Países sudamericanos indecisos ante el cambio climático (y la presión gringa)
Janet Redman*
El enviado especial para el cambio climático de EE.UU., Todd Stern, viajó la semana pasada con el secretario adjunto de Estado para asuntos del hemisferio occidental, Arturo Valenzuela, a Chile, Perú y Ecuador, para discutir el cambio climático con sus homólogos gubernamentales y la sociedad civil. La profundización de la cooperación bilateral y multilateral para aumentar el crecimiento económico, reducir los gases invernadero y ayudar a poblaciones vulnerables al clima estaba en el programa oficial.
Pero el objetivo político del viaje era impulsar el Acuerdo de Copenhague, un acuerdo controvertido que EE.UU. introdujo en las conversaciones sobre el clima de la ONU en 2009 y que fue bloqueado por varios países latinoamericanos antes de la cumbre del clima en México a finales de 2010.
La gira suramericana de Stern –sólo tres semanas antes de la próxima sesión de negociación en Bonn de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC – muestra el papel cada vez más importante de las naciones latinoamericanas en el logro de un acuerdo global. Su itinerario muestra cómo EE.UU. utiliza el debate sobre el clima como parte de un proyecto mayor para asegurar su influencia política, comercial, y su acceso a los recursos en el hemisferio.
Latinoamérica emergente
Los países ricos (“Anexo 1” en lenguaje de la CMNUCC) han estado desde hace tiempo al centro de las negociaciones sobre el cambio climático. Juntos, estos países aseguran su poder explotando las discrepancias que ya existen entre los países en desarrollo, enfrentando a menudo las naciones más empobrecidas con las económicamente emergentes. Y los países del Anexo 1 pasan repetidamente la responsabilidad por el fracaso de las negociaciones a los países en desarrollo, culpando a menudo a China, las Filipinas, o a cualquier otro país que se niega a aceptar provisiones que afectan fundamentalmente los intereses económicos y ecológicos de los países en desarrollo.
Los países en desarrollo en el G77+China (un bloque de negociación que representa a más de 130 naciones) han estado demostrando últimamente su fuerza colectiva en negociaciones sobre el clima, especialmente respecto al derecho al desarrollo. China e India, ambos importantes emisores de gases invernadero, son considerados protagonistas influyentes porque cualquier plan para reducir emisiones sin su participación no detendría el caos climático. Pequeños Estados isleños y naciones africanas poseen autoridad moral, porque el cambio climático será más devastador para sus pueblos. Latinoamérica, por su parte, nunca ha estado al centro del debate sobre el clima –hasta ahora-.
Este año tendrán lugar negociaciones globales sobre el clima en Cancún, México. El Gobierno mexicano está bajo intensa presión para evitar una repetición del fiasco de Copenhague. Entonces, los anfitriones daneses trastabillaron en una confusión de procedimiento, dejaron a los delegados tiritando fuera de la sala de convenciones mientras estallaban las manifestaciones al interior, y finalmente no pudieron ganarse a los países reunidos para que adoptaran una decisión exhaustiva.
El Gobierno mexicano está determinado a lograr un progreso sustancial por lo menos en dos elementos cruciales: las finanzas climáticas y el uso de mercados de carbono en el Programa de Reducción de Emisiones de Carbono causadas por la Deforestación y la Degradación de los Bosques (REDD, por sus siglas en inglés). Al mismo tiempo advierte implícitamente que las perspectivas para un acuerdo climático global no parecen promisorias. Christiana Figueres, con sus 15 años de experiencia, del equipo de negociación costarricense, la nueva secretaria de la CMNUCC, será responsable de que las negociaciones no se vayan por las ramas.
Brasil, el mayor de los nueve países que componen la Cuenca del Amazonas, se ha posicionado como líder del REDD en las Américas. Con millones de hectáreas de tierra y con potencialmente billones [millones de millones] de dólares en juego –para no hablar de los derechos de los pueblos indígenas y de la soberanía de los Estados– Brasil es un participante crucial.
Además ha emergido Bolivia, junto con Ecuador, Nicaragua y Venezuela, como un bastión de la justicia climática. Exasperada por el proceso exclusivo que condujo al Acuerdo de Copenhague, Bolivia convocó a su propia cumbre, invitando a todos los gobiernos y a la sociedad civil a una Conferencia de los Pueblos del Mundo sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra en Cochabamba en abril de este año. Un resultado de la reunión global fue un Acuerdo de los Pueblos que Bolivia presentó oficialmente a la CMNUCC en nombre de la sociedad civil global. Desafortunadamente, el texto oficial no reflejó en nada dicho acuerdo. Pero Bolivia tuvo éxito en la generación de masa crítica para gran parte de su contenido, incluido el respeto de los derechos de los pueblos indígenas; el rechazo de la compensación de emisiones de carbono; reducciones inmediatas y profundas en los gases invernadero de los países industrializados; y la transferencia masiva de recursos financieros de las naciones desarrolladas a las que están en desarrollo.
El proyecto estadounidense
EE.UU. explicó claramente en detalle su proyecto para las negociaciones internacionales sobre el clima en los objetivos de comunicaciones estratégicas filtradas accidentalmente en abril. Arriba en la lista está “reforzar la percepción de que EE.UU. está involucrado constructivamente en negociaciones en la ONU en un esfuerzo por producir un régimen global para combatir el cambio climático”. El documento también apremia al equipo de negociación de EE.UU. a “crear un claro entendimiento del estatus del Acuerdo de Copenhague y de la importancia de hacer funcionar TODOS los elementos”.
de dólares. Luego, hay implicaciones para obtener energía de fuentes de bajo carbono como la energía hidroeléctrica, los minerales necesitados para nuevas tecnologías como baterías eficientes, y tierra en la cual producir aceite de palma, biomasa y bosques que capturen carbono.
Nadie lo sabe mejor que Todd Stern. En la Universidad Agraria en Perú, señaló que “países menos desarrollados en el mundo que podrán ser pobres en recursos ahora mismo –en un sistema global de energía basado en combustibles fósiles– tienen el potencial de llegar a ser ricos en recursos cuando el sol, el viento y la tierra se aprvechen para crear el fundamento energético del Siglo XXI”. Declaró que “ya existe una carrera para crear y capturar los nuevos mercados de energía limpia del Siglo XXI”.
La comunidad del clima y los expertos políticos pasarán mucho tiempo interpretando las señales de esta visita, y de futuras reuniones que Stern y otros funcionarios climáticos tengan con países extranjeros. El debate climático tiene que ver con mucho más que la estabilidad ecológica. Tratados climáticos globales determinarán qué crecimiento basado en combustibles de los países será limitado y en cuánto.
Los acuerdos internacionales y políticas interiores resultantes determinarán la importancia relativa de los recursos naturales en la economía global. Debido a que los minerales, bosques, suelos laborables y agua no están distribuidos regularmente por el planeta, la obtención de acceso a éstos y otros recursos estará –y en muchas regiones ya está– en el centro de la lucha geopolítica precipitada por el cambio climático.
*Codirectora de la Red de Energía y Economía Sostenible en el Institute for Policy Studies. Traducido para Rebelión por Germán Leyens