Pablo Romero / Óptica: Uruguy, entre Mujica y Lacalle voto por Vaz Ferreira
Los resultados de las elecciones internas en Uruguay confirmaron lo previsto por las encuestadoras locales: finalmente los candidatos oficiales de los partidos políticos con más posibilidades de triunfar en las próximas elecciones nacionales son José Mujica, por el Frente Amplio, o Luis Alberto Lacalle, por el Partido Nacional.
Instalados ambos candidatos –al menos en el imaginario colectivo– uno a la izquierda más izquierda y otro a la derecha más derecha de sus respectivos sectores políticos, la situación sugiere que la postura ideológica más de centro en el espectro político local –representadas en estos Partidos por el candidato frentista Danilo Astori y el candidato nacionalista Jorge Larrañaga– ha sido la gran derrotada en estas elecciones primarias.
Qué tanto se correrán hacia el centro los candidatos ganadores en sus próximos discursos es algo que no podemos tener muy claro, aunque lo que sí tenemos claro es que ninguno podrá ganar las próximas elecciones nacionales sin el apoyo de esos votos más centristas que apoyaron –y en importante número, pese a la derrota final– a los candidatos no elegidos, y sin el voto posiblemente menos radical y menos militante que no participó en estas primarias.
O sea: posiblemente haya en ambos contendientes un corrimiento discursivo hacia el centro, pero buscando a la vez congraciar con ese voto cautivo que está “más a la izquierda” y “más a la derecha” –con esa visión y lectura dicotómica de la realidad política– y que en esta ocasión le apoyaron e hicieron triunfar.
¿Qué es lo deseable que suceda? Pues lo deseable para toda democracia sana y madura políticamente, que necesitará a corto y largo plazo de acuerdos extra-partidarios y de no caer en la nefasta lógica de la partidocracia y el radicalismo infantil (que tanto nos cuesta y ha costado como sociedad) es que finalmente acceda al gobierno el partido y el candidato que efectivamente comprenda y ponga en práctica una política de articulación, de equilibrios y moderación, que supere los meros intereses de clases y los corporativismos de signo negativo para conjugar políticas que beneficien en la mejor medida posible al conjunto de la población.
La idea aristotélica de la virtud política, que se halla precisamente en cultivar ese punto medio entre los excesos de los extremos, sería el mejor ejemplo a seguir en este caso. Pero sin irnos tan lejos en el tiempo y las geografías, es en nuestro filósofo uruguayo más importante donde encontramos el marco teórico –y sus inmediatas consecuencias prácticas, por supuesto– y la sensibilidad filosófica e ideológica que sería más deseable que desarrollaran y llevaran adelante finalmente estos candidatos o al menos el que sea elegido como presidente.
El filósofo y la argumentación
Es, pues, en Vaz Ferreira –tan nuestro y tan a nuestro alcance– que se encuentra el filósofo de cabecera recomendable para nuestros partidos políticos y nuestro próximo presidente. Y esta recomendación tiene sus fundamentos, que son los que trataré de exponer de forma clara y sintética. Por cierto, no se trata aquí de hacer un tratado sobre el pensamiento general de Vaz Ferreira, sino de discurrir sobre esta situación electoral –que presenta dos candidatos “polarizados”, ubicados a los “extremos” del espectro político local– a partir de lo que Vaz Ferreira plantea particularmente en su obra Sobre los problema sociales, publicada en 1922 (aunque acoto, por cierto, que leer Lógica viva, la gran obra de Vaz, ayudaría a iluminar de mejor forma el asunto. Y Sobre la propiedad de la tierra sería la otra obra que creo conforma la tríada complementaria de lecturas de Vaz Ferreira sobre este asunto que considero vital llevar a cabo).
