Pablo Queralt: Es difícil de tratar poéticamente el brillo de las jugadas de fútbol

1.650

Médico de profesión, homeópata unicista, Pablo Queralt conversa con nosotros, entre otros asuntos, sobre su ejercicio, durante más de una década, como Traumatólogo y especialista en Medicina del Deporte en las divisiones de inferiores de equipos de fútbol, entre los que destaca River Plate, así como de sus poemarios, referidos algunos, por ejemplo, a la ópera, el cine, el jazz, el erotismo y la gastronomía.

— “Primer paso” es el título de tu cuarto poemario. Hablemos de tus primeros pasos y de tus segundos pasos también. ¿Por dónde pasaste, fuiste pasando, con quiénes?…

 — Los dí, hasta mis dos o tres años, en el Barrio de Villa Urquiza. Luego, ya en el conurbano bonaerense, residimos en Florida, partido de Vicente López. “La infancia es un país”, dicen algunos; digo yo: “al que se vuelve inevitablemente”; pero ya no en el recuerdo, sino en sus manchas indelebles, que están en nosotros, dejan su impronta y nos hacen actuar de tal o cuál manera. Los primeros años, sabemos, marcan a fuego la forma de ser, la personalidad. “Leche y miel”, recomendaba el gran pediatra Florencio Escardó [1904-1992], nutrición y dulzura, eso es lo que necesita el niño, el que crece. Sin duda, un avanzado, Escardó. En la sala, hacía internar a la madre al lado de la cunita del hijo; un ejemplo de comprensión no sólo de la enfermedad, sino del enfermo en particular.

De mi libro “Primer paso”, estos versos: a orillas del niño luz de una oscuridad doblemente oscura/ playa quieta de las últimas horas que una brisa marina toca/ vistiendo esta oscuridad con trenzas de peces y pájaros”. Mi infancia fue triste; no sé, tal vez no me dieron lo que yo necesitaba, o demandaba demasiado; tuve un jardín, “un huerto claro donde madura el limonero”, donde jugaba a la pelota, y en la adolescencia, al volver de “la aborrecida escuela”; estudié gran parte de mi carrera de medicina allí, al sol, en ese pedazo de cielo que tenía, ese chico temeroso que fui, siempre disconforme.

Tuve mis vacaciones lindas, mi equipo de fútbol, me llevaron a ver partidos a la cancha de Racing, mis compañeros de colegio, los pibes del barrio en la esquina, concurrí al cine (mi gran escuela, mi Edén), pero todo teñido de ese gris, esa opacidad en todo, en mí; tuve mi abuela, gran cocinera y charladora, mis padres, alguna noviecita. Mi madre fue una de las primeras en recibirse de Licenciada en Historia del Arte, allá, bastante cerca de tu casa, en la calle Púan, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; gracias a ello contaba con una profusa biblioteca de pared a pared donde buscar material. Agradezco haber accedido al psicoanálisis, donde pude cambiar y revertir todo eso en mí. Antonio Machado y Miguel Hernández fueron fundamentales compañeros en esos soliloquios, en ese sentirme que no servía, en esa minusvalía.

Mi meta fue llegar a adulto para salirme de esa época que, como te digo, no la pasé nada bien, salvo en momentos… Poder estudiar lo que me gustaba en la Facultad, esa sensación de libertad fue mi primer logro. Tiempito gratificante que duró lo que un atardecer, época de las canciones y de Pablo Neruda, de revistas como “Satiricón” y “El Descamisado”, de nuestra avenida Corrientes todo el día y toda la noche con sus bares, librerías abiertas y su gente circulando, los cines Lorca, Losuar, Lorraine, el Teatro y el Centro Cultural General San Martín, las películas de Akira Kurosawa, Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman, Bernardo Bertolucci…. Los amigos, la medicina, el fútbol, entonces; algunos libros de Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Ray Bradbury, las novelas de Manuel Puig, los actores Duilio Marzio y Alfredo Alcón, en teatro “La Lección de Anatomía” o “Equus”…

