Ojo de huracán: – SIJO, POESÍA CLÁSICA COREANA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, ya se refería en 1330 a una suerte de eje del mal. En uno de los pasajes del Libro de Buen Amor habla de las tres entelequias contra las que todo «buen cristiano» debía armarse y vencer: el mundo, la carne y el demonio. En el imaginario católico del siglo XIV, el mundo era un lugar peligroso dominado por el diablo, mientras que la carne era la negación del alma. Con el rechazo del cuerpo –y de la tentación de las sirenas a la que Ulises renuncia amarrándose a uno de los mástiles de su embarcación– la cultura judeocristiana sienta sus bases civilizatorias.

Casi siete siglos después, y casi por arte de birlibirloque, el fundamentalismo religioso de los borregos de Cristo emprende una nueva cruzada. Esta vez, el eje del mal son tres Estados-nacionales: Iraq, Irán y Corea del Norte.

Las armas de destrucción masiva y el uranio empobrecido de la cristiandad han hecho, literalmente, de la antigua cuenca mesopotámica un mero inferno. Las llamas que bordean el Tigris y Éufrates son consideradas un daño colateral; lo mismo los niños deformes y la muerte.

La que fuera cuna de esa misma civilización que vio en la escritura cuneiforme un símil de la amistad entre Enkidu y Gilgamesh, hoy se ve asolada y sitiada por una fuerza destructora que ruge con la fuerza de mil cascadas. No son las trompetas de Jericó ni los ángeles del apocalipsis quienes han hecho su entrada triunfal. Es el dinero de los magnates del petróleo, la tecnología bélica espacial y el silencio cómplice de las elites gobernantes del mundo.

El averno no era, para el Dante, sino una venganza política. Ver abatidos y atormentados a sus enemigos allí –donde el que entra pierde toda esperanza– era un acto literario de revanchismo político. ¿Pero de quién se desquitan ahora estos nuevos templarios?

Mientras tanto, Irán aguarda su turno inevitable. El incierto mañana, decía Omar Kheyyam (o al-Jayyam), nunca nos pertenece. Y tampoco es nuestro el privilegio de la bondad. «Repugnante es el ser carente de pasiones» –escribió el poeta persa del siglo XI–. Su mundo nunca fue un lugar peligroso, ni tampoco bucólico. Tampoco el cuerpo era algo de lo que debía avergonzarse.

El placer, por el contrario, era para Kheyyam bueno y saludable. «Apreciemos el instante» –sostenía–. Aficionado a la bebida, a la astronomía, a la matemática y a la alquimia, fue amigo de Hasan-i Sabbah (inspirador de la secta rebelde hassasin, vocablo que dio origen a la palabra asesino) y corrector del antiguo calendario zaratustrano. Omar Kheyyam vivió una vida epicúrea y escéptica sin mayores ostentamientos. Soñó con la belleza de las sensuales huríes y ejerció un influjo hechizante entre sus contemporáneos. Entremedio, compuso minuciosamente sus célebres rubâi, escritos como gotas de vino que tiñen de amapola el universo sufí.

La poesía también floreció en una de las biorregiones que hoy conforman el eje del mal. Cultivada con pasión en el país de las azaleas rosas por nobles, cortesanas y plebeyos, la poesía coreana clásica tiene una data de al menos ocho siglos.

Al término de la última invasión japonesa en 1945, Corea quedó dividida a la altura del paralelo 38 en dos naciones: la del Norte (República Popular Democrática de Corea) y la del Sur (República de Corea). La raya imaginaria del mapa que todavía separa la vida entre los dos bloques hegemónicos que se disputaron el mundo durante la guerra fría, no impidió que la unidad lingüística y la tradición poética siguieran siendo fuente cultural de un pueblo golpeado.

A pesar de la guerra y del embargo económico, a pesar de las opresiones internas y de la homogeneización estatal nacionalista, a pesar del militarismo galopante y del libremercadismo ramplón, los coreanos han sabido resucitar la memoria.

Kim Unsong, nacido en 1924 en Jungju (Corea del Norte), publicó una flamante antología bilingüe (coreano-inglés) de poetas sijoistas en 1986. El libro apareció en Seúl (Corea del Sur) y tuvo un tiraje limitado.

La manera de traducir a un idioma indoeuropeo la forma tradicional del poema sijo, escrito originalmente en caracteres coreanos, es en seis versos pareados con rima consonante o asonante. La cadencia rítmica está construida por la melodía de cada dístico, cuya rima varía dependiendo de la versificación adoptada por el traductor. En tal sentido, el apotegma tradutore, traditore se cumple al pie de la letra. La antología en cuestión: Classical Korean Poems (Sijo), fue seleccionada y traducida por Unsong y publicada por la editorial Il Nyum. La obra contiene 100 sijos más cinco breves sextillas del propio Unsong.

