Operación Noé
Imagine usted cualquier actividad humana, o plan de vida que le gustaría desarrollar en el futuro –a usted mismo o a sus seres cercanos, atenta lectora, amable lector. A continuación hágase esta pregunta sencilla: ¿se darán las condiciones de estabilidad climática y suministro adecuado de energía y materiales para poder llevar a cabo estos proyectos? Pues bien: sea lo que fuere que haya pensado –con algunas excepciones poco deseables, del tipo “autorrealizarme como Señor de la Guerra en una región de violencia endémica”- la respuesta, con certidumbre científica (en la medida en que la ciencia proporciona certidumbres), la respuesta es: NO.
En 2015, por primera vez, la temperatura promedio de la superficie de la Tierra superó un grado centígrado de aumento con respecto a la época preindustrial. En 2016 superamos las 400 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera (descontando las subidas y bajadas estacionales); el límite de seguridad, como se sabe, está en torno a las 350 ppm. Y 2014 fue el primer año, a lo largo de toda la era industrial, en que la disponibilidad de energía primaria per cápita disminuyó con respecto al año anterior (exceptuando shocks del petróleo exógenos como el de 1973-74). Vamos hacia el cénit conjunto de todas las fuentes energéticas no renovables en el decenio de 2030 (si no antes).
Estas dos dinámicas –calentamiento climático y escasez creciente de energía y materiales, en un contexto de rápido empobrecimiento de la biosfera— están determinando ya, y van a hacerlo de forma mucho más intensa, el destino de los seres humanos en el siglo XXI –que hace tiempo yo vengo llamando el Siglo de la Gran Prueba. Nuestro futuro –no a siglos vista, sino a lustros vista- es “apocalíptico”: nos lo dicen científicos de la NASA de primerísimo nivel como James Hansen. No habrá transiciones socioecológicas razonables: perdimos la oportunidad para eso, por desgracia, en los años setenta del siglo XX. Vamos hacia el colapso catastrófico de las sociedades industriales.
En efecto, un colapso de las sociedades industriales –o más bien colapsos: hablemos en plural tanto de colapsos como de transiciones ecosociales- habría sido evitable si hubiéramos hecho caso a los buenos análisis que se realizaron en los años setenta, comenzando por el estudio Los límites del crecimiento de 1972; y si los procesos de aprendizaje colectivo que estaban en marcha en las sociedades industriales en los años sesenta y setenta hubieran seguido adelante. Si en lugar de torcerse este aprendizaje de nuestra interdependencia y ecodependencia en los años ochenta, con el ascenso de la versión del capitalismo que llamamos neoliberal para abreviar, hubiéramos continuado por el camino iniciado… Así tal vez hubiéramos podido construir sociedades industriales sustentables mediante transiciones graduales, buscando un menor crecimiento demográfico, un uso mucho más eficiente de los materiales y la energía, una socialización paulatina de los medios de producción, estrategias de biomímesis y economías “homeostáticas” en grado creciente (así prefiero traducir yo la expresión inglesa steady-state economy, muchas veces vertida al castellano por “economía de estado estacionario”).
Pero ahora las opciones son bastante peores. La prosperous way down o la décroissance joyeuse no son muy creíbles. (Ni tampoco, desde luego, el desarrollo sostenible ni el green growth ni la prosperidad sin crecimiento, aunque las razones son distintas en cada caso.) Se diría que vamos efectivamente hacia colapsos de las sociedades industriales a lo largo del siglo XXI –a menos que tuvieran lugar transformaciones ecosociales revolucionarias en plazos brevísimos… Todo indica que estamos ya en tiempo de descuento, que las buenas soluciones no son ya posibles.
En la presentación del blog del grupo de investigación que coordino escribimos: Una población humana que crece hacia los ocho mil millones, organizada en sistemas económicos expansivos que impulsa la ciega dinámica de acumulación de capital, está chocando contra los límites biofísicos de la Tierra. Nos hallamos en situación de emergencia planetaria, más allá de los límites del crecimiento. No hay precedentes históricos ni para la situación en la que nos adentramos (una atmósfera con más de cuatrocientas partes por millón de dióxido de carbono, o el tipo de hecatombe de biodiversidad que estamos causando) ni para el tipo de transiciones socioecológicas que serían necesarias para evitar lo peor: las perspectivas de colapso se adensan.