En la escritura los primeros pasos los dí de niño. Mis veranos transcurrían en Bialet Massé, en las sierras de la provincia de Córdoba. Fue en uno de esos veranos, a los diez u once años cuando comencé a escribir cuentos: una zaga de un leñador en distintas aventuras. Cursando la escuela secundaria la abandoné. Leía, pero no demasiado: volúmenes de la Colección Robin Hood y de la Colección Iridium de la Editorial Kapelusz. Me gustaban los trovadores, el mester de juglaría me divertía, las coplas de Jorge Manrique en la clase de literatura; allí la profesora nos dio a conocer a Garcilaso de la Vega y a Lope de Vega, así como nos enseñó la estructura de los sonetos y nos indujo a que cada alumno creara uno. Percibí que se me abría un campo libre, y me fascinó moverme en ese 4, 4, 3, 3.

Ya en franca adolescencia fui lector de Hermann Hesse, Luis Cernuda, César Vallejo. Poco después, Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik (su síntesis y su explosiva potencia en lo desgarrador y en su ternura, dulzura esa concentración de cielo), Baldomero Fernández Moreno (“El poeta del nervio óptico”, según Jorge Luis Borges). Cuando cursaba la Facultad retomé la escritura desde la poesía y la interrumpí en los primeros años del ejercicio de mi profesión. Pero vuelvo a ella definitivamente en 1984 (primavera alfonsinista). Ya venía yo consumiendo todo el cine que podía, y el teatro. Y mis pasiones de juventud: rugby, fútbol, tenis, automovilismo. Luego me formé en Medicina del Deporte y en Traumatología.

Trabajé en clubes de fútbol: Deportivo Liniers, Club Atlético Excursionistas, Deportivo Morón, hasta que durante una década, del 78 al 88, lo hice en las divisiones inferiores en River Plate. Mientras, en 1985, buscando algo en el arte —buscándome— que pudiera realizar, me incluí en un taller de formación actoral a cargo de David Amitín: clases e improvisaciones aquellas que evoco como una hermosa escolaridad de los sentidos en acción. Concurrí a talleres de poesía grupales coordinados, uno por Horacio Salas, y otro por Arturo Carrera y Daniel García Helder (algunos de mis compañeros han sido Roxana Páez, Rita Kratsman, Alejandro Rubio, Selva Di Pasquale, Silvana Franzetti). Mi primer escucha cuando tuve un libro concluido fue Carrera, y lo siguió siendo durante años.

— En tanto he sido tratado durante dos décadas por el doctor Juan S. Schaffer, homeópata unicista, enterarme ahora de que también lo sos, Pablo, me insta a pedirte que nos hables respecto de vos orientándote hacia esa práctica.

 — Schaffer, un gran homeópata, me dio clases en la Escuela de Paschero; un notable maestro, elegante y diestro en la materia médica homeopática. Contestando a tu pregunta debo decirte que siempre tuve una actitud humanista, afectuosa en la medicina para con el trato de los pacientes, quizá gracias a que el psicoanálisis me contó entre sus filas como paciente durante toda mi carrera y luego seguí y seguí por años. Así llegué a la homeopatía, primero como paciente, ya siendo médico con trayectoria. Te comento que en cierto mediodía, antes de un asado en una casa de fin de semana, leí en un suplemento del diario “Clarín” un artículo en el que —vuelvo a citarlo— el doctor Florencio Escardó exponía las bondades de la homeopatía. Creo recordar el título: “De Lycopodium 200 a la curación”. Tanto me fascinó que me dispuse a formarme. Primero en la escuela de Paschero y luego en la de otro prócer: Massi Elizalde. Hasta la actualidad participo en grupos de estudio. En alguna oportunidad sostuve que “la homeopatía es la poesía de la medicina”.

