Orgasmo, estornudo feliz

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Pamela Jiles.*

Hace veinticinco años escribí un artículo para la revista Análisis que llamé Estornudo Feliz. Fue en portada y provocó un escándalo. En medio de la sanguinaria dictadura pinochetista, el más combativo de los medios de comunicación dedicaba su primer titular a un tema “frívolo” como el orgasmo. Para la mojigatería de izquierda –que es peor que la de derecha en muchos aspectos– era inadmisible preocuparse de la sexualidad, cuando los muertos flotaban en el Mapocho y cientos de compatriotas eran torturados en cárceles secretas. Sin embargo, me sigue pareciendo un bocadillo, así que quiero recordarlo y compartir con ustedes –queridos lectores– algunos de sus párrafos más significativos.

"El orgasmo es comparable con una picazón, un escalofrío, un bostezo o un estornudo. Un estornudo feliz, que se siente venir mucho antes de que llegue, y resulta muy frustrante que no llegue o se vuelva a ir. Igual que un estornudo, la excitación incita a un masajeo rítmico, rápido y vigoroso de los órganos correspondientes para aliviarlo, como cuando uno no puede evitar frotarse las fosas nasales para prevenir un ¡achiiis!.

Los franceses llaman al orgasmo “la pequeña muerte” en alusión al abandono de sí mismo que produce y a la sensación de que la persona se va, que el tiempo termina. En sintonía con esta idea, en japonés la palabra que corresponde a orgasmo equivale a “ir al cielo”.

Pero antes de este salirse de sí mismo, la excitación se pone de manifiesto por la congestión de los órganos sexuales que, en el caso de los hombres, resultará en la señal evidente de su pene henchido.

El camino al orgasmo se caracteriza por las acciones de besar, lamer, chupar, morder, pellizcar, acariciar, golpear (con pequeñas palmaditas, se entiende) y agarrar. Estas acciones son consustanciales al acto sexual humano, presentes en todas las culturas y épocas con mínimas variantes, trasmitidos de generación en generación.

La sangre se concentrará en los órganos con mayor sensibilidad para el placer: los labios, la nariz, los pezones o tetillas, los genitales y… los lóbulos de las orejas. El humilde lóbulo de la oreja –bastante olvidado– evolucionó en el ser humano exclusivamente para el estímulo erótico, y vale la pena consignar que puede provocarse un orgasmo por el sólo estímulo de ese diminuto colgajo de carne.

En la siguiente etapa el pene erecto del varón penetra el tubo vaginal que lo recibe entre sus paredes esponjosas y lubricadas por la excitación. Entonces se produce una especie de danza ritual que sigue ciertos patrones: los cuerpos comienzan a moverse uno sobre el otro, envolviendo y soltando las piernas y los brazos, levantando y bajando la cabeza, yendo y viniendo los torsos, pero sobre todo moviendo la pelvis, en rotación las mujeres, los hombres con empujones penetrantes.

Las caderas amplias de la mujer tienen un objetivo muy anterior al de facilitar el parto: favorecen los movimientos rotatorios que producen el masaje genital necesario para aumenta el placer propio y envolver con fricciones deliciosas al pene del varón. Las caderas estrechas del hombre, a su vez, facilitan las penetraciones rítmicas cada vez más rápidas y profundas.

La mujer produce rotaciones sinuosas de las caderas que aumentan la fricción sobre el pene, a la vez que se estimula con el roce del miembro con los labios mayores. El golpeteo de los testículos con la vulva no es un detalle menor en la reacción sexual de ambos puesto que produce un insistente masaje indirecto del clítoris y una mayor excitación del tercio inferior del órgano masculino.

El pene recibe además otros dos tipos de estímulos, es apretado y soltado por el tubo vaginal a la vez que la propia fricción hacia dentro y fuera aumenta su excitación. El órgano masculino se mantiene así rígido, irrigado, tenso y cada vez más sensible a ese agradable masaje.

Hasta que por fin estalla el orgasmo, una serie de contracciones rítmicas, involuntarias y bruscas en las terminaciones nerviosas genitales, seguidas de relajaciones casi totales, con intervalos de menos de un segundo. Estas contracciones se suceden unas diez o quince veces, expeliendo la sangre acumulada en la zona pélvica hacia el resto del cuerpo, lo que produce el “alivio placentero” que caracteriza esta experiencia.

 Las mujeres –adecuadamente estimuladas– podemos experimentar varios orgasmos seguidos en el mismo acto. En cambio, los hombres sólo pueden obtener uno, acompañado normalmente de la expulsión del semen, después de lo cual quedan fuera de juego durante por lo menos treinta minutos".

* Periodista, escritora, candidata a la Presidencia de la República de Chile.

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