Palestina y Oriente Medio. – EL LARGO BRAZO DEL SIONISMO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

«¿Por qué nos odian?», fue la pregunta que se hicieron los estadounidenses tras el horror del 11 de Septiembre. Y, para muchos de ellos, los odiadores no eran solamente el grupo de fundamentalistas islámicos violentos que, según la versión oficial de los hechos, acababan de derribar las Torres Gemelas, sino también los árabes y los musulmanes, es decir, un cuarto de la humanidad.

Desde aquel día terrible y atroz me he estado repitiendo a mí mismo cuán diferente sería hoy el mundo –cuánta muerte y destrucción nos habríamos ahorrado– si el presidente Bush hubiera dicho algo como esto: Ésa es una buena pregunta, tratemos de encontrarle respuesta antes de actuar.

De haber intentado responder a la pregunta, el primer axioma que se habría establecido es que una mayoría abrumadora de árabes y otros musulmanes no odian ni a los estadounidenses ni a EEUU. Quizá, si pudieran, muchos árabes y musulmanes, quién sabe si la mitad de todos ellos, vivirían en USA para disfrutar de la supuesta buena vida que hay allí.

Lo que odian es su política exterior. Y la causa principal de ese odio es el apoyo que el Congreso y la Casa Blanca le prestan al Estado sionista de Israel, con razón o sin ella. Pero el desprecio arrogante que Israel exhibe hacia el Derecho Internacional –aceptado por EEUU– es sólo uno de dos factores de la ecuación que, a lo largo de los últimos sesenta años, ha hecho que el dolor, la cólera y la humillación de árabes y otros musulmanes se conviertan en odio a causa del conflicto en Palestina. El otro factor es la impotencia de los represivos y corruptos regímenes del orden árabe existente, percibidos por sus propias masas como títeres al servicio estadounidense y sionista.
(…)

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En el volumen I de mi libro recuerdo una entrevista que le hice a Golda Meir, la madre de Israel, para el programa Panorama de la BBC. En un momento dado la interrumpí para decirle: «Primera Ministro, quiero estar seguro de haber comprendido lo que usted está diciendo… ¿Dice usted que si Israel estuviese en peligro de caer derrotado en el campo de batalla, estaría preparado para destruir la región y todo el mundo con él?» Sin la menor vacilación (…), Golda respondió, Sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo.

Una hora después de que yo transmitiese la entrevista, el Times de Londres alteró su editorial principal. El texto corregido aludió a lo que Golda me había dicho y añadió el siguiente comentario: «Más vale creerle».

(…)

… El grupo de presión en EEUU representa al sionismo de línea dura, intransigente y (por lo menos algunas veces) batalla por políticas que no son las mejores a largo plazo para Israel. (…)

En mi opinión, así como en la de todos los expertos verdaderos que conozco -entre los cuales están, por ejemplo, los dos historiadores israelíes revisionistas (honrados) de nuestro tiempo, los profesores Ilan Pappe y Aviv Shlaim–, la clave (de este problema) es la diferencia entre judaísmo y sionismo. El mundo occidental, básicamente judeocristiano pero no judío, ha sido condicionado para creer que judaísmo y sionismo son la misma cosa.

Pero no lo son. Son cosas opuestas. El judaísmo es una religión de judíos (no de «los judíos», porque no todos los judíos son religiosos) y, al igual que el cristianismo y el Islam, se centra en una serie de principios éticos y valores morales.

El sionismo es una ideología laica y colonialista que en 1948, haciendo uso principalmente del terrorismo y la limpieza étnica, creó un Estado para algunos judíos en el interior del mundo árabe (en 1897, en el momento de la creación del sionismo y de la primera declaración de cuál era su objetivo, su ambición colonial sólo fue respaldada por una escasa minoría de los judíos del mundo y puede afirmarse que sin la obscenidad del holocausto nazi –un crimen europeo por el que fueron castigados los árabes de Palestina– Israel no habría existido nunca).