Adopto a la homeopatía como mi medicina principal y a la alopatía como alternativa, ya que por suerte en mi vida así funciona hace años. El objetivo es hallar un buen remedio homeopático que cubra la totalidad del paciente (el simillimuno similar), que ponga en equilibrio la energía vital que gobierna el cuerpo, la mente y el espíritu, para poder transcurrir cumpliendo con las funciones vitales, que elimine la enfermedad y nos mantenga sanos. Porque la verdadera curación para la homeopatía no es la ausencia de enfermedad, sino además lograr un estado de plenitud y armonía para con uno mismo y los demás.

Y los remedios homeopáticos provocan este estado siguiendo las leyes de curación, como nos enseña Samuel Hahnemann [1755-1843], creador de la homeopatía en el año 1832, desde el Organon de la medicina y todos sus demás médicos seguidores. Como experimentó primero el maestro Hahnemann con la quinina, que curaba la fiebre del paludismo, advirtió que al ingerirla sin fiebre palúdica provocaba esa fiebre, entonces propuso una máxima: “Una sustancia capaz de provocar una enfermedad es capaz de curar dicha enfermedad de aparición espontánea”: base de la curación en homeopatía, curación por los elementos iguales, no por los contrarios.

Mi materia es la homeopatía y también la poesía, una en la otra y otra en la una, el fin es asistir, curar, consolar; la compasión que uno siente para con el otro, que, en suma, soy yo en el otro, somos indivisibles; tratar de saber quien soy yo, y amar: no hablo de un amor unitivo o pasional sino de un amor general universal, dar gracias por estar vivo. Todo esto lo encontramos en la poesía y en la homeopatía.

— Detengámonos en lo que ha sido tu labor en los clubes de fútbol.

 Mi trabajo primero fue en clubes del ascenso. En Deportivo Morón, el equipo que salió campeón en la división C en 1980. Era lindo asistir a los jugadores durante la semana y en los partidos, y consubstanciarse con la emoción de una barriada al lograr su equipo el campeonato. Luego, permanecí durante una década en el Club Atlético River Plate en las divisiones amateurs, cuidando la salud y el crecimiento de los chicos. Efectuábamos controles periódicos, detectábamos y corregíamos trastornos ortopédicos como pies planos, desejes de rodillas (chuequeras), escoliosis, lo que sirvió para evitar futuras consecuencias (artrosis, mialgias, o trastornos cardíacos).

También, te imaginarás, indicaba conductas adecuadas a los deportistas: alimentación, descanso; inculcarles que lo que realizaban es un juego: lo que denominamos medicina preventiva. Y el otro aspecto de la Medicina del Deporte, que es el tratamiento de las lesiones. En aquellos dos lustros estuve con chicos que luego descollaron como jugadores: Carlos Daniel Tapia, Hernán Crespo, Matías Almeyda, Leonardo Astrada, Claudio Caniggia.

River era una escuela; pregonaban sus técnicos: “jueguen, jueguen”, el juego era lo esencial, jugar bien era lo que caracterizaba a la institución. Técnicos como Adolfo Pedernera, José Ramos Delgado, Martín Pando. Hoy en día observo que se ha perdido esa actitud lúdica por la intencionalidad permanente de ganar a toda costa, tergiversando el fundamento del deporte, que es mejorarnos y asumir con altura el desencanto de un revés. Y el fútbol estrictamente profesional se ha infectado por los intereses más mezquinos.

Con poemas de temática futbolera y racinguista publiqué una plaquette, “La Academia”. Y también un poema sobre Pelé y otro sobre Diego Armando Maradona, incorporados a la antología “Brazuca 2014”, editada en España. Pocos poemas buenos sobre fútbol he leído: es difícil de tratar poéticamente el brillo de las jugadas… Valoro los concebidos por Carlos Drummond de Andrade sobre la selección brasileña del ’70 y los del santiagueño Benito Canal Feijóo [1897-1982] en su primer libro, “Penúltimo poema del fútbol”, de 1924.

