País marino (todavía) en busca de gobernalle

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 Lagos Nilsson

Nadie muere sin tener razón algunas veces, y aunque no anda en esos trotes, los de morirse, tiene razón el vetusto ex presidente Ricardo Lagos: la naciente campaña por la Presidencia de la República adquiere y da color a la política. También, pero en general por la vía del ejemplo negativo que veía a veces Mao Zedong, le otorga seriedad. Aunque la coloratura sea como la de la voz de los castrati y a la seriedad se la lleve el viento.
 

Parece perfilarse lo que será –después de julio– la tierra derecha de la carrera electoral –o la caza de electores– de los candidatos a ocupar lo que solía llamarse el "sillón de O’Higgns"; ya no se habla del sillón de O’Higgins, quizá porque el bombardeo de 1973 a La Moneda lo hizo añicos o tal vez porque algún oficial, puede que capitán-general, se lo llevó a casa para leer más cómodo sus muchos libros –todos bien adquiridos, naturalmente– o comer chocolatines en su biblioteca.

Es posible también que no se hable del mencionado sillón (que en todo caso debe haber sido una butaca) atendido su valor simbólico. En Chile nadie quiere símbolos.

O sí. Un 4×4 es buen símbolo. Vivir arriba en la Cordillera es un buen símbolo. Presidir o al menos ser director(a) de alguna de las "n" fundaciones, centros de estudios o entidades asesoras que profitan del Fisco es un buen símbolo. Pero hacer lo del fiero sicambro, doblar la cerviz y quemar lo que se adoró para adorar lo que se quemó es el mejor de todos.

Cargar con un símbolo no es tarea fácil; convertirse en uno, sobre todo si es de libertad, democracia y unidad nacional (más algunos etcéteras que se nos escapan), puede resultar tan insoportable que se hace necesario "huevoniar" a cualquiera. Es lo que le ocurrió al senador Flores –su víctima el periodista "huevoniado". Curioso. Flores tiene cara de hombre bueno y rostro de hombre pobre. Menos mal que no es así, como de seguro lo sabe la versión aliancista del obispo bautizador.

El senador Flores –ya uno de los gestos visibles de la derecha dura y blanda que corre por llegar a Palacio– nos recordó la magnanimidad del también pre candidato Marco Enríquez: dijo que está bien, que nada tiene de raro ni es reprochable imitar al sicambro legendario. Claro que en Chile no hay merovingios ni Flores es Clodoveo, y además está por verse si cuenta con y lo siguen esos legendarios tres mil de los suyos. Además hace tiempo que el cineasta Raúl Ruiz dijo, paladeando una copa de blanco, que de palacio no tiene nada La Moneda, que parece un galpón o una caballeriza.

Frente a la huincha

Recordamos que hace mucho tiempo, cuando alguien no estaba dispuesto a hacer lo que se le ordenaba decía ¡las huinchas! y no lo movía nadie. Antes de la aparición en los hipódromos de los "boxes" –más bonito decir boxes que decir cajones– en los que se introducen los pura sangre previo a la largada de la carrera, los animales se ordenaban según su número frente a una huincha; algunos potros y algunas potrancas de cuando en vez se resistían a ese orden. De ahí viene eso de ¡las huinchas!

En este caso, comprenderá el astuto lector, el sentido es diferente: todos aseguran querer correr, y el consumidor medio, obligado a serlo, como es obligado a ser deudor, puesto en lugar de ciudadano se pregunta qué significa todo esto.

Sea como fuere, comienza a organizarse frente a la huincha de partida el lote que disputará el clásico presidencial 2009. Sin ser equivalentes a los dosañeros, tres eventuales son relativamente jóvenes; en orden alfabético: Alejandro Navarro, Marco Enríquez-Ominami y Pamela Jiles. Representantes de los años que comienzan a pesar: Eduardo Frei y Sebastián Piñera. Rasguñando la vetustez laguiana: Jorge Arrate.

No es probable que se alleguen otros con ganas de sacrificarse por la patria; en cambio sí es muy posible que alguno o algunos se retiren.

Una mirada al panorama indica que las pretensiones –y los intereses de clase y grupos– de Frei y Piñera los hace candidatos irremovibles. Tozudos, galoparán hasta morir por las ganas de perder el primero frente al que perderá en segundo lugar.

No se gana o se pierde una elección cuando lo que está en juego es el paìs –y ninguno puede ganar un país cansado de vivir –padecer– el orden que representan. Para ambos el proceso eleccionario es la versión moderna del "juicio de dios" medieval, puesto que encarnan derechamente –el término se usa ex profeso– las distintas sombras y luces del sistema.