Dicho en pocas palabras, el sionismo aplicado en la práctica ha convertido en una burla los principios éticos y los valores morales del judaísmo, principios y valores que en realidad desprecia. Por dicha razón, los judíos religiosos, a menudo descritos como ultraortodoxos, dicen que el sionismo está destruyendo el judaísmo.
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El conocimiento de la diferencia entre judaísmo y sionismo es la clave para comprender por qué es perfectamente posible ser antisionista (opuesto en todo o en parte a la empresa colonial del sionismo) sin ser de ninguna manera antisemita. La trascendencia de esa declaración está explicada en las líneas que siguen.

La falsa acusación de antisemitismo es el chantaje que utiliza el sionismo con la excusa de la obscenidad del holocausto nazi y que le permite silenciar cualquier crítica contra Israel, su retoño farisaico y agresivo, para sofocar el debate informado y honesto sobre quién debe hacer justicia y traer la paz, cómo y por qué. Pero cuando los ciudadanos conozcan la diferencia entre sionismo y judaísmo (y la verdad histórica después) no tendrán por qué callarse asustados, como la mayoría de los gentiles ahora hacen, por miedo de que los acusen falsamente de antisemitismo si critican al Estado sionista de Israel.

Sin embargo, hay otra razón que hace esencial el que los ciudadanos de las naciones occidentales, entre quienes viven la mayoría de los judíos del mundo, sean conscientes de la diferencia entre judaísmo y sionismo. El conocimiento de dicha diferencia explica por qué es erróneo culpar a todos judíos de los crímenes de unos pocos (que son los sionistas a ultranza de Israel/Palestina).
(…)

(Mi libro) refleja dos verdades relacionadas con nuestro tiempo:

La primera de ellas es que el gigante dormido del antisemitismo tradicional se ha despertado de nuevo en las naciones predominantemente no judías de Occidente (donde, lo repito, vive la mayoría de los judíos del mundo como ciudadanos integrados). La segunda es que la causa principal de ese nuevo despertar es el comportamiento del Estado sionista (¡no judío!), tal como la mayor parte de las mejores mentes judías anteriores al holocausto nazi temieron que sucediese si las grandes potencias permitían que el sionismo se saliese con la suya.
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Soy de la opinión de que, tras la obscenidad del holocausto nazi, y a causa de éste, lo más probable es que el gigante (del antisemitismo) se habría vuelto a dormir, habría permanecido dormido y, con toda probabilidad, habría muerto en su sueño si las principales potencias, en primer lugar Gran Bretaña y luego EEUU no hubiesen permitido que el sionismo se saliese con la suya, como dijo Balfour: con razón o sin ella (hay motivos para decir que, con amigos como los políticos británicos y estadounidenses, los judíos del mundo no han necesitado enemigos).

¿En qué se basa la creencia de que el antisemitismo está en auge? El aumento de las profanaciones de sinagogas y tumbas judías (y actos similares), los insultos y agresiones contra judíos son un indicio. Pero hay algo mucho más siniestro: lo que un número creciente de gentiles, en particular de las clases media y alta, están pensando y empiezan a decir a puerta cerrada y en reuniones sociales. ¿Qué es lo que dicen? «¡Estos judíos de mierda!» Y dicha antipatía ha aumentado en respuesta a la arrogancia del poder de Israel y a la correcta percepción de Israel como el opresor.

Y cuanto más aparente resulta que Israel es el obstáculo para la paz en cualquier término que la mayoría de los palestinos y otros árabes y musulmanes pudiesen aceptar, más crecerá esta antipatía, con el peligro real de que estallará, se volverá incontrolable y se manifestará como antisemitismo violento.

Tal como están y parecen evolucionar las cosas, el segundo holocausto contra los judíos es una auténtica posibilidad en un futuro previsible.

Soy asimismo de la opinión –que sé compartida en privado por algunos judíos eminentes– que si el monstruo del antisemitismo se pone de nuevo en movimiento, podría iniciar su andadura en EEUU.
Dos razones resumen el porqué:

1) Muchos congresistas (anteriores y actuales) se detestan a sí mismos por haberse vendido al grupo de presión sionista. Si surgiese la oportunidad de desatar su cólera reprimida y la rabia que les crea su culpabilidad, querrán venganza.