Sabemos que el crecimiento material no puede continuar indefinidamente en una biosfera finita–y de hecho estamos ya más allá de los límites del crecimiento, por evocar otra vez el título del importante primer informe al Club de Roma en 1972, pero toda nuestra vida socioeconómica y la ideología dominante se organizan en torno a la aberrante suposición contraria. Como escribía Barry Commoner en 1971:
La civilización humana implica una serie de procesos cíclicamente dependientes entre sí, la mayor parte de los cuales [población, ciencia y tecnología, producción económica…] presentan una tendencia inherente a crecer, con una sola excepción: los recursos naturales, insustituibles y absolutamente esenciales (…). Es inevitable un choque entre la propensión a crecer de los sectores del ciclo que dependen del hombre, y los severos límites del sector natural. Está claro que si la actividad humana en el mundo –civilizado— tiene que conservar su relación armónica con todo el sistema global, y sobrevivir, debe acomodarse a las exigencias del sector natural, o sea, la ecosfera.
Para hacer frente a las urgencias del cenit del petróleo y el calentamiento global, hoy hemos de pensar en términos de una contracción de emergencia más que de ningún “aterrizaje suave”. Como resulta evidente, las implicaciones de esta situación para las cuestiones de justicia social, justicia de género, justicia intergeneracional, justicia ambiental y justicia interespecies son enormes.
Hoy ya no bastan los cambios incrementales, las medidas graduales relativamente indoloras que hubieran sido posibles de haberse comenzado la acción necesaria hace dos o tres decenios (como los impuestos al carbono que de todas formas seguimos preconizando). Necesitamos cambios estructurales muy profundos, un verdadero volantazo para impedir que el vehículo civilizatorio donde viajamos se precipite al abismo que ya está muy cerca. Para que nos demos cuenta del cambio revolucionario que es preciso: los países “desarrollados” tendrían que comenzar a reducir ya sus emisiones, al ritmo casi inconcebible del 10% anual, y completar la descarbonización de sus economías en tres-cuatro decenios. Pero los grandes países “emergentes” han de seguir por esa senda muy poco después… Y, tanto en el Norte como en el Sur, hay que salir del extractivismo en tiempo récord, pues las cuatro quintas partes de las reservas existentes de combustibles fósiles deben quedar bajo tierra (si queremos tener alguna opción de respetar el límite de seguridad de los dos grados centígrados de incremento sobre las temperaturas preindustriales).
En un mundo marcado por la omnipresencia de los rendimientos decrecientes (un mundo entrópico) y por la interdependencia y ecodependencia asociada a los fenómenos de complejidad (un mundo de sistemas complejos adaptativos), una ética de la autocontención verdaderamente asumida (autolimitarse para dejar existir al otro) y las políticas de justicia global (e intergeneracional, y transespecífica…) que cuadran con ella podría posibilitar comunidades humanas viables… Pero no cabe dejar de preguntarnos ¿disponemos de los recursos políticos y culturales necesarios para semejante transformación revolucionaria, que no tiene precedentes, en los estrictos plazos requeridos?
Lectores y lectoras, compañeros y compañeras: estamos en medio de un naufragio civilizatorio. Hay que organizar el salvamento –no sólo de las personas, también de las ideas y de los valores. Nuestro desafío principal es mantener el nivel de civilización que a trancas y barrancas se logró de forma parcial en el siglo XX (democracia, derechos humanos, seguridad social con sanidad universal, etc.) con un consumo de recursos naturales reducido drásticamente (a una décima parte del actual, si pensamos en las sociedades prósperas hoy en nuestro mundo lacerantemente desigual). A esto Harald Welzer lo llama una Modernidad decreciente, o menguante, o contractiva (eine reduktive Moderne frente a la Modernidad expansiva que marcó los últimos cinco siglos); yo lo llamo ecosocialismo descalzo.