Corren, ya corren –porque no navegan–, ligeros de ideas, cargados de consignas y sobrecargados de recursos.

El famoso vuelo de pájaro de los que miran sin tomar nota de los detalles señala que Arrate es en sí mismo un debate –o un galope muerto– entre: a) el Chile que ayudó a establecer tras los acuerdos con la dictadura; b) el Chile que sin duda existió antes de la dictadura, y c) el Chile que pugna por manifestarse rotos los eslabones de la dictadura y en franca pudrición los nudos concertacionistas-aliancistas.

Si el pájaro fuera un buitre u otra ave de mal agüero cabría suponer que por izquierda lo roe Jiles, por el otro flanco Enríquez-Ominami y que Navarro también rasguña lo suyo.

Lo que nos deja frente a los tres noveles.

La largada, los pares y las moscas

La lógica política –que tiene tanto de lógica a veces como la del fútbol– les niega a los tres candidatos "pequeños" cualquier opción electoral. Ninguno dispone de una máquina partidaria, de una organización nacional ni de los medios –o créditos o fortuna personal– para financiar los meses de campaña. Si bien Navarro y Enríquez-Ominami tienen experiencia militante –y probablemente alguna sobre las burocracias partidistas y cómo moverlas, en los hechos no recibirán ni sal ni agua–. En cuanto a Pamela Jiles, sólo cuenta con el entusiasmo de quienes se han convencido por su discurso y su carisma.

El senador

Malas y no tan malas conciencias o lenguas pretenden que el senador Navarro, hombre del sur, es hijo –o al menos "entenao"– del terrible maese Chávez de Venezuela; ya definitivamente maldadosas esas lenguas afirman que su candidatura, si logra inscribirse, recibirá millones para gastarlos en la campaña. No es lo más probable.

Lo cierto, en cambio, es que el parlamentario se aboca a la difícil tarea de estructurar un movimiento político que sobreviva a los resultados de las elecciones de diciembre de 2009. Pensando en ese futuro es que Navarro deja pasar las lluvias Jiles y el chaparrón Enríquez. Si bien algunos interpretan su silencio de las últimas semanas como una muestra de debilidad, otros más avezados saben que nadie en política permanece quieto mucho tiempo –a menos que haya muerto. Y a veces los muertos ganan batallas. Lo real, por ahora, es que si bien parece herido en un ala, está vivo y urde tácticas en su región

El otoño viene siendo en apariencia una siesta para Navarro. Pero siesta no significa agonía y se sabe que la hora del diablo no sobreviene a las 12 de la noche, sino en el después del almuerzo. Por ahora el senador va camino de convertirse en incógnita: ¿llegará a la huincha de la largada oficial? ¿negociará con el estado mayor de Arrate? ¿se plegará a Enríquez-Ominami? ¿polemizará finalmente con Jiles? ¿pactará con los que continúan medrando en su ex casa? ¿Será "el" candidato de la izquierda?

Paréntesis
En el orden ideológico profundo –es decir, considerando la estrategia a seguir como la política de poner la realidad sobre sus pies– ninguno de los tres candidatos está preparado para hacer de timón y timonel en el futuro inmediato de la navegación chilena; su derrotero tiene, así, por norte conformar un movimiento social sólido, con voluntad de poder, unido detrás de un programa claro y posible y al mismo tiempo diferenciado en estilo, retórica y principios tanto de la Concertación como de la Alianza.

El diputado

La meta de Enríquez-Ominami parece ser la constitución de un movimiento para en 2010 o 2011 iniciar la lucha por la refundación del país. La expectativa ciudadana generada por su candidatura, reflejada en la encuesta que lo sitúa en el tercer lugar de las preferencias a los pocos días de hacerla pública, parece indicar que la conciencia política chilena no sólo ha despertado, sino que echó a andar.

Dentro del Partido Socialista se rumora que no faltan camaradas-colegas suyos del parlamento a la espera del momento adecuado para respaldarlo. Puede llegar a reflejar ese apoyo una decisión política. O ser una manifestación de fatiga extrema por la mediocridad de Escalona y la arrogancia peligrosa de Schilling –y otros próceres.