2) Los principales instigadores neoconservadores de la invasión de Iraq son también sionistas de la línea dura. Aunque pocos quieren admitirlo públicamente, muchos saben que eso es cierto.
(…)

Mi libro tiene dos temas principales y relacionados entre sí.

Uno es cómo Israel, el retoño del sionismo, se convirtió en su propio peor enemigo y en una amenaza no sólo para la paz de la región y el mundo, sino también para los mejores intereses de los judíos de cualquier parte y para la integridad moral del judaísmo.

El otro es por qué el mundo árabe y musulmán es una auténtica bomba de relojería de frustración y desesperación.

El libro es épico tanto en su longitud (dos volúmenes) como en su alcance y su contenido, porque es una reescritura completa de la historia de la creación y del mantenimiento del conflicto en Palestina y sobre Palestina, y porque reemplaza con hechos documentados y verdad histórica la falsa mitología sionista sobre la que se basó la versión inicial y todavía existente de la historia judeocristiana. Tal como le señalé en una carta abierta a la secretaria de Estado Condoleezza Rice (divulgada por Information Clearing House el 7 de noviembre), la versión inicial de esa historia no es más que un sinsentido de propaganda sionista. Se centra en dos falsos mitos:

Uno de ellos es que el Estado sionista de Israel ha vivido en peligro constante de aniquilación, de que «arrojen al mar» a sus judíos. La verdad histórica es que la existencia de Israel nunca ha estado en peligro. No lo estuvo en 1948/49. Tampoco en 1956. Menos en 1967. Y ni siquiera en 1973. La aseveración sionista de lo contrario fue la tapadera que permitió que Israel se saliese con la suya donde más importaba, en EEUU y en la Europa occidental, al presentar su agresión como defensa propia y a sí mismo como la víctima, cuándo lo que fue, y sigue siendo, es el opresor.

El otro falso mito es que Israel no ha contado con ningún personaje palestino dispuesto a negociar la paz. La verdad histórica es que Yasser Arafat sí preparó el terreno en el lado palestino para alcanzar la paz, y lo hizo en 1979, hace más de un de cuarto de siglo. En aquel año, 1979, Arafat convenció al Consejo Nacional Palestino –la más alta instancia decisional en el lado palestino– de que apoyara su política y el hasta entonces inimaginable acuerdo con Israel (inimaginable para los palestinos, porque la aceptación de Israel en el interior de sus fronteras anteriores a 1967 exigió que renunciasen a reclamar el 78% de su territorio).

Tal como señalé en mi libro, Arafat (…), el histórico líder palestino necesitó seis años para persuadir primero a sus colegas de la cúpula de al-Fatah y luego a otros miembros del Consejo Nacional Palestino para que aceptasen la realidad de la existencia de Israel. Cuando en 1979 se procedió por fin a la votación, hubo 296 votos a favor de su política y del compromiso y 4 en contra. Arafat, que había arriesgado su vida tanto como su credibilidad para lograr que su entorno cambiase de opinión, estaba entonces en la cima de su poder y, a partir de ese momento –como bien lo sabía el presidente Carter– podrían haberse celebrado con éxito unas eventuales negociaciones de paz auténtica y duradera sobre la base de dos Estados, con Israel de vuelta a sus fronteras anteriores a 1967 y con Jerusalén –preferentemente como ciudad abierta– como capital de ambos Estados.

El problema fue que Arafat no tuvo enfrente un interlocutor israelí por la paz, porque el sionismo no ha estado nunca, y sigue sin estarlo, interesado en la paz en ninguno de los términos que la mayoría de los palestinos y otros árabes y la mayoría de los musulmanes de cualquier parte pudieran aceptar. Es cierto que en 1993, y gracias en parte a la gestión de la etapa del presidente Clinton y a la influencia de éste, Arafat quizá tuvo un interlocutor israelí por la paz encarnado en Yitzhak Rabin, pero un sionista visceral lo asesinó. Y a Rabin lo sucedieron dirigentes israelíes cuyo principal objetivo era volver a demonizar y destruir al dirigente palestino.