 — “Pavarotti”, “Jazz”, “Nací en el cine”: concedámonos un espacio para referirte a la ópera, a la música, a la “linterna mágica”…

 — El cine ocupó un lugar principal en mi educación, fue mi nautilius, mi lugar donde están todos los lugares, mi Aleph: se metieron en mi escritura y dio también por resultado mi poemario más reciente: “Nací en el cine”. Ya en 2014, a través de la Editorial Karakartón, de Mallorca, España, se publicó “La piscina”, cuyo germen fue la película con Rommy Schneider y Alain Delon, dirigida por Jacques Deray en 1969, de la que se filmó en 2003 una remake con Charlotte Rampling y dirección de Francois Ozon. Y tengo un libro inédito concebido a partir del film “Blow up”, de Antonioni, basado en el cuento “Las babas del infierno” de Cortázar. En “Nací en el cine” navegué mi historia cinéfila en relación a las marcas que cada momento-cine dejó en mí: fue mi verdadera escolaridad, allí donde aprendí el amor, el odio, lo que puede sentir alguien que no entiende. El libro funciona como un largo poema épico que se va enlazando en su propio devenir, que es esa felicidad de estar en el cine.

Soy un amante de la ópera. La primera a la que asistí se representó en el Teatro Colón: “Lucia de Lamermoor” de Gaetano Donizetti. A partir de entonces seguí el calendario operístico a través de los años. Es así como, entre tantos, vi a la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, los tenores españoles José Carreras, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, a la mezzosoprano griega Agnes Báltsa, a los tenores argentinos José Cura y Luis Lima, a la soprano canadiense Teresa Stratas. Mi libro “Pavarotti” es una oda en elogio al gran tenor italiano. De paso, te anticipo, tengo inédito un poemario, “Ópera”, cuyo eje es el mundo de la lírica.

La música siempre estuvo en mí: “Jazz” transcurre en un fondo que imprime a los poemas cierta cadencia e intensidad de scatt, fraseos, silabeos, la postura de una voz que habla desde allí… a modo de una big band.

— Concedámonos también un espacio para referirte a algunos de tus otros libros.

— En cada uno procuro trabajar mis textos como una unidad temática que se va abriendo como diversas ramificaciones de un mismo árbol, asociando distintos mundos, voces que amplifican o cierran aristas. Mis poemarios varían no sólo en temas sino en estéticas: por ejemplo, cuando realicé la tríada erótica con “Coca” (strip de una diva, nuestra Isabel Sarli), “Laleblan” (diva también, y nuestra, Libertad Leblanc) y “Aves del paraíso”. Pretendí adentrarme en el pibe adolescente que fuimos y ese juego de la pantalla, por lo inalcanzable, como una ofrenda a un Dios-diosa de almacén o de gomería. Ese juego naif que pone en evidencia la desnudez de los participantes, vuelo del deseo de lo inacabado.

En “Perfume animal”, de 2011, intenté encontrar lo que coexiste en el ser humano de animalidad: esa pasión del irascible, lo concupiscible, esa naturaleza de lo combativo. Ya desde “Cansancio de lo escrito”, en 2001, seguí ese camino de una intención temática o estética por libro, y desarrollé el tedio, la pasión, el agobio de lo que uno intenta comunicar, escribir, hablar, traducir, leer, que en realidad son analogías de lo mismo: escribir es leer, escuchar, y esto surgió de cuando en 1985 estuve en Italia, con una beca en el Hospital de la Universidad de Padova, y después de varios meses de estar allí sólo hablaba y escuchaba la lengua italiana; era como una chiacchiera, un retumbar de palabras en mi oído que llegaron a hastiarme, y sólo deseaba hablar, escuchar un poco de castellano.

En “El padre”, de 2010, elaboré mi relación con mi padre a partir de su muerte, caminé hacia atrás con lo que había quedado de su estela, y así leyendo los signos de ese oleaje que había quedado en mí, fui estructurando la canción del padre (me recuerdo con una conjuntivitis feroz y en medio de la oscuridad de la habitación, urdiendo el poema y cada tanto, a la luz de la pantalla de la computadora, escribiendo: fue como una escritura entre luz-oscuridad que me iba revelando un sentimiento).

