Osvaldo Bayer. – LA CONSECUENCIA Y LA MEMORIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

LA VUELTA DE OSVALDO BAYER

El pasado 18 de febrero (2007) Osvaldo Bayer cumplió 80 años. Su nombre es sinónimo de coherencia, honestidad y coraje civil. Es un referente obligado para quienes tratan de recuperar la memoria de las luchas populares por la dignidad del hombre.

Eduardo Anguita*

Es por eso que, a casi 40 años de la investigación que permitió sacar a la luz los sucesos trágicos de la Patagonia en los años 1921/1922, y como un homenaje vivo al investigador incansable y a los peones y obreros que dieron sus vidas en aquellas luchas, Alcatrés Producciones le propuso a Bayer volver a recorrer los escenarios de esos hechos, para indagar en la memoria de los pueblos, y de sus protagonistas y documentar que si bien en la historia se puede mentir, finalmente siempre triunfa la verdad.

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El resultado de ese viaje, donde el pasado y el presente se entrelazaron a través de los escenarios naturales más bellos del sur argentino, es el documental La vuelta de Osvaldo Bayer, que se estrenó el martes 20 de febrero, por Canal 7 en el marco del ciclo Ficciones de lo real, en una edición especial con motivo del homenaje a Osvaldo.

En noviembre de 2006, un equipo de realizadores y productores, acompañamos a Bayer en Buenos Aires y Santa Cruz. Allí recorrimos los archivos gráficos, sonoros y de imagen tanto públicos como privados de esos mismos lugares.

Planteado en tres ejes, el filme relata los hechos históricos, con la propia voz de Bayer, en los lugares donde ocurrieron. Además cuenta cómo fue que él investigó esta historia a mediados de los años 60 y 70. Finalmente indaga sobre cómo está presente hoy esa historia y esa investigación en la gente y qué es lo que perdura.

El equipo técnico grabó todo lo que surgió a lo largo de casi cinco mil kilómetros. El recorrido se inició en El Tugurio, su modesta casa porteña de Belgrano, la misma en la que escribió esa historia, y continuó en las ciudades de Comodoro Rivadavia, Jaramillo, Piedra Buena, Río Gallegos, Calafate y San Julián, así como en las estancias y pueblos que fueron los escenarios principales de los hechos de diciembre de 1921 y enero de 1922.

Una caravana de camionetas 4×4, dirigida por el mismo Bayer recorrió la ruta 3 y fue parando en todos los escenarios de las huelgas con el objetivo de reconstruir la historia de su investigación.

Allí en el sur, Bayer se entrevistó con viejos amigos de aquella época. Uno de ellos fue el ex gobernador de la provincia Jorge Cepernic. También recorrió los escenarios con los historiadores Luis Ibarra Philemon, y Jorge Segovia; el peón rural Rafael Huenelaf y la Intendenta de Jaramillo, quien le preparó un sentido homenaje a Osvaldo que lo emocionó hasta las lágrimas.

Y por supuesto con los descendientes de los verdaderos protagonistas de la historia, entre ellos la hija del Gallego Soto, Isabel; la hija del capitán Viñas Ibarra, Elvira Viñas Ibarra, y el descendiente de la familia Braun Menendez, Federico Braun, actual dueño La Anónima Exportadora e Importadora del Sur y de Estancia La Anita, en Calafate.

Como producto de la investigación de Bayer hay un monumento a José Font, un colegio agropecuario que lleva su nombre, una calle de Río Gallegos se llama Antonio Soto, otra Facón Grande. En La Anita se hizo una obra escultórica recordando las luchas y Jaramillo la vieja estación de trenes, se convertirá en el Museo Facón Grande.

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Dentro de los objetivos pretendidos por el documental está el de generar un debate histórico. Tratar de que los archivos históricos, hoy en manos de un particular, el historiador Osvaldo Topcic, vuelvan al orden público. Además intentar que puedan ser excavadas por un equipo de investigadores forenses, las tumbas masivas de la estancia La Anita, en Calafate.

