País de consumidores

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Wilson Tapia Villalobos*

En Chile, los ciudadanos fueron reemplazados por consumidores. No sé si la frase la escuché o la soñé. Puede haber sido una pesadilla. De cualquier manera, cada día le encuentro más sentido. El consumidor es un personaje que utiliza productos perecibles para satisfacer necesidades pasajeras. Es algo compulsivo y en eso agota sus energías.

Si le agregamos que aquí el Derecho de Propiedad es más importante de los Derechos Humanos, el consumidor es ultrajado constantemente. En la práctica carece de derechos. Y como ha renunciado a ser ciudadano, porque no cuenta con canales de participación y no se los crea, es avasallado.

¿A qué chileno le cabe duda que los deudores habitacionales son estafados legalmente? Sin embargo las protestas contra tal situación provienen de un pequeño grupo que, además, carga con la sospecha de ser instrumentalizado por la oposición.

¿Qué pasó con la colusión de las farmacias? Aparte de una multa ridícula para la magnitud de la estafa, nada. Hoy los precios nuevamente subieron al nivel en que estaban cuando fue descubierto el fraude y nadie protesta siquiera.

En las carreteras, los peajes se multiplican, pese a que cada consumidor chileno paga un derecho por tener automóvil. Muchas veces se dice que esto es para desincentivar el uso de vehículos. Pero, paralelamente, nadie regula las campañas millonarias en que convencen a los consumidores que no hay nada más placentero que tener dos, tres, cuatro automóviles por casa. Ojalá un por persona.

En las multitiendas, el consumidor es atiborrado de tarjetas y tiene que pagar intereses usurarios –iguales o más altos que en los bancos–. Si se atrasa un mes en cancelar la cuota, en la próxima cuenta aparecen los intereses y, además, el “gasto por cobranza”. ¿Quien puede reclamar que no hubo ningún gasto adicional, ya que la cuenta fue cargada en la misma notificación que recibe todos los meses?

Ni hablar de los gastos de luz, agua, electricidad o salud.

El consumidor nunca será resarcido directamente. A lo sumo, se aplicará una multa de beneficio estatal, determinada por la superintendencia respectiva. Y si pretende reclamar al Servicio Nacional del Consumidor, la respuesta será tardía y, a menudo efectiva sólo si se trata de montos menores.

A los chilenos no se les pregunta acerca de decisiones fundamentales sobre su vida. Nos rige una Constitución que fue elaborada por la dictadura. No hay posibilidad de plebiscito, ni de una Asamblea Constituyente para cambiar este estado de cosas. Las riquezas básicas siguen siendo enajenadas y a nadie parece importarle. En la actualidad el Estado tiene sólo algo más del 30% del cobre, mientras empresas mayoritariamente transnacionales manejan casi el 70%.

A menudo las críticas caen sobre el Ejecutivo. Es un cuestionamiento válido, pero sólo contiene una visión parcial del problema. Hoy nadie podría negar la popularidad de la presidenta Michelle Bachelet. Y eso, esencialmente, se debe al buen manejo del país en medio de la crisis mundial.

Pero ni siquiera ella, contando con un apoyo que se acerca al 70% de la población, se ha atrevido a desafiar al poder económico. Aquí sigue imperando uno de los sistemas neoliberales más apegados al dogma que existe en el planeta.

Por lo tanto, las políticas públicas que se implementan, primero. tienen que dar cuenta de que no afectarán a los pilares de lo establecido. En eso, ninguno de los gobiernos de la Concertación, en estos últimos diecinueve años, se ha salido del libreto. Y, posiblemente por ello, Chile está entre los diez países que peor distribuye la riqueza a nivel mundial.

Fue el presidente Patricio Aylwin quien dio la pauta. Dijo que se haría justicia en la medida de lo posible en los casos de atropellos a los Derechos Humanos durante la dictadura.

Hoy pareciera que la gobernabilidad se hace también en la medida de lo posible.

Y no deja de ser una actitud razonable. Si no, es cuestión de mirar hacia Honduras y constatar la suerte que corrió el presidente de ese país, el empresario Manuel Zelaya. Quiso ir más allá de lo posible que fijaban los grupos económicos a los que él alguna vez encabezó. Fue derrocado.

Los consumidores chilenos no quieren dificultades, aunque ello signifique perder la condición de ciudadanos al cien por cien.

*Periodista.

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