A Arafat el terrorista lo podían manejar, pero a Arafat el hombre de paz no podían (¿acaso es verdad que Barak le ofreció el 95% de todo lo que había dicho que quería? No, no es verdad. Eso, también, fue una mentira propagandística. ¿Envenenaron a Arafat? Probablemente. ¿Acaso su sucesor, el presidente Abbas, es en realidad una marioneta israeloestadounidense? Lamentablemente sí, o así lo parece. Pero, incluso si lo es, podemos estar seguros de una cosa: sea o no un dirigente títere, el pueblo palestino no aceptará nunca las migajas de la mesa sionista en forma de dos o tres bantustanes a los que pudieran llamar un Estado).

En mi libro y en otros foros públicos también he analizado la cuestión del derecho de Israel a la existencia.
Según la primera versión histórica, aún en vigor, a Israel se le concedió su certificado de nacimiento y, por lo tanto, su legitimidad mediante la resolución de Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947 que establecía la partición. Esto no tiene sentido: en primer lugar, sin el consentimiento de la mayoría del pueblo palestino, la ONU no tenía derecho a decidir la partición de Palestina ni a asignar cualquier parte de su territorio a una minoría de inmigrantes extranjeros con la finalidad de que establecieran un Estado sólo para ellos.

A pesar de eso, con un margen mínimo y sólo tras una votación amañada, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución para dividir Palestina y crear dos Estados, uno árabe y otro judío, sin que Jerusalén formase parte de ninguno de ellos. Pero la resolución de la Asamblea General era sólo una propuesta, lo que significa que no habría tenido efecto, que no se hubiera convertido en una norma aplicable a menos que lo aprobara el Consejo de Seguridad.

La verdad es que la propuesta de división de la Asamblea General nunca llegó al Consejo de Seguridad para su estudio. ¿Por qué? Porque EEUU sabía que, si se aprobaba, sólo podría ser puesta en práctica mediante la fuerza y el presidente Truman no estaba dispuesto a usar la fuerza en la partición de Palestina.
Por ello, el plan de partición estuvo viciado, nunca adquirió validez, y la cuestión de qué diablos hacer con Palestina (después de que Gran Bretaña la convirtiera en un desastre y se desentendiera) volvió a la Asamblea General para ser discutida. La opción apoyada y propuesta por USA fue entregarla en fideicomiso a la ONU. Mientras la Asamblea General estaba debatiendo qué hacer, Israel declaró de manera unilateral su derecho a la existencia, en realidad desafiando el deseo de la comunidad internacional organizada, incluido el gobierno de Truman.

La verdad de la época fue que el Estado sionista, que se creo fundamentalmente como consecuencia del terrorismo sionista y de la limpieza étnica, no tenía derecho a existir y, para más añadidura, no tiene derecho a existir, a menos… a menos que fuera reconocido y legitimado por aquellos que fueron desposeídos de su territorio y de sus derechos durante la creación del Estado sionista. Según el Derecho Internacional, únicamente los palestinos podrían dar a Israel la legitimidad que reclama. Y esa legitimidad era lo único que los sionistas no podían arrancar por la fuerza a los palestinos.

La total comprensión de la verdadera naturaleza de la empresa colonial sionista requiere además el conocimiento de que la mayoría de los judíos que llegaron a Palestina en respuesta a la llamada sionista no tenían relación biológica alguna con los antiguos hebreos.

Los judíos sionistas llegados eran fundamentalmente extranjeros de muchos lugares, descendientes de aquellos que se hicieron judíos mediante la conversión al judaísmo (se refiere a los llamados azquenasis) siglos después de la caída del antiguo reino judío de Israel y de lo que se llamó la dispersión –o la diáspora– en el «olvido» de sus gentes. La idea de que había y hay dos pueblos con el mismo derecho a reclamar el mismo territorio es un sinsentido histórico. Los relativamente pocos judíos con derecho a una reivindicación válida son los descendientes de aquellos que permanecieron en Palestina en todo momento. En la época del nacimiento del sionismo eran sólo unos pocos miles.