A partir de la reconstrucción de Bayer que llevó a la luz una masacre secreta cuidadosamente encubierta, los habitantes de esas latitudes comenzaron a reivindicar las figuras de los dirigentes de la huelga. Y finalmente en este documental descubrimos que, pese a todo, la verdad histórica siempre triunfa.

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* Periodista.
En www.voltairenet.org.

EL LIBRERO MAYOR

Alguna vez Buenos Aires pareció una gigantesca librería de publicaciones frescas y donde era posible encontrar también esas ediciones agotadas que busca el coleccionista o necesita el estudiante. Los tiempos cambian, pero –a lo menos– se conserva la memoria de aquellos para quienes tener una librería era más que el negocio de vender el último «best seller». Bayer recuerda, y comparte sus recuerdos.

Osvaldo Bayer

En vez de escribir sobre la muerte en las calles reventando autos por religión, o de las bombas de Bush para asegurar su capitalismo democrático, o de Vargas Llosa, que ahora se ha metido a denigrar al Che Guevara en vez de preocuparse por los niños hambrientos de su ex patria, nosotros hoy vamos a hablar de un librero. Sí, de un librero, así de simple, un librero a quien la generación de los ’60 y ’70 hemos proclamado nuestro Librero Mayor.

Sí, claro, no es otro que Hernández, también simplemente así, Hernández. Como le decíamos a su librería, donde nos reuníamos a discutir y buscar las novedades para dar más teoría a nuestras ideas. Damián Carlos Hernández, el de la calle Corrientes, el fundador de la legendaria librería Hernández, donde aquella juventud hablaba de todo, discutía de todo y leía de todo. El librero escuchaba pero recomendaba la lectura de aquél, de éste o del absolutamente nuevo que aparecía en una editorial de barrio. Pero esa librería Hernández, de la calle Corrientes, seguirá el destino argentino. El cierre, la quema de libros, el destierro, el silencio, por algo será.

El cenáculo de las nuevas ideas. El discutir la teoría pura. Hernández, atento, acercando al teórico recién salido. En 1977 llegará la milicada bruta y el templo cerrará. El exilio para el Librero Mayor. La amargura. El regreso como todos en esos fines del 83. Pero ya la enfermedad del exilio injusto y la muerte temprana en esa nueva época donde se nos quería enseñar a “mirar hacia delante” y no recordar la desaparición de la juventud y sus libros.

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El martes estaremos allí en su librería, para recordarlo, a cincuenta años de su fundación. Vamos a estar los que quedamos, los que tenemos la nostalgia de haber mirado sus anaqueles y haberle preguntado a Hernández con tal de escuchar su sabia respuesta. El vivió para los libros, El sacerdote laico de la lectura:

“¿Cómo? Bien, si quiere empezar con Marx lea primero esta historia de la Edad Media tardía, lea el capítulo de la rebelión de los campesinos alemanes de 1515, la del obispo Müntzer…”

“¿Cómo, anarquismo? Bien, le conviene leer primero algunos capítulos de Proudhon antes de comenzar con Bakunin, y después métase con historia del sindicalismo español, con Pietro Gori, Malatesta y la historia de la FORA. Si no tiene plata, lléveselo, léalo y me lo devuelve después…”

“¿Cómo? ¿Yrigoyenismo? Mire, antes de empezar a leer vaya a la Facultad de Filosofía, donde el centro de
estudiantes está dando un seminario, de entrada libre, ahí se debate a fondo. Después véngase por aquí que le voy a dar todo lo que se escribió por los años treinta.” Y así.

Damián Carlos Hernández, librero de esa generación. “¿Cómo, usted quiere algo de Scalabrini Ortiz? ¿Usted es estudiante? Bueno, entonces no se lleve la nueva edición, que está cara, allá tengo una edición del 63 que es igualita y le va a costar unas monedas, espere, se la muestro.”br>

El libro, la lectura, el saber, el debate. El libro en todo su valor. De la noche a la mañana. De la mañana a
la noche clasificando libros, colocándolos según la calidad y no de “best seller”, aconsejando, de la noche a la mañana.