En Sobre los problemas sociales, Vaz Ferreira comienza planteando la interrogante de si es posible resolver aquello que denominamos “el problema social” y en qué sentido sería posible resolverlo. Este asunto, señala a continuación, requiere de una solución de elección, que no será ciertamente perfecta, y que supone considerar todas las soluciones posibles, analizar ventajas e inconvenientes de cada una de esas soluciones y, por último, realizar una elección concreta. Esto tiene sus inconvenientes, que Vaz señala claramente: no resulta posible sopesar todas las teorías posibles –incluyendo aquellas que escapan a nuestras posibles previsiones–, ni efectivamente contemplar todas las ventajas y desventajas posibles, y, además, siempre tenemos el asunto de la subjetividad de las preferencias individuales en esta cuestión del “problema social”.
Sin embargo, lo que hay que alcanzar es precisamente una solución de elección y para esto lo primero sería comenzar por:
“(…) algo utilísimo y bueno, que es lo primero que voy a tratar de sintetizar aquí; y es empezar por investigar si hay tanta oposición real como aparente, si no debería haber un acuerdo mayor; si está bien que, como ocurre en la práctica, las tendencias y las teorías luchen como si fueran contrarias en todo y desde el principio –o si todas esas tendencias deberían tener una parte común, sin perjuicio de que el resto siguiera siendo materia de discusión. Y es esto último que voy a tratar de mostrar: que, en vez de oposición y lucha total (por ejemplo: de conservadores contra socialistas, anarquistas, etc.), como hay en gran parte y como se cree que tiene que haber, los espíritus comprensivos, sinceros, humanos, pueden y deben de estar de acuerdo sobre un ideal suficientemente práctico, expresable por una fórmula, dentro de la cual caben grados. Entendámonos ya: esa fórmula no suprime el desacuerdo, y aún cabe mucho desacuerdo dentro de ella; pero desacuerdo ya sólo más bien de grado, dentro de la fórmula…” (Sobre los problemas sociales, vol. VII de la Edición de Homenaje de la Cámara de Representantes, pág. 21)
Y es, entonces, a partir de este punto que el autor aborda aquellas dos tendencias ideológicas dominantes que existen en torno al problema social y que, en buen grado, están vinculadas precisamente a las líneas ideológicas que representan Mujica y Lacalle dentro del actual espectro político uruguayo, entendiendo lo que Vaz Ferreira entiende por una y otra, su particular y precisa manera de caracterizarlas y considerarlas:
“La oposición fundamental es la lucha de la tendencia individualista y la tendencia socialista; ésta es, diremos, la oposición polarizante.
"Bien: si se examinan esas tendencias como se presentan, hacen más o menos este efecto al que no está fanatizado ni unilateralizado:
"El ‘individualismo’ se presenta como la tendencia a que cada individuo actúe con libertad y reciba las consecuencias de su actos (esto, esencialmente; pues la parte de “beneficencia” que admite el esquema individualista, es como simple paliativo). Y esa tendencia así formulada produce al espíritu sincero y libre, una mezcla de simpatía y antipatía.
"Simpatía, porque la tendencia es ante todo favorable a la libertad, que es uno de los determinantes de la superioridad de nuestra especie. Y porque es favorable a la personalidad. Y porque es favorable a las diferencias individuales. Y porque es tendencia fermental… Capacidad y posibilidades de progreso… Fondo humano de todo ello, en la psicología individual, y en el instinto de nuestra especie en marcha… Pero produce, la tendencia, también antipatía. Ante todo, por su dureza: cierto que generalmente suele presentarse paliada por la beneficencia; pero ésta, encarada como caridad, no nos satisface.
"Y, además de su dureza, el individualismo nos aparece como la teoría que de hecho sostiene el régimen actual; y entonces, va hacia ella nuestra antipatía: por la desigualdad excesiva, por la inseguridad; por el triunfo del no superior, o cuando más del que es superior en aptitudes no superiores, por ejemplo la capacidad económica. Demasiado predominancia de lo económico, absorbiendo la vida…Y justificación de todo lo que está, como la herencia ilimitada, la propiedad de la tierra ilimitada…, etc.
