PAÍSES, PERROS, ABANDONOS Y ABANDONADOS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El comienzo de la aventura es un puñado de fotos rescatadas de una casa demolida; las fotos no siempre muestran lo que fue, ni todo lo que mostrarán está en ellas. El final es una advertencia: «no se le abren los ojos a un muerto». La diégesis la traza la entreverada voluntad de estilo del autor, fatigosa para quien no se preste a la complicidad propuesta, que es recorrer los hitos de una tragedia; caracteriza lo trágico el hecho de que cada paso a la hecatombe resulta tan imposible de evitar como independiente de la voluntad de los elegidos por los dioses.

Al final quedará el espanto: esa mujer-sombra, lo insalvable, tijereteando con delicadeza el gris de la cabellera del pubis del muerto.

Un libro en clave, entonces. Sólo que la llave se ha oficialmente perdido y es inútil buscarla en las estaciones de ferrocarriles derruidas, bajo la lluvia, en bares que tampoco existen, en las almas que cerraron sus ojos; o entre la basura y la mugre, los detritus de una sociedad que se olvidó de sí misma y se desenvuelve en la oscuridad del sexo convertido en desastre.

¿Cómo leer un libro que al reflejar retazos de una vida se interna y desmenuza en realidad un proceso social? ¿Cómo encontrar placer (suponemos que la lectura es un ejercicio de placer) en la aprehensión de la miseria humana? ¿Cómo intentar los procesos de empatía con personajes tan lejanos de nosotros –tan distantes que somos nosotros mismos? ¿Cómo reconocer un país en ese paisaje desvalido que no se define sino por lo ausente, por lo destruido de esa calle que recorremos a diario? ¿Cómo encontrar impecable una escritura (por otra parte impecable) que aprieta y corta y lo baña todo en la última pus de la gangrena?

El Pekinés plantea más asuntos que los visibles. Pensamos, primer lugar, que sus destinatarios son la contraparte de la desharrapada corte de los milagros que integra la galería de personajes, esto es: aquellos que a falta de una Tierra para heredar, deben conformarse con el legado de un tiempo innoble, vale decir la generación que crece adolescente en el tiempo oscuro de la dictadura y se desenvuelve en la sordidez muda y ciega que la sucedió.

Creemos, en segundo lugar, que El Pekinés es probablemente el primer libro –la primera novela– que explora y cartografía los continentes de la sociedad chilena que la dictadura cívico-militar de 1973/1990 puso en evidencia y luego escondió, con la gozosa complicidad de prácticamente todos los estamentos influyentes –que hasta la actualidad se empecinan en cubrir de niebla.

Se escuchan en sus páginas los ecos de las pisadas del niño-perro de Carlos Droguett, encontramos algunas gotas de la sangre de murciélago de Juan Godoy, nos mira de repente un alucinado Aniceto Hevia más allá de Manuel Rojas. No en un libro perfecto. En un libro al que de seguro le costará abrirse camino a través de un entramado social acostumbrado a huir de su imagen. Imágenes que bien pueden encontrarse en una casa derruida para ser, después, explicadas en medio de la culpa y entre los desheredados.

Valenzuela abrió un camino tan doloroso como saludable. Nos queda debiendo su prolongación.

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El Pekinés. Ediciones La Calabaza del Diablo, Santiago, 2006.

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