fatales (M. Heidegger, J.L. Borges), tendencias o rasgos psicopatológicos (F.Nietzsche).

La cuestión es más bien… ¿Cuáles son los modos de existencia de este discurso? ¿De dónde viene? ¿Cómo circula? ¿Quién lo controla? ¿A quién favorece? Para Foucault la obra corta sus ligazones con el autor y cobra independencia para entrar a formar parte de una intrincada red de relaciones conceptuales cuya estructura escapa a su control.

Pero, hoy día, con el surgimiento y dominio cultural de las tecnologías digitales, el autor ha vuelto con venganza y, en la práctica, éstas han ayudado a crear nuevas formas de autoría reconocidas por el público. Si en algún momento el autor fue considerado un síntoma capitalista que requería ser curado, ahora presenciamos la expansión del concepto de autor hasta en las estructuras mismas de la expresión académica.

El anonimato es considerado ahora un signo de culpa o fracaso. En tanto los académicos y escritores adoptan la “web” (blogs y vlogs, específicamente) como lugares legítimos de creación, conocimiento y diseminación, la resistencia al autor se desvanece. No más el autor que escribía obscuros artículos que, inevitablemente, eran arrinconados en los obscuros y polvorientos estantes de enormes bibliotecas, sino, autores que someten sus ideas a la esfera publica, escritores cuyas ideas interesan más allá del pequeño grupo de especialistas.

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El sueño utópico de una autoría colectiva, que muchos vieron posible en los “hipertextos” y “blogs”, da paso a la proliferación de autores que luchan por un espacio en la esfera publica. La mejor oportunidad para evitar la extinción está en el número de “hip” por hora, día o mes en la “web site” o la compra de nuestras historias “on line”.

Quizás fue fácil deshacerse del autor cuando muy poco estaba en juego. Pero ahora, mientras nos aproximamos al momento en que será posible levantar el velo de nuestros diseños genéticos, encontramos que es precisamente en la autoría humana, a pesar de sus errores, ambigüedades, contradicciones, irracionalidades y sorpresas donde podemos reafirmarnos nuevamente en contra de la destrucción que una vez, porque era un mito, tan ansiosamente deseamos (Nicholas Rombes, 2005).

Según Bartres el autor es lo que le da al texto un significado seguro. Al declarar su muerte afirma que no hay presencia que pueda anclar el significado del texto y asegurar su verdad… Y, sin embargo, para muchos, el autor es la presencia en la que el lector una vez creyó y a la que no quiere renunciar. Es la fantasía que la autobiografía despliega (la completitud de la si mismidad, la transparencia del lenguaje), lo que queremos que permanezca como realidad.

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* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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