"Ahora, el ‘socialismo’ nos produce, desde luego, efectos simpáticos, por más humano: hasta su mismo lenguaje y sus mismas fórmulas…más bondad, más fraternidad, más solidaridad; no abandonar a nadie; también tomar la defensa del pobre, del débil… Simpático, también, por la tendencia a la igualdad, en el buen sentido… Simpático, todavía, por sentir y hacer sentir los males de la organización actual, y así mantener sentimientos y despertar conciencias. Y tal vez, también, capacidad de progreso en otro sentido…
"En cambio, antipático, o temible, por las limitaciones, que parecen inevitables, para la libertad y para la personalidad. Limitaciones a la individualidad. Tendencia igualante, en el mal sentido… Claro que eso no está siempre consciente en la doctrina: adeptos de ella buscarían la realización, no a base de imposición, permanente o pasajera, sino de sentimientos; pero entonces el socialismo se nos aparece como una de esas tendencias que supondrían un cambio psicológico demasiado grande y que ya utópicas para la mentalidad humana…Y así, podría decirse, en este primer examen, que al socialismo parece presentársele una especie de dilema: o utopía psicológica, o tiranía…Autoridad, leyes, gobierno, prohibiciones, imposiciones, demasiado de todo esto. Y demasiado estatismo (…) admitiendo la posibilidad de una organización perfecta –sobre todo si llegara a ser perfecta– de los servicios por el Estado, considerar precisamente esa perfección como algo antifermental, algo que tiende a suprimir la personalidad, la individualidad y las posibilidades de progreso.
"Esto último lleva a sentir al socialismo, también como algo que fija, como algo que detiene; y pensamos en esas organizaciones, de los artrópodos, por ejemplo, en que la perfección va unida a la detención del progreso.
Y, así, si recibimos los conceptos y tendencias como se presentan y si nos sometemos a su acción sinceramente, el resultado será la duda, la oscilación…
"Y la oposición de esas dos tendencias es, en verdad, lo fundamental: el análisis de otras nociones, propiamente no agregaría nada esencialmente a ellas. (…) repitámoslo: lo esencial sigue siendo el conflicto de las ideas de igualdad y de libertad (con las tendencias respectivamente conexas).”
Páginas 22 a 25.
Siendo evidente que en líneas generales y en los puntos neurálgicos es asociable la idea de socialismo e igualdad con las propuestas de Mujica y el Frente Amplio, y la de individualismo (liberalismo, sea quizás más adecuado a nuestro contexto y jerga política) y libertad con el Partido Nacional y la figura de Lacalle, y con esta dicotomía liberalismo/socialismo que plantea Vaz Ferreira, centrándose en el planteo de la oposición libertad/igualdad, es que creo que este análisis de nuestro filósofo recobra una actualidad inmediata y necesaria.
¿Y qué solución de elección finalmente plantea Vaz? Nuestro autor considera que hay gente más "sensible" al valor de la libertad y personas más "sensibles" al valor de la igualdad y de allí que haya gente de temperamentos liberales y gentes de temperamentos sociales, a la vez que entiende que la acción libre genera inevitablemente desigualdad y la idea de igualdad termina introduciendo coercitivamente la redistribución. Entonces, la alternativa viable como solución de elección, como resolución al problema social, debe contemplar la fusión de lo mejor de una y otra tendencia.
Así, entenderá que los individuos deben cargar con las consecuencias de sus actos y que lo deseable para una comunidad es esperar que cada individuo obtenga la consecuencia de su acción, del desarrollo de sus talentos y virtudes. Pero el problema es que no todos partimos de posiciones igualitarias y, entonces, igualar el punto de partida sería lo primero y esencial. Pero para que esto suceda, se debe acabar incluso con el mecanismo natural de transmisión de bienes y capital cultural en una familia, de una generación a otra, lo que Vaz Ferreira denomina “familismo”.
Entiende que ese régimen familista, en donde las generaciones pasadas pesan sobre el presente, reproduce la desigualdad y no permite que los individuos obtengan la consecuencia de sus actos partiendo de puntos de partida iguales. Entonces, lo que Vaz finalmente propone es atenuar las desigualdades dotando a los individuos de una buena educación, buena atención de salud y de un derecho a la vivienda (su propuesta se asemeja en alguna medida al Plan de Emergencia llevado adelante por el presente gobierno frentista, pero de mejor forma, con mayores alcances y mejor objetivo, incluyendo la debida contrapartida comunitaria) para luego dejar primar una sociedad en donde los individuos sean responsables de sus actos, de su destino y lugar en la sociedad, más allá del cobijo socializante y estatal.