En los orígenes de la Modernidad, la nueva mentalidad asociada con la revolución científico-técnica “suscitó un gran interés por el espacio, el tiempo y el movimiento en el seno de un escenario cósmico más amplio, y no por el marco en el que actúan realmente los organismos en su entorno terrenal, en contacto con otros mecanismos, tratando de desplegar sus propias potencialidades vitales. La rotación de la Tierra, el majestuoso recorrido geométrico de los planetas, el oscilar del péndulo, la curva que describen los proyectiles, los movimientos precisos del reloj, el girar de las palas de molino, el desplazamiento acelerado de naves y vehículos de tierra… todos ellos gozaban de una atención por derecho propio [a partir del siglo XVI]. La velocidad reduce el tiempo; el tiempo es oro; el oro es poder. Cada vez más lejos y cada vez más rápido son los lemas que se identificarían con el progreso humano”.
Hoy necesitamos, sobre todo, cobrar consciencia de que la biosfera terrestre es y será nuestro único hogar, y actuar en consecuencia: a eso podemos llamarlo “operación Noé” (porque esa misma biosfera está amenazada de radical degradación a consecuencia del tipo de “progreso” que hemos intentado a lo largo de los cinco siglos últimos, y sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX). No es tiempo de ceder a las fantasías de “terraformar” Marte, sino de construir Arcas de Noé.
*Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Publicado por iberoamericasocial
SOLO LE PIDO A DIOS…..
(abordando eso gris que parece la teoría).
“Solo le pido a Dios
Que la guerra no me sea indiferente
Es un monstruo grande y pisa fuerte
Toda la pobre inocencia de la gente”
El mundo está en guerra –y se extiende-, el capitalismo como modo de producción predominante ya no puede vivir sin ella, forma parte de sus cálculos y previsiones presupuestales, la necesidad de la rentabilidad.-
A menos que lo mejor de la humanidad se una para poner fin a esa predominancia, cosa que hoy aparece como muy difícil –la falta de voluntad política, el atraso ideológico, la falta de rigurosidad científica en los análisis políticos, el egoísmo individual o de grupos que pretenden preservar privilegios frente al resto de la sociedad- sin embargo desde el punto de vista tecnológico la humanidad está en condiciones de abordarla y superarla en un muy corto, cortísimo plazo. Cubrir este desfasaje puede ser crucial, por eso todo esfuerzo vale para poder salir de la prehistoria y en el tránsito ingresar en la construcción de una sociedad superior.-
Lo más terrible aún, es comprobar que hoy nos hacen vivir con las consecuencias, como si se tratara la violencia, simplemente e inconscientemente de un dato de la realidad. Las destrucciones, los bombardeos, las migraciones, los desplazamientos de miles y miles de seres humanos, muertes y vejaciones de todo tipo, la droga, el lavado de dinero, las acciones mafiosas, que consciente o inconscientemente se van trasladando a lo cotidiano de la información y a una forma de vida de convivencia con la violencia. Y no hay población de algún Estado que de alguna manera no lo esté sufriendo.
Si a eso le sumamos la sensación basada en los hechos reales del deterioro del sistema para proveer de trabajo digno, tenemos en si un coctel explosivo.
¿Qué es lo que no cabe en el razonamiento predominante?: de que ya no hay naciones imperialistas, si existen Estados gendarmes que cumplen la función que les asignan los conglomerados empresariales multinacionales en pugna por la tasa de ganancia en permanente agostamiento. Además de endeudarse lo que si hacen los Estados con mayor aparato productivo –y una larga historia de siniestro Imperialismo- es envilecer su moneda e imponerla a los pueblos aprovechando, particularmente en este caso la debilidad ideológica de la izquierda que aún esgrime el argumento de la soberanía monetaria y que es para la derecha un medio presupuestal nacional de bajar el nivel de vida de la gente mientras no se les vuelva inmanejable, como ya ha empezado a ocurrir. Un ejemplo es la Argentina de Macri, e incluso la Venezuela de Maduro al serle ajeno el control monetario. Son ejemplos significativos que aparecen en las antípodas ideológicas.