Pero ésa no fue sólo la librería de la juventud pensante de esa época de oro de la búsqueda de soluciones para un país de dictaduras de bastones largos. También de los poetas. He recordado hace poco que allí me encontraba con poetas que hoy ya no se pronuncian más y que merecerían un lugar en el parnaso de un aún no erigido templo de la poesía: don José Portogalo, por ejemplo, con sus largos silencios y de pronto la frase justa, o González Carbalho, con esa sensibilidad adolescente que sabía como ninguno describir los amores en plural, con toda pureza y sensibilidad.

O también con Vicente Trípoli, escritor de arrabales, calles de tierra y veranos con sillas en la vereda. Recuerdo cuando ahí en Hernández Trípoli me escribió una dedicatoria en su libro Che, rubito, adiós, ese catálogo de pensares y sueños de Rubito, Panadero, Tito, el Negrito, Alberto, Juanín, Carnisa, Nito, Ronquito, Maximino, Cantalicio, el Peca, Chupino… Vicente Trípoli, que se definía como “poeta ignoto, comentarista aliterario, cuentista muy conocido en indescubiertos aledaños, linyera de la consonante y croto de la novelística”.

Allí, en la librería nos encontrábamos y reíamos con Hernández, y otros, de todo el “crotaje idealístico” que nos rodeaba. Para salir de crotos y llegar a proletarios nos faltaba mucho.

No puedo dejar de mencionar también a otro escritor con el cual me encontré muchas veces en lo de Hernández: Orlando D’Aniello, con su libro Con el pan bajo el brazo, idioma y tristezas de los inmigrantes en los barrios bien porteños. Y por supuesto, quién si no, don Raúl, el poeta por excelencia, que allí por primera vez me recitó su poesía sobre las tumbas de los obreros patagónicos fusilados. Versos que me quedaron en el alma.

“En Santa Cruz, entre el mar y los montes yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas fusilados.

Unos, mal enterrados en la fosa abierta por ellos asoma la punta del zapato con tierras y lagartijas.”

González Tuñón en la Librería Hernández. ¿Qué tal? Allí, en rueda de sueños, entre libros, poetas, autores. Pero lectores, lectores y un librero sabio. Hernández. El martes a la noche lo vamos a recordar en
su librería de calle Corrientes. Y va a estar listo un libro sobre él escrito por sus amigos, los que iban a su librería a escucharlo y a leer sus libros.

En el prólogo propongo algo: “Sueño que alguna vez se levante en alguna plaza de nuestra ciudad una escultura en homenaje al Librero. Sí, en general a los libreros, pero estoy seguro que por más que tenga otro rostro, el tiempo va a ir dándole a esa escultura el rostro de Damián Carlos Hernández.

«Y al lado de él van a ir creciendo apilados libros de bronce, y su mano los va a acariciar. Y a sus pies, un gusano con botas, el teniente coronel Gorleri, que quemó en el 78 libros ‘por Dios, Patria y Hogar’. Quemador de libros ascendido a general por Alfonsín. Realidades argentinas. Y ojala que pronto la ciudad tenga una calle con el nombre ‘Librero Hernández’, y esa calle vaya poco a poco poblándose de librerías.

«Será el momento entonces en que los porteños no necesiten otros templos, las librerías les van a bastar para investigar el alma, el cuerpo, el futuro, cómo llegar a la felicidad de los pueblos o por lo menos mantener la ilusión de la utopía. Damián Carlos Hernández, Librero Mayor de nuestra generación”.

Cuando me llegó noticia de la muerte del librero Hernández, aquel 6 de febrero de 1987, me imaginé que habría emprendido el vuelo hacia arriba por la calle Corrientes, en la misma dirección que en enero de 1919 habían marchado los obreros para luchar por las ocho horas de trabajo. Y que fueron masacrados por la policía y el ejército en la Semana Trágica. La misma dirección, Hernández, volando esta vez acompañado por cientos de libros abiertos, con sus páginas como alas.

(Prometo que en mi próxima vida seré librero y pondré una librería en la calle Corrientes, enfrente de Hernández, para hacerle la competencia. Entonces sí que la palabra “competencia” tendrá su verdadero
significado).

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En el diario Página 12 de Buenos Aires, tres de marzo de 2007.

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