En “Late”, de 2010, predominaba lo instantáneo, lo vivo, automático, casi reflejo, eso que vibra y nos hace estar, ser: ese fue el mecanismo que dotó de flujo a la obra.

En “Ser y ser visto”, de 2016, se impuso la estética de ir a mi vida o la vida, y ser el testigo de uno mismo, ser y verse, acción y espejo que mira desde el espejo que es otro. Con poemas cortados de verso a verso, con rupturas de pensamientos en ideas afines y encadenadas, siempre ancladas a un tema de la infancia, adolescencia, escrutado desde el adulto tratando de advertir el detalle que enamora, lo mínimo en lo máximo, en el discurrir del yo.

En “Cocineros”, de 2012, fue la fábula lo que predominó de un cocer la vida, por lo que concluye cocinando en las plazas para la gente, como una forma de integración de lo privado a lo público, un para todos, un dar una vuelta de mundo del cocinero sí, chef no.

En “Pueblo de agua”, de 2006, me entregué a mis recuerdos de los veranos en las serranías del valle de Punilla, el río, las acequias: creo que es muy sonoro: todo ese agua, ese fluir transparente que va modelando el corpus. Es como un poema largo y único que precipita, que cabalga en ese galope de la infancia en distintos universos de una incorporalidad reterritorializando, cubriendo el campo del registro.

En “Raros sentidos”, de 2017, desarrollé lo que me enseñaron los maestros más allá de la vida de superficie, digamos; es un libro en el sentido vertical, transcurrir entre dos realidades, esa de salir y entrar en el sueño para encontrar el vacío y descubrir que puede ser llenado.

— ¿Y tus primeros poemas? ¿Tu posición respecto de la poesía?

 — Correctos en forma y fondo, entendibles enunciaciones sin sorpresa, más descriptivos; más que un zumbido, un murmullo de un campo a otro de las palabras, como opinó Carrera: textos atravesados por la ópera, son románticos líricos. Me entusiasman esas instancias del pre-poema, ese curioseo, esa intención, lo que se deja y lo que se toma, ese memento; luego sí la vibra del poema en acción y la paz de lo que en el poema sobrevive. Cuando encuentra su columna vertebral, funciona; cuando no, también, tendrá su belleza o lo recóndito de la araña, la hormiga, los invertebrados: son distintas posibilidades de ser.

La verdadera escritura es la que no se escribe, es la que capta; el que escribe es esencia misma ya cuando se la trabaja en palabras, deja de ser, es la mente ordenando lo que escribe el ser, una traducción de la escritura. En sí mismas las palabras no son nada, sólo herramientas para transmitir algo, una esencia como una bruma que levantan donde allí puede encontrarse algo desconocido, como la revelación de un misterio o secreto, como sostenía el norteamericano William Carlos Williams: esa revelación le era revelada al que la escribía.

Otro aspecto es esa especie de harina que se amasa con el otro, donde entra en juego la teatralidad de las palabras que pone en acción las distintas escenas con movimientos posibles, donde entran en juego la musicalidad, la rima, los encabalgamientos o expansores que dan la tensión de lo que se intenta comunicar a través de la interacción de los sentidos. Francis Ponge afirmaba que tomar partido por las cosas significa tener en cuenta las palabras, por lo tanto, elegir una u otra hacen al estilo y ponerse en un sitio como autor.

Es la resultante de la interacción de las palabras entre sí esa intención o dirección que llevan en su combinación el ladrillo de la casa inmaterial, de ese flujo que brota por encima de ellas y que da el sentido, la estética, la forma y fondo del poema. Algunas de estas cuestiones las planteé en un libro inédito de ensayos sobre poesía y poética. De los que escribieron sobre estos asuntos prefiero a Gaston Bachelard, Maurice Blanchot, Félix Guattari, W. H. Auden, Ponge, y “Función de la poesía y función de la crítica” de T. S. Eliot. La poesía es un arma muy potente en tanto nos insta a perdurar más conectados con nuestra esencia, ya que va más allá de las cosas, lo visible; lo que hay por debajo, como alegaba Alberto Girri: “ese río en esa herida abierta entre lo material e inmaterial”: nos está hablando de eso.