Lo que sigue es una libre traducción al castellano de seis poemas introductorios a este arte que no, por breve, es menor.

Vida natural

Sin calendario en las montañas

ni horario en la mañanas

En primavera llegan las flores

y en otoño los colores

Si mis crías piden abrigo

sé que el invierno trajo el frío

Ermitaño testarudo

Aguas de jade en un cerro azul

que complican al trotamundo

No barra el sendero florido

Ni corte el paso del errabundo

Mi perro le ladra a la nubes

Visitas llegan a este mundo

Los dos primeros poemas son anónimos. La vida natural de anacoreta, alejado de las estructuras jerárquicas que impone el modelo social, parece ser un tema recurrente de esta poesía popular anónima. De los 3.500 sijos clásicos recopilados hasta la fecha, se calcula que alrededor del 40% fue escrito en forma anónima. Antes de la invención del alfabeto coreano en 1446, llamado hangul, la poesía se transmitía en forma oral. Los poetas anónimos de la sociedad feudal de la época deben haber mantenido en secreto su identidad a fin de evitar represalias por parte de la clase noble ?yangban?, puesto que su tono popular atentaba contra el poder nobiliario cimentado en una rígida ética confuciana y una arbitraria jerarquía social.

Calientes en mi cama

¿Cómo se te ocurre dormir afuera

congelado de cuerpo, pies y cara?

¿Para qué es la frazada esmeralda

el cubrecama y esta almohada bordada?

Ven y mójate en la Lluvia Helada*

Calentémonos juntos en mi cama

foto
* Han Woo significa lluvia fría o helada y es el seudónimo literario de una de las más brillantes poetas coreanas del siglo XVI. La autora fue dama de compañía (Gisaeng) y cortesana del reino de Sunjo (1552-1608). El poema en cuestión, Calientes en mi cama, fue escrito en respuesta a un poema erótico titulado Lluvia helada, que el gobernador de Pyongyang, Im Je (1549-1587), le dedicó a la brillante cortesana en una justa verbal. Erotismo, picardía y desenfado derrama la poesía de Han Woo.

Fuego y agua

Se incendian los brotes de la floresta

Brasa en el cerro de la primavera

El agua puede apagar todavía

el incendio, rápido y a la primera

Pero nada hay que acabe el fuego humeante

que me consume semanas enteras

Corea fue invadida por Japón entre 1592 y 1598. No sería, sin embargo, la primera invasión que sufriría este país asiático. Kim Duklyong (1563-1596) combatió contra los invasores, ganando tanta popularidad que el rey lo acusó de instigar a una rebelión en su pueblo natal, Chongju. Su suerte fue trágica. Fue arrojado a un calabozo y dejado allí hasta morir a la edad de 33 años.

Genio y figura

Mi mente permanece joven de corazón

siempre descuidada, ligera e inmadura

Incluso si comienzo lento a envejecer

me mantengo joven a mi edad madura

Si persigo libremente mis deseos

No ha de faltar quién se mofe ante mi figura

Genio y figura –o «Siempre juvenil»– es un poema escrito por uno de los más notables monjes confucianos de la dinastía Yi, Suh Kyongduk (1489-1546). Este escolar confuciano hizo vida de anacoreta en Songdo, la capital de Koryo, enseñándole a los jóvenes cuanto él mismo pudo cultivar en vida. Cuenta la leyenda que Suh Kyongduk tuvo un amorío platónico con una de sus estudiantes, la poeta Whang Jinnie, fallecida en 1530, que en uno de sus poemas escribe: «Relájate un rato y juega conmigo». A pesar de los intentos de seducción de su bella alumna, el estricto Suh Kyongduk nunca aceptó romper sus votos de soledad.

Según mi propia natura

Calmo y sin urgir a nadie

vivo en paz y en forma alegre

No acepto ningún consejo

ni dejo que hundan mi mente

Desoigo sus dictámenes

mi voluntad está al frente

Aunque China invadió Corea en 1637, el confucianismo ya había prendido mucho antes en territorio coreano (Confucio vivió entre 551 y 479 a.C.). Uno de sus seguidores, Byon Kaeryang (1369-1430), estudió filosofía confuciana en la escuela de Chung Mongju durante la dinastía Koryo, aprobando sus exámenes a la edad de 17 años. Este poema retrata la integridad personal que propugna dicha filosofía y que, en rigor, no es sino una ratificación del principio anárquico de autonomía.

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