Se consideraban a sí mismos como palestinos y se opusieron radicalmente a la empresa colonial sionista debido a que temían, con toda la razón, que los convirtiesen, al igual que a los que llegaron, en extranjeros judíos sionistas enemigos de los árabes, entre quienes vivían en paz y seguridad (a pesar de que no todos los judíos de hoy son conscientes de esto, es también un hecho que el retorno de los judíos a la tierra del Israel bíblico por el empeño humano –una posible pero lamentablemente inadecuada definición del sionismo– fue rechazada por el judaísmo).

La pregunta que debe contestar el presidente Bush y todos aquellos que exigen que Hamás reconozca a Israel es ésta: ¿Cuál es el Israel que debe reconocerse… el Israel de las fronteras anteriores a la guerra de 1967, y por lo tanto, en consonancia con la resolución 242 del Consejo de Seguridad, o un Israel más grande que, día tras día, está usurpando más y más territorio y expandiendo sus asentamientos en la Cisjordania ocupada?

De hecho, la posición real de Hamás no oculta secreto alguno. Si mañana Israel dijera y demostrase que está listo para negociar una paz completa y definitiva basada en una verdadera solución de dos Estados, uno que devolvería a Israel a sus fronteras anteriores a 1967, con Jerusalén como ciudad abierta y capital de los dos Estados, Hamás diría: «Sentémonos a negociar».

Los dirigentes de Hamás dirían eso y lo demostrarían, porque no son idiotas y saben que no tendrían elección alguna, ya que una verdadera solución de dos Estados sigue siendo lo que la gran mayoría de los palestinos está preparada para aceptar. Pero nunca se les presentará esa ocasión. La verdad del presente es que la solución de los dos Estados ya está muerta, aunque no enterrada todavía… asesinada por los asentamientos que Israel ha creado y sigue creando en Cisjordania, en claro desafío de las resoluciones de la ONU, la legislación internacional e incluso en claro desafío de los deseos un día expresados por el gobierno de Bush. Al menos en lo que respecta a la actividad ilegal de crear asentamientos, es la cola sionista quien mueve al perro estadounidense.
(…)

Los dirigentes del sionismo en Israel y quienes los apoyan en EEUU aún creen que con el uso de la fuerza bruta y reduciendo a los palestinos a la más abyecta pobreza quebrarán su voluntad de continuar la lucha por sus derechos. La asunción es que, en este punto y absolutamente desesperados, los palestinos estarán dispuestos a aceptar las migajas de la mesa sionista en forma de dos o tres bantustanes o, mejor aún, abandonarán su tierra y buscarán una nueva vida en otros países.

Desde mi punto de vista, la convicción de que el sionismo logrará un día anular la voluntad palestina de seguir la lucha por un mínimo de justicia aceptable es el producto de mentes que se engañan hasta la enajenación mental. Algunos afirman que Israel está a punto de convertirse en un Estado fascista, pero yo creo que la terminología más apropiada es (decir que se está convirtiendo) en un manicomio.

Lo que parece casi demasiado terrible de pensar es algo así como: ¿Qué harán los sionistas cuando sea patente incluso para ellos que no pueden destruir el nacionalismo palestino con bombas y balas y medidas represivas brutales de todo tipo?

Mi opinión es que ellos, los sionistas, se lanzarán a una limpieza étnica definitiva para expulsar a Jordania y más allá a los palestinos de Cisjordania. Eso, me temo, será la solución final sionista para el problema palestino. Si llega a ocurrir, Cisjordania se teñirá de rojo, fundamentalmente con sangre palestina. Y los periodistas honrados lo describirán como un holocausto sionista. Pero eso no tiene por qué ser el fin de la historia de Palestina. Habrá, sin embargo, un nuevo comienzo.
(…)

¿Por qué creo que es importante que los estadounidenses conozcan la verdad de la historia sobre los hechos y la continuidad del conflicto dentro y fuera de Palestina y quien debe trabajar por la paz, qué debe hacer y porqué?

La respuesta es escueta: Debido a la impresionante influencia del grupo de presión sionista (como han documentado Mearshimer y Walt y, antes que ellos, el ex congresista Paul Findley), ningún presidente estadounidense tendrá jamás la voluntad política de exigir responsabilidades al sionismo, a menos que la opinión pública informada lo empuje a hacerlo poniendo en marcha la democracia real. El problema en EEUU, hablando en general, es que la opinión pública está muy poco uniformada (y desinformada) para presionar, para hacer que la democracia trabaje en pos de la justicia y la paz.

