Óptica: crisis y decadencia mundial

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 Nieves y Miro Fuenzalida*

Bob Dylan, el "ídolo" musical de los sesentas, retorna con un nuevo álbum en el que habla de los tiempos difíciles que nos toca vivir, especialmente para “aquellos que nos ubicamos en los márgenes lejanos de la vida. Miramos el panorama en el que crecimos enmohecerse y descubrimos el lado obscuro de la gente a la que le confiamos nuestros sueños”.

El poeta-cantor, concientemente o solo por coincidencia, lucha con un mundo gris que pareciera carecer de sentido o respuestas. La vida es dura y más allá de aquí no hay nada.

La tradición de la decadencia de nuestro mundo es tan vieja como el mundo mismo. La encontramos a través de los siglos en Hesiodo, en la historia de Roma de Livy, en los anuncios apocalípticos de los sermones del ingles Wolfstan y, por supuesto, en la Decadencia del Occidente de Spengler. Tan antigua que se podria decir que la civilización contiene su propia decadencia desde el mismo momento que nace. La historia es bien conocida. Los viejos valores se debilitan y solo nos quedamos con el cínico y estupido auto interés.

Y, lo peor de todo, la vuelta a los valores del pasado, aunque quisiéramos, no es una opción.

La dimensión y profundidad nunca antes vista de la actual crisis financiera mundial ha empezado a provocar un estado de temor continuo que trae de vuelta las profecías del Armagedón. Los optimistas pueden reírse de los profetas de la decadencia, pero la historia nos muestra que las civilizaciones pueden realmente decaer después de episodios recurrentes de profunda inseguridad y violencia. No se trata de que la decadencia sea una fatalidad, pero ello tampoco nos autoriza a deshacernos de las profecías de la decadencia tan fácilmente.

El filosofo español José Ortega y Gasset acostumbraba a decir que el tigre no puede destirgrarse, pero el hombre puede deshumanizarse y no seria extraño que un día retornara a la somnolencia del mundo animal.

En el momento en que el ano 2008 dio paso al 2009 nuestra conciencia colectiva empezó a ser dominada por una idea fija. La crisis financiera ocupo y continúa ocupando la atención de nuestra vida privada y publica. Y con buenas razones. En nuestra sociedad el dinero ha asumido un rol sin precedente en la historia humana y hasta no hace mucho la idea del intercambio de mercancías en un libre mercado que cubriera a todo el planeta no hubiese sido posible, ni tampoco deseable.

Si en los noventas el eslogan fue “es la economía, estupido” hoy día la crisis del crédito redobla el esfuerzo político para obtener una mejor eficiencia en los costos y lograr un mayor retorno. Un llamado masivo a la austeridad, dentro de este marco, no es la respuesta a la crisis. Desde la segunda guerra mundial hemos venido escuchando a los economistas progresistas decir que se ha venido produciendo una lenta disminución del flujo de dinero en los sectores de servicios públicos y un tremendo aumento dirigido hacia los sectores más productivos.

Esta es la tendencia –que conocemos mejor como neoliberalismo o neoconservadurismo– que ha significado una continua sustracción del dinero de la educación, la salud, la infraestructura y los estudios académicos cuya productividad futura no pueda estimarse con certidumbre. La idea implícita es que a nivel económico es posible distinguir un proceso de diferenciación que separa lo bueno de lo malo y lo productivo de lo que es desperdicio.

Países completos –y gran parte del planeta– han experimentado una y otra vez, por miles de años, lo que la clase media de los países altamente industrializados hoy vive: quedar abandonados en el desierto de la recesión y el fracaso económico, ser los perdedores en el juego social.

Según la narrativa de los grupos dirigentes el colapso económico no se ha debido a la debilidad del sistema, sino al fracaso y decadencia moral. No al capricho del destino, sino a nuestra codicia desmesurada, a nuestra ambición que nos lleva a vivir más allá de nuestros medios. ¿No es irónico que las victimas del actual colapso económico sean justamente las responsables de la nueva decadencia, considerando que por años se les había venido diciendo que consumir era un acto patriótico?

La creencia filosófica al centro de la ideología neoliberal es la de que cada aspecto de nuestra vida (politica, educación, familia, agua, incluso el aire que respiramos) debería estar sujeto a un cálculo de valor universal. Este cálculo universal, al igual que cualquier otro ideal moral, obliga a la acción y al castigo. Pero, a diferencia de cualquier otro sistema moral, la única acción que realmente cuenta, en ultima instancia, es la de comprar barato y vender caro, la de promocionar inteligentemente nuestras mercancías o promocionarnos a nosotros mismos.

La única fuente verdadera de culpabilidad, según esta manera de ver las cosas, es la ausencia de auto interés. La conducta moral que realmente cuenta es la adquisición de tantos valores materiales o espirituales como sea posible. Y si los valores espirituales se consideran superiores es solo porque llaman al deseo del otro. Al deseo de que el otro me desee. La civilización reducida a la moral del auto interés.

Las crisis económicas han ocurrido una y otra vez en la historia reciente y ellas no han cambiado la explotación, el racismo, el imperialismo, el sexismo o la desigualdad económica y hoy ya escuchamos por todos lados voces que indican que esta nueva crisis nada cambiara. Solo proveerá al neoliberalismo con una nueva forma para reajustar y calibrar el marco económico que constantemente amenaza con desintegrarse.

Lo que si es nuevo, en cambio, es que esta crisis financiera, que se ha producido e intensificado en los últimos meses, representa una tremenda perdida de valores justamente para aquellas instituciones de producción privada que se habían definido como modelos en contra de los perdedores en la carrera del capitalismo global.

En verdad, los promotores del egoísmo como norma de productividad universal estaban equivocados, por lo menos, por ahora. Su incapacidad total para ver el futuro es lo que mas resalta y domina en la prensa y la vida publica. Lo que es nuevo es la gigantesca dimensión del proceso que ahora abarca a todo el planeta.

La expansión cuantitativa ha traído un cambio cualitativo. Un nuevo acontecimiento global que objetivamente se presenta como un fenómeno económico impredictible y que subjetivamente pone a prueba los limites y riesgos del sistema de control y comunicación tecnológica que ahora permite a la mayor parte de la población mundial escuchar en minutos o segundos la ultima palabra del derrumbe financiero.

La fascinación con el derrumbe de Freddie y Fannie Mac, Bernie Madoff, Lehman Brothers o Los Tres Grandes de la industria automotriz. La telecomunicación del miedo realimentando la crisis que rápidamente crece más allá de su dimensión real.

A pesar de que el proceso de flexibilización, diversificación e integración en beneficio de la productividad ha producido un estado general de enorme impredictibilidad y riesgo, éste es determinado, finalmente, por la totalidad de lo que lo ha precedido. Y, ciertamente, ha tenido innumerables predecesores. La nueva crisis encuentra su antecedente en la Depresión, en la misma forma en que el Imperio Americano lo encuentra en Roma.

¿No es el caso de que esto nos revela la profunda inestabilidad de la sociedad contemporánea basada en un crecimiento continuo que es insostenible al punto que ni siquiera el optimismo repetitivo de la tecnología verde podrá corregir?

El optimismo fácil y las falsas esperanzas empiezan a dar paso al reconocimiento de la enorme capacidad destructiva del sistema.



 * Escritores y docentes. Residen en Canadá.

 

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