Para ser más claros: socialismo hasta un punto y luego liberalismo, fusionando lo mejor de ambas tendencias. Asegurar al individuo un punto de partida, un mínimum, unas condiciones básicas para una existencia digna que habilite un estado social en donde sea finalmente la idea de libertad la que prime:
“En verdad, se podría defender bastante simpáticamente esta posición máxima: asegurar (por socialización, o como fuera) a cada individuo, esas necesidades gruesas, pero como punto de partida para la libertad, a la cual se dejaría el resto” (pág. 79)
Y aunque señala que van a darse diferentes puntos de vista –según el talante socialista o liberal de ocasión– respecto del momento adecuado para abandonar el individuo a la libertad, considera que hay un mínimo –un socialismo de “primer grado”– que es deseable asegurar: acceso a la educación, a los servicios de salud, a la vivienda, a la alimentación, a la vestimenta y a un derecho fundamental: el de tener una tierra de habitación; y todo con “una obligación de trabajo correlativa” por parte de los individuos asistidos.
Y advierte que en todo este proceso de fusión de horizontes ideológicos, de complementar antes que oponer, es vital dejar de pensar el problema social en términos de problema de clases, en los términos –que consideraba negativos, confusos y simplistas– de burgueses y proletariados:
“Idea simplista; de gran valor de combate, y hasta ahora pragmáticamente buena en cierto efecto grueso, en cuanto tendió en la plano de la acción a mejorar algo las condiciones del trabajo manual; pero simplista, lo repito, y de tal poder confusivo, que hace imposible resolver y hasta pensar. (…) En cuanto a mí, no me gusta, o no me parece conveniente, pensar por “clases”; ni creo que se deba; se piensa y se siente y se resolvería mejor el problema, observando, juzgando y proyectando las que fueran las mejores organizaciones desde el punto de vista del bienestar de la seguridad, de la igualdad, del mejoramiento, del estímulo, de la libertad, de la fermentalidad, sin esas divisiones. (pág. 63)
En grandes líneas esta es la solución de elección que al problema social propone Vaz, pero más allá de la solución concreta –atendible y discutible– que presenta, me parece aún más importante la perspectiva que sobre el asunto arroja y que creo vital incorporar en nuestra cultura y práctica política:
“(…) comprender bien que todos los que piensan sensata y acertadamente sobre los problemas sociales, deben estar de acuerdo parcialmente; y comprender sobre qué deben estar de acuerdo y sobre qué, solamente, han de recaer sus posibles divergencias.” (pág. 93)
Así, para quienes –en la línea del pensamiento y la sensibilidad filosófica e ideológica de Vaz Ferreira– no estamos “fanatizados ni unilateralizados”, ni creemos que las “oposiciones polarizantes” y la “lucha de clases” sean lo mejor para nuestra democracia y nuestras posibilidades de mejor futuro, lo deseable en este período político que se abre en Uruguay luego de los resultados electorales de las internas partidarias es que los candidatos con mayores chances en lo previo de alcanzar la próxima presidencia se contagien en buena medida del espíritu vazferreireano. O al menos –o en paralelo– que algunos actores políticos –o nuevos partidos emergentes– comiencen a practicar la articulación necesaria que abra finalmente un período de entendimiento extra–partidario, fuera de las cerradas fronteras ideológicas, para lograr una solución de elección al problema social que nuestro Uruguay aún tiene por resolver de mejor manera.
De ahí el título de este artículo, como expresión política desde una perspectiva filosófica –presentada como deseable alternativa– ante la probabilidad de que finalmente terminen primando las prácticas y políticas polarizantes y excluyentes, y sigamos amarrados a las guerras de poder entre familias ideológicas.
Pablo Romero es docente.
En El asueto de las máscaras: http://pabloromero7.blogspot.com/