¿Por qué mi libro no puede publicarse en EEUU?

La respuesta es concisa: porque el sionismo no quiere que se publique y todos los editores estadounidenses, los más importantes y también los menos al parecer temen demasiado ofender al sionismo si lo publicasen.

En realidad, lo mismo ha sucedido en el Reino Unido, incluso si mi editor recibió cartas y otros mensajes con elogios poco habituales hacia mi trabajo de los editores más importantes. Una de esas cartas, que he citado en el primer párrafo del volumen I de la primera autoedición de mi libro en pastas duras, describe mi manuscrito como «[…] Sorprendente… hecho con pasión, compromiso y profunda sabiduría» y luego sigue: «No hay duda de que merece que se publique.» Pero, a la hora de la verdad, tuve que crear mi propia editorial. Se suponía que no tendría acceso al mercado minorista, pero lo tuve. Para vender bien en el mercado minorista los libros necesitan publicidad. Los primeros que la hacen para el público lector son, en general, los medios de comunicación, pero no en el caso de mi libro. Ni uno solo de los periódicos o revistas, ni tampoco ningún programa de radio o televisión estaban dispuestos a prestar a mi libro ninguna atención, crítica u otra cosa. La complicidad de los medios en la eliminación de la verdad histórica y la traición a la democracia demostró su solidez.

Ésta es la situación aquí y en Reino Unido (y en toda Europa occidental) y sé que es peor, mucho peor, en la «tierra de la libertad».

En el prefacio del Volumen II afirmo que no me cabe duda alguna de que las editoriales, los editores y los políticos que son cómplices en la eliminación de la verdad histórica creen sinceramente que sirven a los mejores intereses de los judíos, así como a sus propios intereses personales a corto plazo. A todos ellos (editoriales, editores, políticos) les digo lo siguiente: «Os equivocáis. Os equivocáis peligrosamente. Negándoos a aceptar la verdad de la historia y, en concreto, la diferencia entre judaísmo y sionismo y por qué es perfectamente posible ser apasionadamente antisionista sin ser antisemita, ayudáis a que se culpe a todos los judíos de los crímenes cometidos por unos cuantos.» Y concluyo con la siguiente reflexión:

También sería de ayuda si más de unos pocos judíos que viven fundamentalmente en las naciones del mundo judeocristiano pudieran encontrar la voluntad y el valor para terminar con su silencio sobre la mala conducta (en palabras de Harkabi) de Israel y aceptar el hecho de que el sionismo es, como afirma el título de este libro y demuestra su contenido, el verdadero enemigo. El silencio no es la forma de refutar y desbaratar una acusación de complicidad en los crímenes sionistas.

Para el sionismo, el problema de mi libro es su título. La fuente originaria del poder y el chantaje sionistas está en su éxito al haber convencido a un mundo agobiado por la culpa de que el judaísmo y el sionismo son la misma cosa. Cuanta más gente sepa de que esto no es así y que, por lo tanto, es perfectamente posible ser un acérrimo antisionista sin ser antisemita, más desnudo y más vulnerable será el sionismo.

Únicamente entonces será una misión posible el detener la cuenta atrás de la catástrofe y sólo entonces la paz tendrá una oportunidad, su última oportunidad.

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* La publicación original indica como fuente Clearing House.

El portal de Word Power Books: www.word-power.co.uk.

La traducción al castellano de este artículo publicada por www.rebelion.org pertenece a Manuel Talens y Paloma Valverde.

Talens es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala. Su novela más reciente es La cinta de Moebius (Alcalá Grupo Editorial).
Paloma Valverde es miembro de Cubadebate, IraqSolidaridad y Rebelión.

Esta versión abreviada que publicamos –tomada de aquella, que se encuentra en Rebelión– es obra del abogado y dirigente social argentino Juan Gabriel Labaké (jglabake@telviso.com.ar).

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