Las múltiples, en estos días, apariciones del diputado en los medios periodísticos (bien dispuestos a oírlo y transmitir sus dichos) encierran para su campaña un peligro, sin embargo; tal vez porque la militancia partidaria permea las conductas políticas, tal vez por indecisiones, quizá por mero cálculo, el hecho es que Enríquez-Ominami se muestra en extremo cauteloso a la hora de las definiciones profundas: no quiere asustar a nadie. Se mide, cuida el lenguaje, juega con el humor.

El riesgo se presenta cuando la cautela y el cálculo –legítimos–, que obligan a merodear la superficie de las cosas, dan el salto de la Política a la politiquería.

Paréntesis II
Se camina a la velocidad del más lento o lenta de la columna o del grupo. Sucede en los combates políticos de la vida civil, empero, que el líder logra acelerar el paso de aquellos más lentos. La diferencia entre el dirigente y el líder radica en que el dirigente no consigue salvo excepcionalmente acelerar a nadie. Por el momento Chile es un país sin líderes en manos de dirigentes cansados o que nunca tuvieron otro talento que el provisto por la ambición de acomodarse. Para el acomodo se estimula un aparato burocrátco, una policía interna y una buena provisión de envases herméticos para depositar allí los principios que molesten.

La periodista

Pamela Jiles es, sin duda, la voz más radical que se escucha en esta precampaña presidencial; es también, en términos políticos, la más desconocida. Y la más solitaria. Sin embargo ha logrado poner el pie en playas distantes de la capital, y dentro de Santiago en barrios y lugares hasta donde no han llegado –no todavía al menos– el resto de los candidatos. Eso habla bien y dice mucho de su candidatura. Pero dice además otra cosa.

Dice que la ciudadanía está cansada de la retórica –pedestre, falta de imaginación, timorata y al mismo tiempo llena de soberbia– habitual en el qué hacer político. Incidentalmente, junto con plantear algunos puntos comunes (la cuestión mapuche, la reforma educacional, el derecho a la salud, reforma tributaria, nacionalización de las aguas y la minería, la defensa del ambiente natural, etc…) que deberán ser recogidos en sus respectivos programas de gobierno, los tres candidatos del no-sistema comparten frescura expresiva.

La diferencia radica en que Jiles –más allá de algunas formas dignas de libelos del siglo XIX al referirse a sus rivales y a sus enemigos– con rara constancia plantea siempre asuntos ideológicos. Y esto le juega en contra en una sociedad adormecida por una televisión con una programación mayoritariamente imbécil y falta de tiempo y recursos para hacer llegar su mensaje. La realización de debates frente al público o al menos a través de medios audiovisuales que enfrentaran e hicieran confrontar a los seis candidatos es un asunto urgente que la cultura ciudadana demanda.

Paréntesis III
Sin considerar lo que se pueda cocinar en los círculos internos de estos tres candidatos, el ciudadano común los tiene como tres representaciones de la atomizada y negada ya por dos generaciones biológicas izquierda chilena. En esta etapa y en la medida que tiene acceso a sus planteamientos, se deja seducir por uno o decide apoyar a otro. Pero no los ve enemigos entre sí. Probablemente piense o intuya que la dialéctica del proceso que culminará en las elecciones de diciembre –y la que se desprenda de cómo reaccionen ante los acontecimientos que gravitan sobre la vida de la sociedad– decantará el debate exigiendo que dos de ellos se sumen al tercero. O que tres de ellos se sumen al cuarto. Nos falta Arrate.

El caso Arrate

Como lo dijo un casero de la feria libre donde el barrio compra frutas, pescado, legumbres y verduras: "Ese gallo no calienta a naiden". Es la tragedia de Jorge Arrate Mac Niven, el candidato con más experiencia en tareas de gobierno con excepción de Frei –en el supuesto que Frei no pertenezca a la abundante fauna de los que gustan tropezar dos, tres o más veces con la misma piedra.

Nacido a la vida política en un partido asambleísta de estrecho contacto con las capas medias –el Partido Radical– y luego militante de otro –el Socialista– que se veía mejor reflejado en los sectores asalariados más pobres, quizá no alcanzó, por haber aceptado integrar muy joven nomenklaturas dirigenciales, primero, y después por efecto del golpe de Estado, a completar una verdadera iniciación política, quedando preso del dudoso honor de ser parte de la intelectualidad de la izquierda. Y luego vino el lento, complejo negociar y transar con los prohombres de la dictadura y el correlato interno de "aggiornar" al PS, de renovarlo para jugar un rol en la transición.