Entonces la radicación de la industria de guerra no depende del enfrentamiento entre naciones, y de ninguno de los tipos de confrontaciones de distinto origen, sino de la rentabilidad de este sector indicativo de la industria capitalista, que además no se puede explicar en la necesidad de los intereses nacionales de los Estados, que están aumentando permanentemente su endeudamiento y a la vez agravan la crisis en la prestación de servicios elementales para su propia población. El llamado fenómeno Trump tal vez sea una explicación por la inversa, como si existiera una inercia referida a la historia anterior del capitalismo. Trump habla además de no involucrarse en guerras que no le sean rentables, como si pudiera elegir esa eventualidad.
El repliegue a las fronteras nacionales (veremos cuanto de verdad hay en esto) que comparten Trump e izquierdas (clásicas y de las otras), hace que la consigna de la paz, fundamental en la revolución bolchevique y origen de la crisis de la socialdemocracia europea (votan los créditos de guerra a sus respectivos gobiernos) en el proceso de la primera guerra mundial, hoy solo esté a cargo del Papa Francisco, de Mujica en la ONU en setiembre del 2013, y de Juan Manuel Santos al recibir el premio Nobel de la Paz, no son los únicos, pero si se destacan haciendo un centro en ello en ocasiones puntuales.- Cabe destacar que esta fue la preocupación fundamental del revolucionario cubano Fidel Castro en sus últimos años de vida.
La industria de guerra –otrora dinamizadora de las economías nacionales- ya no es nacional sino multinacional y hoy su curso alimenta no los presupuestos nacionales por las conquistas económicas, si que por el contrario es el pretexto para una asignación de recursos por encima de las necesidades de los pueblos haciendo mella también en los presupuestos de aquellas naciones con aparato productivo más desarrollado y a la vez con más problemas para su funcionamiento. Las deudas y los paraísos fiscales crecen sin solución de continuidad como si no tuvieran límite, nosotros estamos convencidos que si lo tiene, y por ello no vacilamos en plantearnos primero una política de paz, luego el manejo de dos herramientas claves, la moneda única y universal, un sistema impositivo, también universal, basado en la circulación del dinero, eliminando los impuestos al consumo, al trabajo y a las pensiones y dando muerte a los paraísos fiscales, ninguna operación en el planeta puede ser válida sin el registro que la sociedad determine.
También sabemos que para ello necesitamos en primer lugar de la unión de los trabajadores del mundo, para hacer realidad aquello de que su patria es la humanidad toda, como era el objetivo de la Primera Internacional, durante la conducción de Carlos Marx y Federico Engels. De ahí la necesidad del giro en la conducción política de Estados, partidos y sindicatos, donde la clase obrera pueda hegemonizar una conducción en la cual se reconozca lo mejor de la humanidad. Debemos confesar que cuando la intervención de Mujica en la ONU, pensamos que el giro comenzaba a darse, pero luego vino el silencio, y otra vez a esperar pacientemente a que el viejo topo (*) haga su trabajo.
Existe la posibilidad entonces de generar una cantidad inmensa de recursos, que hoy al capitalismo ya no le son rentables y la humanidad necesita para proyectar el futuro sin las trabas del modo de producción que hoy predomina y también sin las trabas de las estructuras burocráticas de los Estados.
Jorge Aniceto Molinari.
Montevideo, 2 de febrero de 2017.-
(*)¡Así se habla, viejo topo! ¿Podrás trabajar rápido bajo tierra? ¡Un pionero digno!
William Shakespeare, La Tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca.
Y cuando la revolución haya llevado a cabo esta segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará, y gritará jubilosa: ¡bien has hozado, viejo topo!
K. Marx (1852), El 18 brumario de Luis Bonaparte.