OEA: ganó Almagro, perdió la región
En medio de la crisis del coronavirus y las medidas de urgencia que deben ser tomadas para evitar la propagación de esta pandemia que -como en una película de terror- se extiende por el mundo con su furor implacable, algunos países latinoamericanos y Estados Unidos, encontraron el tiempo suficiente en sus agendas, para acudir presurosos, a la sede la Organización de Estados Americanos en Washington para reelegir a Luis Almagro como Secretario General de la Organización.
Las medidas sobre distanciamiento social fueron menos poderosas que las de su acercamiento ideológico: con virus o sin virus, Almagro tenía que volver a ser elegido. Sus méritos estaban claros para sus electores: su condición imbatible de verdugo principal de Venezuela y de su pueblo agobiado hoy, en medio de todas las dificultades, por el embargo impuesto por Estados Unidos que se extiende a los alimentos, las medicinas y los servicios de primera necesidad que podrían salvar a millones de venezolanos en medio de la nueva peste que hoy nos azota.
Almagro también contribuyó al golpe de Estado en Bolivia cuando emitió un concepto sobre las últimas elecciones que, de alguna manera, legitimó a los golpistas por omisión.
A pesar de la refutación clara del informe de la misión electoral que viajó a Bolivia por parte de los analistas del prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology), hasta hoy no se ha escuchado una sola voz del autodenominado grupo Prosur (léase Pronorte) condenando la toma violenta del poder en un país que, como Bolivia, estaba mostrando las más altas cifras de crecimiento regional y los mayores logros en los últimos años en materia de reducción de la pobreza.
Y como nadie es profeta en su propia tierra, Almagro recibió del gobierno enemigo de sus antiguos amigos en Uruguay un iscariótico abrazo de respaldo. Y los elogios –de ese tipo de elogios que uno dice sálvame señor– de Bolsonaro, de Duque (leáse Uribe), de Lenín Moreno y otros chicos malos de la zona.
Por fortuna, en la otra orilla, la de la dignidad, estuvo un número casi igual de países oponiéndose a la segunda taza de veneno que nos espera por parte del inefable Secretario. Estuvieron Argentina y México, que se han convertido en el eje del bien progresista, buena parte del Caribe y casi toda Centroamérica.
¿Qué sentido tenía elegir un vocero regional de una región dividida, cercenada y polarizada ideológicamente? La respuesta es sencilla: asegurar el regreso hegemónico de los Estados Unidos de Norteamérica.
Hegemonista y masoquista porque nunca habíamos sido tan maltratados como ahora por el imperio: muros de contención en las fronteras, migrantes expulsados, aranceles por las nubes, la lucha contra el cambio climático abandonada, la continuidad democrática en entredicho, la presencia militar extranjera asegurada, la paz de Colombia en la cuerda floja. Nunca antes, como hoy, había sido tan importante la integración y nunca antes, como hoy, habíamos estado tan desintegrados.
El abandono de la causa integracionista de Unasur por razones ideológicas (razones ideológicas de los dirigentes que conforman Prosur) lo estamos pagando caro y con mucha sangre. El Consejo Electoral de Unasur, integrado por sus reconocidas autoridades electorales, jamás hubiera permitido los fraudes recientes en Bolivia, ni en República Dominicana.
El Instituto de Salud de Unasur, en Río de Janeiro, habría coordinado todas las autoridades de salud de la región para responder de manera unificada y oportuna a la amenaza del coronavirus. El Consejo Suraméricano de Defensa, creado por Lula con su Centro de Estudios Estratégicos de Defensa en Argentina y el Instituto de Altos Estudios Militares en la sede de Unasur en la mitad del mundo en Quito, se hubieran atravesado con pudor soberano al acuerdo bilateral de defensa firmado por Brasil y Estados Unidos.
Fue para permitir el ingreso de tropas norteamericanas (léase asesores) a una región que comenzó a vivir la paz, cuando desapareció el fantasma de los acuerdos interamericanos de defensa. De la mano de Unasur se habría avanzado en los grandes proyectos de infraestructura como el tren interoceánico, la cuenca del Amazonas o el cable intercontinental de comunicaciones.
Por fortuna, esos sueños, los que animaron la existencia de Unasur, están despiertos. Así lo ha entendido el Presidente Alberto Fernández que le ha dado generosa posada a la semilla, aún viva, de Unasur para que reinicie, la marcha por la convergencia regional que planteó el Grupo de Puebla en su última reunión en Buenos Aires.
Una convergencia que empieza y termina con el fortalecimiento de la CELAC, presidida hoy por México, como la casa donde podríamos caber todos, una especie de OEA sin los Estados Unidos, es decir, sin Almagro. La idea sería, entonces, trabajar en una matriz de convergencia a partir los distintos procesos de integración subregional para sumar fortalezas, evitar duplicidades y privilegiar especificidades.
En eso nos encontrará el péndulo de la historia reciente cuando comience a bajar después de haber tocado el techo de la desigualdad social y el exiguo crecimiento. No es un problema de ideologías sino de resultados.
Ernesto Samper
* Expresidente de Colombia y exsecretario general de Unasur. Publicado en nodal.am. Distrinuido por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)