Pamela Jiles suele bromear sobre la candidatura de Arrate al decir que el "pobre Jorge, tan capaz, necesita pega; se la vamos a dar, pero en Chantilly, Francia, para que pueda dedicarse a recordar". Cruel. Pero la política está hecha de realidades, y la realidad como la verdad no tiene remedio –Serrat dixit–. Tras su paso por la embajada en Argentina y sin considerar su actividad literaria, el candidato palpó cómo se acotaba o estrecharon su espacio en el partido político que presidió. Próximo a la senectud, entonces, decidió borrón y cuenta nueva. Volver a las fuentes.

Se equivocó en el cómo. Y como personaje de tragedia, nada de lo que haga puede cambiar su destino. No volverá al primer plano. Y si vuelve lo hará con el paso cansino de los bueyes rumbo a la hecatombe. Por lo menos ya se sabe quienes serán los oficiantes del sacrificio.

Girando la curva

A menos que se juegue con frivolidad criminal con el futuro del país más de tres candidatos asegura el triunfo de la civilizada-incivilizada derecha; que las cosas sean así por la miopía e inconsecuencia concertacionsta, o no, carece de importancia. Cuando decimos derecha nos referimos a la candidatura de Sebastián Piñera, por delicadeza consideramos la de Eduardo Frei de centro derecha. De cualquier modo ambos tienen más en común que diferencias reales.

A las no cicatrizadas heridas del tejido social, secuela de la dictadura y la cobardía política imperante desde 1990, se sumarán los golpes que reciba la mayor parte de los habitantes del país, consecuencia de la crisis internacional y de la que repta dentro de casa.

Si bien el gobierno saliente, sin apartarse del esquema pactado en la década de 1981/90, procuró oxigenar el aire enrarecido de la coalición gobernante y administradora del legado dictatorial y mejorar con previsión de futuro la situación de los más pobres –hoy se les dice vulnerables–, lo cierto es que no logró hincarle el diente a los asuntos trascendentes que gravitan sobre la formación social chilena. Más descarado se hace el latrocinio empresarial, más visible la corruptela ligada a los poderes del Estado, mayor la entrega de las riquezas, menor la defensa del ambiente natural.

La estima ciudadana por la presidente Bachelet, así las cosas, bien puede explicarse por el hecho de que la ciudadanía considera le debe un homenaje puesto que cree fue virtualmente traicionada por los partidos que debieron sustentar su gobierno –o que ha gobernado pese a la inepcia de los dirigentes políticos de los partidos de gobierno y oposición–. Dicho sea sin cantarle loas.

la disyuntiva chilena radica en que si bien son cada vez menos los que quisieran ver otra vez a la Concertación y a Frei en La Moneda, no son más los que quieren a la Alianza ejerciendo sin tapujos, directamente, el poder. Puede que incluso el cansancio, a gana de castigar y el peso de la demagogia haga crecer a costa de Frei las posibilidades de Piñera. Los países no se suicidan, pero pueden enfermarse.

La única posibilidad de detener esta carrera al abismo es una candidatura de izquierda. Una, y no de la izquierda verticalista de otra época, sí de aquella que se atreva a conjugar socialismo con democracia, horizontalidad (¿qué barbaridad es eso de transversalidad?) con disciplina social, trabajo con calidad de vida, educación con horizonte, cultura con igualdad; una izquierda que sepa pensar antes de hablar (y evite esa otra barbaridad de refugiarse en los "temas valóricos", que la palabreja valórico no existe), que tome al toro por las astas y reforme el Poder Judicial de verdad; que comprenda la relación de hierro entre cesantía, pobreza y delincuencia, que comprenda que el país está en América Latina y sobre esa realidad construya su política exterior; una izquierda que detenga el abuso a los mapuche, el arrasamiento del mar costero, la tala de los bosques, la represas inmundas, los emprendimientos mineros asesinos; una izquierda que promueva la diversidad y cuyos valores se basen en la emulación y no en la competencia… …

Una izquierda que –ante la coyuntura– sea capaz de auscultar al pueblo porque comprende que el pueblo es el soberano y no lo representa media docena de payasos perorando sandeces ante las cámaras de un canal de televisión.

Si esa izquierda no existe vivimos la víspera del día de los trífidos y pronto oiremos los siniestros bastones resonar sobre las calles en la noche perpetua.

A la "clase" política chilena, dada su gan cultura, como es obvio el vocablo gobernalle no ofrece ninguna dificultad: les ha recordado sus libros juveniles de aventuras piratas; pero como bien puede suceder que algún lector no haya leído esas viejas novelas le digo: gobernalle es el timón de la nao.

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