Óptica: ¿son de izquierda las bicicletas?
Anahí Seri*
La bicicleta es la máquina más perfecta jamás inventada: la que con mayor eficiencia convierte la energía en movimiento. Es, por tanto, la máquina más racional. También es, en virtud de este mismo hecho, el vehículo menos contaminante, más ecológico.
La racionalidad científica ha estado asociada, desde el principio, a los movimientos de izquierda (o al menos eso es lo que da a entender la designación de la filosofía marxista como "materialismo científico"), y lo mismo cabe decir del ecologismo. Se deriva de aquí una clara relación entre la bicicleta y la izquierda.
En España, de hecho, muchos consideran que quienes van en bici son "rojillos". Es el medio de transporte por el que optan los estudiantes y las personas con pocos recursos, quienes no pueden permitirse un coche o una moto siquiera; y se supone que los que ocupan el escalafón más bajo del sistema económico se inclinan por la ideología de izquierdas. Esta apreciación puede estar en el origen de la escasa simpatía que sienten los ayuntamientos gobernados por el PP por las reivindicaciones de los ciclistas urbanos.
Sin embargo, en otros lugares la situación es bien distinta, y no hace falta ceñirse a Holanda o a Dinamarca. Hay muchos países donde los ciclistas están perfectamente integrados en el tejido urbano, y donde desplazarse en bicicleta no conlleva estigma social ni carga ideológica alguna. En Londres se ha apostado con decisión por un sistema de movilidad urbana que restringe el uso del automóvil privado y da facilidades a las bicis. En París, se acaba de implantar un sistema de préstamo de bicis gestionado por el ayuntamiento.
Resulta paradójico que en Europa sean justamente las ciudades mediterráneas las que en su mayoría han apostado por una ciudad al servicio del automóvil, modelo USA, alejándose cada vez más de la antigua polis, la ciudad como lugar de encuentro, a escala y ritmo del peatón. Aquí ha triunfado otra máquina, el Moloch devorador de gasolina y vidas humanas.
El automóvil es la máquina mortal promovida, atrevámonos a usar la palabra, por el capitalismo. Las autoridades compinchadas con los accionistas de Ford y Nissan, ¿piensan sinceramente que los impuestos que recaudan directa o indirectamente a través del uso del automóvil compensan las muertes producidas, los accidentes (con sus gastos sanitarios asociados), la contaminación atmosférica urbana (con sus gastos sanitarios asociados), la contribución al calentamiento global, la desestructuración de los núcleos urbanos, las molestias para los vecinos por el ruido que producen los coches y el espacio que ocupan?
No hace falta ser de izquierda para ir en bici. Pero los que vamos en bicicleta no sólo porque nos resulta más cómodo, práctico y barato, sino porque nos gusta estar en contacto con el mundo que nos rodea, gozar de la libertad de detenernos en cualquier momento a saludar a un viandante, mirar a la gente a la cara sin un vidrio por medio (¡como si fuéramos en descapotable!), tal vez tengamos una concepción de lo que es la urbe, la convivencia, la relación entre los seres humanos, más próxima a los planteamientos denominados de izquierdas que a los de otro signo.
Por eso, para muchos de los que peleamos por un mundo mejor, la bici es nuestra punta de lanza.
* Docente, traductora.
Publicado originalmente en www.rebelion.org
Por cierto que la bicicleta involucra un modo de vivir, y quienes habitualmente circulamos en ella somos tildados de excéntricos si es que no somos obreros.
Yo vivo en Osorno, Chile, soy Profesor y al menos tres veces por semana recorro la ciudad con o sin lluvia, accarreando en mis alforjas mi ordenador y otros útiles propios de mi trabajo.
Las presiones temporales y el desgaste físico (vivo en un cerro) me obligaron a ponerle un motor mosquito, pero llegué aun buen equilibrio: lo uso sólo para trepar la cuesta más empinada o a la vuelta de las clases en la escuela nocturna.
En verdad que libera, puedo saltar como conejo entre los tacos y el comercio para pagar cuentas y realizar pequeñas compras.
El trayecto es el único momento en el que puedo hacer ejercicio, pues el trabajo y la casa son tremendamente absorventes.
Tengo treinta y tres años y espero seguir pedaleando al trabajo por lo menos un década más.