Óptica: fracasar requiere tiempo
Jorge Gómez Barata*
Aunque no pueda citar exactamente sus palabras, recuerdo haber escuchado a Fidel Castro razonar acerca de cómo algunos teóricos, colocados ante los dilemas de una revolución o en la obligación de gobernar, añado yo, “Arderían como mariposas atrapadas en un arco eléctrico…” Tal vez la metáfora aplique a algunos de los hipercríticos de la gestión del presidente Obama, a quienes seis meses les parecen suficientes para decretar el fracaso.
La derecha actúa de ese modo, no sólo porque se trata de un joven liberal, para más señas negro, que no cuenta con decenas o cientos de millones de dólares, no proviene de ninguna de las capillas políticas tradicionales, no es miembro de alguno de los poderosos clanes políticos y que llegó a la Casa Blanca no por voluntad de la elite política reaccionaria, sino a pesar de ella.
Una parte de la izquierda no esperó seis meses sino que desde el primer día rehusó aceptar la idea de que el jefe del imperio sea alguien con quien se pueda intentar trabajar y a quien, como mínimo, se le otorgue el beneficio de la duda. Otros sectores reformistas, sobre todo europeos, se esconden tras la llamada “impotencia política” de Obama para ocultar sus inconsecuencias y probar lo difícil que resulta cambiar al mundo.
Es magnifico ver a los expertos razonar acerca de cómo el nuevo mandatario, “a pesar de sus buenas intenciones”, en apenas 180 días, además de trabajar y concertar con el Congreso, los mandos militares y las agencias de seguridad e identificarse con una burocracia integrada por más de tres millones de funcionarios y empleados federales, no ha podido revertir los problemas estructurales del capitalismo estadounidense, administrar la mayor crisis económica de toda la historia, poner término dos guerras, cerrar Guantánamo, lidiar con un déficit de un billón de dólares, reinventar el sistema de salud, avanzar respecto al Medio Oriente y contener a Israel, torear los aprestos nucleares de Corea e Irán, perseguir a Al Qaeda y al Talibán, redefinir políticas respecto a América Latina, coordinar con Rusia y China, moderar a la CIA y al Pentágono y otras tareas, además de atender a Michelle, que lo merece, cuidar de su familia y honrar sus obligaciones protocolares.
Para no hablar de la poderosa derecha norteamericana, que como mínimo suma a un tercio de la población políticamente activa y que actúa de oficio, el problema de cierta izquierda parece provenir de una especie de inadaptación que no les ha permitido asimilar y por consiguiente tampoco explotar el cambio operado en la Casa Blanca. No percibir la diferencia es perder una oportunidad antes de intentar aprovecharla.
Los que pregonan que nada ha cambiado y que Obama es más de lo mismo, parecen no percatarse de que se trata de un presidente negro, cosa que no es poco, un representante de una minoría, como él recuerda, discriminada ante todo por su apariencia y que resultó electo por los negros, los pobres, los hispanos, los emigrantes, la clase media baja, los pacifistas y los ecologistas y otros sectores “no oligárquicos”.
Obama no amenaza ni alardea, asume las guerras que libra su país en Iraq y Afganistán como males necesarios, no habla de enviar tropas sino que intenta retirarlas, no autoriza sino que prohíbe la tortura, no dice nada acerca de incrementar las armas atómicas sino que negocia su reducción y en lugar de retar a Irán y Corea los invita a razonar.
En materia de política interna, tal vez no pueda resolver la crisis económica pero la administra del mejor modo posible, intenta repetir la hazaña de Roosevelt que no lo resolvió todo con el New Deal, sino que tuvo a su favor la estupidez de Hitler, que desde 1933 comenzó la espiral guerrerista y en 1939 desencadenó la II Guerra Mundial, convirtiendo a la industria de armamentos en la rama más dinámica y lucrativa y que a la larga reflotó a la economía norteamericana.
Es verdad que Obama no ha podido y que tal vez no ha querido emplearse a fondo para devolver a Honduras al ritmo institucional, pero también lo es que respalda a Zelaya como único y legítimo presidente del país, lo que significa calificar como usurpadores a los golpistas y declarar inaceptable el golpe militar.
He escuchado a gente competente afirmar que Obama ha pedido paciencia y que: “Pedir paciencia es una muestra de debilidad”. Ignoro el origen de la sentencia pero no creo que trascienda. Como a muchos, me hubiera gustado que Obama hiciera más pero esa línea de deseos no concede los argumentos necesarios para afirmar que ha hecho poco y menos aun que lo ha dejado todo igual.
Para reorientar ciertas políticas norteamericanas se requiere de valor personal, incluyendo el que se necesita para arriesgar la vida y para asumir el precio del fracaso, es imprescindible talento, capacidad y experiencia para elaborar consensos y forjar alianzas, se debe procurar respaldo popular e institucional y mostrar habilidad para derrotar a enemigos solapados y abiertos; es preciso además encajar fuego amigo.
Lo mismo que para triunfar, para fracasar se requiere tiempo. No queda otra alternativa que dar Obama al tiempo. Nadie mejor que los combatientes para comprender que él también lucha y quizás hasta crea que un mundo nuevo sea posible, al menos eso ha dicho.
* Periodista, profesor y analista de asuntos polìticos.
Despacho de www.argenpress.info