La poesía puede estar en el brillo de las palabras o en las imágenes, en las metáforas o en esa bruma que levantan las palabras en su unión y combinación de unas con otras, transfiriéndonos lo que capta el sensorio y así su sinécdoque. Me atrae esa poesía de rupturas, de varias líneas de pensamiento simultáneas como en el cerebro, como en nuestra realidad, y si es posible cortarlas a todas para entrar en el vacío, ese sería para mí el mejor poema. Entrar para tener la capacidad de ser llenado con algo, algo que no sé, sólo la experiencia poética te lo revela, podría ser algo como meditar: están en un mismo terreno: el del vacío.

— ¿“Ir siempre por más”, “fortalecer las relaciones”, “prodigarse demasiado”, “conceder un deseo” o “restablecer parámetros”?

 — Me interesa “fortalecer las relaciones”. La fortaleza, como bien sabés, Rolando, es una de las virtudes cardinales (cardinal deviene de calle central, el centro), que cuando opera para vencerse a uno mismo y sostenerse ante algo, es la templanza, es la fuerza interior. Y las relaciones serían el contacto, comunicarse, transmitir, eso que nos une. La palabra, el afecto, la hermandad, la compasión, el conocimiento. Eso me incita, esa idea. Los maestros aconsejan que los deseos no nos gobiernen, sino dejarlos fluir. Y el sabio no desea nada, solo fluye y toma todo con la fruición de experimentar lo que le toca, que en definitiva es lo que atrae, lo que necesitamos para mejorar o para superarnos, un aprendizaje. Digamos que estar atentos, despiertos para poder ver, sería ir por más, buscar un crecimiento, el bien último: EL AMOR. El parámetro sería: ¿quién sabe amar? Ese es el desafío de toda una vida, ser, no tener. Y el amor es también prodigarse, dar, un sin medida, sin esperar.

Ficha

Pablo Queralt nació el 2 de junio de 1955 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de San Isidro, provincia de Buenos Aires. Obtuvo el título de Médico por la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1978, así como, también en la UBA, en 1983 el título de Traumatólogo y en 1984 el de Especialista en Medicina del Deporte. Posteriormente, el de Homeópata en dos postgrados: en la Escuela Homeopática Argentina “Tomás Pablo Paschero” y en elInstituto de Altos Estudios Homeopáticos “James Tyler Kent”. Fue becario (1985) en el Hospital de Traumatología y Ortopedia de la Universidad de Padova, por la Embajada de Italia en Argentina. Participó en festivales de poesía y ciclos de lectura en su país y presentó poemarios suyos en Uruguay y España. Fue traducido al catalán y al italiano. Tres de sus libros se editaron en España y Francia. Es el traductor de “Ensemble encore”, último libro de Yves Bonnefoy. Además de difundirse sus poemas en plataformas de la Red y en revistas en soporte papel (“El Jabalí”, “Ñ”, “Los Rollos del Mal Muerto”, “La Nación”, “Prisma”), fue incluido en tres antologías: “Antología de Jóvenes Poetas de Buenos Aires”(Editorial Hombre Nuevo, 1986),“7 Poetas de Salta y Buenos Aires” (Editorial Eloísa Cartonera, 2013) y “Brazuka” (Ediciones Niña Bonita, Zaragoza, España, 2014). Publicó entre 2001 y 2017 los siguientes poemarios: “Cansancio de lo escrito”, “La flecha de Agustín”, “Un seductor mañana”, “Primer paso”, “Reescritos infinitos”, “Pueblo de agua”, “Pájaros en palabras”, “Crack”, “Escribí mi nombre”, “Poema de la nieve”, “89 golpes y un whisky”, “El padre”, “Late”, “Pavarotti”, “Jazz”, “Perfume animal”, “Cocineros”, “Coca”, “Laleblan”, “La piscina”, “Aves del Paraíso”, “ Ser y ser visto”, “Raros sentidos” y “Nací en el cine”.

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.